VII Domingo de Lucas. Lecturas de la Divina Liturgia


Gál 1,11-19: Hermanos, os hago saber que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor.


Lc 8,41-56: En aquel tiempo, llegó un hombre, llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y echándose a los pies de Jesús le rogaba que entrase en su casa, pues tenía una hija única, de unos doce años, que se estaba muriendo. Cuando caminaba con él, la gente lo apretujaba. Entonces una mujer que desde hacía doce años sufría flujos de sangre y que había gastado en médicos todos sus recursos sin que ninguno pudiera curarla, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto y, al instante, cesó el flujo de sangre. Y dijo Jesús: «¿Quién es el que me ha tocado?». Como todos lo negaban, dijo Pedro: «Maestro, la gente te está apretujando y estrujando». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, pues he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viendo la mujer que no había podido pasar inadvertida, se acercó temblorosa y, postrándose a sus pies, contó ante todo el pueblo la causa por la que le había tocado y cómo había sido curada al instante. Pero Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz». Estaba todavía hablando, cuando llega uno de casa del jefe de la sinagoga diciendo: «Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro». Pero Jesús, oído esto, le respondió: «No temas, basta que creas y se salvará». Al llegar a la casa, no dejó entrar con él más que a Pedro, Santiago y Juan y al padre de la niña y la madre. Todos lloraban y hacían duelo por ella, pero él dijo: «No lloréis, porque no ha muerto, sino que está dormida». Y se reían de él, sabiendo que había muerto. Pero él, tomándola de la mano, dijo en voz alta: «Niña, levántate». Y retornó su espíritu y se levantó al instante. Y ordenó que le dieran de comer. Sus padres quedaron atónitos, pero Jesús les ordenó que no dijeran a nadie lo sucedido.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española