San Pablo era de Tesalónica. Se convirtió en secretario de Alejandro, Patriarca de Constantinopla (ver el 30 de agosto), en diácono y luego en sucesor de San Alejandro hacia el año 337.
A causa de su virtud, de su elocuencia en la enseñanza y de su celo por la Ortodoxia, los arrianos lo odiaban y lo temían. Cuando el Emperador arriano Constancio, que se encontraba en Antioquía, supo de la elección de Pablo, lo exilió y proclamó Patriarca al arriano Eusebio. San Pablo fue a Roma, donde encontró a San Atanasio el Grande también exiliado. Provisto de cartas del Papa Julio, Pablo volvió a Constantinopla y, a la muerte de Eusebio en el año 342, accedió de nuevo a su legítimo trono, pero mientras tanto los arrianos eligieron a Macedonio, que rechazaba la consubstancialidad del Hijo con el Padre (y, además, la divinidad del Espíritu Santo).
Cuando Constancio, que permanecía en Antioquía, supo del regreso de Pablo, envió tropas a Constantinopla para que lo expulsaran, así que el Santo tuvo que regresar a Roma, donde San Atanasio se encontraba de nuevo exiliado. El ortodoxo Constante, Emperador de Occidente y hermano de Constancio, le escribió a este asegurándole que, si a Atanasio y Pablo no se les permitía volver a sus sedes, él mismo iría con tropas para restaurarlos.
Pablo accedió de nuevo a su trono, pero, a la muerte de Constante, Constancio volvió a deponerlo. A causa del amor que el pueblo sentía por Pablo, Felipe el Prefecto, que había sido enviado a arrestarlo, tuvo que hacerlo secretamente para evitar una sedición. En un baño público llamado Zeuxipo, contiguo a un palacio a la orilla del Bósforo, Felipe le pidió al Patriarca Pablo que se reuniera con él, supuestamente para discutir algunos asuntos públicos. Cuando llegó Pablo, le mostró la carta del emperador y ordenó que le llevaran en silencio hasta el palacio por la orilla del agua, le subieran a bordo del barco y le llevaran a Salónica, su ciudad natal. Felipe le permitió visitar el Ilírico y las provincias remotas, pero le prohibió volver a pisar el Oriente.
Pablo fue luego atado con cadenas y llevado a Singara en Mesopotamia, luego a Emesa y finalmente a Cúcuso en Capadocia (el actual Göksun, Turquía), en los confines de Cilicia y Armenia, por donde también pasaría posteriormente su ilustrísimo sucesor San Juan Crisóstomo camino de su último exilio en Comana. Aquí lo confinaron en un lugar estrecho y oscuro, y lo dejaron morir de hambre. Después de haber pasado seis días sin comida, fue, para gran decepción de sus enemigos, encontrado vivo. Allí, hacia el año 350, cuando estaba celebrando la Divina Liturgia en la casita en la que se encontraba preso, los arrianos lo estrangularon con su propio omoforio; tal era el temor que sentían hacia él incluso en el exilio.
En el año 381, el emperador Teodosio el Grande solemnemente trasladó las reliquias de San Pablo el Confesor de Cucuso a Constantinopla. Al principio, se conservaron en la Iglesia de Santa Irene, donde había sido ordenado Patriarca, y luego se colocaron en una iglesia dedicada a su nombre. En el año 1236 fueron trasladadas a la Iglesia de San Lorenzo en Venecia, donde aún descansan. Sus queridos sacerdotes y notarios, Marciano y Martirio, sufrieron poco después de su patriarca.
San Atanasio el Grande, contemporáneo de San Pablo, escribe brevemente sobre los exilios de San Pablo: «La primera vez desterraron a San Pablo de Constantinopla al Ponto, la segunda vez Constancio le puso grilletes, luego lo encarcelaron en Mesopotamia y de allí lo trasladaron a Emesa. La cuarta vez le trajeron a Cúcuso en Capadocia, en el desierto de Tauro».
Fuente: GOARCH / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia