Inquebrantable luchador de primera línea por la defensa de la veneración de los iconos o imágenes santas, Basilio condenó con todas sus fuerzas a los emperadores iconoclastas.
Su gran formación teológica unida a su virtuosa vida, le convirtieron en un destacado obispo de la ciudad de Pario en las costas de la Propóntide griega o Mar de Mármara (la moderna Kemer, Turquía).
Pero esta actitud suya frente a los emperadores iconoclastas fue el motivo de una cruel persecución. Fue encarcelado, encadenado y azotado. Sufrió mucho y soportó "hambre y sed, con ayunos y privaciones muchas veces, con el frío del invierno y con la poca ropa que tenía para cubrir su desnudez" (II Cor. 11,27). Pero Basilio, aunque fue desterrado por los emperadores, nunca perdió la oportunidad para defender la Ortodoxia.
Se hace referencia a que durante los tiempos del reinado de Miguel II "el Tartamudo" (820 - 829 d.C.) y de su hijo Teófilo (829 - 842 d.C.), permaneció desterrado en una pequeña isla cerca de Contantinopla. Finalmente, Dios le hizo digno de que ver el triunfo de la Ortodoxia y, al mismo tiempo, el naufragio de la iconoclasia.
Cuando regresó a su arzobispado, le recibieron con grandes honores y allí entregó de modo pacífico el espíritu al Señor.
El Santo Basilio ordenó diácono y presbítero al Patriarca posterior de Constantiopla, San Ignacio I.
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / catholic.net
Adaptación propia