26/05 - Carpo y Alfeo, Apóstoles de los 70


San Carpo


Las luchas a vida o muerte de este seguidor y muy cercano compañero del Gran San Pablo tuvieron lugar alrededor del año 70.


Cuando, durante un terremoto, la cima de una colina se partió, creando un abismo peligroso, el Santo Apóstol Carpo temió por su vida. ¿Podría él – uno de los Setenta discípulos elegidos para predicar el Evangelio de Jesucristo– caer dentro del abismo producido por el terremoto? A San Carpo el repentino terremoto lo haría luchar desesperadamente para evitar ser tragado por la tierra. También le daría la lección espiritual más grande de toda su vida.


Este dramático incidente ocurrió durante un período en el cual el santo y futuro mártir había estado rezando a Dios, muy enfadado, rogándole que destruyese a dos viles pecadores. Estos dos desvergonzados infieles estaban seduciendo y pervirtiendo a muchos de los jóvenes que vivían en la Isla de Creta, a donde San Carpo había sido enviado por San Pablo a predicar el Santo Evangelio. Para San Carpo, hombre profundamente piadoso y con gran temor de Dios que había sido nombrado por San Pablo Obispo de Berea en la región de Tracia (hoy en día parte de Turquía y Grecia), la clase de comportamiento pecador que estaba presenciando todos los días en Creta era completamente inaceptable. San Carpo, siendo un hombre profundamente espiritual, solía experimentar  frecuentemente visiones venidas de lo alto –un hecho que impresionó profundamente a su mejor amigo en Creta, San Dionisio el Areopagita, quien visitaba frecuentemente al enviado de San Pablo en la isla-. Cada vez que San Dionisio hablaba con el enfurecido obispo, San Carpo mencionaba una y otra vez las obras despreciables que cometían dichos pecadores, que estaban seduciendo a los inocentes y guiándolos hacia el camino de la perdición.


Fervoroso y devoto miembro de Los Setenta, recordado con mucho afecto por el gran maestro San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo (4, 13), se dice que San Carpo experimentaba visiones del Hijo de Dios y de Sus Santos Angeles cada vez que celebraba la Liturgia Divina. A causa de su intensa espiritualidad, San Carpo se ofendía especialmente por el comportamiento licencioso y deseaba que los dos malhechores fueran “destruidos por el fuego.” Sin embargo, un día, cuando estaba rezando con mucha fuerza este resultado escuchó repentinamente, según los historiadores de ese período, una especie de Voz en su interior: 


“Sigue adelante y continúa atormentándome más, pues estoy dispuesto a sufrir y, más aún, a ser crucificado a causa de la salvación de esa gente.”


No había ninguna posibilidad de equivocación con esa Voz: San Carpo estaba escuchando al Santo Redentor, quien parecía estar diciéndole que esos pecadores debían ser perdonados por sus malas obras y no ser arrojados al fuego. El santo luchó muy profundamente en su alma en contra de esta advertencia, pues no podía pasar por alto su enojo ante este tipo de pecado cometido ante el rostro de Dios.


Un día, cuando estaba planeando pasar la tarde haciendo oración en contra de esos pecadores, se dirigió a la cima de una inmensa colina ventosa, y una vez ahí comenzó una vez más a importunar a Cristo Dios para que enviara un fuego devorador que consumiera a los malvados. Pero en vez de satisfacer su dudosa solicitud, el Todopoderoso envió un terrible terremoto que partió en dos la colina dejando, al santo ante el borde de un abismo aterrorizador. En un rapto de miedo por el peligro que se abría ante sus pies el obispo vio repentinamente a los dos hacedores de mal que odiaba. Ambos estaban trepando por uno de los lados de la colina y estaban a punto de caer en las fauces llenas de colmillos de una serpiente gigante. Mientras el sorprendido San Carpo observaba con creciente angustia, la horrible serpiente salivaba y reía anticipadamente por su terrible comida. Pero justo antes de que los dos pecadores fuesen devorados para siempre bajo las fauces de esta terrible aparición, San Carpo sintió que una ola de compasión se apoderaba de su alma y comenzó a rezar por su rescate. De acuerdo con San Dionisio, quien registró la totalidad del incidente para la posteridad, Jesús respondió instantáneamente a la oración desesperada del santo. Moviéndose a gran velocidad se podían ver las manos del Salvador extendiéndose hacia los pecadores mientras se disponía a sacarlos del abismo... y enviarlos hacia la bendita paz del arrepentimiento y a una nueva vida como creyentes sin mancha del Santo Evangelio.


A San Carpo esta visión le dio la lección de su vida. En vez de destruir a los pecadores –y a pesar de la oración del obispo–, el Señor Dios les había mostrado su misericordia y la oportunidad de arrepentirse y rehacer sus torcidas vidas. Con lágrimas en sus ojos el santo se dio cuenta de que acababa de presenciar el Verdadero Espíritu del Santo Evangelio: la compasión y el perdón que siempre “odia el pecado pero que ama al pecador.”


Después de este acontecimiento que cambió su vida, San Carpo vendría a ser un obispo mucho más bondadoso y compasivo. Sin embargo, sus luchas y sus sufrimientos aún no habían terminado. A los pocos años, mientras predicaba  el Santo Evangelio a los paganos y judíos de la amplia región de Tracia, trabaría conflicto con adoradores de ídolos, así como con sus sacerdotes, quienes resentían profundamente el desafío que San Carpo estaba haciendo en contra de su autoridad.


Murió cubierto de sangre –pero con una oración de perdón en sus labios– alrededor del año 95 de Nuestro Señor, según la mayoría de historiadores de ese período. Sus reliquias fueron enterradas bajo la iglesia que ayudó a construir en Berea. Luego de más de diecinueve siglos, el Bienaventurado Mártir San Carpo continúa inspirando a los Cristianos que tienen problemas con el perdón. Su vida nos recuerda que el propósito de Cristo en la tierra no fue “destruir a los pecadores con fuego” a causa de la ira, sino perdonarlos por causa del amor.


San Alfeo


El Santo Discípulo Alfeo, cuya maravillosa vida como siervo de Jesucristo también es conmemorada en este día, fue el padre de dos de los Apóstoles de entre los Doce Originales: Santiago y el Evangelista San Mateo.


Nacido en la ciudad Galilea de Cafarnaún, en Palestina, el Venerable Alfeo era un hombre piadoso y temeroso de Dios que había enseñado a sus hijos el amor a su prójimo como a ellos mismos. Sin embargo, a pesar de sus enseñanzas, en su juventud este hijo de Leví había elegido ser un despreciable recaudador de impuestos, un funcionario al servicio de los ocupantes romanos de Palestina, quienes tenían la autoridad de recaudar impuestos sobre cualquier producto que se vendiera en la Provincia. Tal y como los otros recaudadores de impuestos de la región, Leví era despiadado a la hora de sacar la mayor cantidad de dinero que pudiera de cada una de sus víctimas. Pero entonces sucedió una cosa maravillosa. Después de haber escuchado las palabras de Jesús durante una de sus visitas de predicación a la región, Santiago y Mateo se convertirían al Santo Evangelio y llegarían a ser dos de los Doce Apóstoles Originales. Al final las amables y reverentes enseñanzas de su humilde padre en Cafarnaúm ayudarían a preparar al recaudador de impuestos (su nombre Cristiano era “Mateo”) para el servicio al Evangelio del Hijo del Hombre.


También se cree que San Alfeo fue el padre de los santos mártires San Abercio (picado por las abejas hasta la muerte cuando fue amarrado a un árbol) y de Santa Elena (apedreada hasta morir). Padre amoroso y bondadoso, según cuentan numerosos registros, no escatimó esfuerzo alguno con el fin de educar a sus hijos para que fuesen ceistianos virtuosos y amorosos. Tan efectiva fue su enseñanza que ambos, hijos e hijas, llegarían a ser, a la larga, santos amados de la Santa Iglesia.


Este padre bendito murió alrededor del año 100 en su nativa Cafarnaún mientras daba gracias a Dios por haberle permitido criar hijos tan maravillosos. Su vida nos enseña sobre la importancia de criar a nuestros hijos con compasión, sabiduría y reverencia por la Santa Palabra de Dios.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / GOARCH