Santo y Gran Jueves


En el Gran Jueves, el foco de la Iglesia se centra en los hechos que ocurrieron en el cenáculo y en el Jardín de Getsemaní.


En el cenáculo, durante la cena, Jesús estableció e instituyó el misterio o sacramento de la santa Eucaristía y también lavó los pies de sus discípulos. El Jardín de Getsemaní llama nuestra atención sobre la obediencia redentora de Jesús y sobre su oración sublime (Mateo 26:36-46). También nos conduce ante el acto cobarde y traidor de Judas, que traicionó a Cristo con un beso, el signo de amor y amistad.


La Eucaristía


En la Mística Cena en el cenáculo, Jesús dio un nuevo sentido radical al alimento y bebida de la sagrada cena. Se identificó a sí mismo con el pan y el vino: “Tomad, comed, este es el cuerpo mío..... Bebed de él todos, porque esta es la sangre mía de la Alianza” (Mateo 26:26-28).


Hemos aprendido a equiparar el alimento con la vida porque sustenta nuestra existencia terrenal. En la Eucaristía, el alimento humano distintivo y singular (pan y vino) se convierte en nuestro don de vida. Consagrado y santificado, el pan y el vino se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este cambio no es físico, sino místico y sacramental. Mientras las cualidades del pan y del vino permanecen, participamos del verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo. En el alimento eucarístico entramos en tal comunión de vida que Él alimenta a la humanidad con Su propio ser, mientras aún permanece distinto. En palabras de San Máximo el Confesor, Cristo “nos transmite la vida divina, haciéndose comestible”. El Autor de la vida rompe las limitaciones de nuestra creación. Cristo actúa “para que merced a ellos llegaseis a ser partícipes de la naturaleza divina” (2a Pedro 1:4).


La Eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia. Es su oración más profunda y su actividad principal. Es, a la vez, la fuente y la cima de su vida. En la Eucaristía, la Iglesia manifiesta su verdadera naturaleza y se transforma continuamente, de una comunidad humana, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu Santo y el Pueblo de Dios.


La Eucaristía es el sacramento preeminente. Completa a todos los demás y recapitula toda la economía de salvación. Nuestra nueva vida en Cristo es constantemente renovada y acrecentada por la Eucaristía. La Eucaristía imparte vida y la vida que da es la vida de Dios.


Por medio del Bautismo y la Crismación, entramos en un nuevo modo de existencia. Es una existencia de cambio constante. Las Escrituras describen esto como un nuevo nacimiento, la muerte del hombre viejo, el desprecio de la antigua naturaleza y la adquisición de la nueva. Esta novedad, este cambio radical en el modo de existencia, no se cumple por el esfuerzo humano. Es un don de Dios. Arraigada en el siglo venidero, esta nueva existencia se mantiene y se alimenta por la Eucaristía. En cada Divina Liturgia escuchamos las buenas nuevas de Cristo y entramos en el proceso de conversión. Se nos da la posibilidad de adquirir para nosotros la forma eucarística de la existencia. Poco a poco nos convertimos en comunión y amor. En la Divina Liturgia, los elementos trágicos de nuestra existencia caída (orgullo, individualismo blasfemia, vanidad, hipocresía, envidia, ira, división, temor, desesperación, dolor, engaño, mentira, maldad, vicio, gula, pasiones, corrupción, muerte) son continuamente vencidos, para hacernos capaces de ser amor, libertad y vida.


La Eucaristía es ofrecida a la Iglesia como un todo, no como una recompensa, sino como un remedio por el pecado, una provisión de vida, la comunión del Espíritu Santo y una apertura a los demás. Todo cristiano bautizado y crismado debe ser un recipiente regular y frecuente de los divinos misterios. Sin embargo, debemos tener cuidado de acercarnos a la Santa Comunión con discernimiento espiritual y preparación adecuada. Un ayuno total, como se ha descrito antes, precede a nuestra recepción de la Santa Comunión. La observancia a los mandamientos de Dios constituye la preparación esencial y la disposición adecuada para participar en el sacramento. En la Eucaristía, la Iglesia recuerda y promulga sacramentalmente el hecho redentor de la Cruz y participa en su gracia salvadora. Esto no sugiere que la Eucaristía intente recuperar un hecho pasado. La Eucaristía no repite lo que no puede ser repetido. Cristo no es sacrificado de nuevo y repetidamente. Más bien, el alimento eucarístico es cambiado concreta y realmente en el Cuerpo y Sangre del Cordero de Dios, “que se entregó a sí mismo por la vida del mundo”. Cristo, el Zeántropos, se ofrece a sí mismo continuamente por los fieles por medio de los Dones consagrados, es decir, Su propio Cuerpo resucitado y deificado, que murió por nosotros una vez y ahora vive (Hebreos 10:2; Apocalipsis 1:18). Por tanto, los fieles vienen a la Iglesia, semana tras semana, no sólo para adorar a Dios y escuchar Su palabra. En primer lugar, vienen para experimentar una y otra vez el misterio de la salvación y para estar íntimamente unidos a la Pasión y Resurrección del Señor Jesús Cristo.


Por el poder de Su sacrificio, Cristo nos acerca a Su propia acción de sacrificio. La Iglesia también ofrece el sacrificio. Sin embargo, el sacrificio ofrecido por la Iglesia y sus miembros sólo puede ser un ofrecimiento dado de vuelta a Dios con respecto a las riqueza de Su bondad, misericordia y amor. En primer lugar, este sacrificio es un sacrificio de alabanza y acción de gracias. También tiene otras formas, incluyendo el compromiso con el Evangelio, la lealtad a la fe verdadera, la oración constante, el ayuno, la lucha contra las pasiones, y las obras de caridad. Sin embargo, en un nivel más profundo, este ofrecimiento como contrapartida (anti-prósfora) es un acto de kenosis (Lucas 9:23-25). Está constituido por nuestra voluntad de perder nuestra vida para ganarla (Mateo 16:28).


En la Eucaristía recibimos y participamos de Cristo resucitado. Compartimos Su Cuerpo sacrificado, resucitado y deificado, “para el perdón de los pecados y la vida eterna” (Divina Liturgia). En la Eucaristía, Cristo vierte en nosotros (como un don permanente y constante), el Espíritu Santo, que “da testimonio, juntamente con el espíritu nuestro, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos y coherederos de Cristo” (Romanos 8:16-17).


El fruto central de la Eucaristía es la comunión del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Dador de Vida, que nos prepara para la resurrección, y nos hace avanzar hacia Él (Romanos 8:2, 9:8). Los otros frutos de la Eucaristía están relacionados con este don central. La vigilancia del alma, el perdón de los pecados y una conciencia clara son, tanto una preparación, como el resultado de nuestra comunión con el Espíritu Santo. La filiación, la comunión con los santos, la manifestación del amor en la unidad de la fe, y la herencia del reino del cielo, se obtienen por la comunión del Espíritu Santo.


San Gregorio Palamás, en un pasaje muy perspicaz, nos ayuda a entender el profundo y maravilloso poder de la Eucaristía:


“Cristo se ha convertido en nuestro hermano compartiendo nuestra carne y sangre y haciéndose semejante a nosotros... Se ha unido y nos ha enlazado a Él, como un esposo a una esposa, convirtiéndose en una sola carne con nosotros por medio de la comunión de Su sangre; también se ha convertido en nuestro Padre por el divino bautismo, que nos hace semejantes a Él, y Él nos alimenta con su propio pecho como una tierna madre que alimenta a sus hijos... Venid, dice, comed mi Cuerpo, bebed mi Sangre.... para que no sólo seáis hechos a imagen de Dios, sino que os convirtáis en dioses y reyes, eternos y celestiales, revestidos conmigo, Rey y Dios”.


El lavado de los pies


Los hechos iniciados por Jesús en la Cena Mística fueron profundamente significativos. Al enseñar y dar a sus discípulos sus instrucciones finales y también sus oraciones por ellos, nuevamente reveló Su divina filiación y autoridad. Estableciendo la Eucaristía, consagra a la perfección los más íntimos propósitos de Dios para nuestra salvación, ofreciéndose a Si mismo como Comunión y vida. Lavando los pies a sus discípulos, resumió la enseñanza de Su ministerio, manifestando su perfecto amor y revelando su profunda humildad. El hecho de lavar los pies (Juan 13:2-17), está estrechamente relacionado con el sacrificio de la Cruz. Ambos revelan aspectos de la kenosis de Cristo. Mientras que la Cruz constituye la manifestación última de la perfecta obediencia de Cristo a Su Padre (Filipenses 2:5-8), el lavado de los pies significa su intenso amor y su entrega a cada persona según la habilidad de esa persona para recibirlo (Juan 13:6-9). En una meditación sobre el oficio litúrgico y sacerdotal, el padre Lev Gillet (que escribió bajo pseudónimo, “Un monje de la Iglesia Oriental”), hizo las siguientes observaciones sobre el significado del acto de Jesús. Aunque sus palabras están dirigidas a sacerdotes, son apropiadas y también aplicables a cualquier cristiano.


“El lavado de los pies no significa simplemente una purificación necesaria (eliminar el barro acumulado durante todo el camino, eliminar los errores debidos a la debilidad humana). Más que todo esto, este acto es un misterio de humildad y amor. Jesús quiso ser designado por el profeta Isaías como el “Siervo sufriente”. En los Evangelios se describe a sí mismo como “el que sirve”. Insistió en el hecho de que, en el Reino de Dios, el más grande debía ser el menor. Y ahora, antes de entrar en Su Pasión, dice a sus discípulos: “Si, pues, Yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis unos a otros lavaros los pies, porque os he dado el ejemplo para que hagáis como Yo os he hecho” (Juan 13:14-16).


El sacerdote de Jesús no puede llevar a cabo fructíferamente este doble acto sacerdotal: compartir el pan del Verbo y partir el pan de la Cena del Señor, a menos que, en primer lugar, a semejanza de Su maestro, se arrodille ante otros en actitud de humildad y servicio, y lave sus pies. Sin esta condición previa, su ministerio no dará fruto. Entonces, en la vida diaria del sacerdote, ¿cómo puede llevarse a cabo esta actitud de humildad y servicio?


Cada acto pastoral realizado por el sacerdote y toda relación humana establecida por él debe estar marcada por esta doble actitud de humildad y servicio... Por encima de todo, el sacerdote debe entregarse a sí mismo a los que sufren... Pues la labor del sacerdote es dirigir hacia el Salvador toda forma de sufrimiento físico o psicológico, así como toda necesidad de salvación. El sacerdote estará especialmente entregado a los moribundos, a los enfermos, a los encarcelados, a los perseguidos, a los pobres y a los afligidos. Él dará limosna en forma de su dinero y su consuelo. Si no tiene dinero, recordará las palabras que San Pedro dijo al paralítico y dirá: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo eso te doy” (Hechos 3:6). ‘Lo que tengo’, es decir, mi afección y mi oración... En cada situación el sacerdote está llamado a hacer un nuevo esfuerzo total de comprensión y amor... El sacerdote no habrá hecho nada hasta que no haya “compartido” la carga soportada por la otra persona, hasta que él mismo haya intentado llevar ese mismo peso (de una forma que difiere en cada caso y que debe ser guiado por el discernimiento y la gracia), hasta que él haya entrado en el sufrimiento de su hermano, y hasta que su compasión realmente le cueste algo y le dirija hacia un sacrificio específico”.


La oración


Los Evangelios sinópticos nos han preservado otro episodio significativo en la serie de hechos que conducen a la Pasión, a saber, la agonía y oración de Jesús en el Jardín de Getsemaní (Mateo 26:36-46; Marcos 14:32-42; Lucas 22:39-46).


Aunque Jesús era Hijo de Dios, estaba destinado como hombre a aceptar completamente la condición humana, a experimentar el sufrimiento y a aprender la obediencia. Despojándose de las prerrogativas divinas, el Hijo de Dios asumió el papel de siervo. Vivió una verdadera existencia humana. Aunque no tenía pecado, se alió con la raza humana, se identificó con la condición humana, y experimentó las mismas pruebas (Filipenses 2:6-11; Hebreos 2:9:18).


Los acontecimientos del Jardín de Getsemaní dan a conocer de forma dramática y conmovedora, la naturaleza humana de Cristo. El sacrificio que tenía que sufrir por la salvación del mundo era inminente. La muerte, con toda su fuerza y ferocidad brutal, lo miraba directamente. Su terrible peso y temor (el resultado calamitoso del pecado ancestral), le causó un intenso dolor y tristeza (Hebreos 5:7). Instintivamente, como hombre, trató de escapar a ella. Se encontró en un momento decisivo. En su agonía, rezó a Su Padre: “¡Abba, Padre! ¡Todo te es posible; aparta de Mí este cáliz; pero no como Yo quiera, sino como Tú!” (Marcos 14:36). Su oración relevó la profundidad de su agonía y tristeza. También reveló su “incomparable fortaleza espiritual, y su decisión y deseo inamovible... de llevar a término la voluntad del Padre”.


Jesús ofreció su amor incondicional y confianza al Padre. Alcanzó los límites extremos de la auto negación (“no como Yo quiera”), para cumplir la voluntad de Su Padre. Su aceptación de la muerte no fue ninguna clase de pasividad y resignación estoica, sino un acto de absoluto amor y obediencia. En aquel momento decisivo, cuando declaró Su aceptación de la muerte para estar conforme a la voluntad del Padre, rompió el poder del temor a la muerte con todas sus incertidumbres, ansiedades y limitaciones. Aprendió la obediencia y cumplió el plan divino (Hebreos 5:8-9). En el transcurso de Su agonía, Jesús exhortó a sus discípulos a vigilar y orar para que no entraran en tentación (Mateo 26:41). Este mismo consejo es aplicable a todo cristiano de toda generación.


La oración nos conecta con Jesús, que, por medio de Su obediencia se convirtió en el único y perfecto adorador de Dios. Él se convierte tanto en el modelo como en el tema de nuestra oración. Así, con Cristo siempre en nuestra mente y en nuestro corazón, nunca podemos ser tentados, ni perecer, parafraseando un antiguo texto cristiano.


La oración es el poder que alimenta la vida espiritual. Así como respirar, comer, beber y pensar son esenciales para la existencia humana, la oración es un elemento y actividad fundamental de la vida cristiana. La auténtica espiritualidad bizantina se constituye por una vibrante vida de oración enraizada en la vida de la Iglesia, su fe y sus sacramentos, y esto, relacionado también a la práctica del ayuno, que se ve principalmente como obediencia y amor por Dios, transformación de las pasiones, y obras de caridad.


La oración es la experiencia más sublime del alma humana. Sin ella, el alma se queda fría y sin espíritu. No puede entrar en una sustanciosa relación personal con Dios.


La oración es un acto de fe. Nos conduce al umbral del otro mundo. Mediante ella, alcanzamos y cruzamos la última frontera. Tocamos otro mundo, con el que llegamos a experimentar extraordinariamente la paz, la belleza, la bondad, el gozo y la confianza. La oración abre nuestra vida a una nueva realidad que nos transciende. Encontramos al Dios vivo y conversamos con él. El Único Santo, el único que tiene la existencia, nos abraza con su tierna misericordia, compasión y amor. La divina luz penetra en las profundidades de nuestra alma para revelar nuestros pecados, purificar nuestras iniquidades, sanar nuestras heridas, iluminar nuestra mente, fortalecer nuestra voluntad y alegrar nuestro corazón.


La traición


Como hemos señalado anteriormente, Judas traicionó a Cristo con un beso, el signo de la amistad y el amor. La traición y crucifixión de Cristo, llevó el pecado ancestral hasta sus límites extremos. En estos dos actos, la rebelión contra Dios alcanzó su máxima capacidad. La seducción del hombre en el paraíso, culminó en la muerte de Dios en la carne. Para que el mal sea victorioso, debe apagar la luz y desacreditar al bien. Sin embargo, al final, se muestra como una mentira, un absurdo y una verdadera locura. La muerte y resurrección de Cristo, dejó al mal sin poder.


En el Gran Jueves, la luz y la oscuridad, el gozo y el dolor están fuertemente mezclados. En el cenáculo y en Getsemaní, la luz del reino y la oscuridad del infierno se manifestaron simultáneamente. El camino de la vida y el de la muerte convergen. Los encontramos en nuestro viaje a través de la vida.


Todo nacido en esta vida está envuelvo inevitablemente en la batalla espiritual, contendiendo, no sólo contra carne y sangre, “sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial” (Efesios 6:12). Lamentablemente, hay quienes siguen en desobediencia voluntaria, que no sólo rechazan a Dios, sino que luchan contra Él. Hay quienes lo evaden. E incluso otros, que han sido bautizados, pero que por una razón u otra son negligentes o tibios en su relación con Cristo y Su Iglesia.


En medio de las trampas y las tentaciones que abundan en el mundo y en nosotros, debemos estar ansiosos por vivir en comunión con todo lo que es bueno, noble, natural, sin pecado, formando en nosotros mismos, por la gracia de Dios, la semejanza con Cristo.


Observaciones generales. El santo crisma


En la antigüedad cristiana, era costumbre bautizar a los catecúmenos el día de Pascua. El santo crisma, usado para ungir a los neófitos o personas recién bautizadas, se consagraba con antelación, el jueves santo. Esta práctica continuó hasta la Baja Edad Media. El oficio de consagración se realizaba anualmente. Sin embargo, con el tiempo, empezó a celebrarse ocasionalmente, como necesidad de reemplazar el crima. Cuando se celebra, los largos y elaborados oficios tienen lugar al final de la Divina Liturgia del Gran Jueves.


Por una práctica antigua y costumbre, el derecho a consagrar el crisma pertenece sólo al obispo, aunque normalmente lo pueden administrar los presbíteros en el uso normal. Cada iglesia tiene derecho a preparar y consagrar el santo crisma.


El santo crisma, también llamado miro (myron, en griego), es una mezcla de aceite de oliva, bálsamos, vinos y algunas fuertes sustancias aromáticas que simbolizan la plenitud de la gracia sacramental, la dulzura de la vida cristiana, y la multitud y diversidad de dones del Espíritu Santo.


La crismación, como el segundo sacramento de la Iglesia, está relacionado íntimamente con el bautismo, tanto teológica como litúrgicamente. Mientras que el bautismo nos hace partícipes de la muerte de Cristo y nos incorpora a su nueva existencia resucitada, la crismación nos hace partícipes del Espíritu Santo. La crismación nos lleva más allá de la restauración de nuestra naturaleza caída, introduciéndonos en la vida carismática. El Espíritu Santo viene a morar en nosotros, acoge nuestra vida con poder y amor, infunde en nosotros el don de la acción, nos hace fuentes combatientes en la batalla espiritual, y purifica nuestros corazones, transformándonos continuamente en un templo del Dios vivo.


El Sacramento reservado


Por costumbre, consagramos dos Corderos en la Divina Liturgia del Gran Jueves. El segundo Cordero es usado como Sacramento reservado. El Sacramento reservado se usa especialmente para dar la comunión a los enfermos.


El sacerdote prepara el Cordero consagrado, que es para la reserva, exactamente de la misma forma en que el Cordero se prepara y se reserva para la Liturgia de los Dones Presantificados. Se debe tener especial cuidado en secar el Cordero completamente. Para hacer esto, el Cordero se separa en diferentes trozos. Algunos sacerdotes eligen calentar las partículas poniéndolas sobre fuego (con calor), en un vaso o vasija apropiado.


Aunque no hay un oficio especial para la preparación del Sacramento Presantificado reservado, hemos aprendido por tradición a hacer lo siguiente: tras un tiempo apropiado, por ejemplo en el primer o segundo día, cuando el Cordero se ha secado completamente, el sacerdote se acerca a la santa mesa y despliega el antimension. Revestido con el raso y el epitraquelio, hace las reverencias de forma habitual e inciensa los Dones. Pone el discos o cualquier otro recipiente que contenga el Cordero sobre el antimension. Entonces, con la lanza (loghi) o cualquier otro instrumento apropiado, comienza a partir el Cordero en trozos pequeños (merides), conocidos también en el lenguaje litúrgico como “margaritai” (perlas). Entonces, se ponen en el artoforio en un recipiente adecuado. Se sobreentiende que este oficio lo realiza el sacerdote con una disposición orante.


El Sacramento reservado del año anterior, es consumido por el sacerdote tras la Liturgia, cada Gran Jueves o Gran Sábado, en la forma usual.


En el caso de que el Sacramento reservado haya sido consumido, o por cualquier otra razón haya sido alterado, perdido o destruido, o que no exista, como en el caso de la fundación de una nueva iglesia, el sacerdote debe consagrar un segundo Cordero en cualquier Divina Liturgia y prepararlo en la forma descrita anteriormente, y ponerlo en el artoforio.


Ayuno. El Gran Viernes es un día de ayuno estricto, un día de Xerofagia


-Preparaciones litúrgicas. Antes del oficio, el sacerdote se ha asegurado de que: el Epitafios esté preparado; el kouvouklion (el templete donde se pondrá el epitafios) esté decorado; haya abundantes flores para distribuir a los fieles; y de que se compre un nuevo paño de lino blanco para usarse en la Apocathelosis. También prepara una bandeja con pétalos de rosas y un frasco que contenga agua de rosas o cualquier otra agua fragante, que se usará tras la procesión del Epitafio.


-El Estavromenos. La Cruz, puesta en medio de la iglesia en los maitines, permanece allí durante los oficios del Gran Viernes. Sin embargo, para hacer espacio para el kouvouklion, se debería mover más cerca del santuario antes del oficio de Vísperas. Al final del oficio de los maitines del Gran Sábado, la Cruz se devuelve a su lugar habitual en el santuario. Por costumbre, la corona de flores permanece en la cruz hasta la Apódosis (final) de Pascua. Sin embargo, las velas se quitan.


-El Kouvouklion se decora antes del oficio de vísperas. Tras la lectura del Evangelio y antes de la procesión del Epitafio, se mueve en medio de la iglesia frente a la cruz. La cruz y el Kouvouklion se ponen frente a las Puertas Reales en medio de la iglesia.


-La distribución de las flores: en la práctica actual, las flores se distribuyen normalmente al final de los maitines del Gran Sábado. Sin embargo, en algunas parroquias se ha hecho habitual distribuir las flores también al final de las vísperas del Gran Viernes, especialmente a los niños, que no pueden estar presentes hasta el último oficio.


El oficio de Nipter (lavado de los pies)


Parece ser que la Iglesia tenía una ceremonia del Lavado de los pies, anualmente en el Gran Jueves, a imitación del evento de la Última Cena. En su mayor parte, se limitaba a las catedrales y a ciertos monasterios. Con el tiempo, el oficio cayó en desuso excepto en ciertas áreas. Ahora se está recuperando en muchas diócesis por todo el mundo bizantino. El oficio es muy elaborado, dramático y conmovedor. Se realiza con especial solemnidad en el Patriarcado de Jerusalén y en el monasterio de San Juan el Teólogo, en la isla de Patmos. El oficio está contenido en un libro litúrgico separado.


-Vestiduras. Puesto que conmemoramos el establecimiento de la Eucaristía, no se utilizan los colores usuales de duelo en la Divina Liturgia del Gran Jueves. El sacerdote vestirá ornamentos carmesí o púrpura. La santa mesa también estará recubierta con un ornamento similar.


-El icono. Durante la mañana y la tarde del Gran Jueves, dispondremos el icono de la Cena Mística.


-Ayuno. Puesto que conmemoramos el establecimiento del Misterio de la Eucaristía, se puede usar vino y aceite en la comida de ese día.


-Huevos pascuales. Por costumbre, los huevos pascuales se hierven y se tiñen de rojo en este día. También por costumbre, se distribuyen a los fieles al final de la Liturgia de Pascua y se ofrecen en la comida pascual. Por supuesto, se debe señalar que este tema es un asunto de costumbre y no una regla litúrgica.


-Los maitines. Los maitines del Gran Jueves se cantan previamente la noche anterior. Algunas veces se ofician la mañana del mismo día. Sin embargo, en muchos países se está tendiendo a omitirlos. En su mayor parte, han caído en desuso. En su lugar, el clero parroquial celebra el oficio de la Santa Unción.


-La Divina Liturgia. En el Gran Jueves se celebraba originalmente con gran solemnidad por la noche, a imitación de la Última Cena. En Constantinopla estaba precedida del oficio de Nipter (o ceremonia del lavado de los pies), que era oficiado por el Patriarca. Gradualmente, la Divina Liturgia fue trasladada primero al final de la tarde, y después a las primeras horas del día. Sin embargo, la Liturgia ha mantenido su carácter vesperal original. Se compone de dos partes principales: a) el oficio de las Grandes Vísperas, incluyendo la Entrada y las tres lecturas del Antiguo Testamento, y b) La Divina Liturgia de San Basilio, comenzando con la oración del Trisagio. Noche del Gran Jueves. Siguiendo muy de cerca los hechos del Nuevo Testamento, las solemnidades del Gran Jueves terminaban con la celebración de la Divina Liturgia Vesperal. Pero como hemos señalado antes, las Divinas Liturgia de la noche fueron trasladadas gradualmente a las horas de la mañana de este día. En la moderna práctica litúrgica, los maitines del Gran Viernes se celebran ahora la noche del Gran Jueves.


P. Alkiviadis Calivas

Traducción: Cantor Nektario B


LECTURAS


En Maitines (el miércoles por la tarde)


Lc 22,1-39: Estaba muy cerca la fiesta de los Ácimos llamada Pascua. Y andaban buscando los sumos sacerdotes y los escribas cómo quitarlo de en medio, porque temían al pueblo. Entonces entró Satanás en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce, y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y oficiales del templo el modo de entregárselo. Ellos se alegraron y acordaron darle dinero. Él aceptó y buscaba una ocasión propicia para entregarlo sin la presencia del pueblo. Llegó, pues, el día de los Ácimos, en que se debía sacrificar la Pascua. Y envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: «Id a prepararnos la Pascua para que la comamos». Ellos le dijeron: «¿Dónde quieres que la preparemos?». Y él les dijo: «Mirad, cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo hasta la casa en que entre y diréis al dueño de la casa: “El Maestro te pregunta: ¿Dónde está la habitación en la que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Él os mostrará en el piso superior una habitación grande amueblada con divanes. Preparadla allí». Fueron y lo encontraron como les había dicho y prepararon la Pascua. Y cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!». Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo: «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». Él le dijo: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte». Pero él le dijo: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme». Y les dijo: «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». Dijeron: «Nada». «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin». Ellos dijeron: «Señor, aquí hay dos espadas». Él les dijo: «Basta». Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos.


En la Hora Sexta


Jer 11,17-23;12,1-5;9-11;14-15: El Señor del universo, que te plantó, ha decretado tu desgracia, por la maldad de la casa de Israel y de la casa de Judá, por todo lo que hicieron para irritarme, quemando incienso a Baal. El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó todas sus intrigas. Yo, como manso cordero, era llevado al matadero; desconocía los planes que estaban urdiendo contra mí: «Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos, que jamás se pronuncie su nombre». Señor del universo, que juzgas rectamente, que examinas las entrañas y el corazón, deja que yo pueda ver cómo te vengas de ellos, pues a ti he confiado mi causa. Por eso, así habla el Señor del universo a los vecinos de Anatot, que amenazan con matarme y me dicen: «Deja de profetizar en nombre del Señor, de lo contrario morirás a nuestras manos». En efecto, esto dice el Señor del universo: «He decidido tomarles cuentas: los jóvenes morirán a espada; sus hijos e hijas morirán de hambre. No les quedará ni un resto, pues voy a enviar una desgracia contra los vecinos de Anatot el año que venga a pedirles cuentas». Tú tienes razón, Señor, cuando discuto contigo, pero quiero proponerte un caso: ¿Por qué prosperan los malvados?, ¿por qué viven tranquilos los traidores? Los plantas y echan raíces, crecen y dan fruto. Estás cerca de sus labios, pero lejos de su corazón. Mas tú, Señor, me conoces, me examinas y has comprobado mi buena actitud hacia ti. Apártalos como a ovejas de matadero, resérvalos para el día del sacrificio. ¿Hasta cuándo gemirá la tierra y se secará la hierba del campo? Por la maldad de sus habitantes desaparecen el ganado y las aves, pues dicen: «No ve nuestros caminos». Corres con los de a pie y te cansas. ¡Venid, fieras agrestes, venid, acercaos a comer! Entre tantos pastores destrozaron mi viña, pisotearon mi parcela; convirtieron mi parcela escogida en una estepa desolada. La dejaron desolada, yerma. Esto dice el Señor a todos los malos vecinos que echaron mano de la heredad que di a mi pueblo, Israel: «He decidido arrancarlos de su tierra, pero arrancaré también de en medio de ellos a la casa de Judá. Pero, después de haberla arrancado, volveré a compadecerme de ellos y los haré volver a su heredad, cada cual a su terruño.


En Vísperas


Éx 19,10-19: El Señor dijo a Moisés: «Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven la ropa y estén preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo. Traza al pueblo un límite alrededor y dile: «Guardaos de subir a la montaña o de tocar su borde; el que toque la montaña, morirá. Nadie pondrá la mano sobre el culpable; será apedreado o asaeteado, sea hombre o animal; no quedará con vida. Solo cuando suene el cuerno, podrán subir a la montaña». Moisés bajó de la montaña hasta donde estaba el pueblo, lo purificó y ellos lavaron sus vestidos. Después les dijo: «Estad preparados para el tercer día y no toquéis a ninguna mujer». Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno.


Job 38,1-21;42,1-5: El Señor habló a Job desde la tormenta: «¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla? Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte y tú me instruirás. ¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Cuéntamelo, si tanto sabes. ¿Quién señaló sus dimensiones (¡seguro que lo sabes!) o le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde encaja su basamento o quién asentó su piedra angular entre la aclamación unánime de los astros de la mañana y los vítores de los hijos de Dios? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”? ¿Has mandado en tu vida a la mañana o señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los bordes y sacuda de ella a los malvados; para marcarla como arcilla bajo el sello y teñirla lo mismo que un vestido; para negar la luz a los malvados y quebrar el brazo sublevado? ¿Has entrado por las fuentes del Mar o paseado por la hondura del Océano? ¿Te han enseñado las puertas de la Muerte o has visto los portales de las Sombras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuéntamelo, si lo sabes todo. ¿Por dónde se va a la casa de la luz?, ¿dónde viven las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su tierra o enseñarles el camino de su casa? Lo sabrás, pues ya habías nacido y has cumplido tantísimos años. Job respondió al Señor: «Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible. Dijiste: “¿Quién es ese que enturbia mis designios sin saber siquiera de qué habla?”. Es cierto, hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión. Dijiste: “Escucha y déjame hablar; voy a interrogarte y tú me instruirás”. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos».


Is 50,4-11: El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se consumen como un vestido, los roe la polilla. Quien de vosotros teme al Señor y escucha la voz de su siervo, aunque camine en tinieblas, sin ninguna claridad, que confíe en el nombre del Señor, que se apoye en su Dios. Todos vosotros que atizáis el fuego y os ceñís con flechas incendiarias, caed en la hoguera de vuestro fuego, entre las flechas que habéis encendido. Esto recibiréis de mi mano: yacer en el tormento.


1 Cor 11,23-32: Hermanos, yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación. Por ello hay entre vosotros muchos enfermos y no pocos han muerto. Por el contrario, si nos examinamos personalmente, no seremos juzgados. Aunque cuando nos juzga el Señor, recibimos una admonición, para no ser condenados junto con el mundo.


Mt 26,1-20;Jn 13,3-17;Mt 26,21-39;Lc 22,43-44;Mt 26,40-75;27,1-2: Cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: «Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado». Entonces se reunieron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo en la casa del sumo sacerdote, llamado Caifás, y se pusieron de acuerdo para prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían: «Durante la fiesta no, para que no se ocasione un tumulto entre el pueblo». Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, se le acercó una mujer llevando un frasco de alabastro con perfume muy caro y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa. Al verlo los discípulos se indignaron y dijeron: «¿A qué viene este derroche? Esto se podía haber vendido muy caro y haber dado el producto a los pobres». Dándose cuenta Jesús les dijo: «¿Por qué molestáis a la mujer? Ha hecho conmigo una obra buena. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre. Al derramar el perfume sobre mi cuerpo, estaba preparando mi sepultura. En verdad os digo que en cualquier parte del mundo donde se proclame este Evangelio se hablará también de lo que esta ha hecho, para memoria suya». Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho». Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre». Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea». Pedro replicó: «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré». Jesús le dijo: «En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Pedro le replicó: «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». Y lo mismo decían los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad». Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo: «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega». Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ese es: prendedlo». Después se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Maestro!». Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?». Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: «Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?». Entonces dijo Jesús a la gente: «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas». En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver cómo terminaba aquello. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: «Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”». El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?». Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo». Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?». Y ellos contestaron: «Es reo de muerte». Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado». Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo». Él lo negó delante de todos diciendo: «No sé qué quieres decir». Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: «Este estaba con Jesús el Nazareno». Otra vez negó él con juramento: «No conozco a ese hombre». Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata». Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: «No conozco a ese hombre». Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.


Tropario de Jueves Santo



Exapostilario del Novio




Fuente: cristoesortodoxo.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española / Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe

Adaptación propia