San León, obispo de Catania, en Sicilia, había nacido en Rávena en el año 720. Fue llamado el Taumaturgo, por los muchos milagros que hacía. Sus padres le educaron para las glorias humanas.
Pero eran distintas las aspiraciones de León. Siendo joven entró en la orden de los monjes benedictinos y se trasladó a Reggio Calabria. Se puso bajo la dirección del obispo de Rávena, quien viendo su pureza de costumbres y su celo apostólico, decidió conferirle la ordenación sacerdotal. Aquí permaneció hasta que fue elegido obispo de Catania; se cuenta que los cataneses, debiendo elegir un nuevo obispo, vieron en sueños a un ángel que les decía que en Reggio Calabria había un hombre, León, en aroma de santidad, que sería la persona justa para cubrir la sede de Catania. León se oponía, pero le obligaron a aceptar.
Después de su resistencia, puso todo su empeño en cumplir su misión apostólica. Se dedicó a la reforma de costumbres, a la instrucción religiosa de sus fieles, a defender la verdad ante los herejes, al cuidado de todos. Vivía, como dichas para él, las recomendaciones de San Pedro en su primera Carta: "Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, no por fuerza sino con blandura, según Dios. Ni por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo. No como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño. Así recibiréis la corona inmarcesible de la gloria".
De todas partes acudían a verle y oírle. Todos querían tocar su manto para ser curados. Los emperadores consiguieron que acudiera a Constantinopla, para tenerle cerca, para escuchar sus sabios consejos y pedirle oraciones ante Dios.
En aquellos tiempos, en todo el imperio bizantino estaba vigente la feroz destrucción de las imágenes religiosas de la herejía «iconoclasta». Quienes no obedecían el edicto que ordenaba destruir los íconos como signos de idolatría, eran encarcelados y frecuentemente terminaban en el patíbulo. El obispo de Catania se opuso abiertamente a las leyes imperiales. Por ello el gobernador bizantino de Sicilia ordenó el arresto de León, que fue obligado a dejar Catania y a refugiarse en las montañas. Vagó durante años por las boscosas cimas del Nebrodi, en las cercanías de Longi y Sinagra, protegido por el pueblo, que veía en él al fiero opositor a las leyes inicuas del Imperio. Llegó, finalmente, a Rometta. Aquí, en las cercanas montañas peloritanas, vivió como ermitaño en una cueva excavada por él mismo. Después de muchos años volvió a Catania, donde reanudó su tarea de obispo, y la lucha con aun mayor energía contra las leyes iconoclastas. Murió allí el 20 de febrero del 789. Había regido la diócesis como un verdadero sucesor de los apóstoles durante 16 años.
El pueblo lloró su muerte como la de un padre y celoso pastor. Fue sepultado en un monasterio que él mismo había hecho construir fuera de las murallas de Catania. Su sepulcro fue muy venerado, sobre todo antes de que los árabes ocupasen Sicilia. La fama de sus virtudes y de sus muchos milagros lo convirtió en centro de muchas peregrinaciones.
Fuente: catholic.net / eltestigofiel.org