02/12 - Mírope (Mirope / Miropa) la Mártir de Quío


La isla griega de Quío es rica en Santos, como por ejemplo de Santa Marcela, mártir de la pureza; y San Isidoro, contemporáneo y fuente de inspiración de la mártir a la que vamos a recordar hoy, Mírope (o Miropea) y de la que, por desgracia, no hay mucha información disponible. Es muy poco conocida fuera de Quío, aunque allí tenga un importante culto, y esto se debe a que de ella se conocen sólo las breves noticias que le dedican los sinaxarios y los menologios bizantinos. Existe una passio muy breve, datada en el siglo X, que fue publicada por B. Latysev, y es la que voy a reseñar.


Mírope nació en Éfeso a principios del siglo III, aunque su madre Namata (o Afra, según versiones) procedía de la isla de Quío. Era una cristiana ferviente que educó personalmente a su hija en la fe cristiana; ya que el padre había muerto cuando ella era muy niña aún. Fue muy devota de la médico mártir Santa Hermíone, cuya tumba visitaba con frecuencia, y quien había sido hija de San Felipe, uno de los siete diáconos de la iglesia primitiva de Jerusalén. La tumba de esta mártir era mirobleta, es decir, exudaba miro perfumado, que Mírope se encargaba de recoger, embotellar y repartir entre los cristianos enfermos, de ahí su nombre.


En septiembre del año 249, el entonces reinante emperador Decio inició una persecución contra los cristianos; por lo que Mírope y su madre se embarcaron hacia la isla de Quío, donde habitaba la familia materna y tenían unas tierras en la localidad de Timiana. Allí, Mírope hizo construir una iglesia en honor a su querida Santa y se dedicó a trabajar, a orar y ayudar a los necesitados. Fue en aquella época cuando llegaron a Quío naves con algunas tropas romanas, y entre ellas, un joven oficial llamado Isidoro -San Isidoro de Quío- quien, al entrar en contacto con la comunidad cristiana de Quío, acabó por convertirse a la fe. Ya sabemos cómo Isidoro fue detenido, torturado y ejecutado por su fe.


El martirio de San Isidoro tuvo lugar el 14 de mayo de 250 y, al tener noticia Mírope de este suceso, sintió una gracia especial en su alma, como una inspiración y admiración sin límites por el sacrificio del soldado. Sabiendo posteriormente que el cadáver de Isidoro había sido colgado a la intemperie para que se pudriera sin sepultura, no pudo soportarlo y, a semejanza de la mítica Antígona, fue con sus esclavos al barranco donde pendía el cuerpo de Isidoro para descolgarlo y darle cristiana sepultura. Numeriano -o Numerio, según versiones-, el gobernador que había ordenado la ejecución de Isidoro, había puesto una guardia para evitar el robo del cuerpo, pero Mírope y sus esclavos esperaron a que los guardias se durmieran y entonces tomaron el cadáver del mártir, lo ungieron con mirra y lo enterraron dignamente.


Ahí hubiese acabado todo, pero cuando Numeriano vio que se habían llevado el cuerpo, montó en cólera y mandó castigar severamente a los guardias por negligencia en el cumplimiento de su deber. Luego amenazó con decapitarlos a todos si no aparecía el cadáver sustraído. Esto afectó profundamente a Mírope, que no quiso que murieran inocentes por causa suya. Así, que haciendo gala de una gran valentía, se presentó digna y firme ante Numeriano para confesar que ella había sido la artífice de la sustracción y enterramiento del cadáver; y también para recriminarle su crueldad con los guardias.


El gobernador la amenazó con decapitarla si no le decía dónde había enterrado el cuerpo del mártir; e instándola, de paso, a sacrificar a los dioses, para dar cumplimiento al edicto del emperador. Como Mírope se negó a colaborar, Numeriano mandó cargarla de cadenas, raparle la cabeza y así, calva y encadenada, pasearla por toda la ciudad para su vergüenza y humillación. Sin embargo, Mírope, lejos de bajar la frente ante aquello; increpó duramente al gobernador y le afeó su conducta, por lo que él, indignado, la entregó a sus verdugos y ordenó que la apalearan cruelmente. Sólo detuvieron los golpes cuando perdió el conocimiento y así, medio muerta, la tiraron en prisión, custodiada por un guardia en la puerta; seguramente para impedir el acceso de sus fieles esclavos a que la curaran o ayudaran.


En la oscura celda Mírope recobró el sentido, pero las heridas causadas por los garrotes eran demasiado graves y empezó a agonizar. Aún así, se puso en oración y, a medianoche, el guardia que la custodiaba vio iluminarse la celda con una luz sobrenatural y olió un suave aroma impropio de aquel lugar. Al asomarse a mirar, vio un coro de ángeles que cantaba alabanzas a Dios, y, en medio de ellos, al mártir Isidoro que venía a confortar a su benefactora. Le dieron la paz y le prometieron la alegría eterna en el cielo a través de la corona del martirio, que ella había ganado con su caridad, valentía y firmeza. “La paz sea contigo, Mírope”, le dijo Isidoro, “tu oración ha llegado a Dios, y pronto estarás con nosotros y recibirás la recompensa preparada para ti”. El corazón de la prisionera se llenó de alegría con estas palabras. Mírope murió en su celda, a causa de las heridas recibidas, el 2 de diciembre de 255. Fue enterrada en la misma tumba de San Isidoro. El guardia que había contemplado la visión en la cárcel quedó tan impresionado que se convirtió a la fe y, a su tiempo, también murió martirizado.


El emperador Constantino hizo levantar una iglesia sobre la tumba de los dos mártires – Isidoro y Mírope- y la embelleció con mármoles y mosaicos.


La Santa aparece representada con los atributos habituales de un mártir en la iconografía oriental -cruz, palma- y rodeada de escenas de su vida; aunque también con una botellita de miro en la mano, aludiendo a su nombre y principal ocupación.


Meldelen



Fuente: preguntasantoral

Adaptación propia