La historia de San Caritón comienza en Iconio, antigua ciudad Fenicia, a mediados del Siglo III después de Cristo, donde esta ascética y paciente figura llevó una vida de extraordinaria abnegación. Convertido al Cristianismo durante su juventud, el virtuoso San Caritón, que había llevado una vida muy tumultuosa, se vio inspirado por el ejemplo de los primeros mártires Cristianos como Santa Tecla, también residente de Iconio: en todos los tormentos que persiguieron a San Caritón, mientras su destino se desarrollaba en Palestina y otros lugares, la imagen sublime de Santa Tecla sería la que le sostendría, junto con lo que él describiría como “una vida entera portando la armadura de la Cruz”.
De acuerdo con la mayoría de los historiadores, sus problemas comenzaron en Palestina, bajo el reinado del Emperador romano Aureliano, cuando las autoridades regionales lo arrestaron y juzgaron por el hecho de ser Cristiano. Al escuchar esta acusación, San Caritón confirmó ante todos su conversión al Evangelio y provocó el enojo de sus perseguidores cuando proclamó en voz alta en el Tribunal Romano: “Todos vuestros dioses son demonios arrojados del Cielo hasta el más bajo infierno.”
Como era de esperar, las enojadas autoridades romanas respondieron con un arranque de descarnada violencia: cuatro soldados fornidos arrastraron al santo por el suelo y lo golpearon inmisericordemente, para luego quemar con carbones encendidos su cuerpo indefenso. Sin embargo, cada vez que lo golpeaban, San Caritón proclamaba su fe en voz cada vez más alta, al tiempo que invocaba a Santa Tecla para que lo ayudase en esta hora de angustia.
De alguna manera, el golpeado cristiano se las arregló para mantenerse con vida. Lacerado y sangrando profusamente, casi a punto de morir, cayó en el suelo de la celda en que lo habían encerrado… cuando sus heridas, todas al mismo tiempo, fueron curadas milagrosamente.
Posteriormente a este suceso, luego de que Tácito asumiera el trono como Emperador en el año 275, la feroz persecución contra los cristianos se detuvo por un tiempo, lo que le permitió a San Caritón viajar a Jerusalén como peregrino.
Una vez más, fue víctima del destino: una banda de ladrones secuestró al desdichado peregrino cerca de la ciudad palestina de Jericó, llevándolo a una cueva en Wadi Farán, en donde lo amarraron y lo dejaron tirado en el suelo. San Caritón comenzó a rezar y la Divina Providencia intervino inmediatamente.
Aconteció que un grupo de serpientes entró a la cueva en busca de alimento, cayendo dentro de un contenedor de vino. Luego de haber bebido el líquido azucarado, se desprendió de sus cuerpos un veneno mortal que contaminó el recipiente. Al regresar los bandidos y brindar triunfalmente por un robo exitoso que habían hecho, el veneno hizo su efecto matando a todos y a cada uno de ellos.
Liberado finalmente de sus amarras, el abstemio San Caritón, cuya característica era la de sacar bien del mal (incluso de las más viles acciones), repartió el dinero robado entre los pobres. Entonces, decidido a convertirse en un monje ascético, se dedicó a una vida de completa oración y abnegación en la misma cueva en la que había sido mantenido en cautiverio. Al final convertiría la cueva de esos ladrones en un famoso monasterio Palestino conocido como el Monasterio de Tarán.
Posteriormente, este silencioso y abnegado monje fundaría otros dos monasterios antes de su muerte en el año 350. El primero de esos lugares de retiro –llamado el Monasterio de Caritón- sería fundado en Jericó, la gran ciudad Palestina ubicada sólo a unos kilómetros, al oeste del Río Jordán. El segundo Monasterio, erigido en Sutka, llegó a ser conocido, como la “Laura Antigua”, lugar de una piedad y ascetismo legendarios para generaciones de monjes.
Después de haber inspirado a miles de palestinos a convertirse al Cristianismo -muchos de los cuales llegarían a ser monjes que pasaron su vida en oración y contemplación-, el anciano San Caritón finalmente fue enterrado en una sencilla tumba cerca del monasterio de Sutka, a unos cuantos metros de la cueva de los ladrones en la cual su destino se había decidido bastantes años atrás.
Hasta la actualidad, la práctica de tonsurar a los monjes se le atribuye a San Caritón, que también elaboró otras reglas ascéticas a seguir por los devotos monjes. Fiel adherente a la vida monástica, este santo de Tierra Santa estableció las prácticas de la oración, la veneración y la abnegación, que se mantienen como hitos de la piedad cristiana aun 16 siglos después de su muerte.
Una parte de de sus Sagradas Reliquias se encuentra en los monasterios de Dionisio, en el Monte Ato, y Cico, en Chipre.
LECTURAS
2 Cor 4,6-15: Hermanos, el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.
Lc 6,17-23: En aquel tiempo, después de bajar con ellos, Jesús se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia