La gesta de este mártir proviene del menologio del emperador Basilio I, una importante fuente que testimonia el culto de algunos mártires antiguos, y que nos serían desconocidos de otra manera. Al tratarse de un documento ligado al culto, sólo secundariamente posee datos biográficos, por lo que apenas sabemos de Crescente que era un anciano de Mira, ciudad de Licia (conocida entre otras razones por ser la ciudad del gran san Nicolás), que procedía de una ilustre familia y que exhortaba a abandonar el culto de los falsos dioses y abrazar la fe de Cristo. En efecto, discípulo del Apóstol Pablo, Crescente demostró a lo largo de toda su vida una devoción asombrosa. Incluso ni con su avanzada edad paró de luchar por la vuelta de los idólatras a la fe cristiana.
Cuando vio florecer la impiedad y que la adoración de los ídolos iba en aumento, siendo muchos esclavizados por el engaño ofreciendo sacrificios a las imágenes sin alma, el bendito se conmovió y con diligencia fue en medio de los idólatras; amonestándolos para que abstuviesen de esta ilusión, intentó convertirlos al Verdadero Dios en el que creen los cristianos, que es el Creador de todo lo que respira, y el Dador de toda vida.
Cuando el gobernante de la ciudad fue informado de su acción, llamó al santo y le advirtió que si no paraba inmediatamente de predicar a Cristo, tendría que martirizarle, y eso sería muy injusto dada su edad avanzada. Pero Crescencio, con honradez y con una valentía no acostumbrada para su edad, le respodió que las torturas para él serían algo muy benéfico y un triunfo sobre la muerte. El gobernador le dijo al Santo que estaba poseído por demonios y que era un pobre desgraciado por querer voluntariamente soportar los tormentos. El Santo le respondió diciendo: «El sufrimiento por causa de Cristo trae éxito y felicidad». Cuando el gobernador le preguntó cuál era su nombre y el de su padre, el Santo solo dio la siguiente respuesta a sus preguntas: «Soy cristiano». Luego el gobernador le aconsejó que mostrara al menos respeto hacia los ídolos dando culto a los dioses de manera externa y que con su mente y corazón se dirigiera al Dios en el que creía, pero el mártir negó rotundamente ese proceder, no mostrando ninguna reverencia a los ídolos y diciendo: «El cuerpo no es capaz de hacer nada por sí mismo si no es por la voluntad del alma, ya que es por ésta por la que el cuerpo se mueve y gobernado».
Habiendo dicho esto, primero el Santo fue suspendido y lacerado. Luego se encendió un fuego en el que fue arrojado. Sin embargo, este fuego ni siquiera destruyó un pelo de su cabeza. Entonces agradeció a Dios y entregó su alma en Sus manos, recibiendo de Él la corona inmarchitable del martirio y triunfando de la fuerza, la osadía y los halagos de los enemigos.
Fuente: eltestigofiel.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com