13/06 - Aquilina la Mártir de Siria


Hoy se celebra la festividad de una niña mártir muy venerada en el mundo bizantino y en el Próximo Oriente: Aquilina, dicha “de Biblos”.


Se sabe muy poco de esta niña que fue martirizada con tan sólo doce años de edad. Los hagiógrafos sólo se quedan con los detalles del martirio, y nada más se dice sobre su vida, a no ser el relato edificante: amor extremo a Dios, consagración de la virginidad, odio hacia el paganismo…


Passio de la Santa


Nacida en Biblos (Líbano), alrededor del año 280, de su familia solo se conoce el nombre de su padre, Eutolmio, que era cristiano como ella. Conocemos también el nombre del obispo de la ciudad, Eutalio, que la bautizó y catequizó cuando tenía seis años de edad. Y tres años después, con sólo nueve, se quedó huérfana de padre, en el momento en que estallaba la persecución de Diocleciano.


Otro dato es el de su labor en el apostolado: aún niña, Aquilina se dedicó a predicar el Evangelio. A pesar de su juventud, no tenía miedo de profesar su fe, por lo que denunció en numerosas ocasiones la falsedad de los ídolos paganos. No se saben con exactitud las circunstancias que rodearon a estos hechos, pero el caso es que Aquilina, cuando cumplió doce años, empezó a predicar por toda la ciudad de Biblos la palabra de Jesucristo. Había ya allí muchos cristianos que no se exponían a tal riesgo por temor al Imperio, pero ella sí lo hizo. La niña, a través de sus enseñanzas, en las que se mezclaban el ardor de un profeta y la inocencia de su edad, conmovió a aquellos que acudían con asiduidad a oírla. Mediante esta labor apostólica, convirtió a muchos paganos al cristianismo, sobre todo a los jóvenes, muchachos y doncellas. Sin embargo, pronto empezó a levantar expectación: toda la ciudad quería conocer a aquella niña apóstol, y muchos se congregaban a su alrededor para sólo oírla hablar, sin interesarle lo que decía. Finalmente, la fama de Aquilina se divulgó tanto y tan lejos que llegó a oídos de las autoridades. Era el año 292-293, y en concreto, fue un tal Nicodemo quien la denunció ante el procónsul Volusiano, el gobernante de la ciudad.


En un principio, Volusiano se admiró de que una criatura pudiera levantar tal expectación, pero cuando las masas de gentes que venían a oírla empezaron a anegar la ciudad, se inquietó con el asunto. Principalmente fue porque muchos acudieron a él quejándose de aquella niña, pues siempre ha habido por cada admirador un opositor, y tantas y tan grandes fueron las protestas, que Volusiano temió una sedición o una revuelta en la ciudad. Por eso, antes que vinieran males mayores, decidió convocar a su presencia a la apóstol y preguntarle por sus dedicaciones. “Soy cristiana”, respondió ella, “Por tanto, hago lo que debo.” Volusiano le dijo: “Estás apartando a tus amigos y compañeros de la religión y la lealtad al Imperio, con la excusa de la creencia en Cristo, el Crucificado. ¿No sabes que el emperador condena esta actitud y a todos los que participan de ella? Abandona tus predicaciones si no quieres incurrir en pena. Y para convencerte, no dudaré en usar los sufrimientos más atroces, por muy niña que seas.” Aquilina respondió serenamente: “No tengo miedo de sufrir, en absoluto. Es más, aspiro a sufrir porque así imito a mi Dios, Jesucristo, y al morir como Él, resucitaré y seré glorificada con Él.”


Mandó entonces el prefecto que la desnudaran y la ataran a una columna, para luego ser flagelada. Al cabo de unos instantes, mandó detener la tortura y le dijo de nuevo: “Ahora que has podido comprobar que mis palabras no eran en vano, reflexiona de nuevo y sé razonable. Deja de excitar a las masas con tus arengas, y podrás volver a casa sin ninguna represalia por mi parte.” “Ni tú ni Satán seréis capaces de imponerme suplicios más fuertes que mi resistencia, con el poder de mi Dios Jesús.” El prefecto sacudió la cabeza y dijo: “No quiero condenar a una niña, sería vergonzoso para mí, pero aún más vergonzoso es que yo no pueda hacer cumplir las leyes del Imperio.” Tras un momento de reflexión, Volusiano prosiguió: “Escucha y razona, pequeña: voy a darte una oportunidad. Eres libre de volver a tu casa si así lo deseas, pero tienes que dejar de predicar. En el plazo de unos días, tendrás que haber cambiado de opinión, así que contempla la ley, o no me quedará más remedio que ajusticiarte.” Aquilina miró con profundo desprecio al magistrado y replicó: “Jamás cambiaré de opinión. Estoy decidida y no me rendiré. He vivido como cristiana desde mi niñez y como cristiana debo morir.”


Desengañado al ver qué poca consideración tenía aquella niña con sus intentos por salvarla, Volusiano mandó que se la atormentara de nuevo. Atada otra vez a la columna, los verdugos desgarraron el cuerpo de Aquilina con rastrillos afilados, arrancando la piel en las primeras pasadas, y luego pedazos de carne, mientras sangraba a borbotones. “¿Dónde está tu dios?”, le dijo Volusiano, “Que venga y te libre de mis manos.” “El Señor está conmigo de un modo invisible, y cuanto más sufro, más fuerza y valor me da.” La pequeña no resistió mucho tiempo aquella barbarie y se desmayó. Los verdugos, por comprobar si fingía para que cesara la tortura, la desataron, y ella cayó a plomo contra el suelo.


Entonces los verdugos tomaron varios afilados punzones de hierro y los calentaron al rojo vivo. Luego, cuando Aquilina volvió en sí, la agarraron y le atravesaron los tímpanos con los punzones. Especifica el relato que no se contentaron con perforárselos, sino que hundieron aún más las varillas en los oídos, atravesándole el cráneo, y lo hicieron con tanta ferocidad que al cabo de un rato, Volusiano vio cómo por la nariz de la niña empezaba a rezumar su propia masa encefálica. Desvanecida de nuevo, se la dio obviamente por muerta.


El cuerpo de Aquilina fue arrojado fuera de las murallas de la ciudad, pero entonces se le apareció un ángel que la hizo levantarse, ilesa. De nuevo, por orden misma del ángel, ella se presentó ante Volusiano, quien, al verla, palideció y gritó estupefacto: “¿Cómo? ¿Acaso estoy soñando? ¿No estabas tú muerta?” Ella no respondió; de modo que el prefecto dio orden de llevarla a la cárcel y decapitarla al día siguiente, temiendo estar ante un caso de brujería.


Pero no llegaron a hacerlo, pues cuando se la llevaron para ponerle fin, la niña se hincó de rodillas, entonó una oración y a continuación se desplomó muerta, dando a entender que Dios querría habérsela llevado antes de que pudieran ejecutarla. Aún así, temiendo el verdugo que se le acusara de desobedecer una orden, fue igualmente decapitada, y entonces vieron manar de su cuello leche en lugar de sangre, lo que confirmaría la santidad y la muerte sobrenatural de la niña antes de su propia decapitación. Los cristianos recuperaron su cuerpo y lo lavaron y aderezaron. Luego lo enterraron con todos los honores fuera de la ciudad, y pronto su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje.


Culto y reliquias


Las noticias sobre su culto son muy seguras, y las reliquias también.


De su tumba original en el Líbano, que hasta hace poco se conservaba, sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla, donde fueron objeto de una gran veneración. Allí se le dedicó una gran basílica en el Foro de Constantino, pero fue más tarde destruida por un incendio, concretamente en el siglo VI. San José el Himnógrafo compuso un himno en su honor. Su fiesta se celebra el 13 de junio.


Iconografía


La Santa aparece casi siempre representada como una joven o una niña de corta edad, rodeada de los instrumentos de su martirio, en particular la espada, los rastrillos o el punzón con que le atravesaron los tímpanos.


Meldelen



Fuente: preguntasantoral

Adaptación propia