Nació en el siglo X en un pequeño pueblo marinero llamado Epibatai, distante de Constantinopla un día de camino, en el seno de una familia noble. Ella y su hermano Eutimio quedaron pronto huérfanos y decidieron abrazar la vida religiosa. Eutimio llegó a ser obispo de Madito y Parasceve, después de pasar unos años en un monasterio, decidió llevar vida eremítica, en una región desierta, intentando emular a los antiguos eremitas de Egipto y Siria: ayunos, noches en vela, oración, mortificaciones corporales… Comía solo los sábados y domingos y dormía sobre la tierra.
Una noche se le apareció un ángel que la exhortó a seguir en esa forma de vida, pero cerca de su pueblo natal. Parasceve marchó a Constantinopla, visitando todos los santuarios de la ciudad como peregrina y poniéndose bajo la protección de la Virgen; luego marchó a Epitabai, su pueblo, y pasó allí el resto de su vida tal y cual lo estaba haciendo antes, como los antiguos eremitas de la Tebaida. Murió y fue sepultada por gente que no la conocía y su recuerdo se perdió.
Pero su memoria llegó de nuevo a “florecer” gracias a un milagro: cerca de su pueblo vivía un estilita, y un día unos marineros llevaron el cadáver de un compañero muerto de peste y lo pusieron al pie de la columna. El estilita rogó para que alguien viniese para darle sepultura y, pasados unos días, unos hombres que se pusieron a cavar una fosa para enterrar el cadáver del marinero encontraron otro cadáver que estaba enterrado y que desprendía un agradable olor que anulaba el olor fétido del cadáver del marinero.
Uno de esos hombres, llamado Jorge, tuvo una visión: vio a una reina sentada en su trono y rodeada de hombres que llevaban en sus manos una antorcha. Uno de ellos le dijo que llamase a sus otros compañeros para que dieran testimonio del descubrimiento milagroso del cuerpo de Parasceve, la reina que estaba sentada en el trono y que era vecina de Epibatai. Desde entonces Parasceve es la patrona de sus compatriotas. Ella les reveló su nombre, Parasceve, y les prometió ayudarles en todo aquello que le pidiesen con fe. Una vecina del pueblo llamada Eufemia tuvo la misma visión y ambos, Jorge y Eufemia, contaron la noticia a todo el pueblo, que recibió procesionalmente las reliquias de Parasceve.
Pero el cuerpo de la santa no permaneció en Epibatai. Como los francos en el año 1204 conquistaron Constantinopla y robaron numerosas reliquias de santos para llevarlas a occidente, el rey búlgaro Juan II Asen recogió el cuerpo de Parasceve y lo trasladó a Tarnovo, donde fue recibido solemnemente por el Patriarca Basilio; lo llevaron a una basílica cercana al palacio imperial y allí lo pusieron.
Cuando en el año 1393 los turcos invadieron Tarnovo, las reliquias fueron llevadas a Belgrado, donde estuvo hasta el año 1521, fecha en la que Solimán «el Grande» conquistó Belgrado. El sultán, al ver la veneración que tenían los cristianos por las reliquias de la Santa, se las envió al Patriarca de Constantinopla, que las puso en la Iglesia de Panmakáristod, que era la iglesia patriarcal. En el año 1586, en tiempos de Murat III, el cuerpo fue trasladado a la iglesia de San Demetrio Kanabu, y posteriormente, en 1612 al Fanar. Finalmente, en el año 1641 fueron llevadas las reliquias a la ciudad moldava de Iași, donde actualmente se encuentran.
La vida de la santa fue escrita por Mateo, metropolita de Mira en ese momento; o sea, unos cinco o seis siglos después de muerta. Esto le resta valor al relato de su historia. Se cree que vivió en el siglo X, pero esto es pura hipótesis. Su existencia es cierta, es histórica, y su cuerpo siempre ha sido objeto de veneración. Su fiesta se celebra hoy, día 13 de octubre.
Antonio Barrero
Fuente: Preguntasantoral