XIII Domingo de Lucas. Lecturas de la Divina Liturgia


Ef 2,4-10: Hermanos, Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —estáis salvados por pura gracia—; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que practicásemos. 


Lc 18,18-27: En aquel tiempo, uno de los jefes le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?». Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios. Ya sabes los mandamientos: No cometerás adulterio, No matarás, No robarás, No darás falso testimonio, Honra a tu padre y a tu madre». Y él dijo: «He observado todo esto desde mi juventud». Al oír esto, Jesús le dijo: «Todavía te falta una cosa: vende todo cuanto tienes y distribúyelo a los pobres —y tendrás un tesoro en los cielos—; luego, ven y sígueme». Pero él, al oír esto, se puso muy triste, porque era muy rico. Cuando Jesús vio que se había entristecido, dijo: «¡Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de Dios». Los que lo oyeron, dijeron: «Entonces, ¿quién se puede salvar?». Y él dijo: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

VIII Domingo de Lucas. Lecturas de la Divina Liturgia


1 Cor 4,9-16: Hermanos, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; como condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres. Nosotros unos locos por Cristo, vosotros, sensatos en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy. No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros. Porque os quiero como a hijos; ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Así pues, os ruego que seáis imitadores míos.


Lucas 10,25-37: En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

VII Domingo de Lucas. Lecturas de la Divina Liturgia


Gál 1,11-19: Hermanos, os hago saber que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor.


Lc 8,41-56: En aquel tiempo, llegó un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y echándose a los pies de Jesús le rogaba que entrase en su casa, pues tenía una hija única, de unos doce años, que se estaba muriendo. Cuando caminaba con él, la gente lo apretujaba. Entonces una mujer que desde hacía doce años sufría flujos de sangre y que había gastado en médicos todos sus recursos sin que ninguno pudiera curarla, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto y, al instante, cesó el flujo de sangre. Y dijo Jesús: «¿Quién es el que me ha tocado?». Como todos lo negaban, dijo Pedro: «Maestro, la gente te está apretujando y estrujando». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, pues he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viendo la mujer que no había podido pasar inadvertida, se acercó temblorosa y, postrándose a sus pies, contó ante todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo había sido curada al instante. Pero Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz». Estaba todavía hablando, cuando llega uno de casa del jefe de la sinagoga diciendo: «Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro». Pero Jesús, oído esto, le respondió: «No temas, basta que creas y se salvará». Al llegar a la casa, no dejó entrar con él más que a Pedro, Santiago y Juan y al padre de la niña y la madre. Todos lloraban y hacían duelo por ella, pero él dijo: «No lloréis, porque no ha muerto, sino que está dormida». Y se reían de él, sabiendo que había muerto. Pero él, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate». Y retornó su espíritu y se levantó al instante. Y ordenó que le dieran de comer. Sus padres quedaron atónitos, pero Jesús les ordenó que no dijeran a nadie lo sucedido.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española