20/11 - Gregorio el Justo de Decápolis


San Gregorio de Decápolis fue un monje viajero que defendió el culto de los iconos en el siglo IX. Es venerado por los numerosos milagros que hizo en vida y tras su muerte.


La infancia del Santo


La vida de San Gregorio el Decapolita fue escrita por un diácono llamado Ignacio, que fue contemporáneo del Santo y que escribió tras diferentes testimonios de los discípulos del Santo. El texto no contiene tanto elementos históricos. Otros datos proceden de la vida de San José el Himnógrafo, discípulo del Santo (celebrado el 3 de abril). Un moderno estudio de la biografía de San Gregorio fue escrito en 1926 por František Dvorník (La Vie de Saint Grégoire le Décapolite et les Slaves macédoniens au IXe siècle, Paris: Institut d’études slaves, 1926).


San Gregorio nació en torno a 780-790 en Irenópolis, ciudad de la Decápolis isauriana (la costa sur de Asia Menor), en una familia rica. Su padre, Sergio, no era muy buen cristiano, pero Gregorio fue educado por su piadosísima madre, María. Comenzó la escuela en torno a los ocho años y fue un estudiante excepcional. Durante el estudio ya tuvo una fuerte inclinación hacia una intensa vida religiosa, que continuó al regresar a casa con una vida simple, ayudando a los pobres, acudiendo a la iglesia, leyendo las Escrituras y retirándose en soledad.


El monje Gregorio


Siendo un hombre joven, sus padres escogieron a una joven mujer para él y lo mandaron a ella para completar el enlace. Gregorio huyó a las montañas y allí encontró a un obispo fugitivo de la Decápolis, que estaba siendo perseguido por los iconoclastas. Después de una investigación, el obispo lo envió a un monasterio cercano, donde recibió la tonsura monástica.


Poco después, su padre murió y su madre visitó a Gregorio en el monasterio y lo animó a seguir su camino monástico. Le pidió que se trasladara a otro monasterio, donde un hermano suyo era ya monje. Pero el abad de este monasterio era iconoclasta y Gregorio tuvo el valor de condenarlo en presencia de la congregación entera. El abad ordenó a los monjes que lo golpearan y, lleno de heridas, Gregorio encontró refugio en el abad Simeón, un hermano de su madre que vivía en otro monasterio. Permaneció allí los siguientes catorce años.


Gregorio no estaba satisfecho con su vida en el convento, así que pidió permiso para retirarse y vivir solo en una cueva del desierto. Como San Antonio, el ermitaño tuvo que luchar contra demonios que buscaban constantemente sacarlo de la cueva y atraerlo hacia diferentes placeres. Gregorio logró superar todas las tentaciones con la gracia de Dios y a través de sus oraciones.


Gregorio tuvo la visión de una luz que fluía a través de su cueva. Ello le pareció como sucedido en un instante, pero en realidad la visión duró muchos días más, pues su aprendiz dejó la cueva, fue a ver al hermano de Gregorio y regresó. El Santo tenía miedo de haber visto otra ilusión demoníaca. Así que escribió a Simeón, su padre espiritual, pero el abad le aseguró que la visión procedía de Dios.


Monje itinerante


Poco después de su visión, Gregorio oyó una voz divina procedente del cielo pidiéndole que dejara la soledad y marchara al mundo para ayudar a otros cristianos en su camino hacia la salvación. Primero marchó a Éfeso, donde pasó el invierno en un monasterio. A la primavera siguiente, Gregorio decidió ir a Constantinopla, pero ningún barco abandonaba la bahía debido a la presencia de piratas árabes en la zona. Después de convencer a algunos marineros, marchó a Constantinopla para predicar la veneración de los iconos. La Divina Providencia tenía otro plan: se quedó finalmente en el Proconeso, una isla rica en mármol situada en medio del mar de Mármara. A pesar de la severa orden del emperador, que prohibía el alojamiento de monjes, Gregorio se quedó en la casa de un pobre. Como San Elías en Sarepta, mientras estuvo allí, el pobre tuvo suficiente comida y le pidió que no se marchara. Gregorio se marchó en secreto y llegó a Enos, una ciudad de Tracia, donde recibió, como San Esteban, diversos golpes de un joven, sin quejarse. Esta actitud avergonzó al joven, que le pidió perdón.


De aquí, San Gregorio navegó a Cristópolis (hoy Kavala, en Grecia) y llegó a un río vigilado por los piratas, que se maravillaron del coraje del monje que se aventuró entre ellos, incluso lo llevaron a la otra orilla y le mostraron el camino hacia Tesalónica. San Gregorio llegó a la gran ciudad y permaneció sólo unos pocos días en un monasterio liderado por el abad Marcos. Aquí conoció a un monje junto con el cual decidió marchar a Roma. Primero bordearon la costa hacia Corinto, desde donde habían planeado viajar en barco, pero ningún marinero se atrevió a navegar, por el mismo peligro árabe. Gregorio les aseguró que no sufrirían ningún daño y así llegaron ilesos a Reggio, en Calabria, y después a Nápoles. En cierto momento su compañero de viaje cayó al agua y fue salvado por las oraciones del Santo.


El moderno biógrafo Fr. Dvorník creía que San Gregorio marchó a Roma a pedirle al Papa ayuda en la disputa iconoclasta. Pero la antigua biografía no prueba esto. Allí estuvo tres meses en una celda, en completo anonimato. Después de exorcizar a un endemoniado, tuvo que huir para no ser venerado por los ciudadanos. Vivió durante un tiempo en una torre en Siracusa (Sicilia), en un lugar donde una prostituta traía a sus clientes, especialmente marineros. San Gregorio consiguió convencer a muchos de ellos que abandonaran el pecado e incluso a la mujer. Además, curó aquí a otros dos posesos, una mujer y un hombre.


En su viaje de regreso a Grecia, San Gregorio fue capturado por algunos simpatizantes de los iconoclastas en Hydros, una isla cercana a Atenas, y lo torturaron hasta casi matarlo. El obispo de la isla lo liberó y el Santo continuó su camino a través de una región ocupada por los árabes. Uno de ellos, queriendo matarlo, se quedó paralizado y sólo consiguió curarse a través de las oraciones del Santo. De vuelta en Tesalónica, Gregorio permaneció en el monasterio de San Menas, donde poco después se volvió famoso por su don de profecía y clarividencia. El siguiente período estuvo marcado por muchos milagros hechos por el Santo, entre ellos diferentes descubrimientos de pecados en pecadores secretos (y entre ellos, varios monjes) pero también curaciones y exorcismos.


Un discípulo de Gregorio vio una vez el rostro de su maestro rodeado de una gran luz, pero el Santo le prohibió hablar de ello. Según otros dos testimonios de un aprendiz llamado Juan y el abad Simeón, Gregorio se apareció a ellos mientras estaba en otra parte. San Gregorio fue ordenado sacerdote en algún momento de su estancia en Tesalónica y predicó fuertemente contra los iconoclastas.


Poco antes de su muerte, San Gregorio cayó enfermo de una enfermedad grave llamada hidropesía. Esto llegó a oídos el abad Simeón, que estaba encarcelado en Constantinopla en aquel momento, debido a su postura en defensa de los iconos. Simeón mandó una carta a Gregorio, pidiéndole que fuera a verlo. Aún estando muy enfermo, Gregorio tomó a su aprendiz y marcharon hacia Contantinopla. Al llegar a la capital bizantina, se encontraron con el ya liberado Simeón. San Gregorio murió doce días después de su llegada a Constantinopla, como ya había predicho, el 20 de noviembre de 842.


La veneración


San Gregorio fue considerado Santo ya en vida. En cualquier caso, poco después de su muerte, su tumba se convirtió en centro de peregrinación debido a los muchos milagros ocurridos con tan sólo tocar la lápida.


Un monje llamado Pedro, habiendo caído en manos de los árabes y a punto de ser ejecutado, rezó a San Gregorio para que le salvara. El Santo se le apareció en un sueño, prometiéndole que no moriría, lo que en efecto sucedió. Las reliquias del Santo fueron puestas en un ataúd en el monasterio fundado por su discípulo, José el Himnógrafo, en Constantinopla, hasta los años anteriores a la caída de la ciudad en manos de los turcos.


Según la tradición, un noble rumano llamado Barbu Craiovescu logró comprar las reliquias a un gran dignatario desconocido. Desde entonces, las reliquias están en el monasterio Bistriţa, en el condado de Vâlcea, fundado por este noble en 1498. El mismo Barbu Craiovescu se convirtió en monje, con el nombre de Pacomio, y murió allí, probablemente en 1525. El relicario dorado y plateado donde se conservan las reliquias de San Gregorio hoy fue donado por el voivoda Constantino Şerban Basarab de Valaquia (1654-58) en 1656.


Los rumanos veneraron las reliquias de San Gregorio de tal manera que hay algunas iglesias con su nombre en la región. Su servicio litúrgico fue publicado en la misma edición del Menologio griego que el de Santa Parasceve de Iaşi, en 1692.


Otros libros de la misma época contienen su servicio litúrgico y otras oraciones dedicadas a él, como la de 1753 (Carte osebită a Sfântului Grigorie Decapolitul) y otra de 1831 (la Paraclis del Santo, escrita por Partenio, el pintor del monasterio Bistriţa).


Troparion


Te hiciste icono de la abstinencia e iluminaste tu alrededor con el Espíritu divino. Has luchado por la fe verdadera, has iluminado al mundo a través de tus enseñanzas y has rechazado los pensamientos de los malos creyentes. Bendito padre Gregorio, ¡ruega a Cristo Dios que nos dé su gran misericordia!


Mitrut Popoiu



Fuente: Preguntasantoral