Hoy quiero escribir sobre San Pacomio, santo que está considerado como el Padre de la vida cenobítica. ¿Pero qué significa esto? Lo recordaremos un poco antes de ponernos a hablar de él. Digamos que, básicamente, en el monacato primitivo existían tres formas de vida: eremitica, semi-eremitica y cenobítica o cenobita.
Eremita es el monje que vive en completa soledad, de manera ascética, dedicado casi exclusivamente a la oración; que vive en una cueva o gruta, la cual es su celda, su casa, su monasterio. Es la forma más primitiva de monacato y aparece en Egipto en el siglo III. El mejor ejemplo: San Pablo el Primer Ermitaño.
Semi-eremita es el monje que aunque vive en soledad, se acerca a otros formando una pequeñísima comunidad de monjes que, aunque separados físicamente, viven cercanos unos a otros y tienen un guía espiritual. “Aunque viven juntos, no tienen vida en común”. El mejor ejemplo: San Antonio el Grande.
Cenobita es el monje que, aunque su principal tarea sea la oración, vive en comunidad sobre todo para celebrar los divinos oficios, vive en una casa-monasterio y tiene un superior que los dirige. El primer cenobita es San Pacomio.
Pero digamos ya algo sobre él. San Pacomio contó a sus discípulos en varias ocasiones cómo había sido su infancia, su conversión, su lucha contra las tentaciones, cómo fueron los inicios de su vida solitaria y cómo florecieron sus fundaciones. Todo esto fue posteriormente escrito por Teodoro, uno de sus discípulos, que lo hizo con la intención de contar a los monjes todas estas cosas. Es lo que ha venido en llamarse su Vita.
No se sabe en que lengua fue escrita, si en copto o en griego, ya que Teodoro conocía las dos lenguas, pero una cosa si es cierta y es que las principales narraciones posteriores están todas escritas en copto. A partir de este documento inicial se escribió una llamada “Vida breve de Pacomio”.
San Pacomio no escribió una regla para sus monjes al estilo en que lo hicieron San Benito y San Basilio. En la “Vita” se habla de preceptos o de normas que debían seguir los monjes, que se hicieron a medida que era fundado un nuevo monasterio, y estas normas básicas eran sobre cómo organizar el monasterio, cómo curar a los enfermos, cómo trabajar el campo, o sea, según las circunstancias de cada caso. Otro discípulo del santo llamado Orsiesio las recopiló y esta recopilación, posteriormente, fue traducida al griego y al latín y ha venido en llamarse “Regla de San Pacomio”, pero no es una regla sino una amalgama de normas, que tienen sin duda un valor histórico pero que no nos transmite cuál era la espiritualidad del santo.
San Pacomio nació en Sne (Egipto), junto a la ribera del río Nilo, en el año 287, siendo sus padres paganos. Con unos veinte años de edad fue enrolado a la fuerza en las milicias del emperador y llevado a Thebes, donde lo encerraron con el resto de reclutas forzosos. Los ciudadanos de Thebes les llevaban alimentos mientras estaban encerrados. Conmovido por tanta bondad, Pacomio les preguntó el por qué se comportaban así y ellos le respondieron que porque eran cristianos y este fue el primer contacto de nuestro santo con el cristianismo. Entonces rogó a Dios que si le libraba de tener que ser militar, se dedicaría a Él toda su vida. Sus plegarias fueron escuchadas y poco después se le permitió dejar el ejército.
Se puso en camino hacia el Sur llegando a un pueblecito llamado Seneset (la actual Kasr-es-Sayad), donde fue bautizado. Aquella noche tuvo una visión que le hizo comprender que esa gracia que él acababa de recibir, debía extenderla, compartirla con los demás y así, durante algún tiempo se dedicó a ayudar a la gente de Seneset. Pero pronto decidió hacerse monje bajo la dirección de un viejo eremita, llamado Palamón, que vivía por los alrededores del pueblo y así estuvo durante siete años.
Un día en el que se había acercado al desierto para rezar en soledad escuchó una voz del Cielo que lo llamaba por su nombre y le decía que se instalase allí, se construyera una casa para él y para cuantos acudieran solicitando su ayuda espiritual. El comprendió que así quería Dios que le sirviera. Pronto se le unió un tal Juan y algunos otros hombres del entorno. El, pacientemente y con algunos problemas, inició con ellos una verdadera comunidad cristiana, al estilo de la constituida por los primeros cristianos en Jerusalén.
El inicio fue difícil pero se fueron agregando otras personas, desarrollándose esta comunidad con tanta rapidez que Pacomio tuvo que organizarla y así, uno tras otro fue fundando hasta ocho comunidades o monasterios.
El dejó a Teodoro, su discípulo predilecto, al frente de estas comunidades de la Tebaida y se estableció en Phboou, donde hizo otra fundación y donde fijó lo que llamaríamos el gobierno de su “Congregación”. Tanto fue creciendo que tuvo que llamar a Teodoro para que le ayudara.
Pacomio y sus monjes se distinguieron por tener un gran amor y un profundo respeto hacia sus obispos, especialmente, hacia San Atanasio que era el patriarca de Alejandría. También los obispos locales mostraban gran aprecio hacia Pacomio y su obra, siendo la insistencia de algunos obispos el origen de la fundación de algún que otro monasterio. Aunque hubo algún problema aislado, las relaciones fueron excelentes.
Cuando murió en el año 347 en Phboou, Pacomio había fundado nueve monasterios masculinos y uno femenino. Su sucesor inmediato fue un monje llamado Petronio, que vivió solo unos días, siendo sustituido por Orsiesio el cual decidió poner la “Congregación” en manos del monje Teodoro, el que hemos dicho que era el discípulo predilecto de Pacomio.
Hay que decir que cuando Pacomio se decidió por la vida cenobítica ya existían numerosas comunidades de anacoretas en el Alto Egipto, pero de todos modos, la forma de vida monástica que él instauró era “otra cosa nueva”. El tuvo la originalidad de reagrupar a los ascetas de una zona en torno a un mismo padre espiritual. Esto era fácil hacerlo en torno a una persona como él, pero consiguió que en cada monasterio se hiciese en torno a un monje anciano y que unos con otros estuvieran en comunión espiritual y colaborasen en el trabajo. Esta comunión le da a la vida cenobítica su razón de ser, a diferencia de la vida eremítica en soledad. Su modelo, como he dicho antes, es el modo de vida de la primitiva comunidad cristiana guiada por los apóstoles. No se trata de una simple unión, sino de una comunión efectiva que se manifiesta en un servicio recíproco entre todos los monjes.
San Pacomio concebía la autoridad del superior como un servicio a la comunidad: la única razón de todos los miembros de la comunidad era la entrega absoluta a Dios y el servicio al resto de los hermanos y por eso, a veces, el monasterio era la casa destinada al cuidado de los enfermos. Esta espiritualidad pacomiana tiene sus raíces más profundas en esa primitiva corriente doctrinal judeo-cristiana y se fundamenta en el bautismo y en los compromisos que conlleva este sacramento.
El documento fundamental no es ninguna regla del estilo benedictino, sino las Sagradas Escrituras. Desde que entra el aspirante al monasterio, se aprende pasajes de las Escrituras que recita constantemente en voz baja durante todo el día, mientras trabaja e incluso durante parte de la noche, siendo esta la principal forma de oración. Esta espiritualidad cenobítica no adquirió ni en Oriente ni en Occidente la difusión e influencia que realmente mereció.
Al inicio del siglo VI, Dionisio el Pequeño tradujo la “Vita” de San Pacomio al griego y al latín, pero en Occidente tuvo muy poca difusión. Más lo tuvo la “llamada Regla de San Pacomio”, de la que hemos hablado antes, cuando la tradujo San Jerónimo.
Pero digamos también algo sobre el culto tributado al Santo. Cuando estaba en el lecho de muerte, Pacomio le hizo prometer a Teodoro que no dejara su cuerpo en lo que se entendiera que era su sepulcro, sino que lo escondiera, porque temía que sobre su sepultura se construyera algún tipo de monumento o iglesia. Él pensaba que los santos no querían que se les tributase culto alguno. Teodoro se lo prometió y se mantuvo fiel a esta promesa y así, la noche posterior al entierro, exhumó el cadáver y lo enterró en un lugar que jamás ha sido descubierto.
Antonio Barrero
LECTURAS
Gál 5,22-26;6,1-2: Hermanos, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo.
Mt 4,23-25;5,1-13: En aquel tiempo, Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania. Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».
Fuente: preguntasantoral / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia