Santo y Gran Martes


La primera parte de la Gran Semana nos presenta una colección de temas basados principalmente en los últimos días de la vida terrenal de Jesús. La historia de la Pasión, como es contada y recopilada por los evangelistas, está precedida por una serie de incidentes ocurridos en Jerusalén y una colección de parábolas, dichos y discursos centrados en la filiación divina de Jesús, el reino de Dios, la Parusía y el castigo de Jesús de la hipocresía y los oscuros motivos de los líderes religiosos. Las celebraciones de los tres primeros días de la Gran Semana están enraizados en estos incidentes y dichos. Los tres días constituyen una sola unidad litúrgica. Tiene el mismo ciclo y sistema de oración diaria. Las lecciones de la Escritura, los himnos, las conmemoraciones y las ceremonias que conforman los elementos festivos en los respectivos oficios del ciclo destacan aspectos significativos de la historia de la salvación, haciendo recordar los acontecimientos que anticiparon la Pasión y proclamando la inevitabilidad y significado de la Parusía. Es interesante señalar que los maitines de cada uno de estos días es llamado el Oficio del Novio (Akolouthia tou Nimfiou). El nombre procede de la figura central de la conocida parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). El título “Novio” sugiere la intimidad del amor. No deja de ser significativo que el reino de Dios sea comparado a una fiesta de bodas y a una cámara nupcial. El Cristo de la Pasión es el divino Novio de la Iglesia. La imaginería connota la unión final del Amante y la amada. El título “Novio” también sugiere la Parusía. En la tradición patrística, la parábola antes mencionada está relacionada con la Segunda Venida, y está asociada con la necesidad de la vigilancia espiritual y la preparación, por la que somos capaces de guardar los mandamientos divinos y recibir las bendiciones del siglo venidero. Además, conocer algo sobre la estructura de los maitines nos ayudará a mejorar nuestra comprensión del uso de la imagen del Novio. Se ha mostrado que, tras el llamado Oficio Real y el Hexasalmo, la primera parte de los maitines, como la conocemos y la practicamos hoy, es una versión antigua del oficio monástico de Medianoche. El oficio de Medianoche está centrado principalmente en el tema de la Parusía y está unido a la noción de vigilancia. El tropario “He aquí que viene el Novio a media noche...”, que se canta al inicio de los maitines del Gran Lunes, Martes y Miércoles, une a la comunidad de fieles a esta expectación esencial: vigilar y esperar al Señor, que vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos.


Aunque cada día tiene su propio carácter distintivo y su propia conmemoración específica, comparten muchos temas comunes entre los que están los siguientes.


Conflicto, juicio y autoridad


Los últimos días fueron especialmente tristes y sombríos. La implacable hostilidad y oposición a Jesús por parte de las autoridades religiosas ha alcanzado proporciones incomparables. En medio de este penoso conflicto, Jesús reveló aspectos de su autoridad divina juzgando los planes malvados y la falsa religiosidad de sus enemigos.


La beligerancia sin tregua de los adversarios de Jesús fue completamente desenmascarada en los días precedentes a la crucifixión. Los líderes de todos los partidos y facciones religiosas colaboraron y conspiraron para atraparlo, humillarlo y matarlo. Ante las trampas de sus enemigos cercanos, Jesús predijo abiertamente su muerte y su posterior glorificación. Sus palabras fueron una clara declaración de que su muerte era voluntaria y se disponía en el marco del divino plan de salvación del mundo. El poder que Él ejercía sobre sus enemigos era concedido y controlado por Dios (Juan 12:20). La Iglesia conmemora la Pasión, no como feos episodios causados por hombres viles y despreciables, sino como el sacrificio voluntario del Hijo de Dios.


El mal con su completo absurdo irrumpió violentamente sobre la Cruz, para destruir y eliminar a Jesús y negar y abolir su mensaje. Sin embargo, fue en sí mismo el mal el que se hacía fundamentalmente impotente e ineficaz a causa de la soberanía del amor y la vida de Dios. Aunque el mal asalta a los santos de Dios, no puede destruirlos.


Los relatos del Evangelio que cuentan los hechos que condujeron a la crucifixión también incluyen muchas parábolas y discursos en los que Jesús criticaba severamente a los líderes religiosos por su incredulidad, obstinación, autoritarismo e hipocresía. La severa crítica a las clases religiosas (Mateo 21:28, 23-36) es otro claro signo de la autoridad y excelencia de Jesús. Al preservar estos dichos de Jesús, los evangelistas declaran que Cristo “no es sólo un maestro único, sino también el mayor juez. Es el único con autoridad que tiene derecho a juzgar y condenar” la mala y falsa fe y actividad religiosa.


Ninguna enfermedad del espíritu es más insidiosa, engañosa y destructiva que la falsa religiosidad, que puede ser definida sucintamente como legalismo y exhibicionismo religioso. Jesús lo condenó rotundamente. Advirtió contra aquellos cuyas vidas estás medidas por ceremonias en vez de por la santidad, la misericordia y el amor de Dios, y contra aquellos cuyas malas motivaciones, intenciones e incorrecciones están vestidas con la respetabilidad de los aspectos externos de la fe y la vida religiosa. La falsa religiosidad es un cruel engaño y una traición a la auténtica fe religiosa. Los practicantes de tal fe artificial cierran el reino de los cielos a los hombres, pues ni entran ellos, ni permiten que aquellos que quieran entrar lo hagan (Mateo 23:73).


Duelo y arrepentimiento


El tono de la Gran Semana es claramente sombrío y triste. Incluso las vestiduras del altar y del sacerdote, según una antigua tradición, son negras. Sin embargo, la asamblea litúrgica no se reúne para velar a un héroe muerto, sino para recordar y conmemorar un hecho de significado cósmico: el Hijo de Dios experimentando en Su humanidad toma forma de sufrimiento a manos de hombres débiles, mal dirigidos y malignos. Lloramos nuestros pecados y estamos en silencio contrito ante el asombroso e insondable misterio de Cristo, el Dios-Hombre (Zeántropos), que lleva su kenosis a límites extremos aceptando la muerte en la Cruz (Filipenses 2:5-8).


La Gran Semana nos revela la vergüenza absoluta de la Caída, las profundidades del infierno, el paraíso perdido, y la ausencia de Dios. ¡Y así nos dolemos! No hay otra forma de luchar contra nuestra rebelión y con la insondable humildad de Dios y su condescendencia excepto experimentando el quebranto del corazón. A partir de este duelo es de donde nace el arrepentimiento, para ser experimentado como el compromiso honesto del largo proceso de vida de comprender, aceptar y elegir seguir los valores de la vida cristiana.


La liturgia de los días del “Novio” representa la llamada más urgente y enfática a tal arrepentimiento (metanoia). A los fieles se les recuerda que no hay pecado mayor como el de desafiar los límites de la misericordia divina, pues Cristo da a todos el poder de matar el pecado y compartir Su victoria.


En la Cruz, Jesús tiene una visión de todos aquellos por los que muere. Ve a cada uno de nosotros individualmente, salvándonos por su muerte y por su amor... Hizo esto para permitir que Dios entrara allí donde haya sufrimiento humano, incluso en el abismo de la muerte, acompañando al hombre a las profundidades del sufrimiento para levantarlo de nuevo y llevarlo de vuelta a la vida, elevándolo al cielo y poniéndolo a la derecha del Padre. El Hijo de Dios muere como hombre para que el Hijo del Hombre pueda levantarse de nuevo como Dios. El Hijo de Dios tuvo que


experimentar la angustia de la ausencia de Dios para que todos los hombres que murieran pudieran recuperar la presencia de Dios: esto es la salvación.


La Parusía


En los días y horas antes de Su pasión, Jesús habló a sus discípulos sobre la Parusía, es decir, Su segunda venida gloriosa. Nos invita también al inicio de la Gran Semana a acercarnos al misterio y a reflexionar su sentido y significado para nuestra propia vida y la vida del mundo. En la Iglesia reconocemos que la vida eterna ha penetrado en nuestra finitud. Sin embargo, también sabemos que la completa realización y revelación del reino de Dios, que ya ha comenzado a desarrollarse secretamente en el mundo, se producirá solo al final de los tiempos, en la Parusía. La Parusía es la intervención climática de Dios en la historia del cosmos. Es el Último Día, cuando Cristo vendrá en Su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos (Mateo 16:27; 25:31). Entonces, todas las cosas serán hechas nuevas (Apocalipsis 21:5).


Aunque sólo tenemos un conocimiento parcial de las cosas que pertenecen al Último Día, algunas son claras y ciertas.


Los tiempos del fin aparecerán de repente y cuando menos lo esperemos (1a Tesalonicenses 5:2-3). El momento exacto de la Parusía sólo lo conoce Dios el Padre (Mateo 24:36; Hechos 1:7). Sin embargo, según la palabra de Jesús, este dramático y decisivo hecho que marcará el repentino final de la historia, estará precedido por ciertos signos que señalarán la inminente venida del Novio. Se hace evidente por Sus palabras que la Segunda Venida no se producirá por ningún interludio idílico, sino con calamidades cósmicas sin precedentes, tribulaciones y desastres (Mateo 24:1-51; Marcos 13:1-37; Lucas 21:7-36). La devastación y desolación de los últimos días ha sido prefigurada misteriosamente en los acontecimientos terribles y espantosos que acompañaron a la crucifixión (Mateo 27:27-54). Independientemente de cuándo venga el Último Día, siempre es inminente, espiritualmente cercano en la vida del ser humano. Las incertidumbres y lo impredecible en la vida humana nos permite captar, aunque vagamente, la inminencia de la Parusía. Por ejemplo, la muerte, la indignidad final, la abominación y el enemigo, nos acecha desde el momento en el que nacemos. Para conseguir la victoria de Cristo sobre la corrupción y la muerte, debemos permanecer espiritualmente vigilantes; ser firmes en la fe; utilizar sabiamente los dones concedidos por Dios, y ser conscientes constantemente de la primacía del amor en nuestras relaciones. La vida que vivimos en la carne está llena del potencial y la oportunidad para obtener el cielo o perderlo.


La batalla decisiva contra el mal ya se ha librado y ganado. Sin embargo, la plenitud de esta victoria no será obtenida y manifestada hasta la Parusía. Hasta entonces, los esfuerzos sin sentido, inútiles y torpes del maligno intentarán robarle a la gente su dignidad y destino. Por lo tanto, estamos obligados a guardar las palabras de San Pedro, vivas en nuestra memoria y obrarlas en nuestras vidas. Escribió: “Humillaos por tanto bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os ensalce a su tiempo. Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él mismo se preocupa de vosotros. Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos sufren vuestros hermanos en el mundo. El Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un breve tiempo de tribulación, Él mismo os hará aptos, firmes, fuertes e inconmovibles” (1a Pedro 5:6-10).


La Iglesia siempre está orientada hacia el futuro, al siglo venidero. Así, es eskhaton o Último Día, que marcará el comienzo del reino de Dios en poder y gloria, forma parte de una constante referencia tanto como personas, como comunidad. “La Iglesia no muestra su identidad por lo que es, sino por lo que será.... Debemos pensar del eskhaton como el inicio de la vida de la Iglesia, el “arjé” (principio), que hace nacer a la Iglesia, le da su identidad, la sostiene e inspira en su existencia. La Iglesia existe, no porque Cristo muriera sobre la Cruz, sino porque Él se levantó de entre los muertos, lo cual significa que el reino ha venido. La Iglesia refleja el futuro, la etapa inicial de las cosas, no un hecho histórico del pasado”. Esta visión escatológica es una característica fundamental de nuestra fe. Modela la conciencia de los cristianos ortodoxos y guía la vida y actividad de la Iglesia.


La Iglesia es, ante todo, una comunidad de fieles constituida por la presencia del amor de Dios. Establecida por la acción redentora de Dios, sostenida y vivificada por el Espíritu Santo, la Iglesia en oración siempre está constituida y actualizada como el Cuerpo de Cristo. Impregnada por la gozosa y abrumadora presencia de Cristo resucitado (Mateo 28:20), la Iglesia está llamada a compartir Su resurrección, la vida deificada y a anhelar y esperar la venida en plenitud de la manifestación de Su gloria y poder (2a Pedro 3:12). El siglo venidero, (el reino de Dios), es conocido y experimentado por los fieles tanto como un don y como una promesa, es decir, algo dado y, al mismo tiempo, algo anticipado.


Mediante la adoración en general, y los sacramentos en particular, experimentamos una relación personal con Dios, que infunde Su vida en nosotros. Experimentamos Sus energías increadas, tocando, sanando, restaurando, purificando, iluminando, santificando y glorificando, tanto a la vida humana como al cosmos. Participamos en los hechos salvíficos de la vida de Cristo, para ser continuamente renovados. Experimentamos continuamente la presencia del Espíritu Santo que mora y se activa dentro de nosotros, conduciéndonos a revestirnos con la vida de la resurrección. Nuestra preparación para el reino ya ha comenzado con nuestro bautismo y crismación. Se sustenta y avanza por medio de la Eucaristía. Los sacramentos nos dan poderes por los que podemos acercarnos a Cristo y a su reino. Estos poderes son dinámicos y están destinados a ser desarrollados por nosotros. Así, nuestra preparación para el reino es un movimiento que envuelve progreso, tanto como un regreso, así como un avance hacia Dios. El progreso comienza con el regreso del hombre de su distanciamiento a su propia autenticidad. Fundamentalmente, esto significa un regreso a Cristo, el arquetipo y modelo del hombre. Al mismo tiempo, este regreso también es un progreso encaminado a Dios. “El regreso es simultáneamente también un progreso hacia adelante, y el progreso hacia adelante es un regreso. Es un regreso de la naturaleza humana a sí misma, y un progreso hacia adelante en si mismo, pero al mismo tiempo es un regreso y un progreso hacia adelante en Dios y Cristo, pues no es posible que haya desarrollo de la naturaleza humana, excepto en Dios y Cristo.... La nueva o futura era se desarrolla promoviendo la disolución o transformación de la era presente”.


El siglo venidero no surgirá a partir de algún progreso evolutivo biológico o histórico, ni será simplemente el resultado de logros humanos mediante un constante avance de la civilización. Efectivamente, el nuevo mundo se está obrando por sí mismo, pero en el misterio de la fe, oculto a los sabios de este mundo (1a Corintios 1:19-21; 2:6-9). El reino, después de todo, es de Dios y no del hombre. Sin embargo, la “era mesiánica comenzada por la Encarnación sólo puede ser establecida con la colaboración de la humanidad. Esta colaboración es llamada sinergia. Nos preparamos para la Segunda Venida, el triunfo final de la justicia y la vida sobre el maligno y la muerte, estando unidos por fe al Salvador crucificado y resucitado”. Además de estos temas compartidos, cada uno de los tres días del “Novio” tiene su propia conmemoración especial que lo distingue de los otros dos.


El Santo y Gran Martes


En el Gran Martes, la Iglesia nos llama a recordar dos parábolas, que están relacionadas con la Segunda Venida. Uno es la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13); la otra es la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30). Estas parábolas señalan la inevitabilidad de la Parusía y se ocupan de temas tales como la vigilancia espiritual, la mayordomía, la responsabilidad y el juicio.


De estas parábolas, aprendemos al menos dos cosas básicas. Primero, el Día del Juicio será igual a la situación en el que las damas de honor (o vírgenes) de la parábola se encontraron a sí mismas: algunas preparadas, y otras no. El tiempo en que uno se decide por Dios es ahora y no en un punto indefinido en el futuro. Si “el tiempo no espera a nadie”, ciertamente la Parusía no es una excepción. La tragedia de la puerta cerrada ‘es que son las personas las que la cierran, no Dios. La exclusión de la fiesta de bodas, es la exclusión del reino por nuestra propia mano. Segundo, se nos recuerda que la vigilancia y la preparación no significan un rendimiento fatigoso, una elaboración sin espíritu de obligaciones formales y vacías. Ciertamente no significa inactividad y pereza. Significa alerta espiritual, atención y vigilancia. La vigilancia es la profunda determinación personal a encontrar y hacer la voluntad de Dios, acogiendo todo mandamiento y virtud, y guardando la mente y el corazón de todo pensamiento y acción maligna. La vigilancia es el intenso amor de Dios. San Hesiquio el Sacerdote lo describe con estas palabras:


“Por su Encarnación, Dios nos dio el modelo para una vida santa y nos volvió a llamar de nuestra antigua caída. Además de muchas otras cosas, nos enseñó, tan débiles como somos, que debemos luchar contra los demonios con humildad, ayuno, oración y vigilancia. Pues cuando, tras su bautismo, se fue al desierto y el maligno vino a él como si fuera simplemente un hombre, comenzó su lucha espiritual ayunando y ganó la batalla por este medio, y sin embargo, siendo Dios, y Dios de dioses, no tuvo necesidad de tal medio.


Ahora voy a decirte en un lenguaje sencillo y directo lo que considero como tipo de vigilancia que gradualmente purifica la mente de los pensamientos apasionados. Un tipo de vigilancia consiste en examinar muy de cerca cada imagen mental o provocación, pues sólo por medio de una imagen mental puede Satanás fabricar un pensamiento maligno e insinuarlo a la mente para llevarlo por el mal camino. Un segundo tipo de vigilancia consiste en liberar el corazón de todos los pensamientos, manteniendo profundamente en silencio e inmóvil, y en oración. Un tercer tipo consiste en acudir continua e insistentemente al Señor Jesús Cristo pidiendo ayuda. Un cuarto tipo es tener siempre el pensamiento de la muerte en la mente. Estos tipos de vigilancia, hijo mío, actúan como porteros y barra de acceso a los malos pensamientos. Otro tipo que, junto con los demás, también es efectivo, es fijar la mirada en el cielo y no prestar atención a nada material”.


P. Alkiviadis Calivas

Traducción: Cantor Nektarios B.


LECTURAS


En Maitines (el lunes por la tarde)


Mt 22,15-46;23,1-39: En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?». Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Al oírlo se maravillaron y dejándolo se fueron. En aquella ocasión se le acercaron unos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés mandó que cuando uno muere sin hijos, su hermano se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Pues bien, había entre nosotros siete hermanos. El primero se casó, murió sin hijos y dejó su mujer a su hermano. Lo mismo pasó con el segundo y con el tercero hasta el séptimo. Después de todos murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque los siete han estado casados con ella». Les contestó Jesús: «Estáis equivocados porque no entendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres tomarán esposo; serán como ángeles en el cielo. Y a propósito de la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os dice Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos». Al oírlo la gente se admiraba de su enseñanza. Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas». Estando reunidos los fariseos, les propuso Jesús una cuestión: «¿Qué pensáis acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Le respondieron: «De David». Él les dijo: «¿Cómo entonces David, movido por el Espíritu, lo llama Señor diciendo: “Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies”? Si David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?». Y ninguno pudo responderle nada ni se atrevió nadie en adelante a plantearle más cuestiones. Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! Vuestra sentencia será por eso más severa. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga”! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro? O también: “Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga”. ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar, jura por él y por cuanto hay sobre él; quien jura por el templo, jura por él y por quien habita en él; y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: “Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas”! Con esto atestiguáis en vuestra contra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehenna? Mirad, yo os envío profetas y sabios y escribas. A unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar. En verdad os digo, todas estas cosas caerán sobre esta generación». «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido. Pues bien, vuestra casa va a quedar desierta. Os digo que a partir de ahora no me veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».


En la Hora Sexta


Ez 1,20-27: Dondequiera que iba el espíritu, iban también las ruedas. Las ruedas se elevaban junto a ellos, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas. Cuando aquellos andaban, también se movían las ruedas; cuando se detenían, también estas se detenían; cuando aquellos se elevaban del suelo, también las ruedas se alzaban junto con ellos, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas. Sobre la cabeza de los seres vivientes se extendía una especie de bóveda, de admirable esplendor, como de cristal. Bajo la bóveda, sus alas estaban horizontalmente emparejadas; cada uno se cubría el cuerpo con un par. Y oí el rumor de sus alas cuando se movían, como estruendo de aguas caudalosas, como la voz del Todopoderoso, como griterío de multitudes, como estruendo de tropas. Cuando se detenían, replegaban sus alas. También se oyó un estruendo sobre la bóveda que estaba encima de sus cabezas; cuando se detenían, replegaban sus alas. Y por encima de la bóveda, que estaba sobre sus cabezas, había una especie de zafiro en forma de trono; sobre esta especie de trono sobresalía una figura que parecía un hombre. Y vi un brillo como de ámbar (algo así como fuego lo enmarcaba) de lo que parecían sus caderas para arriba, y de lo que parecían sus caderas para abajo vi algo así como fuego, rodeado de resplandor, como el arco que aparece en las nubes cuando llueve. Tal era la apariencia del resplandor en torno. Era la apariencia visible de la Gloria del Señor.


En Vísperas


Éx 2,5-10: La hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían por la orilla del río. Al descubrir ella la cesta entre los juncos, mandó una criada a recogerla. La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando. Conmovida comentó: «Es un niño de los hebreos». Entonces la hermana del niño dijo a la hija del faraón: «¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?». Respondió la hija del faraón: «Vete». La muchacha fue y llamó a la madre del niño. La hija del faraón le dijo: «Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré». La mujer tomó al niño y lo crio. Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «lo he sacado del agua».


Job 1,13-22: Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job con esta noticia: «Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Solo yo pude escapar para contártelo». No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia: «Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido a las ovejas y a los pastores. Solo yo pude escapar para contártelo». No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia: «Una banda de caldeos, divididos en tres grupos, se ha echado sobre los camellos y se los ha llevado, después de apuñalar a los mozos. Solo yo pude escapar para contártelo». No había acabado este de hablar, cuando llegó otro con esta noticia: «Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó sobre los jóvenes y los mató. Solo yo pude escapar para contártelo». Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo: «Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor». A pesar de todo esto, Job no pecó ni protestó contra Dios.


Mt 24,36-51;25,1-46;26,1-2: Dijo el Señor a sus discípulos: «En cuanto al día y la hora, nadie lo conoce, ni los ángeles de los cielos ni el Hijo, sino solo el Padre. Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Quién es el criado fiel y prudente, a quien el señor encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Bienaventurado ese criado, si el señor, al llegar, lo encuentra portándose así. En verdad os digo que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si dijere aquel mal siervo para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera, llegará el amo y lo castigará con rigor y le hará compartir la suerte de los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora». «Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”». «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna». Cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: «Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado».


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Fuente: cristoesortodoxo.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española / Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe