09/05 - Cristóbal el Mártir de Licia


San Cristóbal es un santo mártir importante en la memoria cristiana, tanto en Occidente como en Oriente; su nombre define en sí mismo su hermosa vida cristiana: Christo-phoros, que en griego significa “portador de Cristo” y debido a esto, a menudo es representado con el Niño Jesús sobre sus hombros, aunque en algunas ocasiones, los cristianos vemos iconos suyos donde el santo aparece con la cabeza de un perro. Estas representaciones son raras en la Cristiandad y pueden estar asociadas con la iconografía antigua egipcia del dios Anubis, que es representado con una cara de chacal, pero con cuerpo de cadáver humano. Este antiguo dios era el protector de las almas que pasan de esta vida a la eterna, por lo que es muy interesante el hecho de que San Cristóbal sea también el protector de los viajeros y de los pasajeros.


El Kinokephalos: el hombre con cabeza de perro:


Curiosamente, la probable existencia de hombres con cabezas de perro, no solo se menciona en la historia de San Cristóbal. El historiador antiguo Ctesías, que vivió en el siglo V antes de Cristo, habla en su libro Indica de la tribu india de los kinokephaloi. Esta afirmación, posteriormente, es tomada por algunos como el patriarca Focio. Además, en las historias sobre los viajes de Alejandro Magno a la India, los hombres con cabezas de perro vivían en el desierto de Gedrosian, en el actual Pakistán.


Más tarde, el historiador bizantino Tzetzes, en el siglo XII, habla de todo un pueblo de kinokephaloi que vivían en algún lugar de las lejanas tierras indias. Incluso Marco Polo habla de este tipo de seres humanos que habitaban algunos lugares de las islas indias. Marco Polo dice que estas personas se modelaban el rostro desde muy pequeños, por lo que se puede entender que la cara de perro no era real, sino que estaba impuesta por algunas costumbres bárbaras: probablemente un ritual de auto-mutilación. En la versión griega de la vida de San Cristóbal, se dice que él vino al Imperio Romano procedente de las tierras de los persas, por lo que se podía creer que procedía de la India, tal vez de esta tribu de la que hemos hablado.


¿Quién fue San Cristóbal?


Desde el siglo IV, San Cristóbal aparece en los iconos de dos formas: una, atravesando un río portando a Cristo sobre sus hombros y llevando en la mano derecha un bastón que, milagrosamente, tiene hojas. Y la segunda, iconos en los que se le representa con la cabeza de un perro o de un cordero. La primera representación se produce más frecuentemente en Occidente y la segunda, en las Iglesias Orientales. Hay una tercera representación, frecuente en los monasterios del norte de Rumania, donde aparece San Cristóbal como un ser humano normal, pero llevando un plato con una cabeza de perro (el mismo tipo de representación como la de San Juan Bautista o la de otros mártires muertos por decapitación, que aparecen con su cabeza en sus manos).


Dos historias:


En el Sinaxario oriental y en la Leyenda Aurea se dice que San Cristóbal vivió en tiempos del emperador Decio, alrededor del año 250, pero hay otras versiones en las que se le coloca más tarde, durante el reinado de Maximino Daia, alrededor del año 300. La leyenda latina lo menciona como canaíta, pero sin embargo, el Sinaxario dice que vino de tierras del Este, más allá de Persia. Ambas historias hacen mención a este gigante soldado del Imperio Romano, que tenía buen corazón y que trataba de ayudar a los cristianos cautivos.


Su nombre latino es “Reprobus”, un nombre que nos indica la comprensión hacia su fealdad; que era feo, pero sin embargo, la otra versión, la oriental, nos dice que Cristóbal era un hombre muy hermoso que rogaba al Señor para que su belleza no provocara escándalo entre las mujeres. Dios escucha sus oraciones y hace que su rostro se convierta en el rostro de un perro.


El martirio de San Cristóbal:


Digamos que la historia de un hombre hermoso termina aquí, pero la “Vita” Bizantina es aun más larga: es la vida de un mártir.


En la Leyenda Aurea, Reprobus, sirviendo en primer lugar a un rey cananeo, se vio a si mismo cuando se hablaba de combatir al demonio y por eso entendió que la cruz le podría ayudar contra el mal. Por lo tanto, cómo él quería servir a Cristo y no sabía cómo hacerlo, un ermitaño le dijo que, al ser tan alto, podía ayudar a la gente a cruzar un río y esa sería su misión en este mundo. Una vez había un niño que, curiosamente, era tan pesado que le costó mucho trabajo cruzar el río con él. El Niño le dijo que era Jesús y que buscaba que él lo sirviera y este es el motivo por el cual, en las representaciones occidentales aparece con Jesús sobre sus hombros atravesando un río.


Posteriormente, Reprobus marchó a la ciudad de Licia para alistarse como soldado en el ejército romano. El Sinaxario bizantino menciona también que él tenía problemas de habla, por lo que no podía dar ánimos verbalmente a los cristianos que estaban cautivos. Después de orar a Cristo para que se le solucionase este problema, “Cristo le abrió la boca” por lo que él, en nombre de todos los cristianos, fue capaz de hablar contra un perseguidor local llamado Baco. Por este motivo, fue condenado y enviado a Roma, junto con doscientos soldados que le sirvieron de guardia. En el camino hacia Roma, fue bautizado por el obispo de Antioquia, que se llamaba Babylo y que le cambió su nombre de Reprobus por el de Cristóbal.


La tradición nos dice que su martirio tuvo lugar en Licia, que en realidad es una región que está en el Asia Menor, por lo que probablemente, murió en la capital: Myra. Se dice que el emperador se asustó a ver su cara y su alta estatura. De acuerdo con la Leyenda Aurea, su estatura era de cinco codos (2,3 metros de altura) y su rostro era temible.


En un principio, el emperador intentó convencerlo para que renunciara a su fe y más tarde le envió a dos mujeres muy hermosas para que lo hicieran caer en el pecado, pero no lo consiguió; no tuvo éxito. Y tanto los doscientos soldados como las dos mujeres, se convirtieron al cristianismo por lo que todos ellos fueron condenados a muerte por el propio emperador. Finalmente, el santo fue torturado: lo sentaron en una silla de cobre incandescente, pero él tuvo una visión de Cristo que se le presentó como una luz más brillante que el sol. Finalmente murió como un mártir de Cristo, siendo decapitado.


Su celebración:


La Iglesia Ortodoxa venera a San Cristóbal el día 9 de mayo. En muchas iglesias de Grecia, el icono de San Cristóbal se coloca en la entrada para que la gente pueda verlo al entrar y al salir del edificio. Existe un pequeño poema griego que dice que “cuando ves a Cristóbal, puedes caminar con seguridad”. Esto hace creer a la gente que todo el que mira el icono de San Cristóbal no tendrá una muerte súbita ni accidental.


Sus reliquias:


Las reliquias de San Cristóbal en un principio se encontraban en una iglesia en Licia, pero posteriormente fueron trasladadas a Toledo y finalmente a la abadía de Saint Denis en Francia. La iglesia de San Justino en la isla de Rab, en Croacia, tiene en su museo un relicario dorado con el probable cráneo de San Cristóbal. Esa reliquia llegó a dicha ciudad en el siglo XI, como un premio especial por la veneración que sentían hacia el santo. La tradición dice que cuando fue colocada en los muros de la ciudad, destruyó al ejército árabe que la sitiaba.


San Cristóbal es el santo patrón de muchas regiones y ciudades, tales como: las antiguas tierras de Baden, Brunswick y Mecklenburg, en Alemania, la isla de San Cristóbal en las islas del Caribe, la ciudad de Barga en la Toscaza italiana, la isla de Rab en Croacia, Roermond en Holanda, Gerona en Cataluña, Mondim de Basto en Portugal, Agrinio en Grecia, Vilnius en Lituania, Riga en Letonia, La Habana en Cuba y Paete en las Islas Filipinas.


He aquí el texto de la Leyenda Áurea varias veces mencionada:


Cristóbal se llamaba Réprobo antes de su bautismo. Pero con el sacramento recibió el nombre de Cristóbal, que significa portador de Cristo, porque había de llevar a Cristo de cuatro modos: sobre los hombros, en el cuerpo por la penitencia, en la mente por la devoción, y en la boca por la confesión de la fe y la predicación.


Cristóbal pertenecía a la tribu de Canaán. Era increíblemente alto y su rostro infundía miedo. La anchura de sus espaldas era de doce codos. Las historias cuentan que, cuando vivía en la corte del rey de Canaán, decidió partir en busca del más grande príncipe de este mundo y entrar a su servicio. Tan lejos fue Cristóbal, que llegó a la corte de un gran rey, que tenía fama de ser el mayor del mundo. Guando el monarca le vio, le tomó a su servicio y le alojó en su palacio. En una ocasión, un bardo cantó delante del soberano una canción en la que mencionaba frecuentemente al demonio. Como el rey era cristiano, hacía la señal de la cruz cada vez que oía mentar al diablo, y al ver aquello Cristóbal, se preguntaba maravillado qué significaba esa señal y por qué la hacía el soberano. Tanto se interesó por aquel misterio, que acabó por interrogar a su amo. Como el rey rehusó revelarle el significado de la señal, Cristóbal le suplicó y aun le amenazó con abandonar su servicio si no obtenía una respuesta. Entoces el rey le respondió: «Siempre que oigo mentar al diablo tengo miedo de que ejerza su poder sobre mí y el signo de la cruz me protege contra sus acechanzas». Entonces Cristóbal dijo al rey: «¿De modo que temes al diablo? Eso quiere decir que el diablo tiene más poder y es mayor que tú. Yo creía que tú eras el príncipe más poderoso del mundo. Así pues, te encomiendo a Dios, porque en este momento me voy a buscar al diablo para servirle».


Cristóbal partió de la corte del rey y se apresuró a buscar al diablo. Pasando por un desierto, vio una gran comitiva de caballeros. El más cruel y horrible de ellos se acercó a Cristóbal y le preguntó a dónde iba. Cristóbal le respondió: «Voy a buscar al diablo para servirle». Y el caballero le dijo: «Yo soy el que buscas». Cristóbal se alegró mucho al saberlo e inmediatamente le prometió servirle lealmente y tenerle por señor hasta la muerte. Un día que iban por un camino real, encontraron una cruz plantada al borde. En cuanto el diablo vio la cruz, echó a correr lleno de miedo y condujo a Cristóbal a través de un desierto para alejarse de la cruz y, luego de dar un rodeo volvieron a tomar el camino real. Cristóbal, muy asombrado, preguntó al diablo por qué había abandonado el camino real y le había conducido a través de un desierto tan árido. Pero el diablo no quería responderle. Entonces Cristóbal le dijo: «Si no me respondes, abandonaré tu servicio». Viéndose obligado a contestarle, el diablo le dijo: «Hubo un hombre llamado Cristo que fue crucificado. Y siempre que veo una cruz tengo miedo y me echo a correr». Cristóbal declaró: «Eso quiere decir que Cristo es más grande y más poderoso que tú. Veo, pues, que me he esforzado en vano por encontrar al Señor más poderoso del mundo. En este mismo momento abandono tu servicio. Prosigue tu camino, porque yo me voy en busca de Cristo».


Después de mucho caminar y preguntar dónde podría encontrar a Cristo, Cristóbal llegó a la morada de un ermitaño del desierto. El ermitaño le habló de Cristo, le instruyó diligentemente en la fe y le dijo: «El Rey a quien buscas exige de ti el servicio de ayunar frecuentemente». Cristóbal le respondió: «Pídeme otra cosa, pues yo soy incapaz de ayunar». El ermitaño replicó: «Entonces tienes que velar y hacer mucha oración». Y Cristóbal respondió: «No sé lo que es hacer oración, de suerte que tampoco puedo obedecer este mandato». Entonces el ermitaño le dijo: «¿Conoces el río profundo de peligrosa corriente en el que han perecido muchas gentes?» Cristóbal respondió: «Sí, lo conozco muy bien». El ermitaño replicó: «Como eres muy alto y erguido y tus músculos son muy fuertes, debes irte a vivir a la orilla de ese río y transportar sobre tus hombros a cuantos quieran atravesarlo. Ese servicio agradará sin duda al Señor Jesucristo, a quien tú buscas. Espero que Él se te mostrará algún día». Cristóbal partió hacia el río y se construyó una morada en la orilla. Para vadear el río empleaba un enorme palo a manera de cayado, y transportaba sin cesar a toda clase de gente de una orilla a otra. Y ahí vivió muchos días, trabajando como hemos dicho.


Cierta noche cuando dormía en su choza, oyó la voz de un niño que le llamaba: «Cristóbal, ven a transportarme». Cristóbal se despertó y salió, pero no vio a nadie. Volvió a entrar en su morada y oyó, por segunda vez, la misma voz; inmediatamente acudió, pero no encontró a nadie. Al oír el llamado por tercera vez, Cristóbal salió a buscar detenidamente y encontró, a la orilla del río, a un niño que le pidió amablemente, que le transportase a la otra orilla. Cristóbal subió al niño en sus hombros, tomó su cayado y empezó a vadear la corriente. Pero las aguas empezaron a subir y el niño pesaba como el plomo. Cuanto más avanzaba Cristóbal, más crecía la corriente y más pesado se hacía el niño, de suerte que Cristóbal tuvo miedo de perecer ahogado. Sin embargo, con gran esfuerzo pudo llegar a la otra orilla. Entonces dijo al pequeño: «Niño, me has puesto en un grave peligro. Me pesabas como si cargase el mundo sobre mis hombros. ¡Nunca había soportado un peso tan grande como el tuyo, que eres tan pequeño!» Y el niño respondió: «No te maravilles por ello, Cristóbal. No has cargado al mundo, pero llevaste sobre los hombros al Creador del mundo. Yo soy Jesucristo, el Rey a quien sirves con tu trabajo. Y, para que sepas que digo la verdad, planta tu cayado junto a tu casa, y yo te prometo que mañana tendrá flores y frutos». Dicho esto, desapareció el niño. Cristóbal plantó su cayado y, cuando se levantó a la mañana siguiente, el palo seco era como una palmera llena de hojas, de flores y de dátiles.


Cristóbal fue entonces a la ciudad de Licia. Como no entendía el idioma de los habitantes, pidió al Señor que le ayudase y Dios le concedió el entendimiento de aquella lengua extraña. Mientras Cristóbal hacía su oración en alta voz, las gentes que lo observaban juzgaron que estaba loco y lo dejaron en paz. Cuando Cristóbal empezó a entender el idioma de los habitantes de Licia, se cubrió el rostro y escuchó lo que se hablaba. Así se enteró de lo que sucedía en la ciudad y sin tardanza, se dirigió al sitio en que los jueces condenaban a muerte a los cristianos y les reconfortó en Cristo. Entonces, los magistrados le abofetearon. Cristóbal les dijo: «Si no fuese cristiano, me vengaría de esta injuria». En seguida plantó su cayado en la tierra y pidió al Señor que lo hiciese florecer y fructificar para convertir al pueblo. Y así sucedió inmediatamente, y se convirtieron ocho mil hombres. Entonces, el rey envió a dos caballeros para que trajesen prisionero a Cristóbal. Los caballeros encontraron a Cristóbal en oración y no se atrevieron a comunicarle la orden del rey. El monarca envió entonces a otros dos caballeros, los cuales se arrodillaron a orar con Cristóbal. Cuando éste terminó su oración, preguntó a los caballeros: «¿Qué buscáis?» Cuando los caballeros vieron el rostro de Cristóbal, le dijeron: «El rey nos ha enviado para que te llevemos prisionero». Cristóbal les dijo: «Si yo quisiera no podríais llevarme prisionero». Los caballeros replicaron: «Si quieres quedar libre, vete pronto y nosotros diremos al rey que no te hemos encontrado». Pero Cristóbal respondió: «No será así, sino que iré con vosotros». Entonces Cristóbal convirtió a los caballeros a la fe y les pidió que le atasen las manos a la espalda y le llevasen a la presencia del rey. Cuando el monarca vio a Cristóbal, sintió tan gran temor que se cayó del trono y sus servidores le ayudaron a levantarse. Entonces el rey preguntó al prisionero su nombre y su país de origen. Cristóbal respondió: «Antes de mi bautismo me llamaba Réprobo y ahora me llamo Cristóbal que significa "portador de Cristo"; antes de mi bautismo era yo cananeo y ahora soy cristiano». El rey replicó: «Tienes un nombre absurdo, porque das testimonio de Cristo, un hombre que fue crucificado y no pudo salvarse, de suerte que tampoco podrá defenderte a ti. ¿Por qué te niegas a sacrificar a los dioses, maldito cananeo?» Cristóbal respondió: «Con razón te llamas Dagnus, pues eres la ruina del mundo y discípulo del demonio. Tus dioses han sido hechos por manos de hombres». Y el rey le dijo: «Tú te educaste entre bestias salvajes; por ello hablas un idioma salvaje y dices palabras que los hombres no entienden. Si ofreces sacrificios a los dioses, te colmaré de regalos y honores; pero si te niegas, te destruiré y aplastaré con horribles penas y torturas». Como Cristóbal se negase a ofrecer sacrificios a los dioses, el rey le encarceló. También mandó decapitar a los caballeros que había enviado a buscarle y se habían convertido al cristianismo.


En seguida, envió al calabozo de Cristóbal a dos hermosas mujeres, llamadas Nicea y Aquilina y les prometió ricos presentes si conseguían hacer pecar a Cristóbal. Al ver a las mujeres, Cristóbal se arrodilló a hacer oración. Pero, como ellas empezasen a abrazarle, Cristóbal se levantó y les dijo: «¿Qué queréis? ¿Para qué habéis venido?» Las mujeres, asustadas de la santidad que se reflejaba en el rostro de Cristóbal, le dijeron: «Hombre de Dios, apiádate de nosotras para que creamos en el Dios que tú predicas». Al enterarse de aquella conversión, el rey mandó que trajesen a su presencia a las mujeres y les dijo: «Os habéis dejado engañar. Pero juro por mis dioses que, si no les ofrecéis sacrificios, pereceréis al punto de mala muerte». Y las mujeres respondieron: «Si quieres que ofrezcamos sacrificios, manda limpiar la plaza y ordena que todo el pueblo se reúna en ella». Cuando quedó cumplida la orden del rey, las mujeres entraron en el templo y, enredando sus guirnaldas en el cuello de los ídolos, los derribaron y los hicieron pedazos. En seguida dijeron a los presentes: «Id a buscar a los médicos y a las brujas para que curen a vuestros dioses». Entonces el rey mandó ahorcar a Aquilina y colgarle de los pies una pesada roca para que se desgarrasen los miembros. Cuando Aquilina murió y pasó al Señor, su hermana Nicea fue arrojada a una hoguera, pero salió de ella totalmente ilesa. Entonces los verdugos le cortaron la cabeza y así murió.


Cristóbal compareció de nuevo ante el rey, quien ordenó que le golpeasen con varillas de hierro, que le colocasen sobre la cabeza una cruz de hierro al rojo vivo, que le sentasen sobre una silla de hierro y encendiesen fuego debajo de ella y que vertiesen sobre el mártir pez hirviente. Pero el asiento se derritió y Cristóbal se levantó sin una sola herida. Viendo esto, el rey mandó que le atasen a una gran estaca y que cuarenta arqueros disparasen sus flechas contra él. Pero ninguno de los arqueros pudo dar en el blanco, porque las flechas se desviaron en el aire y no tocaron a Cristóbal. El rey, creyendo que Cristóbal había sido atravesado por las flechas, le dirigió la palabra; entonces una de las flechas cambió súbitamente de dirección y fue a clavarse en el ojo del rey. Cristóbal le dijo: «Tirano, yo voy a morir mañana. Haz un poco de lodo con mi sangre, úngete con él el ojo y así recobrarás la vista». Entonces el rey mandó que le cortasen la cabeza. Cristóbal hizo su oración, y el verdugo lo decapitó. Tal fue el martirio de Cristóbal. Entonces el rey hizo un poco de lodo con su sangre, se lo puso en el ojo, y dijo: «En el nombre de Dios y de Cristóbal». E inmediatamente quedó curado. El rey creyó entonces en Dios y mandó que fuesen decapitados todos los que blasfemasen de Dios o de san Cristóbal.



Fuente: preguntasantoral / eltestigofiel.org

Adaptación propia