25/01 - Gregorio el Teólogo, Arzobispo de Constantinopla


Infancia


Nuestro Santo vino a este mundo en una fecha no bien determinada, entre los años 330 y 339, su tierra natal fue Arianzo, al noroeste de Capadocia, aunque hay quien se decanta por la ciudad vecina de Nacianzo. Es la suya una familia de Santos: su padre, conocido como San Gregorio Nacianceno “El Antiguo”, su madre, Santa Nona y sus hermanos: Santa Gorgonia y San Cesáreo, de los que nuestro santo es el hermano intermedio.


San Gregorio Nacianceno “El Antiguo”, perteneció a una secta llamada de los hipsitarios (adoradores del Altísimo) con ideas medio judías y medio paganas. Por influencia de su esposa Nona, que provenía de una familia cristiana, se convirtió a esta fe cuando contaba cerca de cuarenta años, fue un hombre recto que ganó la estima de todos y tal aprecio causó que los obispos de Capadocia lo nombraran obispo de Nacianzo siguiendo el parecer de los fieles.


Santa Nona, la madre, era una mujer de fe viva, a toda prueba, de una piedad genuina; fue educadora muy capaz, ya que logró forjar a sus hijos como personas de bien. Por su influencia, San Gregorio comenzó desde muy joven a sentir la vocación por la vida consagrada, atraído a la contemplación de Dios y a renunciar al matrimonio para dedicarse de lleno al Señor. También por ella recibió la mejor cultura de su tiempo, la griega, la profana, para alcanzar un nivel a la altura de los mejores que no eran cristianos.


Juventud


Terminados los estudios en su tierra natal, los continuó en Cesarea de Capadocia y allí conoció al que sería su mejor amigo, San Basilio Magno, con quien continuó estudiando en Cesarea de Palestina, Alejandría y finalmente en Atenas. En Alejandría, además de las artes liberales y la educación general, estudió con entusiasmo la obra teológica de Orígenes y tuvo también un acercamiento con San Atanasio. Allí culminó su estudio de la exégesis alegórica de la Biblia y conoció el monacato como lo propuso San Antonio Abad. Consolidada su amistad con San Basilio Magno, del que nunca se desprenderá, ambos tendrán como condiscípulo hacia el año 355 al futuro emperador Juliano el Apóstata, aunque será únicamente San Gregorio quien tenga dificultades ideológicas con él.


Basilio y Gregorio: dos amigos, un solo corazón


Fue en Atenas donde Gregorio conoció perfectamente la cultura helénica, allí apuntaló su formación literaria. Tuvo por maestros a Himeneo, pagano, y a Proheréseo, cristiano, cuyas clases frecuentó con Basilio en Constantinopla. Fue profunda, ejemplar y célebre la amistad que se forjó entre ambos y pronto se hizo referencia obligada; la amistad de Basilio marcó a Gregorio e influyó decididamente en su crecimiento personal.


En su disertación 43, en alabanza de su amigo, Gregorio expresa sus sentimientos: “Por entonces, no solo admiraba yo a mi grande y querido amigo Basilio por la seriedad de sus costumbres y por la madurez y prudencia de sus palabras, sino que inducía yo mismo a los que no lo conocían a que le tuvieran la misma admiración. Éste fue el principio de nuestra amistad, de este modo se estableció un mutuo afecto entre nosotros… Nos hicimos mutuas confesiones acerca de nuestro común deseo de estudiar la filosofía, ya para entonces se había acentuado nuestra estimación, vivíamos juntos como camaradas, estábamos en todo de acuerdo, teníamos idénticas aspiraciones y nos comunicábamos cada día nuestra común afición por el estudio, con lo que ésta se hacía cada día más ferviente y decidida. Teníamos ambos una idéntica aspiración a la cultura, cosa que es lo que se presta más a envidias, pero sin embargo, no existía entre ambos tal envidia, aunque sí el incentivo de la emulación. Nuestra competición consistía no en obtener cada uno para sí el primer puesto, sino en obtenerlo para el otro, pues cada uno consideraba la gloria de éste como propia. Idéntica era nuestra actividad y nuestra afición, aspirar la virtud, vivir con la esperanza de las cosas futuras… Con estos pensamientos dirigíamos nuestra vida y todas nuestras acciones, esforzándonos en seguir el camino de los mandamientos divinos y estimulándonos el uno al otro en la práctica de la virtud; y si no pareciese una arrogancia el decirlo, diría que éramos el uno para el otro la norma y la regla para discernir el bien del mal”.


Dice el libro del Eclesiástico: “Un amigo fiel es un refugio, el que lo halla, ha encontrado un tesoro. Nada hay que valga como un verdadero amigo ni hay balanza que pueda tazar su valor. El amigo fiel es un elixir de vida, los que temen al Señor lo encontrarán. El que teme al Señor, endereza su amistad, pues como es él, será su compañero”. (Ecl. 6, 14-17).


Hay en las historias del santoral muchos ejemplos de santos que vivieron el valor de la amistad con mucho respeto; sin embargo, a pesar de las dificultades como luego veremos, la amistad entre San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno traspasó el tiempo, hasta el punto de que con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II se unificó la memoria de ambos obispos en una sola fecha, tomando como criterio esta amistad, un caso verdaderamente insólito en la norma de la liturgia, pues cada santo tiene méritos propios y particulares para celebrarse por separado. Aún más, la Conferencia Episcopal de Sicilia solicitó hace unos años a la Santa Sede la autorización de separar la celebración de San Basilio Magno porque éste es el Patrono principal de un archimandrato local; la Santa Sede negó esta posibilidad, aludiendo que la memoria de ambos santos se había unificado precisamente por esa amistad inseparable. Actualmente ambos santos, amigos con raíces no solo temporales sino principalmente espirituales, nos dan ejemplo de cómo cultivar la amistad, siendo solidarios, unidos, fieles, cooperativos, hundiendo la causa de ese valor en el trato y amistad con Dios, para que se consolide la fraternidad y perdure para siempre.


Buscando una identidad


Nuestro santo fue un joven muy dedicado al estudio, de hecho, cuando San Basilio regresó a Capadocia, él continuó sus estudios para profundizarlos mejor por unos años, hasta que alcanzó los treinta años de edad. Luego, de regreso a su tierra, dio pruebas de ser competente en la retórica al mismo tiempo que manifestó dudas y vacilaciones vocacionales respecto a escoger la vida contemplativa y ascética; sin embargo, no cedió por seguir disfrutando del estudio, especialmente las Sagradas Escrituras. Es en este tiempo cuando recibió el Bautismo de manos de su padre.


Secundando una invitación de Basilio, se retiró con él a vivir una experiencia de soledad en Anisa, donde se ejercitó en la ascesis y a la vez colaboró con su amigo en la composición del libro de la “Filocalia”, a base de extractos de obras de Orígenes, que influyó luego en la elaboración de las primeras reglas monásticas, pero pronto enfermó de nostalgia y su sensibilidad ansiosa de acción y de ver a sus familiares le hicieron volver a Nacianzo. Aprovechando esa coyuntura, su padre le ordenó sacerdote sin importarle las protestas de su hijo que accedió finalmente por su timidez y frágil carácter; esto ocurrió a finales del 361 o principios del 362. Luego, una crisis provocada por la exigencia del orden recibido, le hizo huir de Nacianzo y escapó para refugiarse al lado de Basilio y buscar en él la paz, la serenidad y restañar la herida causada por esa arbitrariedad. Al poco tiempo de reflexionar y siguiendo los consejos de su camarada y sufriendo el remordimiento de haberle fallado a su padre, nuestro santo regresó a ejercer su ministerio junto a su progenitor hacia la Pascua del 362, incorporándose tímidamente por el escándalo causado en la comunidad. Por ello publicó una obra apologética titulada “Sobre la Fuga”, un verdadero tratado sobre el sacerdocio.


Diez años transcurrieron mientras él ejerció eficazmente su ministerio sacerdotal al lado de su padre, quien iba disminuyendo su capacidad por la edad. Entre tanto, Juliano el Apóstata llevaba a cabo su plan de restaurar el paganismo, para lo cual se empeñó en destruir la enseñanza religiosa en las escuelas, con la severa prohibición de estudiar a los clásicos, cosa que Gregorio consideraba una calamidad para la Iglesia. Es entonces cuando escribe las “Invectivas contra Juliano”, dos tremendos discursos en los que de tirano no baja al emperador, condenándolo por su actuación. En ellos afirma que la cristiandad superará al gobierno pagano, que tiene una notoria imperfección como es el caso de Juliano, y ésto se logrará mediante el amor y la paciencia. A fines del año 362 Juliano decide perseguir a sus detractores, entre ellos nuestro santo, para para su fortuna este proyecto se para con la muerte del emperador en una campaña contra los persas al año siguiente. Por entonces Basilio fue ordenado sacerdote e igual que su amigo, contra su voluntad, a resultas de lo cual tuvo dificultades con su obispo Eusebio y para solucionar la confrontación entre ambos, tuvieron que intervenir los dos Gregorios: padre e hijo. El padre también intervino eficazmente en la elección de Basilio para suceder a Eusebio en la sede de Cesarea, porque la elección era muy reñida y la oposición fuerte. En esta década también moriría su hermano Cesáreo, al que compuso un discurso fúnebre muy sentido.


Obispo a la fuerza 


A Juliano el Apóstata le siguió en el trono el emperador Valente, que fue un protector de los arrianos. Éste, en el año 371 dividió a Capadocia en dos partes; las razones para hacer esto no fueron solo políticas, sino que también hubo causas religiosas, pues de esta manera dividió la fuerza ortodoxa pro nicena en esa provincia, muy pujante gracias a la labor pastoral de San Basilio Magno, cuya sede metropolitana era Cesarea. La capital de la zona seccionada fue Tiana, con Ántimo, de facción arriana como obispo titular. Para contrarrestar este movimiento y no perder sus derechos, San Basilio usó la estrategia de reforzar su provincia eclesiástica erigiendo varias diócesis nuevas, incluso fuera de las fronteras del imperio: así fundó la diócesis de Sasima, confiando a Gregorio la administración de la misma. La sede del mismo era una creación de buenas intenciones y despacho, pensada más bien como un contrapeso para Ántimo, pues el territorio diocesano era entramado, no había pueblo y el que había carecía de identidad, pues la mayoría de los habitantes eran extranjeros; de hecho, la propia Sásima no pasaba de ser una aldea. San Gregorio se referirá sobre su sede con estas palabras: “Un agujero espantoso, una mísera parada de postas de la carretera principal… sin agua, vegetación o la compañía de caballeros… ¡esto era mi Iglesia de Sásima!”. Así, y por políticas eclesiásticas, sin que nuevamente supiera decir no, por ministerio de Basilio, Gregorio Nacianceno alcanzó la plenitud sacerdotal poco antes de la Pascua del año 372.


En sus escritos manifiesta cómo nunca le pudo disculpar a su amigo esta faena que le adjudicó. Como era de suponer, Gregorio nunca tomó posesión de su sede, aunque estaba dispuesto a hacerlo y por esta situación se le adelantó Ántimo y por la fuerza impuso un aliado como pastor residencial. San Gregorio Nacianceno no consideró que valiera la pena luchar por su sede a pesar de la insistencia de San Basilio y nuevamente dio fuga a la situación. Le replicó a su amigo que no era su intención ser un títere al antojo de sus intereses. El episodio de Sásima marcó para mal su relación con San Basilio durante algún tiempo (372-373).


En una ocasión, Gregorio tuvo la ocasión de defender a su amigo en un banquete, donde se criticaba a Basilio por su exposición renuente expuesta en una homilía, en la que era reticente a afirmar la divinidad del Espíritu Santo; el Nacianceno explicaba que la postura de Basilio era por prudencia solamente. En una carta, la número 58, le escribe a su amigo el episodio, la cual no fue bien recibida y que fue contestada con una cortés y fría respuesta. Poco tiempo después y a instancias de su anciano padre, aceptó ser su auxiliar y se instaló en Nacianzo. En el año 374 murieron sus padres y por gestiones de los obispos circunvecinos, con San Basilio a la cabeza, aceptó administrar la sede naciancena provisionalmente hasta designarse un titular que fuera el sucesor de su difunto padre. Entonces, lo momentáneo resultó estable, hasta prolongarse más de lo soportable, por lo que huyó de nuevo para recalar en Seleucia de Isauria para dedicarse a la contemplación y la vida monástica tan deseada por él.


En el año 378 murió Valente y le sucedió en el trono Teodosio, de confesión ortodoxa, asociando en el trono de occidente a Graciano, ortodoxo como él, con lo que la situación religiosa del imperio daría un giro. El 1 de enero de ese mismo mes y año murió San Basilio Magno, consumido por su infatigable caridad pastoral, un golpe que le causaría una pena muy profunda. No pudo asistir al funeral por motivos de salud, en cambio, envió una sentida carta de condolencia para el hermano de San Basilio, San Gregorio de Nisa y al fallecido le compuso doce poemas en su memoria.


Constantinopla


La capital del Imperio de Oriente, Constantinopla, luego de cuarenta años y gracias al apoyo de Valente, había quedado en manos de los arrianos, que con habilidad lograron seducir a la población, hasta el punto de que los ortodoxos se redujeron a un pequeño número sin pastor. De aquí salió la iniciativa para que se invitara a Gregorio para que los dirigiera. Es probable que San Basilio en su lecho de muerte haya recordado las capacidades su de amigo y hiciera alguna recomendación como defensor de la Ortodoxia en Constantinopla. Éste se venció a sí mismo y a sus repugnancias y aceptó el cargo. Al proponer a Gregorio, la comunidad vio en él su prestigio, capaz de imponerse en un ambiente difícil, tanto en el medio político como religioso, por lo que se exigía para el cargo un hombre con gran cultura. Sus dotes de orador, exponiendo una doctrina segura y su fuerte compromiso cristiano parecieron presentar a la persona adecuada; afortunadamente en esta ocasión se dedicaría con ahínco a su compromiso. En la casa donde se reunía la comunidad se habilitó una pequeña capilla, conocida como la “Anástasis”; este lugar marcaría la resurrección de la comunidad cristiana fiel a la fe apostólica de Constantinopla.


En la noche de la Vigilia Pascual del año 379 tuvo que soportar un fuerte ataque en el que los fieles fueron apedreados y a él mismo se le intentó asesinar; no tomó mayor importancia del penoso incidente y olvidó todo con un sincero perdón. Sucedió en esos días que se infiltró en la comunidad un filósofo cínico convertido al cristianismo, un tal Máximo, que se presentó como defensor de la doctrina del Concilio de Nicea (325). Tuvo la habilidad de engañar a todos, incluyendo a Gregorio, quien ignorando su pasado, le dio su confianza total. Este hombre conocía la rivalidad que tenía el arzobispado de Alejandría con el arzobispado de Constantinopla y obtuvo que desde aquella sede se enviara un grupo de obispos que lo consagrara a él como obispo para cerrar el paso a Gregorio al arzobispado constantinopolitano. Afortunadamente su ambición precipitada le hizo fracasar y tuvo que buscar otros proyectos. Sin embargo, este suceso lastimó a Gregorio, que tuvo la tentación de huir, pero finalmente le contuvieron sus fieles. Como resultado, él quedo avergonzado y expuesto a las críticas como un ingenuo provinciano incapaz de sobrellevar las políticas y las intrigas de la capital del imperio.


Apostólica y ardua fue la labor que San Gregorio Nacianceno realizó para devolver la fe ortodoxa a Constantinopla; enorme repercusión tuvieron para ello cinco discursos teológicos pronunciados en el verano del año 380, exponiendo con claridad y hondura para instrucción de los creyentes y refutación de los herejes, la doctrina limpia sobre la Santísima Trinidad y la divinidad del Verbo. Su grey quedó afianzada y los grupos heterodoxos como los arrianos, eunomianos, macedonianos y apolinaristas quedaron confundidos. Por medio de estos cinco discursos, San Gregorio Nacianceno llegó a la cima de su pensamiento teológico, mereciendo por esto el sobrenombre de “El Teólogo”. Tal fue su prestigio, que San Jerónimo, que vivía por entonces en Antioquía de Siria, fue a visitarlo para conocerlo. Según su propio testimonio, lo eligió como guía y orientador.


El 24 de noviembre Teodosio entró en Constantinopla, obligando enseguida a los arrianos a devolver a los ortodoxos todas las iglesias, desterró al obispo arriano Demófilo y entronizó solemnemente a Gregorio en la Basílica de los Santos Apóstoles, esperando que su iniciativa fuera aceptada por las autoridades competentes.


El Concilio Ecuménico de Constantinopla


La finalidad del Concilio de Constantinopla se dio en un momento en que las divisiones teológicas y las luchas que surgieron de las mismas tuvieron un espacio de serenidad y con una oportunidad propicia para la unificación religiosa del imperio, que era la voluntad de Teodosio. Este Concilio se convocó para afianzar la fe de Nicea, para hacerla respetar y para establecerla como norma segura. En esta reunión participaron 150 padres conciliares, la mayor parte de ellos de la región oriental, especialmente integrada por el grupo de obispos de Antioquia, cuyo titular, San Melecio, fue investido como presidente del mismo, ya que era el decano del episcopado presente. Sin embargo, San Melecio era la cabeza de una facción semicismática, que tenía dividida a Antioquia, una circunstancia que no era bien vista en Roma por el Papa San Dámaso I, San Ambrosio de Milán y en general, por muchos obispos occidentales y no pocos orientales.


El primer punto a tratar fue la asignación de una cabeza al frente de la Iglesia de Constantinopla, por lo que se reafirmó la nulidad de la elección de Máximo y se rectificó como titular a San Gregorio Nacianceno. En este punto se tuvo que examinar cómo el Canon 15 del Concilio de Nicea ordenaba la no transferencia de una sede a otra. Para superar esa dificultad del pasado de Gregorio, San Melecio advirtió que esa norma prácticamente no estaba vigente y que se había escrito para frenar la ambición de poder, que obviamente no era el caso del Nacianceno; además, los traslados se hacían conforme fueran pastoralmente necesarios, como en la presente circunstancia y el mismo Melecio era un ejemplo vivo de ello, pues primero fue obispo de Sebaste y luego de Antioquia. Para remachar y no causar más dificultades a Gregorio, se aclaró también que nunca había tomado posesión de Sásima.


Otro punto que se vio en el Concilio, fue la intención de unir al grupo macedoniano con la ortodoxia. Este grupo aceptaba la divinidad de Cristo pero no la del Espíritu Santo, que era un punto de quiebre respecto a Nicea. Las negociaciones que se hicieron para llegar a un punto de acuerdo no prosperaron, tal vez porque en ambas partes se trataba de actuar con diplomacia y sutileza para no hundir el proyecto conciliar. En este punto San Gregorio Nacianceno se mantuvo inflexible, exponiendo la necesidad de una afirmación tácita de la divinidad de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, más la buena disposición de ambos bandos con sus puntos de partida estaban muy distantes uno del otro y finalmente los macedonianos abandonaron el Concilio y la ciudad. Acabado este paréntesis, el trabajo continuó con el programa establecido.


Se determinó también que estaba prohibido a los obispos de una diócesis mezclarse en los asuntos de otra. En este punto se estructuró la administración eclesiástica con el uso de las diócesis civiles, demarcaciones políticas con zonas geográficas para una iglesia local. Por encima de un grupo de diócesis se ponía la figura de un metropolitano, que ocupaba la sede en la capital de una provincia del imperio. Esta fue una de las aportaciones más originales de este concilio.


Un punto álgido fue la asignación del primado de honor a Constantinopla entre las Iglesias Orientales, pues era la sede del poder temporal y conforme a la tradición oriental, la importancia de una sede iba a la par de la importancia política. En el fondo fue una jugada antialejandrina, pues esta sede pretendía la supremacía en Oriente, al haber actuado algún tiempo como sede vicaria de Roma, política que también tenía aires antipáticos hacia Roma.


Así sucedía todo esto con la efervescencia propia de estos tipo de eventos en Oriente, cuando de repente San Melecio murió, quedando vacía la presidencia del Concilio y dejándolo paralizado. Luego de sus funerales, la presidencia y dirigencia del mismo recayó en San Gregorio Nacianceno, que tuvo como primer punto a tratar el espinoso asunto de la sucesión de un pastor para Antioquia, con la finalidad de acabar con el escándalo del cisma que tenía dividida a esa sede; entonces, propuso como candidato al obispo contrario, rechazado entonces como cismático también y que no estaba presente: Paulino de Antioquia.


Esta sede tenía dos bandos confrontados: neonicenos, con San Melecio a la cabeza y Paulino, que dirigía a los veteronicenos. Gregorio pensaba de esta manera que la división que venía desde hacía décadas terminaría con esta propuesta, logrando la pacificación, incluso con los observadores occidentales, que reconocieron a Paulino como legítimo, pero esta propuesta de paz se estrelló contra un muro de intransigencia, tan profundo como largo era el tiempo de la duración del conflicto, hasta el punto de que por ello, los obispos occidentales veían con buenos ojos a los veteronicenos. Además este grupo no olvidaba la intransigencia de San Dámaso I que había pretendido imponerse a San Basilio Magno y al propio San Melecio de Antioquia. Esta animadversión occidental hizo fracasar la propuesta que cicatrizaría la herida y hasta los amigos más cercanos a Gregorio se alejaron de él, pues no podían olvidar lo que San Dámaso hizo batallar a San Basilio. Entonces, los favorables al Concilio se agruparon en torno a Flaviano, el presbítero que más había colaborado con Melecio de Antioquia y Gregorio, enfadado por el resultado, se ausentó de la asamblea aduciendo como excusa su frágil estado de salud. Este comportamiento tan desatinado, le arrebató la simpatía de muchos obispos que lo habían aprobado como obispo de Constantinopla.


La renuncia a la sede de Constantinopla


Sin embargo, lo peor estaba por suceder, pues llegó ya adelantado el curso del Concilio. Un grupo de obispos llegaron procedentes de Egipto y de Macedonia, sobresaliendo de entre ellos Timoteo de Alejandría, Doroteo de Oxirrinco y Acolio de Tesalónica, aunque que no está claro cuantos y quienes más pudieron ser los demás integrantes de este grupo, solo es seguro hacer referencia a éstos. Su llegada también es motivo de investigaciones, pues no queda claro cómo es que llegaron en ese momento; se piensa que fueron invitados por el propio Teodosio tras las tensiones surgidas. Si así fue, tal vez ocurrió no como una compensación al grupo inferior de los melecianos, sino para hacer más representativa la participación en la reunión y lograr así una restauración más sólida de la enseñanza nicena. A fin de cuentas, fuera como hubiere sido, llegaron protestando por no haber sido convocados desde el principio y se integraron provocando una revancha, revisando y poniendo en discusión las decisiones ya tomadas por el Concilio. No prestaron atención al episodio de Máximo, sino a los puntos vistos posteriormente.


Las quejas se estrellaron sobre la compacta unidad de los melecianos por lo que pasaron al punto de la ratificación de Gregorio como obispo de Constantinopla. Fue Acolio de Tesalónica quien objetó esta circunstancia contraria al canon 15 de Nicea, obedeciendo de esta manera las indicaciones de San Dámaso hechas un año antes. Su intervención fue secundada por los obispos egipcios y no hubiera tenido éxito de no ser porque la relación entre San Gregorio y los melecianos había entrado en crisis. Además, el Santo cometió un error fatal: sus nervios – de constitución frágil y duramente probados en los días precedentes -, se resintieron al haber sido atacado por parte de quienes esperaba apoyo al favorecer a Paulino; entonces, manifestó su deseo de desistir a la dignidad de la que se le acusaba de haberse apropiado irregularmente. En una personalidad compleja y contradictoria como la suya, no es posible excluir que su sinceridad fuera acompañada por otra causa secreta: la de que su aspiración fuera reforzada al ser rechazada y confirmada solemnemente pues así lo parecen explicar sus amargas expresiones: “¡Dejadme ser como el Profeta Jonás! Fui el responsable de la tormenta, pero me sacrificaré por la salvación de la nave. Cogedme y echadme… No fui feliz cuando me ascendieron al trono, y con alegría descenderé del él”.


Nadie le había pedido que renunciara a su dignidad y pretendiendo de manera emotiva presentar su dimisión, esperando que le fuera denegada, su actuación fue contraproducente pues la renuncia le fue aceptada, circunstancia que le cayó de sorpresa. Las cosas no se revirtieron para San Gregorio, pues cuando el santo obispo se presentó ante Teodosio para comunicarle su renuncia, éste, a pesar de admirar su elocuencia, de su conducta irreprochable y de sus santas dotes doctrinales, debió convencerse de que Gregorio no era el hombre más apto para dirigir una Iglesia tan delicada como era la de la capital del Imperio y de llevar a buen término la conclusión del Concilio como presidente. Así pues, el Nacianceno se despidió de su sede y del Concilio de manera digna y solemne – aunque sin esconder su amargura -, en la Iglesia de los Santos Apóstoles, en presencia de la Corte y de los Padres Conciliares. Ni siquiera se esperó a la conclusión del Concilio, regresó a Capadocia para reponer su quebrantada salud y recuperar la calma interior luego de estos penosos avatares, retomando la administración de la diócesis de Nacianzo, hasta que años después hizo elegir a su amigo Eulalio para ese cargo. Posteriormente se retiró definitivamente a Arianzo.


Personalidad


Al equilibrio y vivacidad de Basilio, se oponen el idealismo e inconstancia de Gregorio, quien se había apoyado en su amigo como guía seguro. Gregorio fue dueño de una gran inteligencia que lo impulsó como eximio teólogo, un modelo para las generaciones posteriores, aunque también en este campo hay que admitir una inestabilidad de carácter que le impidió una aplicación sistemática y constante. Él fue un literato, un retor, un poeta que experimentaba el placer de encontrarse en el centro de la atención y de las miradas de todos. También tuvo un alma delicada y sensible, a la que cautivaron más las cuestiones espirituales, con una vocación siempre tendiendo a la oración y al recogimiento; las necesidades del momento lo hicieron actuar como se requería, aunque experimentó miedos, dudas, inseguridades y fracasos. Como era muy expresivo, cualquier circunstancia le hacía escribir y por eso su prosa es tan extensa. Hecho más para la contemplación que para la acción, vio claro cuál era su deber y supo sobreponerse y renunciar a su amada soledad.


Maestro de la fe


En el recogimiento de su soledad, pudo dedicarse a una ingente obra por escrito, saliendo de su pluma mucha correspondencia, en la que sabe orientar hacia Dios a sus corresponsales, a quienes se entrega con ternura y delicadeza. Por la fe ortodoxa demuestra que la cultura cristiana no es inferior a la pagana: de la primera hace una fina presentación literaria frente a la vieja propaganda de los herejes, que usaban la poesía para contaminar con sus errores al pueblo, la misma que ahora era usada por él como medio pedagógico para demostrar que entre los cristianos también había poetas, lo que negaban los paganos. Sin ser un poeta de gran relieve, supo manejar el poema didáctico, el himno, la elegía y el epigrama. Se conservan cerca de cuatrocientas poesías suyas, en las que se mueve con facilidad y con dominio del estilo griego. En toda esta parte de su obra, incluso cuando se reduce a una prosa versificada, se entrevé su ternura de espíritu y su sensibilidad casi enfermiza y plenamente enamorada de Dios, entregada a su servicio. El más largo de sus poemas es el que trata sobre su propia vida, que alcanza los 1949 versos.


Rufino de Aquilea refiere de su enseñanza lo siguiente: “Prueba manifiesta de error en la fe, es no estar de acuerdo con la fe de Gregorio”. De este Santo hay que reconocer su plena ortodoxia que da respaldo moral a su doctrina como una regla de la verdadera fe, motivo por el que varios concilios lo citan en muchas ocasiones. San Gregorio Nacianceno influyó significativamente en a teología trinitaria, es recordado como el “Teólogo Trinitario”, él explica el hecho trinitario, hace la distinción de las Tres Divinas Personas o hipóstasis en la Santísima Trinidad; es el primero en precisar las propiedades distintivas de las Tres Divinas Personas con las respectivas características de su naturaleza y persona; sus relaciones internas son expuestas así: “ingénitus-genitus-procedens”: “El Padre no tiene su ser de ningún otro, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo es procedente del Padre”. Suyas son estas palabras también: “El Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu, viniendo en verdad del Padre pero no de la misma manera que el Hijo, pues no es por generación, sino por procesión, puesto que debo acuñar un apalabra en beneficio de la claridad”. Aunque no desarrolla el concepto plenamente, su idea quedará como semilla que germinará y dará fruto en la teología sobre el Espíritu Santo que habrá después. Conviene recordar que San Gregorio Nacianceno expresa, afirma y defiende la divinidad del Espíritu Santo, quien es el que nos santifica cuando estamos unidos a Cristo, en una “deificacion que consiste en acceder por el Hijo y el Espíritu Santo, al Padre, fuente misma de la divinidad”.


En cuanto a la Redención es suya la sentencia cristológica antiapolinarista que dice: “no es sanado lo que no es asumido”, pues esa secta negaba que Cristo tuviera alma. También enseña que Cristo tiene dos naturalezas: humana y divina, que Él posee un cuerpo humano con su respectiva alma, no habiendo por esto dos Hijos ni dos Dioses. Ambos elementos constituyen al Salvador, pero el Salvador no es uno y lo otro.


Sobre el Bautismo enseña que es necesario bautizar a los niños, particularmente si están en peligro de muerte; el martirio puede, por asimilación, suplir este sacramento. Respecto a la Eucaristía afirma la real presencia de Jesucristo en ella, por la que el Señor se hace presente entre nosotros y actualiza su inmolación en el Calvario.


Con la escatología, enseña sobre las postrimerías del alma y que la respuesta del hombre ante el hecho la muerte debe ser física y ascética. Con ella, él puede ser admitido a la visión de Dios, luego, los cuerpos de los difuntos podrán participar de ella hasta después de la resurrección. Como la muerte lleva aparejada la corrupción, se debe buscar la incorrupción, por eso la muerte ascética es un medio para lograrlo y la garantía de ello es la humanidad de Cristo resucitado. Respecto de los réprobos, dice que las penas que éstos sufren en el infierno, son más de orden moral que físicas.


La profundidad de su magisterio bien le ha merecido el sobrenombre de “El Téologo” por antonomasia. Su pneumatología y cristología fueron decisivas para el posterior desarrollo teológico y dogmático. Su experiencia personal hace binomio con la enseñanza de la Iglesia, profundizando el conocimiento de Dios en provecho suyo y en bien de quienes se siente responsable. Su influjo fue decisivo en el pensamiento oriental, hay rastros de su enseñanza en la Regla Monástica de San Basilio y en los escritos de Evagrio Póntico, el Pseudo Dionisio, Diódoro de Fótica, San Máximo el Confesor, San Doroteo de Gaza, Rufino de Aquilea, San Gregorio I el Magno y San Jerónimo, quien da una referencia suya: “Grandísimo orador fue mi maestro, y escuchándolo interpretar la Escrituras, conseguí interpretarlas”.


Su obra se pueden clasificar en discursos, que son 43 y no 44 como se creía, pues uno que se consideraba suyo se rechazó por espurio. Se pueden mencionar entre ellos el ya referido Sobre la Fuga, Invectivas contra Juliano, y Los Discursos Teológicos sobre la Trinidad. Se conservan como 244 cartas, dedicados San Basilio, sus familiares y amigos. Su composición poética se divide en Carmina dogmática (38 poemas), Carmina Moralia (40 poemas), sobre su vida (99 poemas), amigos (8 poemas) epitafios (129 poemas) y Epigrammata (94 poemas). Existe un poema sobre la Pasión de Cristo que muchos consideran apócrifo, pero autores como Francisco Trisoglio o André Tuilie sostienen que sí es obra suya.


Muerte y culto


Es probable que San Gregorio Nacianceno muriese en Arianzo en el año 390, en una fecha indeterminada, aunque algunos consideran que fue el 9 de mayo, día en que se venía celebrando en la Iglesia Latina hasta la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Otra línea propone como el día de su muerte el 25 de enero. Los sinaxarios lo celebran junto con este mismo santo y con San Juan Crisóstomo en la fiesta de los Tres Jerarcas, el 30 de enero y a él sólo el día 25 del mismo mes.


Las reliquias


Tiempo después de su muerte, sus restos fueron llevados de Capadocia a Constantinopla y luego a Roma. Éste último traslado está vinculado al Monasterio de monjas benedictinas en el Campo Marte, a donde las habrían llevado algunas monjas bizantinas de Santa Anastasia en Constantinopla para evitar su profanación en tiempos de las persecuciones iconoclastas de los emperadores León III y Constantino V “Coprónimo”, en el siglo VIII. Fueron colocadas en la Iglesia de Santa María en el Campo Marte, muy probablemente en tiempos del Papa San León III (795-816), siendo veneradas en un oratorio cercano denominado “San Gregorio” en su honor; aquí recibieron culto durante la Edad Media.


El Papa Gregorio XIII (1572-1585), cuando vio que se había concluido la primera capilla de la nueva Basílica de San Pedro en el Vaticano y que se podía abrir al culto público, la inauguró el 12 de febrero de 1578, un I Domingo de Cuaresma. En el altar colocó la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y queriendo enriquecer y honrar el mayor templo de la cristiandad con reliquias de santos insignes, solicitó a las monjas de Santa María en el Campo Marte la autorización de trasladar los valiosos restos de San Gregorio Nacianceno, a quien él tenía profunda admiración y devoción, a la nueva Basílica de San Pedro. Aceptada la petición, quedó en el convento la reliquia de un hueso de su brazo para su veneración en el mencionado oratorio. Este traslado se hizo el 11 de junio de 1580 con una memorable ceremonia. Así, San Gregorio Nacianceno fue el primer santo que se colocó y que se veneró junto al Apóstol San Pedro en este iglesia, siendo guardadas sus reliquias dentro de una urna de bronce en un altar de la Capilla Gregoriana.


El 10 de agosto de 2004, por voluntad del Papa de Roma San Juan Pablo II y a petición del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Su Omnisantidad Bartolomé I, se retiró del arca una gran parte de las reliquias de nuestro Santo para ser llevadas a la Catedral de San Jorge en el Fanar (Constantinopla). En una celebración ecuménica presidida por el referido Pontífice y en compañía del mismo Patriarca, el 27 de noviembre del mismo año se hizo la formal entrega de estas preciosas reliquias junto con las de San Juan Crisóstomo.


Humberto



Fuente: preguntasantoral

Adaptación propia



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