12/03 - Simeón el Nuevo Teólogo


San Simeón «el Nuevo Teólogo», es uno de los tres únicos santos que llevan el título de «teólogo», junto con San Juan apóstol y evangelista y San Gregorio Nacianceno. De hecho, el título de «Nuevo Teólogo» dado a San Simeón fue al principio sólo una burla de algunos contemporáneos, que despreciaban el misticismo de este inusual monje de la Constantinopla de los siglos X y XI. En la investigación de su biografía he solicitado la ayuda de un amigo, el teólogo Alexandru Rosu, que acaba de terminar su tesis doctoral sobre San Simeón, tesis que estoy seguro dará lugar a muchos debates entre los teólogos y no solo entre los de Bucarest.


La cronología de la vida de San Simeón es bastante clara. En cualquier caso, las fechas biográficas no fueron suficientemente analizadas por el historiador de la iglesia Ireneo Hausherr en la primera edición crítica de la vida de San Simeón (escrita por el discípulo del santo, San Nicetas Estetatos). De hecho, se hizo una reconstrucción inversa desde la fecha del paso a la eternidad de San Simeón, el 12 de marzo, y la presentación de sus reliquias en Constantinopla, treinta años después de su muerte, «a finales del quinto año de la indiction del año 6560 (1052)», como se señala en la vita del santo.


San Simeón nació en Galata, una ciudad en Paflagonia (una provincia en el norte del Asia Menor), muy probablemente en la segunda mitad del año 949. Es posible que su nombre de bautismo fuera Jorge. Sus padres, Basilio y Teofana eran miembros de la pequeña aristocracia de la región. A una edad temprana, tal vez con solo diez años, los padres llevaron al niño a Constantinopla, a la escuela primaria, donde aprendió algunos conceptos de retórica y de cultura secular. Más tarde, estuvo bajo la protección de su tío paterno, un miembro de la corte (koitonites), y así comenzó una carrera en el palacio imperial. Con veinte años se convirtió en spatharokoubikoularion o «portador de la espada en el dormitorio imperial», siendo un miembro de los guardaespaldas del rey, encargado de preservar y custodiar la insignia imperial. Algunos bizantólogos creen que esta función estaba reservada normalmente a los eunucos, por lo que Simeón, o Jorge en ese momento, era eunuco, algo que de todas formas no está muy claro.


La carrera en la corte imperial acabó repentinamente, tal vez durante la agitación política en torno a la muerte del emperador Romano II (15 de marzo 963) y la eliminación del Primer Ministro, el eunuco José Bringas, también natural de Paflagonia. Hausherr hipotiza diciendo que Bringas podría haber sido el tío, quien nombró al pequeño niño como senador, quizás con solo catorce años. En cualquier caso, después de este episodio, el joven Jorge fue al monasterio Stoudion, un centro de cultura y teología en la capital bizantina, atraído por la personalidad carismática del anciano Simeón el «piadoso» o Eulabes, (917-987), que ya era su confesor y maestro espiritual. El viejo Simeón le negó a Jorge la entrada al monasterio porque era demasiado joven: catorce años, de acuerdo con la “vita” o veinte, de acuerdo con un testimonio autobiográfico en su catequesis número 22.


Jorge entró al servicio de un patricio, pero todavía permaneció bajo la guía espiritual de Simeón el Piadoso, quien le instó a orar y darse a la lectura de las obras místicas de Marcos el Asceta y Diadocos de Photice. Siguiendo estas recomendaciones y la oración, Jorge consiguió su primera experiencia mística a la edad de veinte años (en 969/970), experiencia descrita en la misma catequesis y en el quinto capítulo de su “vita”. Incluso intentó una vez más en convertirse en monje, pero se le negó por la misma razón y por eso siguió viviendo en la capital durante seis años más. Pasados seis años fue enviado con una comisión a Paflagonia y allí, durante un tiempo, vivió en casa de sus padres, donde leyó la Escala de San Juan. De regreso en Constantinopla, Jorge abandonó la carrera administrativa y se fue a Stoudion. Esta vez, el abad Pedro lo aceptó y lo dejó al cuidado de su padre espiritual Simeón, con el que vivió en el año 976 o en el 977.


El novicio Jorge sucesivamente derrotó a los demonios de akedia y al adulterio y consiguiendo, mediante la oración, hacer desaparecer las espantosas apariciones demoníacas. Pero su ascetismo y el extraño apego a su padre espiritual, ultrajó a los monjes de Stoudion que trataron de hacerle cambiar de comportamiento, aunque sin éxito. Mientras tanto, adquirió la segunda visión, la visión de la luz divina (vita, 19), el aumento de su humildad y volvió a ser famoso por su sabiduría. Su comportamiento siguió siendo en cualquier caso escandaloso y el abad Pedro le echó de Stoudion. En anciano Simeón lo condujo al cercano monasterio de “San Mamas», confiándole al abad Antonio. Aquí escribió una carta de despedida a su familia, lo que corresponde a una tercera experiencia mística y fue tonsurado (probablemente en el 977) como monje bajo el nombre de Simeón, por su padre espiritual. Simeón profundizó en la oración y en la quietud (hesychia). Su “vita” esboza su programa diario centrado en la oración prolongada aun durante la noche, proclamando el arrepentimiento, la comunión de los sacramentos, el ayuno, el silencio y el trabajo.


Dos años más tarde el Patriarca Nicolás II Chrysoverghis (980-992) le ordenó de sacerdote y poco tiempo después, con unos treinta años de edad, Simeón se convirtió en el abad del monasterio. Como abad impuso un estricto programa para la recuperación monástica, tanto material como espiritualmente. Las notas hagiográficas dicen que Simeón experimentaba frecuentemente la visión del Espíritu Santo descendiendo en el Sacrificio Eucarístico. En este período comenzó a desarrollar sus Himnos de Amor Divino (también llamados Himnos del Divino Amor), sus discursos exegéticos y catequísticos, teniendo asimismo una correspondencia espiritual muy rica.


Este estricto programa tuvo una reacción: entre los años 995-998 sucedió un espontáneo levantamiento de unos treinta monjes en su contra. Pero ellos se sintieron intimidados por su paz y huyeron de la ciudad, causando algún desorden. El Patriarca Sisinio II (996-998) estuvo a favor del abad que intercedió para que los rebeldes no fueran castigados, regresando además al monasterio. En el año 986 o en el siguiente murió Simeón el “piadoso”. Su discípulo Simeón lo honró como a un santo: escribió su biografía, compuso sus servicios litúrgicos y cantos, pintó su icono y celebró su paso a la eternidad, que fue acordada indirectamente con el patriarca Sisinio que participó en la fiesta de la «canonización». En los dieciséis años siguientes la fiesta del anciano Simeón se celebró como una fiesta normal.


En el año 1003, San Simeón inició una disputa teológica con Esteban, un teólogo de la corte y metropolitano de Nicomedia, quien renunció a su servicio como secretario particular o synkellos del Patriarca y que probablemente se dedicó a componer el inventario de los santos conocido como el Menologio de Constantinopla. El Himno 21revela el fondo de la controversia: el santo se pregunta si el Hijo está sólo mental o realmente separado del Padre. El abad Simeón advierte sobre la introducción de tales distinciones en la teología trinitaria, y proporciona un texto de San Gregorio el Teólogo, en relación con la doctrina de la Trinidad. Denuncia el falso espíritu teológico, origen de este tipo de controversias pseudo-teológicas. Algunos estudiosos consideran que estos conflictos fueron causados por la inusual canonización de Simeón el anciano, sin una decisión patriarcal, quién podría haber impuesto nuevas reglas, una estructura nueva de decisiones en el seno de la Iglesia. En cualquier caso, la lucha se hizo muy hostil y Esteban, que influyó en el nuevo patriarca Sergio II (1001-1019), inició una investigación en el monasterio de San Mamas. Esteban recogió los testimonios de los monjes sobre el sólido rigor del culto que San Simeón dedicaba a su padre espiritual. El escándalo terminó con la prohibición del culto a Simeón Eulabes. El Patriarca decidió la destrucción de su icono.


En medio de estas dificultades, probablemente en 1005, Simeón renunció a su función y en su lugar, puso como abad a su discípulo Arsenio. La renuncia no fue suficiente para Esteban. Después de un nuevo juicio, el 3 de enero 1009, Simeón fue exiliado a Palukiton, en el lado asiático del Bósforo, donde vivió en la ermita ruinosa de Santa Marina. Algunos amigos influyentes de Simeón apoyaron su causa y el Patriarca lo rehabilitó en el año 1010 o 1011, lo que le permitió regresar a San Mamas, con la promesa de que no se ampliará más el culto a su padre espiritual fuera del monasterio. El patriarca le propuso incluso ordenarlo como obispo, pero Simeón prefirió permanecer en la ermita de Santa Marina, donde continuó llevando una vida hesicasta.


Después de realizar una serie de milagros, como curaciones, exorcismos, profecías y levitación mientras oraba, Simeón enfermó gravemente, probablemente de disentería. Predijo su muerte e incluso el desplazamiento futuro de sus propias reliquias. Esto sucedió el 12 de marzo del año 1022. El capítulo 129 de su “vita” relata su muerte y la presentación de sus reliquias en Constantinopla treinta años más tarde, o sea, en el año 1052, el mismo día en el que había sido exiliado, el 3 de enero.


La veneración del Santo


San Simeón fue venerado ya durante su vida, como lo muestra su propia “vita”. Su discípulo Nicetas Estetatos fue uno de sus colaboradores más íntimos. Podemos decir que el movimiento místico de San Simeón fue nada más que el seguimiento de un movimiento espiritual que comenzó unos doscientos años antes en Stoudion a instancias, entre otros, de San Teodoro el Estudita, al principio de una lucha contra el racionalismo de los iconoclastas.


Simeón escribió en el mismo estilo tradicional que lo hicieron los primeros Padres de la Iglesia y los hesicastas, incluyendo a San Agustín, San Gregorio de Nisa, San Gregorio Nacianceno y Marcos el Ermitaño. Lo «especial» de San Simeón consistió en su transparente participación y la apertura de sus experiencias más interiores. En su enseñanza habla de su experiencia directa con Dios, como algo a lo que todos los cristianos pueden y deben aspirar.


En cualquier caso, la memoria común de San Simeón se «olvidó» por un tiempo. Fue sacado «de nuevo a la luz» por San Nicodemos el Agiorita, un monje del Monte Athos, quien estableció el florilegio de obras ascéticas oriental conocido como «Filocalia», impreso en 1792 en Venecia. Algunos escritos de San Simeón se incluyen aquí; por ejemplo, «Los tres métodos de oración» que describen un método para practicar la oración de Jesús, incluyendo la dirección de la postura correcta y la respiración mientras se recita la oración. Igualmente, San Nicodemos compuso el servicio litúrgico de San Simeón y le impuso un día de celebración en la fecha de su muerte, el 12 de marzo. Como esto ocurre dentro del período de la Gran Cuaresma, es por lo que desde hacía algunos siglos, San Simeón era celebrado el 12 de octubre. Actualmente son conmemoradas ambas fiestas.


En 1964, el teólogo ruso Vassili Krivoshein ha tratado de identificar las ruinas del monasterio de San Mamas, el lugar donde las reliquias de San Simeón se mantuvieron durante los primeros treinta años después de su muerte. La identificación fue casi imposible. Sólo una pared del antiguo monasterio de Stoudion sigue en pie. De San Mamas se sabe solo que estaba ubicado en la parte suroeste de Constantinopla. Por lo tanto no hay información acerca de las reliquias del Santo.


Los escritos místicos de San Simeón han influido en la literatura teológica tanto en lo referente a la visión de la luz divina y la posibilidad de la divinización humana como por el trabajo común de la gracia divina y la lucha humana para conseguir la perfección. San Gregorio Palamas, metropolita de Tesalónica (1296 -1359) ha sido su principal promotor. Esta forma de entender la teología fue impugnada enérgicamente especialmente en Occidente y condujo a una fuerte diferencia de acercamiento a los misterios divinos entre el Este y el Oeste, diferencia que subsiste actualmente.


Teología de San Simeón


Simeón concentra su reflexión sobre la presencia del Espíritu Santo en los bautizados y sobre la conciencia que deben tener de esta realidad espiritual. La vida cristiana —subraya— es comunión íntima y personal con Dios; la gracia divina ilumina el corazón del creyente y lo conduce a la visión mística del Señor. En esta línea, Simeón el Nuevo Teólogo insiste en el hecho de que el verdadero conocimiento de Dios no viene de los libros, sino de la experiencia espiritual, de la vida espiritual. El conocimiento de Dios nace de un camino de purificación interior, que comienza con la conversión del corazón, gracias a la fuerza de la fe y del amor; pasa a través de un profundo arrepentimiento y dolor sincero de los propios pecados, para llegar a la unión con Cristo, fuente de alegría y de paz, invadidos por la luz de su presencia en nosotros. Para Simeón esa experiencia de la gracia divina no constituye un don excepcional para algunos místicos, sino que es fruto del Bautismo en la existencia de todo fiel seriamente comprometido.


Este es un punto sobre el que conviene reflexionar, queridos hermanos y hermanas. Este santo monje oriental nos invita a todos a prestar atención a la vida espiritual, a la presencia escondida de Dios en nosotros, a la sinceridad de la conciencia y a la purificación, a la conversión del corazón, para que el Espíritu Santo se haga realmente presente en nosotros y nos guíe. En efecto, si con razón nos preocupamos por cuidar nuestro crecimiento físico, humano e intelectual, es mucho más importante no descuidar el crecimiento interior, que consiste en el conocimiento de Dios, en el verdadero conocimiento, no sólo aprendido de los libros, sino interior, y en la comunión con Dios, para experimentar su ayuda en todo momento y en cada circunstancia.


En el fondo, esto es lo que Simeón describe cuando narra su propia experiencia mística. Ya de joven, antes de entrar en el monasterio, una noche, mientras prolongaba sus oraciones en casa, invocando la ayuda de Dios para luchar contra las tentaciones, había visto la habitación llena de luz. Después, cuando entró en el monasterio, le ofrecieron libros espirituales para instruirse, pero su lectura no le proporcionaba la paz que buscaba. Se sentía —refiere él mismo— como un pobre pajarito sin alas. Aceptó con humildad esta situación sin rebelarse y entonces comenzaron a multiplicarse de nuevo las visiones de luz. Queriendo asegurarse de su autenticidad, Simeón le preguntó directamente a Cristo: "Señor, ¿estás de verdad tú mismo aquí?". Sintió resonar en su corazón la respuesta afirmativa y quedó sumamente consolado. "Aquella fue, Señor —escribirá luego— la primera vez que me consideraste a mí, hijo pródigo, digno de escuchar tu voz".


Sin embargo, tampoco esta revelación lo dejó totalmente tranquilo. Más bien, se preguntaba si incluso aquella experiencia se debería considerar un espejismo. Un día, finalmente, sucedió un hecho fundamental para su experiencia mística. Comenzó a sentirse como "un pobre que ama a los hermanos" (ptochós philádelphos). Veía en torno a sí muchos enemigos que querían tenderle asechanzas y hacerle daño, pero a pesar de ello sintió en sí mismo un intenso transporte de amor por ellos. ¿Cómo explicarlo? Evidentemente ese amor no podía venir de él mismo, sino que debía brotar de otra fuente. Simeón entendió que procedía de Cristo presente en él y todo le resultó claro: tuvo la prueba segura de que la fuente del amor en él era la presencia de Cristo y que tener en sí un amor que va más allá de sus intenciones personales indica que la fuente del amor está en él mismo. Así, por una parte, podemos decir que, sin cierta apertura al amor, Cristo no entra en nosotros, pero, por otra, Cristo se convierte en fuente de amor y nos transforma.


Esta experiencia es muy importante para nosotros, hoy, para encontrar los criterios que nos indiquen si estamos realmente cerca de Dios, si Dios está y vive en nosotros. El amor de Dios crece en nosotros si permanecemos unidos a él con la oración y con la escucha de su palabra, con la apertura del corazón. Solamente el amor divino nos hace abrir el corazón a los demás y nos hace sensibles a sus necesidades, impulsándonos a considerar a todos como hermanos y hermanas, e invitándonos a responder al odio con el amor y a la ofensa con el perdón.


Reflexionando sobre esta figura de Simeón el Nuevo Teólogo, podemos descubrir otro elemento de su espiritualidad. En el camino de vida ascética propuesto y recorrido por él, la fuerte atención y concentración del monje en la experiencia interior confiere al padre espiritual del monasterio una importancia esencial. Como he recordado, Simeón, ya de joven había encontrado un Padre espiritual que le ayudó mucho y hacia el cual conservó una grandísima estima, hasta el punto de que tras su muerte le profesó una veneración también pública. Y quisiera decir que sigue siendo válida para todos —sacerdotes, personas consagradas y laicos, y especialmente para los jóvenes— la invitación a recurrir a los consejos de un buen padre espiritual, capaz de acompañar a cada uno en el conocimiento profundo de sí mismo, y conducirlo a la unión con el Señor, para que su existencia se conforme cada vez más al Evangelio. Para ir hacia el Señor necesitamos siempre un guía, un diálogo. No podemos hacerlo solamente con nuestras reflexiones. Y este es también el sentido de la eclesialidad de nuestra fe, de encontrar este guía.


Concluyendo, podemos sintetizar así la enseñanza y la experiencia mística de Simeón el Nuevo Teólogo: en su incesante búsqueda de Dios, incluso en las dificultades que encontró y en las críticas de que fue objeto, él, a fin de cuentas, se dejó guiar por el amor. Supo vivir él mismo y enseñar a sus monjes que lo esencial para todo discípulo de Jesús es crecer en el amor y así crecemos en el conocimiento de Cristo mismo, para poder afirmar con san Pablo: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).


NOTA: Aunque, San Simeón reposó en el Señor el 12 de marzo, como su fiesta siempre cae en la Santa y Gran Cuaresma, se traslada al 12 de octubre.



Fuente: Mitrut Popoiu en preguntasantoral / vatican.va