07/05 - Conmemoración de la Preciosa Cruz que apareció en el Cielo sobre Jerusalén en el año 351


En este día en el año 351, no mucho tiempo después de que Cirilo sucediera a Máximo como Arzobispo de Jerusalén, durante el reinado de Constancio, hijo de San Constantino el Grande, en el día de Pentecostés, la señal de la Cruz apareció sobre Jerusalén.


Estupefactos ante el milagro, los aterrorizados residentes de la ciudad cayeron sobre sus rodillas e imploraron a Dios para que los librase de la aniquilación. Sin  embargo, el anciano Cirilo, quien había estado rezando por un signo proveniente del Todopoderoso, presenciaba la espectacular aparición con el corazón lleno de alegría.


San Cirilo, en su carta al Emperador Constancio, dice: «Hacia la tercera hora del día, una enorme Cruz formada de luz apareció en el cielo sobre el Santo Gólgota y hasta el Santo Monte de los Olivos, siendo vista, no por uno o dos, sino manifiesta con perfecta claridad a toda la multitud de la ciudad; no, como se podría suponer, pasando rápidamente de largo, sino permaneciendo abiertamente a la vista de todos sobre la tierra durante muchas horas y superando a los rayos del sol con su resplandor» (PG 33:1 16q).


Para el fiel Cirilo (315-386 d.C.), que había pasado  la mayor parte de su vida adulta luchando contra varias y peligrosas herejías que habían amenazado la pureza teológica de la Santa Iglesia, la repentina aparición de la  cruz ardiente era un signo seguro de que Dios estaba sosteniendo firmemente al Patriarca en su ardiente batalla contra la falsa doctrina conocida como “arrianismo”. Afirmando que Cristo no había estado presente como de Dios por toda la  eternidad, sino que simplemente había hecho Su aparición en un momento particular de la historia, el Arrianismo representaba una amenaza letal a la fe ortodoxa de la Santa  Iglesia. El peligro, por supuesto, era que el mundo llegara a ver al Santo Redentor como un simple mortal –sin ninguna  diferencia con otros profetas como Moisés o Elías– en vez  de reconocerlo como uno de la Santa Trinidad y, por lo tanto, como Dios encarnado.


En su gran sabiduría, el valiente Patriarca entendió  la gravedad de la amenaza del Arrianismo. Y a pesar de  ello, esta doctrina totalmente falsa parecía ganar fuerzas  conforme pasaban las horas. En ese mismo instante, los obispos enfurecidos de toda Tierra Santa le exigían al acorralado Cirilo a que aceptase el credo Arriano o renunciase a su cargo como el guía más influyente de toda la Cristiandad.


Hombre humilde y de hablar suave, Cirilo había nacido en el año 315, siendo educado por piadosos cristianos e instruido profundamente en las Sagradas Escrituras. Antes de haber sido elegido para suceder al  Arzobispo Máximo como Patriarca de Jerusalén luego de su muerte el año 350, Cirilo era un cristiano firmemente comprometido que había servido a Dios como monje y como presbítero.   


Durante el primer año de su  consagración como Patriarca -con la llegada al trono del  Emperador Romano Constancio (351-363)-, las crecientes luchas contra el Arrianismo amenazarían el futuro de la  Iglesia. Constancio era un apasionado adherente de la doctrina herética del Arrianismo, y apoyó decididamente a los obispos infieles que estaban difundiendo esta falsa enseñanza a lo largo del imperio.


Lo que Cirilo necesitaba desesperadamente en esta hora era un signo de Dios –un milagro que fuese evidente a todos y que subrayara la autoridad del Patriarca de Jerusalén en este momento de discusiones teológicas de crucial importancia. Si se le pudiera mostrar a la gente el verdadero camino de Dios, la Iglesia se salvaría de este terrible error.


Aunque era un gran líder en la Santa Iglesia del  Siglo IV, Cirilo también era un humilde monje que amaba muchísimo deambular en completa soledad por los vastos desiertos de la antigua Palestina, en los cuales podía alabar a Dios al mismo tiempo que realizaba actos ascéticos de abnegación para la alegría de su corazón. Posiblemente por ello Dios respondió en aquella mañana inolvidable a la ferviente oración del santo que clamaba por un “signo”, haciendo que, repentinamente, ardieran en  llamas brillantes los cielos sobre Jerusalén.  


Tal y como miles de residentes lo confirmarían posteriormente, el gran símbolo cristiano se extendería desde el Monte de los Olivos hasta  el Gólgota, el escenario de la muerte por Crucifixión de Cristo. La asombrosa aparición duró una semana entera, durante la cual muchos paganos y seguidores del arrianismo se vieron inspirados a aceptar el Santo  Evangelio de Jesucristo y la verdadera fe que el Santo Redentor había traído a la humanidad tres siglos antes. De una vez por todas, era evidente para los habitantes de la Ciudad Santa que Dios Todopoderoso había favorecido a San  Cirilo en la gran lucha contra la herejía arriana y que su autoridad como líder de la Cristiandad no debía ser desafiada.   


Al final, la herejía Arriana sería vencida completamente y echada en el olvido. Por su parte, San Cirilo continuaría sirviendo a la Santa Iglesia con gran distinción hasta el momento de morir a la edad de 71 años, en el año 386.


LECTURAS

Hch 26,1;12-20: En aquellos días, el rey Agripa dijo a Pablo: «Se te permite hablar en tu favor». Entonces Pablo, extendiendo la mano, empezó su defensa: «Iba hacia Damasco con poderes y comisión del sumo sacerdote, cuando, hacia el mediodía, durante el camino vi, ¡oh rey!, una luz venida del cielo, más brillante que el sol, que me envolvía con su fulgor a mí y a los que caminaban conmigo. Caímos todos nosotros por tierra y yo oí una voz que me decía en hebreo: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Duro es para ti dar coces contra el aguijón”. Yo dije: “¿Quién eres, Señor?”. Y el Señor respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, pues me he aparecido a ti precisamente para elegirte como servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a quienes te envío para que les abras los ojos, y se vuelvan de las tinieblas a la luz y del dominio de Satanás a Dios; para que reciban el perdón de los pecados y parte en la herencia entre los que han sido santificados por la fe en mí”. Así pues, rey Agripa, yo no he sido desobediente a la visión del cielo, sino que he predicado primero a los judíos de Damasco, luego a los de Jerusalén y de toda Judea, y por último a los gentiles, que se arrepientan y se conviertan a Dios, haciendo obras dignas de penitencia».



Fuente: goarch.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Traducción del inglés y adaptación propias