Una virgen vestal y un cristiano converso
Aunque ambos mártires son romanos, curiosamente el nombre de Daría es de origen persa y significa “la que posee riquezas”. Según la tradición, recogida en la Leyenda Áurea, fue una virgen vestal, esto es, una sacerdotisa de la diosa romana Vesta, que, como su equivalente griego Hestia, era protectora del fuego y del hogar. El caso de las Vestales romanas es ciertamente fascinante y por ello me detendré un mínimo para ilustrarlo: se trata del único sacerdocio colegiado femenino de la antigua Roma y el único donde sus integrantes estaban obligadas a mantener la virginidad, so pena de muerte. Ser vestal constituía un gran honor, ya que recibían el respeto y boato de toda Roma. Su poder influyente era equiparable al del propio emperador: la Virgo Vestalis Maxima -la suprema sacerdotisa- podía salvar a un reo de muerte de su inminente destino simplemente señalándolo. Eran minuciosamente escogidas entre las niñas de siete años de las familias más nobles. Debían prestar servicio durante treinta años, tras lo cual abandonaban el culto y podían casarse, si así lo deseaban.
Su misión era mantener perpetuamente encendida una gran llama en el templo de la diosa, símbolo del poder inextinguible del Estado, excepto cuando se apagaba ritualmente con la llegada del nuevo año, el 1 de marzo. Si la vestal encargada de vigilar la llama en un momento determinado se descuidaba y ésta se apagaba, recibía un duro castigo físico, probablemente azotes. Si una vestal perdía la virginidad que estaba obligada a guardar durante el culto a la diosa, la condena era terrible: la sacerdotisa era enterrada viva en el Campus Sceleris, y su amante ejecutado en el Foro. Con todo, esta cruel sentencia se ejecutó muy pocas veces, una de ellas en tiempos de Domiciano… y, si tomamos el relato del martirio de Santa Daría como un suceso real, histórico, también en su caso.
La historia de esta mártir empieza con el que sería su esposo y compañero de martirio, un joven llamado Crisanto. Corrían los tiempos del emperador Numeriano (283-284), y él había nacido en Alejandría. Su padre, Polemio, varón muy apreciado por el césar, se trasladó a Roma con su hijo, donde se hizo senador. Crisanto era muy inclinado a la lectura y estudiante de filosofía, pero solía quejarse al no encontrar en los antiguos filósofos la calma espiritual que necesitaba. Llegaron a sus manos ciertos textos cristianos, y no entendiendo nada de aquello, pidió al presbítero Carpóforo que lo instruyera. Una vez lo comprendió, quiso hacerse cristiano, y se bautizó.
A partir de ese momento, no asistió a los juegos públicos ni a las ceremonias religiosas de Roma, frecuentando tan sólo las asambleas cristianas, y dio lugar a que la gente murmurara de él. Polemio quiso aclarar este punto y habló con su hijo, que, al confesarle que era cristiano, lo disgustó tanto que lo hizo encerrar en sus aposentos y le negó el alimento, esperando que el hambre lo hiciera cambiar de parecer. Como el orgullo del joven pudo más que su sufrimiento, hizo entrar en su habitación a numerosas prostitutas, todas tan bellas y tan adornadas, que Polemio no dudó que sus provocativos bailes acabarían seduciendo a su hijo. Pero Crisanto, que vio en seguida la estratagema de su padre, ignoró a las mujeres.
Entonces Polemio, viendo que el vicio no podía seducir a su hijo, pensó que sí lo haría la virtud; por ello acudió al templo de Vesta y solicitó ver a todas las vestales, y escogió a la que le pareció más hermosa, una mujer muy bella y muy culta llamada Daría. La vistió con bellas ropas y la convenció para que influyera en su hijo para que volviese al culto de los dioses romanos. Daría entró, pues, en el aposento donde languidecía Crisanto. Éste, al verla, se enamoró de ella, pero tratando de esquivar la nueva estratagema de su padre, le reprochó que, siendo una virgen, se hubiese acicalado de esa manera. Ella se ruborizó y dijo que había sido idea de su padre y que venía a convencerle para que renunciase al cristianismo.
Se sostuvo un debate dialéctico entre ambos, Crisanto exponiendo las perversiones y vicios de los dioses romanos, Daría rebatiéndolo conque los dioses representaban a las fuerzas de la naturaleza y poniéndose de ejemplo a sí misma, servidora del fuego de Vesta. Finalmente, Crisanto le reveló que existía un solo Dios que dominaba a todas esas fuerzas naturales y era Creador de las mismas, por lo que Daría, interesada, se sentó a los pies del joven y estuvo escuchando sus pláticas, y la instruyó en la doctrina del cristianismo. Al cabo de un rato, la joven le confesó que deseaba hacerse cristiana. Y a su vez, él la pidió en matrimonio.
Polemio quedó muy satisfecho y aprobó plenamente la boda de Crisanto y Daría, creyendo que la sacerdotisa había logrado convencerlo. Crisanto, por su parte, hizo bautizar a su esposa, y a partir de entonces, aprovechando la libertad y buena reputación de que gozaban, los dos esposos se dedicaron a atender las necesidades corporales y espirituales de los cristianos de Roma, siempre a escondidas de Polemio. Cuando el senador falleció, la casa de la pareja pasó a ser una residencia de acogida para cristianos sin hogar; convirtiendo también a muchos paganos a la fe cristiana.
Mas pronto fueron denunciados ante el prefecto Celerino, quien puso su caso en manos de un tribuno llamado Claudio. Éste mandó llamarlos y llevó a Crisanto ante una estatua de Júpiter para que sacrificase ante ella, pero Crisanto se burló de la imagen y le escupió. Claudio mandó entonces que lo desnudaran en la misma puerta del templo y, ante la mirada de Daría, lo azotaron tan inhumanamente, que se le descubrían las entrañas. Luego lo encerraron en una apestosa letrina dentro de la cárcel, y allí lo dejaron. Daría estuvo en vela toda la noche, dándole las manos a través de los barrotes de la celda. Al día siguiente lo azotaron de nuevo, esta vez con varas de hierro, y a punto estuvieron de acabar con él. Claudio, conmovido por su valor y por la templanza de Daría, que resistía el suplicio de su marido con la frente alta, mandó liberarlos. El mismo tribuno se convirtió al cristianismo y con él, su esposa Hilaria y sus dos hijos, Jasón y Mauro; así como muchos amigos y parientes y los setenta soldados encargados de vigilar a Crisanto.
Semejante conversión masiva causó tal escándalo que el emperador Numeriano, furioso, intervino y mandó arrojar a Claudio al Tíber con una piedra en el cuello, y decapitar a sus dos hijos, Jasón y Mauro, junto con los setenta soldados, en la vía Salaria. Su esposa Hilaria fue asesinada mientras oraba en las tumbas de sus hijos; aunque hay versiones que dicen que su muerte fue por causas naturales. Crisanto y Daría fueron detenidos de nuevo. Él regresó a la cárcel, y ella fue enviada desnuda a un burdel para que la violaran. Se dice que entonces pasó por la calle del burdel un león que se había escapado de las jaulas cuando era llevado al anfiteatro, y viendo la puerta abierta, entró en el lupanar, provocando el pánico entre prostitutas y clientes. Milagrosamente, fue el león a echarse cerca del cuarto donde Daría había sido destinada. Nadie se atrevió a acercarse. Después de mucho cavilar, decidieron desalojar el burdel y prenderle fuego, para acabar con el león. Cuando las llamas hicieron presa del prostíbulo, el felino, inquieto, se levantó y salió rápidamente, azuzado por el humo. Tras él salió Daría, ilesa. Todos, admirados, decidieron que este sorprendente suceso era un prodigio. Los cristianos creyeron que era un milagro de Dios, y los paganos decidieron que la sacerdotisa había hechizado al león para que la sacara de allí.
De nuevo Crisanto sufrió el suplicio. Le quemaron los costados con hachas encendidas, y finalmente el césar dictó sentencia de muerte para los esposos. Fueron llevados al Campus Sceleris, “campo del sacrificio”, en latín, y allí los enterraron vivos, metiéndolos dentro de una cámara subterránea y abovedada, que en un principio iba destinada a las vestales que habían incumplido su voto de virginidad. Allí, en la oscuridad, la pareja sucumbió al hambre y a la asfixia. Ésta sería la versión más histórica de acuerdo a cómo se castigaba a las Vestales, aunque la passio afirma que fueron tirados dentro de una fosa en la vía Salaria, sin más, y cubiertos con una capa de tierra y piedras.
En honor a tan horrenda muerte, sus discípulos se reunían en una caverna cercana al arenal para orar. Al saberlo unos paganos, obstruyeron la entrada y allí los dejaron morir de hambre, como les había sucedido a Crisanto y Daría. Entre ellos se citan en el Martirologio a Diodoro, presbítero, y Mariano, diácono.
Culto y conmemoración
Los santos mártires romanos Crisanto y Daría son conmemorados en días diversos en los antiguos martirologios, por lo que no se sabe a ciencia cierta cuál es su “dies natalis”, es decir, la fecha del martirio.
Esta variedad y multiplicidad de conmemoraciones, junto con el hecho de que los dos Santos están representados en los mosaicos de San Apolinar de Rávena, indican que su culto fue muy difundido en toda la Iglesia. Pero, sin embargo, todas las noticias en torno a ellos provienen de esta passio que acabo de resumir, de la cual, ya en el siglo VI, existían copias tanto en latín como en griego, como nos lo hace notar San Gregorio de Tours.
Sepulcro y reliquias
Por los testimonios de los itinerarios del siglo VII, sabemos que los dos mártires estaban sepultados en una pequeña iglesia del cementerio de Trasone en la vía Salaria Nuova. San Gregorio de Tours añade que en esta iglesia existía un epigrama del papa San Dámaso en honor de estos dos Santos. En realidad, los versos damasianos estaban dedicados a un grupo de mártires anónimos, mientras que el dedicado a estos dos Santos, lo conocemos gracias a unos manuscritos que fueron puestos en aquel lugar en el siglo VI, después de la devastación efectuada por los godos. Sin embargo, hay constancia de que en la fiesta de estos dos mártires acudían a sus sepulcros multitud de fieles y que el papa Pelagio II, en el año 590, dio algunas reliquias a un diácono de las Galias.
También la historia de las reliquias de estos dos Santos es un tanto contradictoria. La tradición nos habla de tres traslaciones ya efectuadas en la Antigüedad: una por obra del papa Pablo I (757-767), que desde la vía Salaria las trasladó a la iglesia romana de San Silvestre. Otra dice que Pascual I (817-824) las habría trasladado desde la vía Salaria a la iglesia romana de Santa Práxedes; y finalmente, hay otra que dice que Esteban V (885-891) las habría llevado a la basílica lateranense. Desde esta última iglesia, después del año 884, habrían sido llevadas al monasterio de Münstereiffel (Alemania) y en 947, transferidas a Reggio Emilia, ciudad que tiene a estos dos Santos como patronos. Este último traslado habría sido obra del obispo Abelardo, que las habría obtenido de Berengario, al cual le fueron concedidas por el papa Juan X en el año 915. Existe otra tradición local en Oria (Brindisi), que dice que el papa Esteban V se las había regalado al obispo Teodosio de aquella ciudad, en el año 886. Otras ciudades como Salzburgo, Viena y Nápoles dicen tener también reliquias de estos Santos.
Iconografía
En la iconografía, Crisanto suele aparecer como un joven romano, a veces imberbe, otras barbado, y a veces representado como soldado, aunque no lo era. Daría aparece representada como una doncella junto al león que la protegió de los violadores en el prostíbulo. Más a menudo, los esposos aparecen siendo enterrados vivos juntos o como alegoría de matrimonio casto.
Meldelen
Fuente: preguntasantoral