Parece que era natural de la ciudad palermitana de Cucumio (Caccamo, Sicilia) y pertenecía a una de las muchísimas familias italo-grecas que habitaban la zona, y que se sintió atraído por la vida ascética de los monjes que vivían en sus alrededores por la predicación de san Calógero. Es diferente, pues, del santo homónimo, compañero y asceta piadoso de San Eutimio el Grande, que celebramos en septiembre.
Vivió en el monasterio de San Nicolás de Nemore (hoy San Nicoló del Bosco) y por su vida de santidad fue elegido abad de dicho monasterio, en el que vivió toda su vida. La mansedumbre de su carácter y su gran bondad fueron proverbiales, con el resultado de que su discurso era fácilmente aceptado por sus monjes y los fieles que se reunieron en su monasterio.
Reposó en paz en el año 800. La tradición afirma que fue sepultado en el mismo monasterio.
Su vida aparece reflejada en varios textos de la iglesia palermitana como en la “Vitae Sanctorum Sicolorum” de Ottavio Caietano. En los Menologios y Sinaxarios litúrgicos bizantinos su celebración litúrgica principalmente se recuerda el 4 de enero.
Los himnos de la Iglesia para el santo Teoctisto, obra del santo autor de himnos Teófanes, se centran en el estado del santo según Cristo, especialmente después de la partida del mundo y su confinamiento en su monasterio. Y esto significa que San Teófanes nos presenta claramente el proceso de deificación del santo asceta. Y primero enfatiza la motivación para alejarse de la confusión mundana. No fue una decepción ni una desesperación ante el apego apasionado al mundo, aunque existen tales casos de apostasía, sin haber sido condenados por los santos de la Iglesia. Su motivo fue el más elevado, noble y saludable en la vida espiritual de fe, es decir, su fuerte deseo por Cristo: le dio alas para escapar de la confusión que generalmente crea el mundo pecaminoso. A partir de ahí, herido por el amor de Cristo, trató de seguir sus pasos, atajando cualquier instigación pecaminosa que el diablo arcaico moviera dentro de él y aceptando en su corazón la energía del Espíritu Santo.
La caracterización del autor de los santos himnos respecto al doloroso y duro ejercicio de Teoctisto no es casual. El santo asceta levantó su cruz y siguió constantemente la cruz de Cristo, no con tristeza, no con estrés mental y tristezas, señales de que no hay verdadero amor por Cristo, sino con regocijo y gozo. Y este es precisamente el rasgo del amor sincero por Él: ejerzo violencia sobre mí mismo, "mato" - en el sentido de convertir - mis pasiones pecaminosas, para tener la presencia de Cristo viva en mi ser. Y esto se hace con alegría. Sólo al comienzo del esfuerzo ascético puede existir preocupación. Luego el gozo de la gracia de Dios endulza el alma y se convierte en gozo y consuelo tanto en el alma como en el cuerpo.
Esto lo vemos, según nuestro autor de himnos, en la vida de San Teoctisto. Su mente estaba despierta, porque se apresuró a ver en sí mismo la luz de Dios elevándose. Se había convertido, como señalan todos los textos ascéticos, en "todo ojos". En otras palabras, San Teoctisto luchó por mantener intacto lo que su nombre significaba: "Dios creó". Precisamente por eso, según San Teófanes, lo respetamos y lo honramos.
Fue inscrito en el Calendario Palermitano en 1737, por la Bula de Gregorio XIII del 30 de diciembre de 1573, que fue concedida a las iglesias de España y a las tierras sometidas al Rey Católico “para poder celebrar con oficio propio los santos descritos en el Calendario, y que fueran naturales de la diócesis o patronos de la Iglesia o de la diócesis y sus cuerpos o notables reliquias se veneraran en aquella Iglesia o Diócesis”.
Fuente: GOARCH / hagiopedia.blogspot.com / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Traducción del inglés y adaptación propias