Nació en Amasea del Ponto en el mar Negro y era sobrino de san Teodoro el Tirón (17 de febrero), Obispo de Comana en el Ponto.
Al enterarse el gobernador de Capadocia, Agripas, de que Basilisco era cristiano, lo mando apresar. Fue arrestado por el gobernante de Capadocia Asclepiadis (o Asclepiódoto) junto con los soldados compañeros de su tío Teodoro, Eutropio y Cleónico, quienes, debido a que se negaron a ofrecer sacrificios a los ídolos, acabaron recibiendo la muerte por martirio. San Basilio fue encarcelado por los idólatras con la esperanza de que, con las privaciones y la miseria, acabara negando a Cristo con el paso del tiempo. Esperaban que el impacto de este acto fuese grande entre los cristianos. Pero él había tomado la irreversible decisión de morir como cristiano, teniendo como brillante ejemplo a su tío, el Gran Mártir, quien permaneció firme en su confesión después de haber rechazado todas las promesas y amenazas. Cuando oraba al Señor para ser considerado digno de acabar también él su curso terrenal como mártir, este se le apareció y le dijo que primero tenía que dirigirse a sus parientes para despedirse de ellos, y eso hizo. Así pues, el Señor en una visión le liberó de la prisión y le dijo que fuera a casa de su pariente Teodoro.
Cuando se supo que había salido de la cárcel, los soldados le apresaron de nuevo y lo llevaron a Comana de Capadocia, obligándole a caminar con sandalias tachonadas con clavos. Las heridas que le causaron fueron tan profundas que entraron en los huesos de sus pies, haciendo que toda la tierra a su paso estuviera roja de sangre. De camino hacia el gobernante, llegaron a Dacia. Los soldados que le acompañaban fueron alojados en la casa de una mujer llamada Traianes. Allí ataron al santo a un árbol, que era un plátano seco, y se sentaron a comer. Entonces Basilisco, a través de su oración, consiguió que volviese a crecer el árbol, echando nuevas hojas, y que de sus raíces brotase una pequeña fuente. Esta fuente se conserva hasta hoy en día, siempre con agua surgiendo de ella. Entonces se produjo un terremoto tan fuerte, que los soldados saltaron de la mesa y salieron de la casa donde cenaban para ver qué estaba pasando. Cuando vieron que la fuente fluía y el plátano seco había sido revivido, quedaron asombrados. Por eso todos, que eran trece en número, creyeron en Cristo. Inmediatamente desataron al Santo y, quitándole los cavos de los pies, cayeron ante él y le pidieron que los bautizara, junto con la mujer que los recibió y todos los que pertenecían a su hogar. También trajeron a muchos enfermos y poseídos por demonios, los cuales fueron sanados y bautizados por el Santo, y los bautizó.
Cuando llegó a Comana, fue llevado ante Agripa, quien llevó a Basilisco a un templo idólatra, con la esperanza de que el ambiente pagano le llevase a ofrecer sacrificio a los ídolos. "¿Por qué, sin ponerte a pensar, no sacrificas a los dioses?" le preguntó Agripa. "Yo, oh gobernador, no dejaré de sacrificarme a Dios", respondió Basilisco. Cuando el gobernador escuchó esto, se regocijó (pensando que Basilisco iba a sacrificar a sus dioses) y, tomando de la mano al Santo, lo llevó al templo de los ídolos. Entonces el Santo levantó sus manos y oró, e inmediatamente un fuego bajó del cielo que quemó el templo, y todos los ídolos en él se rompieron en pedazos pequeños. Cuando el gobernador vio esto, huyó. El Santo después fue llevado frente a él una vez más, y le dijeron: "Hombre necio y verdaderamente sacrílego, en lugar de ofrecer sacrificios a los dioses, tú con tu repugnante magia has quemado el templo y has reducido a los dioses al polvo". El Santo respondió: "Lo que he hecho, no lo niego. Simplemente levanté mis manos al cielo, como ustedes mismos vieron y pueden testificar, y supliqué a Dios que está en los cielos. De allí bajó un fuego y quemó las piedras y la madera, y tus dioses fueron disminuidos, para que no seas engañado por ellos".
Cuando el gobernador escuchó esto, se llenó de rabia y ordenó que la cabeza del Santo fuera cortada y que su cuerpo fuera arrojado al río. Por lo tanto, los soldados tomaron al Santo y lo llevaron fuera de la ciudad, donde le cortaron su bendita cabeza. Algunos cristianos dieron treinta monedas a los soldados y recogieron el cuerpo del mártir. El piadoso gobernante de Comana, Marino, construyó una iglesia en nombre del Santo, en la que fueron colocadas sus honorables reliquias, y desde la cual se realizan curaciones y milagros para aquellos que se acercan a venerarlo con fe.
Fue este el santo que se apareció a san Juan Crisóstomo la noche antes de su muerte.
Fuente: catholic.net / goarch.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com