Su vida
San Hilario nació entre los años 310-320 en Poitiers y según nos cuentan Venancio Fortunato, San Jerónimo y San Agustín, fue un aristócrata pagano muy culto y gran escritor que dominaba especialmente la gramática y la retórica que, ya adulto, se convirtió al cristianismo. El mismo San Hilario nos narra detalladamente cómo tuvo conocimiento de la fe cristiana; la razón le hizo comprender, que al ser el hombre un ser moral y libre, fue creado para ejercitar las virtudes y así merecer una recompensa después de la muerte. Por eso, se dedicó a reflexionar sobre la esencia de Dios y descubrió lo absurdo que era el paganismo, convenciéndose de que sólo existe un solo Dios, que es eterno, inmutable y todopoderoso, creador de todas las cosas. Se encargó de tener una profunda preparación bíblica y, antes de convertirse, se casó y tuvo una hija: Santa Abra. Su virtud y su saber hicieron que, poco después de su bautismo, fuese elegido por el pueblo como obispo de su ciudad natal alrededor del año 350. Hizo todo lo posible para evitarlo, pero no logró convencer a su pueblo y tuvo que aceptar su consagración como obispo.
En el concilio de Milán, celebrado en el año 355, el emperador Constancio II solicitó la condena de San Atanasio y los obispos que se negaron a hacerlo fueron desterrados, entre ellos San Hilario. Fue entonces cuando el Santo escribió su primer libro al emperador – del que hablaremos posteriormente – exhortándole a restablecer la paz en la Iglesia. El emperador envió a Julián el Apóstata, que era gobernador de las Galias, la orden de desterrar a Hilario y en el año 356 fue exilado a Frigia. Allí, durante cinco años, aprendió la lengua griega y tuvo la oportunidad de estudiar las doctrinas que, acerca de la Trinidad, agitaban el Oriente cristiano.
Como el emperador estaba metido de lleno en los asuntos internos de la Iglesia, reunió un concilio arriano en Seleucia de Isauria con la intención de neutralizar los decretos emanados del Concilio de Nicea. San Hilario, que ya llevaba tres años exiliado, fue invitado al concilio por los semiarrianos a fin de que con su autoridad, lograse convencer a los arrianos. Él defendió los decretos del Concilio de Nicea, pero no logró convencerlos, por lo que cansado, se fue a Constantinopla y allí, presentó al emperador una solicitud – el Segundo libro a Constancio del que también trataremos más adelante – pidiéndole una discusión pública con Saturnino de Arlés, quien estuvo implicado en su destierro. Temiendo el emperador y los arrianos de que esta discusión entre ambos pudiera persuadir a más de un obispo vacilante, decidió restituirle su sede en las Galias, quitándoselo de enmedio. En el año 359 volvió a su diócesis, aún más convencido de que tenía que combatir de raíz a la herejía arriana y para ello convocó sínodos provinciales y envió numerosas cartas circulares a los obispos de otras regiones.
En uno de estos concilios, el de París del año 361, reafirmando la fe emanada del Concilio de Nicea, condenó a los cabecillas del movimiento arriano: Ausencio, Ursacio, Valente y Saturnino de Arlés, a los que excomulgó y depuso de sus sedes por su contumaz defensa de la fe arriana, logrando asimismo restablecer la paz y la disciplina dentro de la Iglesia gala; por esto, recibió el apelativo de “libertador de las Galias”. Junto con San Eusebio de Vercelli combatió las tesis de Ausencio, quien, después de la muerte de San Dionisio de Milán, se había apoderado de la sede mediolanense. Una sublevación popular obligó a Ausencio a dictar y firmar una profesión de fe, cuyo ambiguo significado no se le escapó al obispo Hilario. El interdicto de Constancio obligándole a abandonar Milán le dio el motivo para escribir “Liber contra Auxentium”, al cual llama “ángel de Satanás, enemigo de Cristo, maldito destructor de almas, renegado, mentiroso y blasfemo”. Su nuevo retorno a Poitiers en el año 361 hará que se dedique a comentar los salmos y se convirtiera en tutor del entonces joven Martín de Tours. Murió a finales del año 367 o principios del 368, aunque no es posible precisar con exactitud esta fecha.
Su obra
San Hilario fue un gran teólogo, historiógrafo y exégeta bíblico. Su obra teológica “De Trinitate”, escrita en los últimos años de su exilio, denota su formación retórica y la influencia recibida de los Padres orientales. Esta obra está dividida en doce libros, como las “Institutiones oratoriae” de Quintiliano, del cual San Hilario fue un estudioso y asiduo lector, aunque no repite su esquema general. En la introducción de esta obra, enfatiza de manera muy particular, describiendo la belleza de la creación y la contemplación de los atributos divinos, reflejados en el mundo y exaltados por las Sagradas Escrituras. Su punto de partida es la fórmula sacramental del bautismo, comentada en los tres primeros libros, a la luz de las palabras de Cristo. En ellos, trata sobre la naturaleza de Dios, sobre la generación del Hijo y sobre la existencia del Espíritu Santo. Esta exposición que realiza de forma narrativa, lo introduce en el libro IV, en las herejías sobre la Trinidad, las cuales desmenuza y aclara y a partir de ahí, desarrolla la doctrina trinitaria, recurriendo al Antiguo Testamento para demostrar que el Hijo ya estaba presente en las manifestaciones divinas a los patriarcas y a los profetas.
Sigue describiendo esta relación divina entre el Padre y el Hijo en base a las palabras de Cristo que proclama su igualdad y unidad con el Padre: “El Padre está en mí y yo en el Padre” (Juan, 10, 38), y explica claramente el camino que siguen los herejes en sus tesis referentes a la naturaleza divina y a la Encarnación del Verbo y las refuta, las desmonta apoyándose en la unicidad de Dios.
A partir de ahí, hace una exposición de la fe católica, según la cual, la filiación divina está confirmada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Si el Verbo es el Hijo y Dios es el Padre, estas personas divinas tienen una única naturaleza, una naturaleza divina que es comunicada a los hombres mediante la unión de su voluntad con la voluntad de Dios y aunque no menciona específicamente el término “gratia”, si explica la acción de Dios sobre los hombres, la obtención de la “regeneración celestial”. A continuación trata sobre la humanidad de Cristo, cuyos atributos ilustra en el contexto de las palabras de las Escrituras: si el Verbo, en su encarnación en Cristo ha asumido la humanidad, por esto, nos comunica a todos su vida y así nos explica nuestra unión con Cristo resucitado. La eternidad de Dios y de Cristo – en cuanto que es el Verbo – es el objeto del último libro, que concluye haciendo una referencia a la consustancialidad del Espíritu Santo como tercera persona divina. Ésta es la obra más original de San Hilario y es su defensa más documentada, de la fe nicena contra los arrianos.
Como exégeta bíblico, San Hilario de Poitiers merece toda nuestra atención. Para él, el exégeta que quiere llegar hasta el fondo en su análisis, debe referirse siempre a toda la economía de la salvación. Su “Commentarium in Matthaeum”, que escribe en el año 356, antes del exilio, es la obra exegética más antigua escrita en latín sobre este evangelio. Esta obra la escribe en treinta y tres capítulos, dándole a este número un valor simbólico. Probablemente procede de una serie de homilías revisadas y corregidas antes de su publicación. Su objetivo: evidenciar el significado espiritual de este evangelio.
Otra importante obra exegética es el “Tractatus Mysteriorum”, que comenta las profecías que, en el Antiguo Testamento, anticipan la venida de Cristo; para San Hilario, todas las Escrituras hablan del misterio de Cristo, sucediendo los hechos bíblicos por dispensación de Dios, para prefigurar y simbolizar la realidad futura de la Encarnación del Verbo. Fue escrita entre los años 360-367 y lo hace en dos libros. Para él, el Antiguo Testamento es un “sacramentum futuri” que prefigura a Cristo y a su Iglesia. En el primero de estos dos libros trata de las figuras de Abrahán, Caín, Abel, Lamech, Noé, Isaac, Jacob y Moisés, mientras que en el segundo trata de Oseas y de Josué, afirmando que simplemente “el recuerdo de estos hechos o entendiendo el papel de estos personajes”nos tiene que quedar claro que se está prefigurando la venida de un futuro Mesías.
En su obra “Tractatus super Psalmos” (compuesta entre el 364-367 y también de carácter exegético), comenta una serie de salmos reagrupándolos en tres grupos según un simbolismo numérico, o sea, no por orden histórico, sino teniendo en cuenta el contenido del salmo y el lugar que ocupa en el conjunto de la colección de los 150. Esta es una obra que lo acerca a la metodología de Orígenes. En ella concibe una tripartición del conjunto de los salmos reflejando las distintas etapas de la economía de la salvación, considerando a los salmos como una guía en el sendero de la comprensión en cuanto ofrecen un indicio de la doctrina que cada uno de ellos contiene.
El primer grupo está constituido por los salmos que contienen en su encabezamiento la fórmula “in finem” (1, 2, 9, 13, 14, 51-69); el segundo grupo lo componen los “cantica graduum” (salmos graduales), o sea, del 119 al 133 y el tercer grupo son los llamados salmos de “Hallel”, que son los que inician su inscripción en hebreo con la palabra Aleluya (haleluyah, הַלְּלוּיָהּ) (salmos 135 y 135 y del 145-149). La exégesis que hace es alegórica con los valores literarios del texto, habiendo influido en él la escuela antioquena y como desconocía el hebreo, utiliza el texto griego de los “Setenta”. Concibe el Psalterio como una gran ciudad con diversos edificios, a los cuales hay que acceder con sus respectivas claves. Para él, todo salmo tiene una clave, ya sea la persona que lo escribe o la persona de la que se habla en el mismo. Probablemente pensaba comentar todos los salmos, pero de hecho, no llegó a hacerlo.
Sus obras históricas, también se resienten de esta polémica antiarriana. De la “Adversus Valentem et Ursacium”sólo tenemos algunos fragmentos, luego no es una obra que se pueda estudiar en profundidad. A este grupo de obras pertenece también “Ad Constantium liber primus”, que es una colección de actas sinodales dirigidas al emperador Constancio II y del que también hemos dicho algo anteriormente.
En conexión con el sínodo de Seleucia del año 359 está la obra “Ad Constantium Augustum liber secundus”, en la que exhorta al emperador a sofocar algunas revueltas religiosas y le solicita una confrontación personal con Saturnino de Arlés, para defenderse de sus acusaciones. También le solicita la revisión de su causa a fin de que le exonere del exilio permitiéndole volver a su diócesis y pide su venia para exponer el contenido de las tesis nicenas ante los obispos del Concilio de Constantinopla.
También está la obra “Contra Constantium imperatorem”, en la que presenta al monarca como perseguidor de los justos y como instigador de perfidias con la intención de engañar a quienes actúan de buena fe. Aunque él era un hombre suave y dulce, utiliza un tono fuertemente polémico, con una visión histórica muy certera, aportando datos de primera mano y poniendo de relieve todo el daño que le acarreó a la Iglesia en cuestiones de fe, tanto las intervenciones del emperador al inmiscuirse en las disputas teológicas, así como la de algunos obispos arrianos. Otro documento de esta polémica antiarriana es la obra “Contra Auxentium Mediolanensem”, que fue compuesta entre los años 364-365.
En esta polémica contra los arrianos compuso asimismo tres himnos, que nos han llegado hasta nuestros días, aunque en parte, mutilados. Estos himnos lo convierten en el primero que utiliza en Occidente esta forma poética, incluso antes que San Ambrosio. Con esto, introduce en Occidente una nueva forma de escribir inspirada en los clásicos griegos y latinos. Estos tres himnos son los siguientes:
– “Ante saecula qui manens” : Es un himno abecedario compuesto por veintitrés estrofas. En este himno trata sobre el misterio trinitario, las dos naturalezas de Cristo y sus relaciones con el Padre.
– “Fefellit saevam”, que canta el triunfo de Cristo, describiendo el duelo entre la muerte y la vida (Cristo), apareciendo, como consecuencia de esta victoria, un clima de esperanza y de gloria que anuncia la certeza de la resurrección. Cristo vence a la muerte y de eso se benefician los hombres.
– “Adae cernis gloriam”. El texto de este himno está muy mutilado. En él se celebra el triunfo de Cristo sobre el demonio, el cual, confuso entre los pecadores penitentes, oye la proclamación de la filiación divina de Cristo en el momento de su Bautismo por parte de Juan (mencionado en los cuatro evangelios) y, reconociendo en Él al Salvador del género humano, inventa una serie de artimañas para tentarlo y vencerlo (Mateo, 4, 1-11).
El “De synodis seu de fide Orientalium” es una obra escrita en Frigia entre los años 358-359. Está escrita en un tono conciliador y puede ser considerada como una carta doble, dirigida tanto a los orientales como a los occidentales, exhortándolos a respetar la fe de los Santos Padres. Él, que es occidental, comprende la compleja realidad política y religiosa de Oriente y logra poner en evidencia la diferencia existente entre lo antiniceno y lo específicamente filoarriano. En esta obra intenta unir a los antiarrianos, buscando eliminar los obstáculos terminológicos que provocaron tantas incomprensiones y sospechas entre ambos bandos. Compara los términos “homoousios” (ομοούσιος) y “homoiousios” (ομοιούσιος), entendiendo el concepto de “semejante según la sustancia” como equivalente a “igual según la sustancia”, por lo que no estaba justificada una separación que se apoyara exclusivamente en la distinción entre ambos términos.
Muchas obras de San Hilario se han perdido y no quiero yo incidir más en este tema a fin de no hacer excesivamente engorrosa la lectura del artículo. Sin embargo, hay que decir que es el “San Atanasio de Occidente”, es el creador del lenguaje teológico en Occidente, aunque la lectura de sus obras no siempre es fácil, ya que está llena de conceptos y de imágenes. Sus esquemas tienen la densidad expresiva de la Biblia, no buscando la eficacia inmediata. Su prosa revela el sufrimiento de un alma atacada por las miserias humanas, en su íntimo coloquio con Dios. San Jerónimo llegó a decir de él: “gallicano coturno adtollitur et cum graeciae floribus adornatur” (de las Galias, pero adornado con las flores de Grecia).
Veneración y culto
En cuerpo de San Hilario de Poitiers fue sepultado en la basílica-cementerio de los Santos Juan y Pablo (hoy llamada San Hilario el Grande), en una tumba preparada ex profeso entre las de su esposa y la de su hija. No está del todo clara la suerte que corrieron sus reliquias, ya que según algunos documentos existentes en los archivos de la misma basílica, permanecieron en el sepulcro primitivo hasta el 25 de mayo del año 1562, cuando fueron quemadas por los protestantes.
Pero existen otras dos iglesias que pretender poseer su cuerpo: la de San Dionisio, cercana a París, adonde habría sido trasladado en el siglo VI por el rey Dogoberto después del incendio de Poitiers; y la de San Jorge, en Le Puy, donde habrían sido trasladadas en el siglo X a fin de evitar que fueran robadas por los normandos. Mientras que las pretensiones de San Dionisio parece que tienen muy poco fundamento, las de San Jorge parecen más consistentes. Tenemos el hecho de que esta última iglesia restituyó las reliquias a Poitiers en el siglo XI, cuando fue reconstruida la basílica del Santo.
San Hilario fue muy venerado desde la antigüedad.
Antonio Barrero
Fuente: Preguntasantoral
Adaptación propia