Domingo después de Navidad (o 26/12) - José el Desposado, David el Rey y Profeta y Santiago el Adelfoteo


El domingo que cae entre el 25 y el 31 de diciembre (o el día 26 de diciembre si el 25 cae en domingo), hacemos conmemoración de San José, el Desposado de la Virgen; David, el Profeta y Rey; y Santiago el Adelfoteo.


San José (cuyo nombre significa «el que aumenta») era hijo de Jacob y yerno (y, por tanto, como hijo) de Helí (también llamado Eliacín o Joaquín), padre de María la Virgen (Mt 1,16, Lc 3,23). Era de la tribu de Judá, de la familia de David, habitante de Nazaret y carpintero de oficio; de edad avanzada, y por voluntad divina, fue desposado con la Virgen para colaborar con el gran misterio de la dispensación divina en la carne cuidándola, proveyendo a sus necesidades y siendo contado como su marido para que esta no sufriera reproches cuando se descubriera que, siendo virgen, esperaba un hijo. Según algunas tradiciones, José estuvo casado antes de su desposorio con nuestra Señora; así pues, los llamados «hermanos y hermanas de Jesús» (Mt 13,55-56) serían los hijos de su primer matrimonio. Por las Escrituras sabemos que San José vivió al menos hasta el duodécimo cumpleaños de Cristo (Lc 2,41-52); según la tradición de los Padres, reposó antes del comienzo de la vida pública de Jesús.


El amado de Dios y ancestro de José, David, el gran Profeta después de Moisés, procedía de la tribu de Judá. Era hijo de Jesé y nació en Belén (que por eso se llama «la Ciudad de David») en el año 1085 antes de Cristo. Cuando era joven, por orden divina, fue ungido secretamente por el Profeta Samuel para que fuera el segundo rey de los israelitas, mientras Saúl (que había sido privado de la gracia de Dios) aún vivía. En el trigésimo año de su vida, cuando Saúl perdió la vida en la batalla, David fue elevado a la dignidad de rey, primero por su propia tribu y luego por todo el pueblo israelita, y reinó durante cuarenta años. Habiendo vivido setenta años, reposó en 1015 a.C., habiendo proclamado antes sucesor a su hijo Salomón.


La historia sagrada ha registrado, no solo la gracia del Espíritu que moró en David desde su juventud, sus hazañas heroicas en la guerra y su gran piedad hacia Dios, sino también sus transgresiones y fallos como hombre. Sin embargo, su arrepentimiento fue mayor que sus transgresiones, y su amor a Dios ferviente y ejemplar; tanto honró Dios a este hombre que, cuando su hijo Salomón pecó, el Señor le dijo que no entregaría el reino en manos ajenas mientras viviera «en atención a David, tu padre» (3 Re 12,12). De los Reyes de Israel, Jesús el hijo de Sira testifica: «Fuera de David, Ezequías y Josías, todos cometieron muchos pecados» (Eclo 49,4). David significa «amado».


El Salterio de David es la base de todos los oficios de la Iglesia y el medio por el que el antiguo Israel adoraba a Dios, y fue usado por los Apóstoles y por el mismo Señor Jesucristo. Está tan imbuido del espíritu de oración que los Padres monásticos de todas las edades lo han usado como entrenador y maestro para su vida interior de conversación con Dios. Además de retratar elocuentemente todos los estados y emociones del alma ante su Hacedor, el Salterio está lleno de profecías de la venida de Cristo: predice su Encarnación (Sal 17,9), su Bautismo en el Jordán (Sal 76,15), su Crucifixión con todos sus detalles (Sal 21,16;18, Sal 68,26), su descenso al Hades (Sal 15,10), su Resurrección (Sal 67,1), su Ascensión (Sal 46,5), etc.


En cuanto a Santiago el Adelfoteo, ver el 23 de octubre.


LECTURAS DE LA DIVINA LITURGIA


Gal 1,11-19: Hermanos, os hago saber que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor.


Mt 2,13-23: En aquel tiempo, cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo». Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven». Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española