Este Profeta, cuyo nombre significa «abrazo amoroso», es el octavo en orden de los Profetas menores. Su patria y tribu no quedan registradas en las Sagradas Escrituras; según algunos, era de la tribu de Simeón.
De Habacuc sólo puede deducirse, por indicios internos del libro, que pronunció sus oráculos en relación a los acontecimientos que ocurrían en Judá entre el 605, victoria de Nabucodonosor el Grande que se alza con el poder en Oriente Medio, y el primer asedio de Jerusalén, en 597, diez años antes de la destrucción del templo por obra del mismo rey. Es, por tanto, contemporáneo de Jeremías, en la época de Joaquín, también llamado Jeconías, antes de la cautividad babilónica del pueblo judío, que tuvo lugar 559 años antes de Cristo.
Cuando Nabucodonosor llegó a capturar a los israelitas, Habacuc huyó a Ostracine, y, después de que Jerusalén fuera destruida y los caldeos se marcharan, regresó y cultivó su campo. Una vez preparó un guiso y se dispuso a llevárselo a los que cosechaban el campo. Un Angel del Señor se le apareció repentinamente y le dijo:
"Lleva esta comida que tienes a Babilonia, a Daniel que está en el foso de los leones" (Daniel 14, 34), le ordenó el Angel de rostro severo.
Asombrado, el Santo profeta Habacuc miró por encima de la sopa y el pan que había preparado para sus trabajadores que trabajaban en la cosecha. " Señor, nunca he estado en Babilonia, y tampoco sé dónde se encuentra el foso..."
Pero el Angel no quiso escuchar ninguna excusa. Moviéndose con la rapidez de un rayo, el emisario del Todopoderoso tomó por los cabellos al aterrorizado Profeta y lo transportó 1300 millas (unos 2000 kilómetros) en menos tiempo del que requiere el corazón para producir un solo latido.
De un momento a otro el gran profeta se encontró parado a la entrada del foso de los leones rugientes. De alguna manera, después de ese viaje «supersónico», la comida que había estado preparando se encontraba intacta. "Daniel, Daniel", llamó al Profeta, quien había sido llamado a realizar esta asombrosa tarea desde sus campos de cultivo en la región palestina de Judea. "Toma la comida que Dios te ha enviado".
Daniel, igualmente conmovido por este misterioso acontecimiento, se las arregló para superar su confusión y con gran agradecimiento ingirió los alimentos que le habían sido enviados con el Profeta.
Ciertamente que la comida llegó justo al tiempo, ya que Daniel, quien había sido encarcelado por el Rey Ciro, se encontraba en inminente peligro de muerte a causa de la inanición.
Agradeciendo al Buen Señor antes de ingerir la comida, el hambriento Daniel pronunció una oración que sirve hasta nuestros tiempos como una bendición maravillosa sobre los alimentos que estamos a punto de consumir. "Te has acordado de mi, Dios mio, y no has abandonado a los que te aman".
Para Habacuc, cuyo viaje a la velocidad de la luz a Babilonia (actual Irak) ocurrió unos 600 años antes de nacimiento de Jesucristo, este extraordinario evento fue solo el ultimo de una larga serie de acontecimientos espectaculares que serian desencadenados por su vida entera dedicada a servicio del Unico Dios Verdadero de los Israelitas.
Después de una larga y memorable vida, Habacuc murió finalmente a una edad avanzada en Palestina, siendo enterrado cerca de su villa natal. Sus reliquias fueron descubiertas durante el reinado del Emperador Bizantino Teodosio el Joven, alrededor del 430 a.C. Segun muchos historiadores de la epoca, sus reliquias fueron encontradas gracias a una revelación que tuvo el Obispo Zebeno de Eleuterópolis.
Sentido de la profecía de Habacuc
Jerusalén está sumida en el pecado, en el abandono de la fidelidad a Yahvé, en la idolatría; el hombre religioso espera la llegada del castigo divino, sabe que no faltará, pero ¿cómo es posible que Dios castigue el mal de los suyos por medio de pueblos aún más pecadores que el propio Judá? ¿Qué enigma es éste del mal en la historia, de un Dios que ni se va del todo, ni termina de aparecer?
Habacuc plantea a Dios, con toda reverencia pero sin concesiones, el misterio del mal en la historia; su librito, de apenas tres capítulos, contiene las preguntas y, con la autoridad del propio Yahvé, lo que puede decir el profeta en Su nombre. Notemos que estamos más de un siglo antes del libro bíblico que se ha hecho clásico por plantear rigurosamente este tema, el de Job.
Los tres capítulos de Habacuc saben a poco, es verdad, una vez hecha la pregunta por el misterio del mal en la historia, desearíamos que Dios «se suelte a hablar» más largamente de lo que lo hace, pero a pesar de su brevedad, podemos decir que es un libro perfectamente estructurado y bellamente escrito, rasgo que -a diferencia de lo que ocurre en otros libros de la Biblia- se sigue notando incluso en las traducciones. El libro consta de dos quejas del profeta, seguidas cada una de ellas de una respuesta -oráculo- por parte de Dios, luego una serie de invectivas contra los males del mundo, y todo ello cierra con un extenso salmo que bien pronto se integró en la liturgia, primero judía y luego también en la cristiana.
Sin embargo lo que los estudiosos coinciden en que podría llamarse el resumen del mensaje profético de Habacuc está contenido en una sola frase, pero que ha tenido una larga trayectoria en el mundo de la fe, especialmente la nuestra; en efecto, dice Habacuc 2,4:
Todos reconocemos en ese versículo cómo sus palabras han calado hondo en nuestra fe a través de la cita que hace de ellas san Pablo en Romanos 1,17. Entre Habacuc y san Pablo ha pasado Cristo, y lo que podía llamar «justo» Habacuc y lo que san Pablo entiende por «justo» se ha profundizado. Ciertamente que la frase «el justo vivirá por la fe» en el contexto de la Carta a los Romanos tiene unas resonancias que no tiene aun en Habacuc, pero eso no implica no reconocer en el profeta una voz del Antiguo Testamento que ya reclama, claramente, una revelación inaudita de Dios, algo que venga a «dar vuelta» la historia, tal como dirá en su salmo final:
Fuente: GOARCH / El Testigo Fiel / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Traducción del inglés y adaptación propias