Nació en Melitene, ciudad de Armenia, hacia principios del siglo IV. Su familia era de las más nobles del país y, según el “Flos Sanctorum” era bueno, “amigo de dar gusto a todos, y de una inclinacion tan naturalmente propensa a todo lo bueno, que parecía en él innata la virtud”. Eran los duros tiempos de la expansión de los herejes arrianos, que apoyados por el emperador Constancio, lograban atraer a su causa hasta a obispos, habiendo sedes oficialmente arrianas. Ortodoxos y arrianos se enzarzaban en peleas que aprovechaban los príncipes para hacerse con bienes eclesiásticos, deponer o poner obispos, con el prejuicio de la sana fe ortodoxa. Melecio, que ya vimos era bueno y paciente desde niño, solía poner paz entre ambas facciones, poniendo siempre la caridad y la doctrina de Cristo sobre todo. Discutía y defendía la fe ortodoxa con caridad, por lo que hasta los arrianos le querían y los que no se dejaban convencer para abandonar su error, al menos consentían en escucharle y no hacer guerra contra los ortodoxos. Su reputación de rectitud y prudencia era más fuerte que la aprensión que sentían hacia él algunos ortodoxos que no veían con buenos ojos fuera amigos de algunos herejes.
Obispo disputado
Así, tan estimado, llegó el año 358, cuando fue elegido obispo de Sebaste tanto por ortodoxos como por arrianos, en base a su prudencia y justicia. Aunque en principio se negó, una vez que constató era voluntad de Dios, Melecio aceptó y luego de su consagración episcopal se lanzó a un ferviente apostolado para convertir a unos y reducir los ánimos violentos de unos y otros. Pero nada, los conflictos se enrarecieron, y más aún, porque ambos bandos intentaban atraerse para si al obispo. Fue tal la presión que Melecio huyó Boreia de Siria, para vivir allí desconocido de todos y retirado en soledad, pretendiendo dedicarse a la contemplación. En este sitio, que es la actual Alepo, muy pronto fue venerado por su santidad y justicia, por lo cual, según Sócrates en su historia eclesiástica, habría sido aclamado obispo. En 360, murió San Eustacio, Patriarca de Antioquía que había sido injustamente depuesto en 330, y había marchado al exilio. Luego de este, habían ocupado la sede obispos mediocres y la tensión no había aminorado en 30 años. En este tiempo, los eustacianos, es decir, ortodoxos partidarios de Eustacio, su legítimo obispo hacían la sede ingobernable, incluso a los obispos no arrianos.
Patriarca de Antioquía
En 361 los obispos reunidos en Antioquía se reunieron para elegir patriarca y tanto los ortodoxos como los arrianos comenzaron a maquinar para entronizar a un obispo que les fuera adepto. Unos y otros se fijaron en Melecio. Los ortodoxos porque sabían de su recta fe, y los arrianos porque sabían que los arrianos de Sebaste le habían apoyado para llegar a la sede, y por ello no desconfiaban del todo. Así que, dice el “Flos Sanctorum” que “conociéndole todos por un hombre muy elocuente; de un natural dulce, amigo de hacer bien, muy propio para conciliar los ánimos, y unir los corazones, irreprensible en sus costumbres, y generalmente estimado de todo el mundo, esperaron hallar en él un digno prelado”. Su indefinición teológica no pesó más que sus virtudes, su modestia, vida sencilla y afabilidad, y por ello le apreciaban los más eminentes prelados del momento como San Basilio Magno. Pero hay que decir que no faltan historiadores que apuntan que Melecio hizo concesiones y promesas en privado a todos, arrianos y ortodoxos, y a los ortodoxos eustacianos, de modo que todos pensaban que estaba de su parte. Como fuese, el emperador Constancio dio su visto bueno a la elección y Melecio tomó posesión de su sede. En un principio fue ambiguo, según parece, y su afán conciliador hizo recelar a los ortodoxos, como ya había pasado antes y lo que antes le habían pasado por alto, la indefinición, comenzó a pasarle factura. Constancio II, emperador arriano, le hizo comparecer ante él para que aclarase su fe y proclamase su preferencia teológica. Melecio evidenció que a pesar de su paciencia y caridad con los arrianos, no se había apartado de la fe ni un punto. San Basilio escribirá que “Melecio fue el primero en hablar con libertad a favor de la verdad y pelear la batalla en el reinado de Constante. Cuando Melecio finalizó su discurso los asistentes le pidieron que resumiera de su enseñanza. Él extendió tres dedos hacia la gente, luego cerró dos y dijo ‘Tres Personas se conciben en la mente pero es como si nos dirigiéramos a una sola’”. Gesto que aún vemos en la iconografía oriental como signo de proclamación de fe trinitaria.
Los herejes se enfadaron y le calumniaron, acusándole de sabelianismo, una herejía que erraba en la fe trinitaria. En 361 el emperador le depuso y desterró a Melitine. Esto supuso el enconamiento de los problemas entre ortodoxos y arrianos. Los primeros, además divididos entre eustacianos y melecianos. Los arrianos poseían las iglesias y los ortodoxos de un bando no querían ni oír hablar de los otros. Los melecianos incluso llegaron a venerar iconos de Melecio, aún en vida y desterrado. El santo obispo Eusebio de Samosata tenía en sus manos el Decreto de la designación de Melecio como Patriarca de Antioquía, y lo custodiaba como cosa sagrada. El emperador, a petición de los arrianos, envió un mensaje a Eusebio para que lo entregara. El obispo respondió: "No puedo entregar lo que públicamente se me entregó sin el consentimiento de todos los que me lo confiaron". Constancio insistió, amenazándole que, de no entregar la resolución del Sínodo, le cortarían la mano derecha. Eusebio respondió tranquilamente al oficial mensajero: "Córtame y llévaselas al emperador. No entregaré el documento". Constancio quedó impresionado y no insistió en el asunto.
Volviendo a Melecio: Ese mismo año 361 murió Constancio II y Melecio regresó a Antioquía, pero nada cambiaba, el cisma entre los ortodoxos continuaba, y los arrianos contentos de ello. Melecio y San Eusebio de Vercelli (2 de agosto) intentaron arreglarlo, pero nada podían. Y más se agravó cuando San Lucifer de Cagliari(20 de mayo) ordenó obispo a Paulino, el jefe de los eustacianos, que comenzó a llamarse Patriarca de Antioquía. Para colmo, el emperador Juliano consumó su apostasía y comenzó su persecución a la Iglesia. De los cristianos que padecieron estaban los mártires Santos Bonoso y Maximiano, a quien Melecio acompañó hasta el lugar del martirio.
Enemistad con San Atanasio
En 363, llegada la paz con el emperador Joviano, este reconoció a Melecio como legítimo Patriarca, y lo mismo hizo San Atanasio. Pero Melecio fue displicente, no respondió a su mano tendida y Atanasio lo tomó como una rebeldía, considerándole sospechoso de herejía y desobediencia, pasando este juicio a los ortodoxos. Curiosamente, esta aversión de los alejandrinos hizo rodear a Melecio de la admiración de Occidente y no pocos obispos y fieles orientales, que veían a la sede de Alejandría como rival en autoridad a la de Antioquía, fundada por San Pedro. Mientras que en su sede los eustacianos le disputaban, el imperio y las prominentes sedes de Calcedonia, Constantinopla o Cesarea aceptaban su autoridad y admiraban su ejemplo. Así fue que logró reponer la unidad teológica, solo teológica, en Siria. Tal hecho no podía ser perdonado por los arrianos, que le expulsaron en 365, y sus fieles fueron arrojados de las iglesias y excomulgados por los eustacianos.
En 367 recuperó su sede, y este mismo año ordenó diácono al gran San Juan Crisóstomo. En 371 la persecución contra los ortodoxos por parte de los arrianos, se hizo patente en Antioquia. San Basilio, que era obispo de Cesarea, comenzó a poner paz entre Atanasio y Melecio como primer paso para imponer la paz entre los ortodoxos y entonces suprimir a los arrianos: No podían estar divididos frente a un enemigo común. El papa San Dámaso bendijo aquellas negociaciones. Atanasio, olvidando el desplante de 363, accedió a hacer la paz y mostrarse como una sola Iglesia. Pero murió repentinamente, y su sucesor, San Pedro II de Alejandría, no estaba tan dispuesto a ello, incluso toleró y acogió a una nueva división en la iglesia de Antioquía, aceptando la obediencia de una facción de ortodoxos que se sentían fieles de Alejandría y no de Antioquía, al no considerar legítimos ni a Melecio ni a Paulino. O sea, que la división entre los ortodoxos iba a más y, para más inri, San Dámaso optó por Paulino el obispo eustacianista, reconoció como válida su elección y, además, lo nombró legado papal para Oriente. San Jerónimo, que en un principio había optado por mantenerse al margen, finalemente apoyó a Paulino que le ordenó presbítero, y escribió profusamente defendiendo a este frente a Melecio y sus fieles. Basilio y Melecio quedaron, claro, decepcionados.
Una tradición dice que San Julián Sabas pasó por Antioquía para alentar a los ortodoxos, realizando algún milagro.
Inicio de la paz. Concilio de Constantinopla
En 378 Roma condenó los errores teológicos nacidos a la par del cisma antioqueno. A mediados de ese año murió Valente y subió al trono Graciano, ortodoxo, que se propuso la restauración de la paz y la unidad en la Iglesia. A finales de 378 Melecio volvió a su sede. En 379 convocó un Concilio para proclamar la fe de la Iglesia, sin ambages ni concesiones teológicas. Se arrojaron a los arrianos de sus sedes, los ortodoxos volvieron a poseer sus iglesias y se ordenaron obispos que habían sido probados en su ortodoxia mediante la persecución. Restaurada la unidad teológica, quedaba el problema de los dos obispos, Melecio y Paulino, que se consideraban legítimos. Melecio planteó que cuando uno de ellos muriera, el cisma terminara, aceptando todos la autoridad del sobreviviente pero los eustacianos (ya “paulinistas”) no aceptaron. Pero Dios supo como poner las cosas en su sitio: se convocó un concilio en Constantinopla para elegir al Patriarca de esta sede. La costumbre decía que el obispo de Alejandría debía presidirlo, pero al haber sede vacante, le correspondía al obispo de Antioquía. El emperador San Teodosio I, que veía claramente a Melecio como único que hacía algo para terminar el cisma de Antioquía, le designó para el concilio, por encima de Paulino, al que todos ignoraron. El concilio eligió como obispo de Constantinopla a San Gregorio Nacianceno, que fue promovido principalmente por Melecio, que igualmente quiso que el concilio terminase con una solemne proclamación de la fe ortodoxa.
Muerte y culto
Y con este concilio en el que Melecio coronó su obra en pro de la paz de la Iglesia le llegó el momento de subir al Padre. En la última sesión del concilio, 12 de febrero de 381, sufrió un ataque y murió casi instantáneamente. La noticia de su muerte fue recibida con gran dolor de los Padres conciliares y del emperador Teodosio, quien le había dado la bienvenida a la ciudad imperial con una gran demostración de afecto, «como un hijo que saluda a un padre por mucho tiempo ausente». Con su humildad evangélica, Melecio se había hecho querer por todos los que lo conocieron. Crisóstomo nos dice que su nombre era tan venerado, que la gente en Antioquía escogía este nombre para sus hijos; grababan su imagen en sus sellos y en su vajilla y la esculpían sobre sus casas.
Todos los Padres del Concilio y los fieles de la ciudad asistieron a sus funerales en Constantinopla. Uno de los prelados más eminentes, san Gregorio de Nisa, pronunció la oración fúnebre. En ella hace referencia a «la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz»; y termina con las palabras, «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo». Cinco años más tarde, san Juan Crisóstomo, a quien san Melecio había ordenado diácono, pronunció un panegírico el 12 de febrero, el día de su muerte o de su traslación a Antioquía. Dichos funerales se celebraron en la iglesia de los Santos Apóstoles y sirvieron de muestra de la unidad de la Iglesia, dejando de lado partidos y bandos, en ellos predicó San Anfiloquio de Iconia, que siempre había apoyado a Melecio. El emperador asistió conmovido. Un segundo funeral se celebró en la catedral, predicado por San Gregorio de Nisa (todavía existen los panegíricos escritos por san Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo). El cuerpo fue trasladado a Antioquía, y depositado junto al del santo obispo San Babilas.
Le sucedió San Flaviano I, su fiel seguidor. A los cinco años de su muerte, y siendo ya venerado como santo, San Juan Crisóstomo predicó en su honor un bello sermón que aún se conserva.
Fuente: preguntasantoral / eltestigofiel.org
Adaptación propia