13/02 - Áquila y Priscila los Apóstoles


Lo que sabemos sobre Aquila y Priscila procede de la Sagrada Escritura. En Romanos 16,3-4 se recoge un conmovedor saludo de san Pablo: «Saludad a Prisca y Aquila, colaboradores míos en Cristo Jesús. Ellos expusieron sus cabezas para salvarme. Y no soy solo en agradecérselo, sino también todas las Iglesias de la gentilidad». Lamentablemente, no sabemos a qué ocasión se refiere cuando dice que expusieron sus cabezas para salvarle. Por lo que leemos en Hechos 18, acompañaron a san Pablo a Éfeso, y se establecieron allí, así que podría ser en la «revuelta de los plateros», o en alguna otra de las «agitadas aventuras» del Apóstol de los Gentiles. Ambos eran, pues, discípulos de San Pablo. Como su maestro, viajaron mucho y cambiaron con frecuencia de lugar de residencia.


La primera vez que nos hablan de ellos los Hechos de los Apóstoles (18:1-3), acababan de partir de Italia, pues el emperador Claudio había publicado un decreto por el que prohibía a los judíos habitar en Roma. 


Priscila es sólo el diminutivo de Prisca, así que la identidad entre la pareja que se nombra tres veces en las paulinas (el ya mencionado Romanos 16,3; 1Cor 16,19 y 2Tim 4,19) y la que aparece en Hechos 18 está asegurada. Poco más conocemos de ellos que lo que se nos cuenta en Hechos: eran judíos huídos de Roma por el decreto de expulsión de los judíos al que se refiere también el historiador romano Suetonio en su «Vida de Claudio» (n. 25): «...expulsó de Roma a los judíos por las continuas peleas a causa de un tal Cresto...», que normalmente se entiende que se refiere a las discusiones -muchas veces violentas- entre los judíos y los judeocristianos, que en esa época (estamos en el año 49) eran todavía una misma religión, al menos formal y legalmente. Así que no podemos saber si Aquila y Prisca eran ya cristianos (juedocristianos) o se convirtieron por la predicación de Pablo. Aquila era originario del Ponto. Al salir de Italia, se estableció en Corinto con su esposa, Priscila. San Pablo fue a visitarlos al llegar de Atenas. Al ver que Aquila era, como él, fabricante de tiendas (pues todos los rabinos judíos tenían un oficio), decidió vivir con ellos durante su estancia en Corinto.


Más tarde acompañaron a Pablo a Éfeso, aunque allí se separaron de él, lo que sugiere la idea de que ellos se establecieron en esa ciudad. Unos versículos después los vemos evangelizando, en efecto, se nos cuenta de un judeocristiano, Apolo, que estaba muy entusiasmado con Jesús, pero que sólo conocía el bautismo de Juan (hubo todo un grupo dentro de la Iglesia inicial que sólo conocía -o reconocía- el bautismo de Juan), Priscila y Aquila completarán la iniciación crsitiana de este judío: «Al oírle Aquila y Priscila, le tomaron consigo y le expusieron más exactamente el Camino» (Hecho 18,26).


Durante su tercer viaje a Efeso, San Pablo se alojó en casa de Aquila y Priscila, donde estableció una iglesia. El Apóstol escribe: "Saluda a Priscila y Aquila y a la iglesia de su casa." Y añade unas palabras de gratitud por todo lo que habían hecho: "Mis colaboradores en Jesucristo, que expusieron la vida por salvarme. Gracias les sean dadas, no sólo de mi parte, sino de parte de todas las iglesias de los gentiles."


Estas palabras se hallan en la epístola de San Pablo a los romanos, lo cual prueba que Aquila y Priscila habían vuelto a Roma y tenían también ahí una iglesia en su casa. Pero pronto volvieron a Efeso, pues San Pablo les envía saludos en su carta a Timoteo.


Fueran judíos o judeocristianos, queda claro que Áquila y Priscila venían de la gentilidad, y posiblemente vivían un judaísmo más «abierto al mundo» que el palestinense, que tanto rechazaba a Pablo. Esto los sitúa dentro de las dos clases que maneja Hechos: los judíos y los gentiles.


El Martirologio afirma que murieron en Asia Menor, pero, según una tradición, fueron martirizados en Roma. Una leyenda muy posterior relaciona a Santa Priscila con el "Titulus Priscae", es decir, con la iglesia de Santa Prisca en el Aventino.



Fuente: catholic.net / eltestigofiel.org

Adaptación propia