El profeta Abdías (cuyo nombre significa "Siervo de Dios ") nació en la villa de Betarán, ubicada cerca de la antigua ciudad palestina de Siquén, que ahora forma parte de la contemporánea Nablus. Noble de cuna aristocrática, Abdías era una figura muy bien vista en la corte real, donde ostentaba el cargo de Administrador Jefe.
Cuando el poderoso Ajab, gobernante supremo del mundo antiguo, se alejó de Dios Todopoderoso y comenzó a adorar a los dioses paganos, Abdías se negó a aceptar el nuevo orden de las cosas. En vez de ello, arriesgó su vida insistiendo en que la idolatría que veía por todos los lados condenaría, eventualmente, al reino al caos y a la destrucción.
Las profecías de Abdías atrajeron sobre su propia cabeza la ira virulenta del rey Ajab con consecuencias casi fatales. Sin embargo, sus problemas se harían mayores cuado decidió defender a Elías, el santo profeta del país, de la violencia de Jezabel, la esposa del rey. Todos estos violentos acontecimientos sucedieron durante el tumultuoso s. IX a.C., en el que los antiguos israelitas luchaban contra su propia idolatría, la cual frecuentemente les llevaba a consecuencias desastrosas.
Como contemporáneo de Elías, Abdías reverenciaba al santo varón. Como el mismo Gran Profeta, Abdías simplemente no podía vivir en un reino que había dado completamente la espalda al Único Dios Verdadero de su tribu.
Lo que siguió fue una lucha de vida y muerte entre las fuerzas de la idolatría pagana -expresada en la adoración a Baal y otros ídolos que habían sido acogidos por Ajab y Jezabel- y las fuerzas de la auténtica fe religiosa, representadas en las personas de Elías y su fiel siervo Abdías.
Cuando la altanera y arrogante Jezabel ordenó que todos los profetas de su tierra fueran destruidos (debido a su inmenso odio hacia Elías), Abdías sabía que tenía que encontrar la manera de salvar a estos hombres santos de los soldados sedientos de sangre. Su solución fue astuta y valiente al mismo tiempo.
Para proteger a los verdaderos seguidores del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, Abdías escondió a cien de ellos en dos cuevas alejadas ubicadas en una región remota del reino. Pero ese fue solo el inicio de la inteligente estrategia del profeta. Una vez que esos santos varones se encontraron seguros en las cuevas, Abdías liquidó su fortuna completamente y usó sus ganancias para comprar alimentos para los refugiados, quienes sobrevivieron por varios años con una dieta de pan y agua (según el Libro III de los Reyes 18,4).
Mientras las huestes de Jezabel registraban día tras día las tierras buscando capturar a sus presas, Abdías los alimentaba y los alentaba con la oración, así como con frecuentes visitas a las cuevas secretas. Y la estrategia funcionó. Después de algunos años los profetas seguían floreciendo y el Santo Elías continuaba pronunciando sus importantes profecías sobre la futura llegada del Hijo de Dios, el redentor que un día salvaría al mundo de la muerte y el pecado con Su propia Crucifixión.
Los santos varones sobrevivieron a una desesperada situación en las cuevas gracias al incansable trabajo de Abdías. Pero en los años posteriores a su rescate se levantó un peligro aún mayor contra la vida del Santo Profeta Elías. El nuevo rey (Ocozías), quien había reemplazado a Ajab, tenía la fuerte determinación de arrestar a Elías y conseguir su cabeza. Para cumplir con esta vil tarea, despachó tres destacamentos de soldados, uno de los cuales estaba bajo las órdenes de Abdías, quien para ese entonces había vuelto a trabajar para el gobierno.
Sin embargo, al tiempo en que los destacamentos galopaban hacia su objetivo, ocurrió un acontecimiento inesperado. Sabiendo que las tropas venían de camino, el Santo Profeta Elías invocó al Señor Dios rogándole por su ayuda. Sorprendentemente, un momento después, se levantó una gigantesca columna de fuego que devoró completamente a dos de los regimientos del rey, mientras quedaba a salvo el regimiento comandado por Abdías.
Cuando Abdías (también conocido por "Avdi") vio este milagro, supo que no tenía otra opción. Renunció a su mando militar y se convirtió en un humilde seguidor del Gran Profeta. Posteriormente Abdías llegaría a ser una voz inspirada por Dios, el Cuarto de los Doce Profetas menores que se encuentran en la Biblia, y escribiría un Libro de Profecías en las que se anuncia la gloria futura del Hijo de Dios, el Salvador de la Humanidad.
Su obra, de la que solo conservamos un capítulo (pero que probablemente fue más extensa) versa sobre Edón (símbolo de los que se alejan de Dios y su promesa) y el anuncio del castigo que habría de caer sobre los edomitas, por volverse "contra su hermano Jacob". El caso es que Edón en primer lugar se había aliado con Israel frente a Babilonia, pero cuando vio que este imperio asolaba Jerusalén con éxito, lo traicionó y se pasó al bando vencedor. Y no solo eso, sino que entró a la ciudad santa saqueando como los babilonios. Es la eterna pugna entre los hijos de Jacob y los de Esaú, entre los hijos de Dios que le permanecen fieles al Señor y los que le traicionan. Finalmente, Israel resplandecerá y Edón será destruido.
Enterrado en Samaría, el Santo Profeta Abdías permaneció fiel al Único Dios Verdadero de los Israelitas. Debido a su fidelidad, la Providencia le permitió lograr una tarea extremadamente significativa: proteger a los Profetas, quienes no sólo mantuvieron la fe viva, sino también el predecir la eventual llegada del Salvador Santo y Su Evangelio de Salvación.
Por la vida de este Santo Profeta podemos ver claramente cómo el Todopoderoso recompensa a aquellos que trabajan constantemente en Su Servicio, proporcionándoles la visión, la valentía y la esperanza que se requieren para afrontar con prontitud incluso las más grandes adversidades.
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Religión en Libertad