Viernes de la I Semana de Cuaresma (Viernes Puro). Lecturas


En la Hora Sexta


Is 3,1-14: Mirad que el Señor, Dios del universo aparta de Jerusalén y de Judá apoyo y sustento: todo sustento de pan, todo sustento de agua, el héroe y el guerrero, el juez y el profeta, el adivino y el anciano, el capitán y el notable, el consejero, el experto en magia, y quien sabe de encantamientos. Les daré adolescentes por príncipes, serán gobernados por muchachos. Hay opresión entre la gente: cada uno subyuga a su vecino, con arrogancia trata el joven al anciano, y el villano al hombre respetable. Uno aferra a su hermano en la casa paterna: «Tienes un manto, sé nuestro jefe, toma el mando de esta ruina». Ese día el otro protestará: «No soy vuestro médico, en mi casa no hay pan ni tengo manto; no me pongáis como jefe del pueblo». Tropieza Jerusalén, se derrumba Judá porque sus palabras y sus obras están contra el Señor, se rebelan delante de su gloria. Su parcialidad testimonia contra ellos; como Sodoma, publican sus pecados, no los ocultan; ¡ay de ellos, pues se acarrean su desgracia! Decid al justo que le irá bien, comerá el fruto de sus acciones. ¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras! Pueblo mío, sus opresores son niños, mujeres lo gobiernan. Pueblo mío, tus guías te extravían, confunden tus senderos. El Señor toma su sitio para el proceso, se pone en pie para juzgar los pueblos. El Señor se querella contra los ancianos y gobernantes de su pueblo.


En Vísperas


Gén 2,20-25;3,1-20: Así Adán puso nombre a todos los ganados, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontró ninguno como él, que le ayudase. Entonces el Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió; le sacó una costilla, y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios formó, de la costilla que había sacado de Adán, una mujer, y se la presentó a Adán. Adán dijo: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será “mujer”, porque ha salido del varón». Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Los dos estaban desnudos, Adán y su mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro. La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Conque Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?». La mujer contestó a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis”». La serpiente replicó a la mujer: «No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal». Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron. Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?». Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí». El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?». Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí». El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón». A la mujer le dijo:«Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará». A Adán le dijo: «Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol del que te prohibí, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás». Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.


Prov 3,19-34: El Señor cimentó la tierra con sabiduría y afirmó el cielo con inteligencia; con su saber se abren los veneros y las nubes destilan rocío. Hijo mío, no las pierdas de vista, conserva la prudencia y la reflexión: serán ellas tu aliento vital, serán el adorno de tu cuerpo. Así caminarás confiado y no tropezará tu pie. Podrás descansar sin temor, dormir con un sueño relajado. No temerás el terror repentino ni el ataque de los malvados cuando llegue, pues el Señor estará a tu lado y librará tu pie de la trampa. No niegues un favor a quien lo necesita, si está en tu mano concedérselo. Si tienes, no digas al prójimo: «Anda, vete; mañana te lo daré». No trames daños contra tu prójimo, mientras vive confiado a tu lado; no pleitees con nadie sin motivo, si no te ha hecho daño alguno; no envidies al hombre violento, ni trates de imitar su conducta, porque el Señor detesta al perverso y pone su confianza en los honrados; el Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada del justo; el Señor se burla de los burlones y concede su gracia a los humildes.


En Completas


Jn 15,1-7: Dijo el Señor: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española