Santa y Gran Pascua


Llegamos al Domingo de la Pascua, “Fiesta de las fiestas y Temporada de las temporadas”.


En la noche de Pascua la celebración se inicia en la iglesia, a oscuras, con el canto del oficio de medianoche. Comenzamos con el canto del Canon que pertenece, por la monotonía de sus entonaciones y su falta de cualquier referencia a la Resurrección, a la Semana de la Pasión. 


Este Canon termina con la convocación a los fieles, de parte del Obispo o del Sacerdote: “¡Venid, recibid luz de la Luz que no tiene ocaso y glorificad al Cristo que se levantó de entre los muertos!”. Dice esto llevando una vela encendida y revestido de un ornamento blanco que simboliza la alegría. La luz está tomada de la lámpara que está sobre el altar, es decir, de la tumba de Cristo.


Acto siguiente es la salida del Templo para que se cierren las puertas, y comienza lo que se acostumbraron a llamarlo por “el Ataque nocturno de Sorpresa”, expresión tomada del Oficio de la Consagración de un nuevo Templo. Invadir el Templo símbolo de victoria y de triunfo. La Pascua es el Centro del año Litúrgico, y todas la fiestas movibles son fijadas partiendo de Ella. Se cantan, entonces, en el exterior de la iglesia, el Evangelio de la resurrección y el tropario pascual: "Cristo ha resucitado de entre los muertos. Con la muerte ha vencido a la muerte y a aquellos que estaban en los sepulcros les ha dado el don de la vida". Este canto marcará el ritmo de toda la noche y de todo el tiempo de Pascua.


Ante las puertas de la iglesia, que están cerradas, tiene lugar uno de los ritos más cargado de símbolos: el sacerdote con la cruz golpea la puerta de la iglesia cerrada que representa el Hades, lugar donde Cristo desciende el Sábado Santo, o el paraíso donde somos introducidos por Cristo mismo, cantando las palabras del salmista: "Alzad príncipes, vuestras puertas; alzaos, puertas eternas, y entrará el rey de la gloria"; desde dentro de la iglesia se responde a estas palabras con otro versículo del mismo salmo: "¿Quién es este Rey de la gloria?". A la tercera vez las puertas de la iglesia se abren de par en par y la comunidad entra en una iglesia que ya no está a oscuras, sino llena de flores, perfumes y luces; una iglesia donde el iconostasio, el paso del cielo a la tierra, está abierto.


El canon de la noche de Pascua es obra de San Juan Damasceno, con troparios tomados de San Gregorio de Nacianzo, un texto que nos invita a contemplar y a regocijarnos en el misterio de la Pascua del Señor: "Purifiquemos los sentidos y veremos a Cristo en la luz inaccesible de la resurrección. Venid, bebamos una bebida nueva, brotada prodigiosamene no de la piedra estéril sino del sepulcro de Cristo. Has descendido a la profundidad de la tierra, has roto las cadenas eternas que ataban a los prisioneros".


La resurrección del Señor es la nueva creación, porque hoy él crea de nuevo a Adán, lo toma por la mano y lo porta al paraíso. El día de la resurrección es el día de la luz y de la iluminación de los hombres que debe portar a la reconciliación: "Revistámonos de luz para la fiesta y abracémonos los unos a los otros y llamemos también hermanos a aquellos que nos odian. Perdonémoslo todo por la resurrección".


El día de la Pascua se reza sobre los huevos; el huevo es un símbolo de la vida escondida en la cáscara y dispuesta a salir. Desde este día desaparecen todas las expresiones habituales de saludo entre nosotros hasta el Jueves de la Ascensión, y la exclamación: “¡Cristo ha Resucitado!” se convierte en nuestro júbilo y nuestra ley, a la que respondemos con alegría:“¡En verdad ha resucitado!”


Finalmente, es de notar que la “Semana de Renovación” se considera, litúrgicamente, como un solo día; en ella, sucesivamente, se cantan los tonos eclesiásticos, y son ocho, un tono por día, como si la semana fuera un ciclo perfecto y una sola celebración. Los Maitines y Divina Liturgia de cada día son exactamente iguales al anterior, con la diferencia de los himnos pertenecientes a cada tono particular, como si el propósito del acontecimiento de la Pascua sobrepasara el tiempo para anunciar al Día Octavo como día eterno cuya luz no tiene ocaso.


Varios/ Manuel Nin

Traducción del italiano: Salvador Aguilera López


HOMILÍA PASCUAL DE SAN JUAN CRISÓSTOMO


El que es devoto amante de Dios, que disfrute de la hermosura de esta fiesta resplandeciente.


El que es un siervo agradecido, que entre alegre en el regocijo de su Señor. 


El que se cansó ayunando, que se lleve ahora el denario.


El que trabajó desde la primera hora, que acepte su justa gratificación.


El que ha llegado después de la hora tercera, que festeje agradecido.


El que llegó después de la hora sexta, que no dude, pues nada pierde.


El que tardó hasta la hora novena, que se aproxime sin vacilación.


El que llegó a la hora undécima, que no tema por su tardanza, porque el Soberano es Gracioso y Generoso, acepta al último como al primero; concede el descanso al que trabaja desde la hora undécima como al que ha trabajado desde la hora primera; se apiada del último y satisface al primero; da a esté y concede a aquel; recibe las obras y se complace con la intención. Honra los hechos y alaba el empeño.


Entrad, pues, todos vosotros al gozo de vuestro Señor. 


¡Primeros y últimos! Recibid vuestra recompensa. 


¡Ricos y pobres! Regocijaos juntos. 


Vosotros, que anduvisteis en abstinencia, y vosotros, perezosos, celebrad el día. 


Hayáis guardado el ayuno o no, regocijaos hoy. 


La Mesa está colmada; deleitaos, pues todos.


Que nadie se marche hambriento. Participad todos de la bebida de la fe y disfrutad de la riqueza de la bondad. 


Que nadie se aflija quejándose de la pobreza, porque el Reino Universal se ha manifestado. 


Que nadie se lamente por haber pecado una y otra vez, porque el Perdón ha surgido del sepulcro brillando.


Que nadie tema la Muerte, porque la Muerte del Salvador nos ha liberado. 


Él ha destruido la muerte habiéndola padecido; y destruyó al infierno cuando descendió a él, pues éste se amargó cuando saboreó Su Cuerpo; como Isaías anticipó y lo contempló, pues clamó diciendo:


El Infierno se ha amargado cuando Te encontró en abajo. 


Se ha amargado porque ha sido anulado. 


Se ha amargado porque ha sido burlado. 


Se ha amargado porque ha sido destruido. 


Se ha amargado porque ha sido encadenado. 


Recibió un Cuerpo, y he aquí descubrió que este cuerpo era Dios. 


Tomó tierra y, contemplándola, encontró Cielo. 


Tomó lo que estaba viendo, y fue superado por lo que no vio. 


¡Muerte! ¿Dónde está tu poder? ¡Infierno! ¿Dónde está tu victoria?


Cristo resucitó y tú fuiste aniquilado. 


Cristo resucitó y los demonios cayeron. 


Cristo resucitó y los ángeles se regocijaron. 


Cristo resucitó y la vida vino a todos. 


Cristo resucitó y los sepulcros se vaciaron de los muertos. 


Cristo resucitó de entre los muertos llegando a ser el Primogénito de los muertos.


A Él sea la gloria y el Poder por los siglos de los siglos. Amén.


LECTURAS


En Maitines


Mc 16,1-8: Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.


En la Liturgia


Hch 1,1-8: En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días». Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?». Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra».


Jn 1,1-17: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.



Fuente: cristoesortodoxo.com / lexorandies.blogspot.com / iglesiaortodoxaserbiasca.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española / Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe