En el intento de vivir a plenitud el Evangelio de toda manera posible, el Hermano de Jesús practicó una severa austeridad en su propia vida diaria. Evitando todo tipo de grasas, vivió a base de pan seco y agua. Además practicó la abstinencia sexual con una dedicación notable, manteniéndose casto hasta el final de sus días. Manteniéndose despierto hasta altas horas de la noche rezaba incesantemente y se sintió sobrepasado de gozo cuando los Doce Apóstoles lo incluyeron entre los Setenta discípulos enviados a predicar la Buena Nueva a lo largo del mundo de la antigüedad.
Su oportunidad llegó en la Fiesta de la Pascua, en la que los creyentes se reunían anualmente para rezar y ofrecer sacrificios rituales. Dirigidos por el Sumo Sacerdote Ananías, los intrigantes le ordenaron al gran evangelizador subirse al techo del templo para que de ese modo pudiera dirigirse mejor a la multitud de fieles reunidos. Ellos insistieron en que debía de usar esta oportunidad para calumniar al hombre llamado Jesús e informar a la multitud que sus demandas de ser el Hijo de Dios habían sido planteadas sin tener fundamento alguno.
Dirigidos por el astuto Sumo Sacerdote, los mentirosos hicieron su mejor esfuerzo para convencer al Hermano del Señor para que lo traicionase desde el tejado.
Según muchos relatos del suceso, ellos se acercaron y le murmuraron al oído: “Oh venerable. Te rogamos que le hables a la gente… Aléjalos de Jesús, pues ellos han sido engañados y dicen que Él es el Hijo de Dios. Instrúyelos en la verdad, para que ellos no permanezcan en el error.
“Nosotros te reverenciamos y te escuchamos, tal como lo hace toda la gente. Estamos dispuestos a testificar lo que digas, que lo que tú dices no es nada más que la verdad y no fruto de falsos respetos a las personas. Exhorta a la gente para que no sea engañada por Jesús, quien fue crucificado. Te pedimos que desde lo más alto del templo, donde todos te pueden ver y escuchar, hables a la cantidad de gente que se ha reunido aquí, tanto Israelitas como gentiles.”
El Hermano del Señor escuchó atenta y cuidadosamente esas instrucciones. Pero en vez de obedecerlas proclamó -fuerte y alto- la verdad sobre el Hijo de Dios y su Gloria eterna a la Mano Derecha del Padre.
“¿Por qué me cuestionáis acerca del Hijo de Dios…”, preguntó en voz muy fuerte, de modo que todos lo pudieran escuchar, “…quien sufrió voluntariamente, fue crucificado, enterrado y resucitado de la tumba al tercer día? Él ahora está sentado en los cielos a la diestra de Altísimo desde donde vendrá nuevamente, de entre las nubes de los cielos, para juzgar a los vivos y a los muertos.”
Los que lo escuchaban se conmovieron profundamente –en muchos casos al punto de que se convirtieron- pero los conspiradores de los sacerdotes, acompañados por los Escribas y Fariseos que odiaban a Jesús, habían escuchado suficiente. Enojados por las declaraciones triunfantes del Santo Apóstol lo arrojaron del tejado hacia el pavimento, fracturándole los huesos e hiriéndole mortalmente durante este proceso.
Mientras agonizaba en el suelo, otro de los conspiradores se adelantó hacia el Santo Apóstol con un gigantesco mazo de madera destrozándole el cráneo y dejando sus sesos dispersos por las piedras del pavimento.
Santiago se ganó la corona del martirio a la edad de 66 años. Aún a pesar de la brutalidad de su asesinato murió rezando por aquellos que lo habían asesinado: “Señor, no les tengas en cuenta estos pecados, pues ellos no saben lo que hacen.”
Además de la Epístola General, este maravilloso escritor compuso la Liturgia Divina, un tejido de rituales y oraciones que les permitió a los primeros cristianos comunicarse con su amado Dios. En este documento inspirado Santiago llenó páginas de páginas con sentidas oraciones… hasta el punto que dos Padres de la Iglesia posteriores a él, San Basilio y San Juan Crisóstomo, se sintieron impulsados a reducirlas a versiones más cortas, y por lo tanto mejor manejables, al tiempo que mantenían intacto su original espíritu inflamado.
LECTURAS DE LA DIVINA LITURGIA
Gál 1,11-19: Hermanos, os hago saber que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor.
Mt 13,54-58: En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?». Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta». Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.
Fuente: goarch.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / crkvenikalendar.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia