Durante el reinado de León el Grande (457-474), dos patricios y hermanos que se encontraban de peregrinación en Tierra Santa se alojaron con una viuda anciana, cristiana de origen judío. Viendo los muchos milagros que se obraban en un pequeño santuario que esta tenía en su casa, le insistieron hasta que les reveló que custodiaba una túnica de la Santísima Madre de Dios en un cofrecito.
Nuestra Señora había tenido a dos vírgenes que la asistían; antes de su santa dormición, les entregó a cada una de ellas una de sus divinas vestimentas en señal de bendición. La viuda de nuestro relato era de la familia de una de estas vírgenes, por lo que la pieza había llegado a sus manos de generación en generación.
Con permiso de Dios, y con el objeto de que la santa reliquia fuera de bendición para muchos, los dos hombres llevaron furtivamente la túnica a las Blanquernas y construyeron una iglesia en honor de los Apóstoles Pedro y Marcos donde instalaron secretamente la pieza. Pero de nuevo, debido a la multitud de milagros que se obraban, el hecho fue conocido por el Emperador León, y se construyó una magnífica iglesia, algunos dicen que por el mismo León, pero, según otros, por sus predecesores Marciano y Pulqueria y ampliada por León cuando se encontró la santa túnica. El Emperador Justino el Joven completó dicha iglesia, que el Emperador Romano IV Diógenes erigió inmediatamente de nuevo después de que se quemara en 1070. La iglesia ardió de nuevo en 1434, y desde entonces se convirtió en una pequeña casa de oración junto con la renombrada fuente santa.
Después del siglo VII, el nombre de Blanquernas se dio a otras iglesias y monasterios por parte de sus piadosos fundadores por reverencia a esta famosa iglesia de Constantinopla. En ella fue coronado Juan Cantacuceno en 1345, y en ella se convocó asimismo el Concilio contra Acindino, seguidor de Barlaán (ver el II Domingo de la Santa y Gran Cuaresma).
Fuente: goarch.org
Traducción del inglés y adaptación propias