El Profeta San Juan el Bautista es considerado después de la Virgen María el santo más honrado en la Iglesia bizantina. El Profeta San Juan el Bautista era hijo del sacerdote Zacarías, casado con Santa Isabel (descendiente de Aarón). Sus padres vivían cerca de Hebrón (en una región montañosa) al sur de Jerusalén. Por parte de su madre era pariente de Nuestro Señor Jesucristo y nació seis meses antes que el Señor.
Tal y como lo narra el Evangelista San Lucas, el Arcángel Gabriel, se apareció a su padre Zacarías en el Templo y le anunció el nacimiento de su hijo. Y así estos devotos esposos, de edad avanzada, privados del consuelo de tener descendencia, tuvieron por fin el hijo por el que tanto habían rogado en sus oraciones.
Por misericordia de Dios Juan se libró de la muerte de los miles de niños que fueron asesinados en Belén y sus alrededores. San Juan creció en un desierto salvaje, y se preparó para la gran labor que tenía encomendada, llevando una forma de vida severa —ayunando, rezando y meditando sobre el destino que Dios le tenía preparado. Llevaba una vestimenta tosca, sujeta con un cinturón de cuero, se alimentaba con miel silvestre y langostas. Siguió una vida de ermitaño hasta el momento en el que el Señor lo llamó a los 30 años de edad para profetizar al pueblo hebreo.
Obedeciendo a esta llamada, el Profeta san Juan, llegó a las orillas del río Jordán para preparar a la gente para recibir al esperado Mesías (Cristo). Ante la festividad de la Purificación, mucha gente acudía al río para el lavado ritual. Aquí San Juan se dirigía a ellos, proclamando que se confesaran y se bautizaran para el perdón de los pecados. La esencia de su prédica era que, antes de recibir la purificación externa, la gente debía purificarse moralmente, y de esta manera prepararse para la recepción del Evangelio. Claro es que el bautismo de Juan no era todavía un sacramento como el bautismo cristiano. Su sentido era el de preparar (convertir) espiritualmente para el bautismo con agua y Espíritu Santo. Según la expresión de una oración de la Iglesia, el Profeta San Juan, era la luminosa estrella matutina que desprendía un brillo superior a la luminosidad de todas las estrellas y anunciaba la mañana del día bendito, iluminado por Cristo el Sol espiritual (Malaquias 4:2). Cuando la espera del Mesías llegó a su culminación, el Mismo Salvador del mundo, Nuestro Señor Jesucristo, llegó al Jordán a bautizarse con San Juan. El bautismo de Cristo estuvo acompañado de anuncios milagrosos —el descenso del Espíritu Santo, que bajó en forma de paloma sobre Él, y la voz de Dios Padre que provenía de los cielos, diciendo: “Este es Mi Hijo amado...” Al recibir esta revelación, el Profeta San Juan le decía a la gente sobre El: “Aquí esta el Cordero de Dios, que toma sobre Sí los pecados del mundo.” Al escuchar esto, dos de los discípulos de Juan siguieron a Jesús; eran los Apóstoles Juan el Teólogo y Andrés, hermano de Simón, llamado Pedro. Con el bautismo del Salvador el Profeta San Juan concluyó a modo de rúbrica su oficio de profeta. Con severidad y sin temor denunciaba los vicios tanto de las personas comunes como de los poderosos de este mundo. Por ello pronto sufrió padecimientos.
El rey Herodes Antipas (hijo del rey Herodes el Grande) ordenó encarcelar al Profeta San Juan por acusarlo del abandono de su legítima esposa (hija del rey Aretas de Arabia) y por su unión ilegitima con Herodías, la mujer de su hermano Felipe. El día de su cumpleaños Herodes hizo un banquete al cual fueron invitadas personas muy conocidas. Salomé, hija de la pecadora Herodías, con su baile impúdico complació de tal manera al rey Herodes y a sus invitados al banquete que el rey le prometió bajo juramento darle todo lo que le pidiese, aun hasta la mitad de su reino. La bailarina por instigación de su madre, pidió que se le entregara la cabeza de San Juan el Bautista sobre una bandeja. Herodes respetaba a Juan como profeta, por lo que se disgustó ante esa petición, pero le dio vergüenza quebrantar la promesa dada, y envió al guardia a la prisión, que decapitó a san Juan el Bautista y le entregó su cabeza a Salomé, quien se la llevó a su madre. Después de insultar Herodías a la santa cabeza del profeta, la tiró en un lugar sucio. Los discípulos de San Juan el Bautista le dieron santa sepultura a su cuerpo en Sebastia, una ciudad de Samaria.
Por su crueldad Herodes recibió su castigo en el año 38 después de Cristo. Sus tropas fueron derrotadas por Aretas, que se dirigió contra él por la deshonra causada a su hija, a la cual había abandonado para convivir con Herodías, y al año siguiente el emperador Calígula lo envió al exilio.
Según la Tradición, el Evangelista San Lucas, al visitar distintas ciudades y pueblos predicando a Jesús, desde Sebastia llevó a Antioquía una parte de los santos restos del gran Profeta: su mano derecha. En el año 959, cuando los musulmanes se apoderaron de Antioquía (durante el imperio de Constantino Porfirocente), el diácono Job de Antioquía se llevó la mano del profeta a Calcedonia, y desde allí fue trasladada a Constantinopla, donde se conservó hasta que los turcos tomaron la ciudad. Después la mano derecha del Profeta se encontraba en la Iglesia “De La Imagen Del Salvador” en el Palacio de Invierno de San Petersburgo.
La santa cabeza de San Juan el Bautista fue hallada por la piadosa Juana y sepultada dentro de una vasija en el monte de Olivos. Un asceta devoto, al realizar una zanja para poner los fundamentos de un templo, encontró este tesoro y lo guardó consigo, pero antes su muerte, temiendo que la reliquia fuese profanada por los no creyentes, la escondió en la tierra en el mismo lugar en que la encontró. Durante el reinado de Constantino el Grande, dos monjes fueron a Jerusalén para venerar el Santo Sepulcro, y a uno de ellos se le presentó el Profeta San Juan el Bautista y le indicó dónde estaba enterrada su cabeza. Desde ese momento los cristianos comenzaron a celebrar el Primer hallazgo de la santa cabeza de San Juan el Bautista.
El Señor Jesucristo dijo sobre el Profeta San Juan el Bautista “De todos los nacidos de mujer, ninguno es mayor que Juan el Bautista.”
San Juan el Bautista es glorificado por la Iglesia como “Angel, Apóstol, Mártir, Profeta, Intercesor de la gracia antigua y nueva, honorabilísimo entre los nacidos de mujer y ojo luminoso de la Palabra”.
Fuente: Arquidiócesis Ortodoxa Griega de Buenos Aires y Sudamérica (Patriarcado Ecuménico)
Adaptación propia