05/11 - Galación y su esposa Episteme, los Mártires de Emesa


Galación y Episteme vivieron en el s. III d.C., en tiempos del emperador Decio. Su historia de amor mutuo y de amor por el Evangelio de Jesucristo ha movido a generaciones de creyentes a celebrar su victoriosa fidelidad.


Su bella aventura se inició a principios del Siglo III en la antigua Fenicia (actual Líbano). Fue ahí, en la ciudad de Emesa, donde una pareja muy adinerada – Clitofonte y su esposa Leucipe-  vivía con una pena secreta: el hecho, profundamente problemático, de que, independientemente de cuánto oro les hubieran entregado a los sacerdotes paganos que gobernaban el pueblo, no habían podido concebir un hijo. Ninguno de los dos se imaginaba, en el momento en que se lamentaban por la esterilidad de su matrimonio, que pronto serían padres de un gran mártir de la Santa Iglesia.


En aquellos días la ciudad de Emesa estaba gobernada por un brutal dictador sirio, Segundo, que, por encima de todas la cosas, aborrecía a los cristianos. Su oposición al Evangelio de Jesucristo era tan feroz que ordenó a sus soldados mostrar sus temibles instrumentos de tortura en cada esquina de las calles… al tiempo que hacían saber a viva voz que estos serían usados sin ningún tipo de misericordia contra aquellos que fueran suficientemente tontos como para unirse a “la secta del Nazareno”. Dichos instrumentos, de solo verlos, producían un gran terror, y aun a pesar de ello, muchos seguían convirtiéndose en secreto a la nueva fe.


Uno de esos conversos fue un viejo y harapiento mendigo llamado Onofre, cuyas desgarradas vestiduras ocultaban una simple túnica y la dignidad de monje de Cristo. Este piadoso mendigo llegaba cada día a las casas opulentas de la ciudad,y donde podía predicaba suave, pero persuasivamente, la verdad del Hijo de Dios y la salvación que nos ofrece a todos gratuitamente.


Un día, mientras Onofre pedía limosna de puerta en puerta, llegó hasta la estéril y afligida Leucipe. El monje disfrazado escuchó en silencio su historia y sus esperanzas defraudadas, y entonces le contó acerca de los muchos milagros que habían ocurrido dos siglos atrás de manos del Salvador. Leucipe creyó: aceptó a Cristo en su corazón y fue bautizada en el nombre del Santo Redentor. De pronto sintió surgir la esperanza. Soñó que pronto le habría de nacer un hijo… y que también habría de ser un cristiano devoto. Junto a ella se encontraba, lleno de gozo, su asombrado esposo, al que la que pronto sería madre persuadió para que aceptara bautizarse en la Verdadera Fe. Y así ambos abandonaron la idolatría y abrazaron el Cristianismo.


Ahora ellos era una familia cristiana, y cuando llegó el niño, lo bautizaron como Galación o Galacteón” y lo educaron en la fe. Le proveyeron de una buena educación y lo instaron a casarse, al tiempo que disfrutaba de una brillante carrera profesional. Cuando alcanzó la edad de 24 años, su padre arregló su casamiento con una bella y joven, socialmente reconocida, llamada Episteme.


Su futuro parecía perfecto, pero el joven Galación se sentía desasosegado e intranquilo. En el fondo no deseaba casarse, pues anhelaba la severa y austera vida ascética de un monje Cristiano. Cuando compartió con su prometida estas aspiraciones, ella no sólo lo alentó, sino que también le confesó que también ella tenía la determinación de vivir una vida de devota religiosidad. Al final, aunque estuvieron formalmente casados, estuvieron de acuerdo en permanecer castos, cosa que hicieron hasta el final de sus días.


Estos dos jóvenes llegaron a vivir su devoción a Cristo con tal ardor que bautizaron a uno de los siervos de la familia, el fiel Eutolmio, en la misma fe gozosa que ahora era el centro de sus vidas. Alejándose completamente de la gran ciudad, se escondieron en dos Monasterios en el Monte Publión (uno para hombres y otro para mujeres), cerca del Monte Sinaí, donde los devotos monjes hacían lo mejor posible para escapar de la temible represión que estaba teniendo lugar contra el Cristianismo.


Resplandecieron brillantemente en sus monasterios. Fueron los primeros en el trabajo, los primeros en la oración, los primeros en humildad y obediencia, y los primeros en amor. 


Durante un tiempo pudieron rezar y meditar en paz, pero sus horas de tranquilidad estaban destinadas a convertirse en angustia y sufrimiento. Muy pronto una sombra siniestra cayó sobre la montaña cuando llegaron los pelotones de soldados.  No abandonaron sus monasterios ni se vieron hasta poco antes de su muerte. Mientras la cruel persecución contra los cristianos se hacía, día a día, cada vez peor, Episteme tuvo una visión celestial en la cual ella y su esposo caminaban a través de un hermoso palacio gobernado por un Poderoso Rey, una persona bondadosa que sonreía gozosamente mientras colocaba coronas de oro sobre sus cabezas. 


Comenzó una feroz persecución y ambos fueron llevados ante el tribunal en Alejandría bajo el mando del gobernador Urso. Cuando los paganos azotaron sin piedad a Galación, Episteme vio a su amado esposo ser arrastrado hacia la tortura y la muerte. Episteme lloró. Entonces les rogó a sus captores con palabras como estas: “¡Tómenme también a mí! ¡Mátenme al mismo tiempo que lo asesinan a él!”. Los torturadores se sintieron muy felices de poder complacerla.


Nuestros mártires sufrieron terriblemente. Fueron azotados y les insertaron cañas debajo de las uñas. Luego les cortaron las manos y los pies. Cuando finalmente fueron decapitados mientras rezaban fervientemente y confesaban su fidelidad al Señor, su fiel siervo Eutolmioo juntaría sus restos para darles una sepultura digna y Cristiana. Eutolmios había sido esclavo de los padres de Episteme, y luego un monje con Galación. También escribió la vida de estos maravillosos mártires de Cristo, que sufrieron y recibieron sus coronas en el cielo en el año 253, bajo el reinado del Emperador Romano Decio. Galación tenía 30 años en su martirio, mientras que Episteme tenía 16 (o alrededor de 20 según otras fuentes).


Llena de sufrimiento, pero al mismo tiempo llena de gozo, la vida de estos dos mártires cristianos brilla como las estrellas en la bóveda del cielo. De ellos aprendemos que el amor mutuo entre un hombre y su esposa brota maravillosamente del mismo amor que Dios Todopoderoso y Misericordioso envía a los hombres en todo momento y lugar.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia