20/07 - El glorioso Profeta Elías


El Santo Profeta Elías "el tesbita" es celebrado cada 20 de julio. San Elías fue hijo de Sobac, un sacerdote de la Ley Antigua, que vivía en la ciudad de Tisbé, en Galaad (Israel). Goza de una honra especial por parte de la Iglesia, la que puede comprobarse simplemente al verificar que su festividad está marcada en el calendario en color rojo, algo que no sucede con ningún otro profeta.

Elías vivió «en tiempo de Acab y Ocozías, reyes de Israel», esto es, entre 875 y 850. Pero la figura de Elías trasciende por completo las circunstancias históricas que lo rodearon; no en vano, Elías pasa al reservorio de imágenes religiosas de Israel como un auténtico fundador, casi de la talla de Moisés. Es un profeta, pero un profeta que funda, a su vez, un nuevo profetismo: el específico profetismo de Israel, que terminará volcándose en oráculos escritos, y dando figuras como un Isaías, un Jeremías, un Oseas, etc. San Elías vivió, pues, cerca de ochocientos años antes de la venida de Jesús. Aquellos tiempos eran especialmente difíciles por encontrarse en su plenitud el reinado de Acab, que fue el más malvado de los reyes de Israel.

De acuerdo con la tradición, Sobac pudo ver, cuando nació Elías, que el pequeño fue rodeado por unos individuos vestidos de blanco, quienes cubrieron al bebé con ropajes de fuego que le ofrecían de comer una llama. Los sacerdotes del templo de Jerusalén interpretaron este hecho como una señal de Dios con la que habría elegido a Elías para servirle como profeta.

Ya adulto, Elías se presentó un día al rey y le dijo: "No ha de caer rocío ni lluvia en estos años, hasta que yo lo diga."

Y hubo gran sequía y hambre por tres años, en los cuales ni una sola gota de agua cayó del cielo. Se secaron las fuentes y los campos se volvieron áridos, toda la tierra de Israel se hallaba en la mayor desolación por la sed y el hambre que en ella se padecía.

Elías entretanto se había retirado a la orilla de un torrente y el Señor le alimentó por medio de unos cuervos que cada día le traían pan y carne; después lo mantuvo gracias a una pobre y piadosa viuda de la ciudad de Sarepta, que lo sustentaba con harina y aceite que, por un continuo milagro, nunca le llegaron a faltar. A esta mujer Elías le resucitó, en recompensa, el hijo que se le había muerto.

Al tercer año de esta escasez, el Señor ordenó a Elías que se presentara al rey, después de lo cual enviaría lluvia. Elías se presentó y le dijo que congregase a todo Israel en el monte Carmelo, diciéndole que también llamase a los cuatrocientos cincuenta profetas del dios Baal, venerado entonces por los israelitas.

Cuando estuvieron sobre el monte, Elías los provocó a que mostraran con un milagro la divinidad de su ídolo. Los sacerdotes de Baal, levantando su altar de leña, pusieron sobre él un buey despedazado y desde la mañana hasta el mediodía invocaron en vano a su dios, para que mandara fuego del cielo a consumir el sacrificio.

Por la tarde Elías erigió un altar de piedra y leña y, habiendo colocado sobre la leña un buey dividido en trozos, hizo echar sobre el holocausto gran cantidad de agua hasta llenar la zanja que lo rodeaba.

Entonces invocó al Señor, el cual mandó al instante fuego del cielo que consumió el holocausto', la leña y las piedras, y hasta el agua que estaba en la zanja.

A la vista de este prodigio, el pueblo se postró sobre su rostro y exclamó: "¡El Señor es el verdadero Dios de Israel!”. Elías hizo prender a los sacerdotes de Baal y mandó quitarles la vida.

Después de esto Elías oró al Señor sobre el mismo monte y previno a Acab que unciera pronto el carro y saliera de allí, porque amenazaba una gran lluvia, la cual vino, en efecto, y en tanta abundancia que la tierra recobró su fertilidad.

Cuando Jesús se transfigura, Elías aparecerá a su lado, conversando con él y Moisés. En Elías se sintetiza todo el espíritu de profecía, que es el llamado a volver a Dios, a ser justos y abandonar los pecados. Entre los profetas, solo Juan Bautista es mayor que él, y luego Cristo mismo, que "es" la profecía, el llamado de Dios hecho carne.

Debe tenerse presente que el profetismo no es, en principio, algo exclusivo de Israel ni del mundo bíblico; es más: la palabra «profeta», que proviene para nosotros de la traducción griega del Antiguo Testamento (siglos IV-III), era una palabra en uso en el mundo preclásico griego, mucho antes de que la Biblia se tradujera a ese idioma. En todos los pueblos del mundo antiguo hay alguna institución, venerabilísima, que cumple la específica función de decir de viva voz las palabras, oráculos y vaticinios de parte de los seres divinos. En los distintos pueblos, con sus características específicas, esa institución desplegó también ciertos rasgos comunes: al vate antiguo, al profeta en un sentido genérico, se lo reconocía por cierto éxtasis, por cierto trance; el profetismo, en todos los pueblos antiguos, es limítrofe con la enfermedad y la locura.


No escapa de eso la realidad del Israel antiguo. La palabra hebrea «nabí» (y su plural «nebi'im») con la que se designa a los profetas, en ocasiones hasta puede significar «loco», así, en Jeremías 29,26 se le dirá al sacerdote Sofonias (no confundir con el profeta homónimo), que él «ha sido puesto al frente de la casa de Yahvé para limpiarla de locos y profetizantes...» (aunque a veces se traduce «pseudoprofetas», en un intento de racionalizar el párrafo). Es que los profetas solían actuar en grupos, y ejecutaban danzas y música frenética, que los llevaba al éxtasis religioso. La Biblia se recrea en la locura de los «profetas de Baal» en 1Re 18,26ss:


«...Danzaban cojeando junto al altar que habían hecho. Llegado el mediodía, Elías se burlaba de ellos y decía: "¡Gritad más alto, porque es un dios; tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará en camino; tal vez esté dormido y se despertará!" Gritaron más alto, cortándose, según su costumbre, con cuchillos y lancetas hasta chorrear la sangre sobre ellos. Cuando pasó el mediodía, se pusieron en trance hasta la hora de hacer la ofrenda, pero no hubo voz, ni quien escuchara ni quien respondiera....»

Sin embargo, aunque Elías se burla de ellos, y con él la Biblia enseña la locura que es confiar la relación con Dios al frenesí incontrolado, no hacía mucho que los propios profetas de Yahvé, no los de Baal sino los del Dios de Israel, hacían esas mismas cosas que se le reprochan a los de Baal, como puede verse en la curiosa y simpática escena de 1Samuel 19,18-24, donde a medida que van tomando contacto con los profetas, los mensajeros y el propio rey se van contagiando del éxtasis.

Y posiblemente el profetismo en Israel hubiera seguido siendo esa institución religiosa primitiva, y hubiera muerto en su primitivismo, sin acompañar el crecimiento religioso de Israel, si no hubiera mediado la figura de Elías, que no sólo practica una nueva forma de relación con Dios -una relación de diálogo y confianza recíproca entre dos personas, no entre dos entidades fantasmagóricas-, sino que enseña a los demás que ésa es la relación a la que el Dios de Israel está dispuesto. Mientras los 400 profetas de Baal invocan a su dios «a lo loco», y no obtienen respuesta, Elías invoca a Yahvé, pero en el contexto de una catequesis al pueblo, exactamente como Jesús nos enseña a dirigirnos al Padre por medio de una oración, el Padrenuestro, que es a la vez una verdadera catequesis: se dirige a Dios, pero se dirige también a nosotros:


«A la hora en que se presenta la ofrenda, se acercó el profeta Elías y dijo: "Yahveh, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel y que yo soy tu servidor y que por orden tuya he ejecutado toda estas cosas. Respóndeme, Yahveh, respóndeme, y que todo este pueblo sepa que tú, Yahveh, eres Dios que conviertes sus corazones."» (1Re 18,36).

Con Elías el profeta, y el profetismo, encuentran un nuevo camino: no es la persona del profeta alguien que debe ser aniquilado para que Dios se pueda expresar, sino que por el contrario, su investidura como profeta lo hace «más humano», si cabe la expresión. El profeta será no tanto quien prevé el futuro, cuanto quien enseña a leer la voluntad de Yahvé, y por lo tanto aprender a preparar ese futuro. El «modelo bíblico» del profeta, que se inaugura con la actividad puramente oral de Elías y se desarrolla luego en el profetismo escrito, es el peldaño anterior a la encarnación: en el profeta habla Dios, pero no aniquilando la humanidad del profeta, sino promoviendo esa humanidad a su plenitud.


Por eso también el profeta es más sensible que nadie al cansancio y al dolor de la existencia, a nadie duele tanto como al profeta la tosudez de los hombres, la dificultad que tenemos para dejarnos conducir por Dios. El profeta, más humano que cualquiera por estar en intimidad con Dios, es también más que ninguno una antena que capta todo el dolor de la existencia humana, y así se lo hacen saber al propio Dios varios profetas, y quizás como nadie, Elías, que en el conmovedor capítulo 19 de 1Reyes, precisamente después de la escena con los profetas de Baal, cuando lo lógico es que el pueblo se hubiera convertido, ve como ese baño de sangre en que terminó la confrontación entre Yahvé y el falso dios no sirvió para nada, al contrario: ahora buscan su vida, para matarlo. Y así, cansado de una existencia que parece tener menos sentido cuanto más conscientes somos de la verdad de Dios, dirá a Dios «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida (qaj nafeshí), porque no soy mejor que mis padres!» (1Re 19,4). Yahvé no «toma» su vida, por ahora, más bien le da de comer y beber, le enseña a reconstruir los retazos de su vida con pequeños y simples gestos, y lo lleva a la montaña, a la soledad, a un encuentro total con Dios, en lo que es posible en las condiciones aun de este mundo.


Al profeta le falta aun un trecho de vida, debe llevar a término la obra que Dios le tiene encomendada, incluyendo la transmisión de su carisma profético a su discípulo Eliseo; pero tras completarlo todo, Dios lo llevará con él. El P. Alonso Schökel hace notar que la misteriosa escena del arrebatamiento de Elías a los cielos en un «carro de fuego» (2Re 2) está centrada en el mismo verbo «lqj» que antes había usado Elías para pedir que Dios «tome» su vida, ahora el Señor la arrebata con él a los cielos, aunque Eliseo pretenda interponerse: «Dios toma y se lleva lo que es suyo, la vida de su profeta, cuando quiere y donde quiere; y no permite interferencias humanas» (Biblia del peregrino, comentario a 2Re 2). Podemos fantasear infinitamente sobre el modo concreto de esa asensión del profeta: nubes dirigibles, carros de fuego, alfombras mágicas... son escasísimos los recursos -y muy toscos todos- con los que cuenta el lenguaje poético y religioso para contar un cambio trascendental de «esfera»: de la del hombre a la de Dios, de la superficie y la apariencia de las cosas, a la dimensión profunda de realidad y vida. En eso consiste el final de la vida de Elías, un final que es, como todo él, anticipo y figura de Cristo.


Y como anticipo y figura, fue también él el personaje que la poética de Israel supuso que volvería literalmente antes de la plenitud de los tiempos: «unos piensan que eres Elías, o alguno de los profetas». Sin embargo Jesús sabe que es necesario romper la apariencia de las imágenes para poder decir la verdad: «Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron.» (Mt 17,12); esto lo decía Jesús, como bien comprendieron los discípulos, refiriéndose a Juan el Bautista.


LECTURAS


En Vísperas


3 Re 17,1-24: Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: «Vive el Señor, Dios de Israel, ante quien sirvo, que no habrá en estos años rocío ni lluvia si no es por la palabra de mi boca». La palabra del Señor llegó a Elías diciendo: «Sal de aquí, dirígete hacia oriente y escóndete en el torrente de Querit, frente al Jordán. Habrás de beber sus aguas y he ordenado a los cuervos que allí te suministren alimento». Fue a establecerse en el torrente de Querit, frente al Jordán, procediendo según la palabra del Señor. Los cuervos le llevaban pan y carne por la mañana y lo mismo al atardecer; y bebía del torrente. Al cabo de unos días se secó el torrente, pues no hubo lluvia sobre el país. La palabra del Señor llegó entonces a Elías diciendo: «Levántate, vete a Sarepta de Sidón y establécete, pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te suministre alimento». Se alzó y fue a Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer viuda recogía por allí leña. Elías la llamó y le dijo: «Tráeme un poco de agua en el jarro, por favor, y beberé». Cuando ella fue a traérsela, él volvió a gritarle: «Tráeme, por favor, en tu mano un trozo de pan». Ella respondió: «Vive el Señor, tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza. Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos». Pero Elías le dijo: «No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará hasta el día en que el Señor conceda lluvias sobre la tierra”». Ella se fue y obró según la palabra de Elías, y comieron él, ella y su familia. Por mucho tiempo la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó, según la palabra que había pronunciado el Señor por boca de Elías. Después de estos hechos, cayó enfermo el hijo de la dueña de la casa; su mal fue agravándose hasta el punto de que no le quedaba ya aliento. Entonces la viuda dijo a Elías: «¿Qué hay entre tú y yo, hombre de Dios? ¡Has venido a recordarme mis faltas y a causar la muerte de mi hijo!». Elías respondió: «Entrégame a tu hijo». Lo tomó de su regazo, lo subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho. Luego clamó al Señor, diciendo: «Señor, Dios mío, ¿vas a hacer mal a la viuda que me hospeda, causando la muerte de su hijo?». Luego se tendió tres veces sobre el niño, y gritó al Señor: «Señor, Dios mío, que el alma de este niño vuelva a su cuerpo». El Señor escuchó el grito de Elías y el alma del niño volvió a su cuerpo y el niño volvió a la vida. Tomó Elías al niño, lo bajó de la habitación de arriba al interior de la casa y se lo entregó a su madre, diciendo: «Mira, tu hijo está vivo». La mujer dijo a Elías: «Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que la palabra del Señor está de verdad en tu boca».


3 Re 18,1;17-27;29-41;44;42;45;19,1-10;15;16: Pasado mucho tiempo, al tercer año llegó la palabra del Señor a Elías, diciendo: «Vete, preséntate ante Ajab, pues voy a conceder lluvia sobre la superficie de la tierra». Al verlo, Ajab le dijo: «¿Eres tú, ruina de Israel?». Él respondió: «No soy yo quien ha arruinado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, por abandonar los mandatos del Señor y seguir a los baales. Pero ahora, manda que todo Israel se reúna en torno a mí en el monte Carmelo, especialmente a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que comen a la mesa de Jezabel». Ajab dio una orden entre todos los hijos de Israel y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Elías se acercó a todo el pueblo y dijo: «¿Hasta cuándo vais a estar cojeando sobre dos muletas? Si el Señor es Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal». El pueblo no respondió palabra. Elías continuó: «Quedo yo solo como profeta del Señor, mientras que son cuatrocientos cincuenta los profetas de Baal. Que nos den dos novillos; que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, pero sin encender el fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, también sin encender el fuego. Vosotros clamaréis invocando el nombre de vuestro dios y yo clamaré invocando el nombre del Señor. Y el dios que responda por el fuego, ese es Dios». Todo el pueblo acató: «¡Está bien lo que propones!». Elías se dirigió a los profetas de Baal: «Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, pues sois más numerosos. Clamad invocando el nombre de vuestro dios, pero no pongáis fuego». Tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: «¡Baal, respóndenos!». Mas no hubo voz ni respuesta. Brincaban en torno al altar que habían hecho. A mediodía, Elías se puso a burlarse de ellos: «¡Gritad con voz más fuerte, porque él es dios, pero tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará de camino; tal vez esté dormido y despertará!». Pasado el mediodía, entraron en trance hasta la hora de presentar las ofrendas, pero no hubo voz, no hubo quien escuchara ni quien respondiese. Elías dijo a todo el pueblo: «Acercaos a mí», y todo el pueblo se acercó a él. Entonces se puso a restaurar el altar del Señor, que había sido demolido. Tomó Elías doce piedras según el número de tribus de los hijos de Jacob, al que se había dirigido esta palabra del Señor: «Tu nombre será Israel». Erigió con las piedras un altar al nombre del Señor e hizo alrededor una zanja de una capacidad de un par de arrobas de semilla. Luego dispuso leña, descuartizó el novillo y lo colocó encima. «Llenad de agua cuatro tinajas y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña», ordenó y así lo hicieron. Pidió: «Hacedlo por segunda vez»; y por segunda vez lo hicieron. «Hacedlo por tercera vez» y una tercera vez lo hicieron. Corrió el agua alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó a rebosar. A la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y comenzó a decir: «Señor, Dios de Abrahán, de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que has convertido sus corazones». Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas. Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando: «¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!». Entonces Elías sentenció: «Echad mano a los profetas de Baal, que no escape ni uno». Les echaron mano y Elías les hizo bajar al torrente de Quisón, y allí los degolló. Elías dijo a Ajab: «Sube, come y bebe, porque va a llover mucho. Engancha el carro y desciende, no te vaya a detener la lluvia”». Ajab subió a comer y beber, mientras Elías subía a la cima del Carmelo para encorvarse hacia tierra, con el rostro entre las rodillas. En unos instantes los cielos se oscurecieron por las nubes y el viento, y sobrevino una gran lluvia. Ajab montó en su carro y marchó a Yezrael. Jezabel envió un mensajero para decirle a Elías: «Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no he hecho con tu vida como has hecho tú con la vida de uno de estos». Entonces Elías tuvo miedo, se levantó y se fue para poner a salvo su vida. Llegó a Berseba de Judá y allí dejó a su criado. Luego anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta que, sentándose bajo una retama, imploró la muerte diciendo: «¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!». Se recostó y quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y dijo: «Levántate y come». Miró alrededor y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y volvió a recostarse. El ángel del Señor volvió por segunda vez, lo tocó y de nuevo dijo: «Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo». Elías se levantó, comió, bebió y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor preguntando: «¿Qué haces aquí, Elías?». Y él respondió: «Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela». Le dijo el Señor: «Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá».


3 Re 19,19-21;4 Re 2,1;6-14: Partió Elías de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Pasó Elías a su lado y le echó su manto encima. Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías y se puso a su servicio. Y sucedió que cuando el Señor iba a arrebatar a Elías al cielo en la tempestad, Elías y Eliseo partieron de Guilgal. Y Elías le dijo: «Quédate aquí, porque el Señor me envía al Jordán». Eliseo volvió a responder: «¡Vive Dios! ¡Por tu vida, no te dejaré!»; y los dos continuaron el camino. Cincuenta hombres de la comunidad de los profetas iban también de camino y se pararon frente al río Jordán, a cierta distancia de Elías y Eliseo, los cuales se detuvieron a la vera del Jordán. Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas. Se separaron estas a un lado y a otro, y pasaron ambos sobre terreno seco. Mientras cruzaban, dijo Elías a Eliseo: «Pídeme lo que quieras que haga por ti antes de que sea arrebatado de tu lado». Eliseo respondió: «Por favor, que yo reciba dos partes de tu espíritu». Respondió Elías: «Pides algo difícil, pero si alcanzas a verme cuando sea arrebatado de tu lado, pasarán a ti; si no, no pasarán». Mientras ellos iban conversando por el camino, de pronto, un carro de fuego con caballos de fuego los separó a uno del otro. Subió Elías al cielo en la tempestad. Eliseo lo veía y clamaba: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carros y caballería de Israel!». Al dejar de verlo, agarró sus vestidos y los desgarró en dos. Recogió el manto que había caído de los hombros de Elías, volvió al Jordán y se detuvo a la orilla. Tomó el manto que había caído de los hombros de Elías y golpeó con él las aguas, pero no se separaron. Dijo entonces: «¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?». Golpeó otra vez las aguas, que se separaron a un lado y a otro, y pasó Eliseo sobre terreno seco.


En Maitines


Mt 23,29-39: Dijo el Señor a los judíos que habían acudido a él: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: “Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas”! Con esto atestiguáis en vuestra contra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis del juicio de la gehenna? Mirad, yo os envío profetas y sabios y escribas. A unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar. En verdad os digo, todas estas cosas caerán sobre esta generación». «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido. Pues bien, vuestra casa va a quedar desierta. Os digo que a partir de ahora no me veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».


En la Liturgia


Sant 5,10-20: Hermanos, tomad como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor; mirad: nosotros proclamamos dichosos a los que tuvieron paciencia. Habéis oído hablar de la paciencia de Job y ya sabéis el final que le concedió el Señor, porque el Señor es compasivo y misericordioso. Y sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni hagáis otro tipo de juramento; que vuestro sí sea sí, y vuestro no, no, para que no caigáis bajo condena. ¿Está sufriendo alguno de vosotros? Rece. ¿Está contento? Cante. ¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado. Por tanto, confesaos mutuamente los pecados y rezad unos por otros para que os curéis: mucho puede la oración insistente del justo. Elías era semejante a nosotros en el sufrimiento, y rezó insistentemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Volvió a rezar, y el cielo dio la lluvia y la tierra produjo su fruto. Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados.


Lc 4,22-30: En aquel tiempo, todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Pero Jesús les dijo: «Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.



Fuente: Paso a paso en la Ortodoxia / crestinortodox.ro / fatheralexander.org / eltestigofiel.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española