28/07 - La Justa Irene de Crisobalanto


La Venerable Irene de Crisobalanto nació en una noble familia de Capadocia en el siglo IX.


Tras la muerte de su esposo Teófilo, la emperatriz Teodora gobernó el Imperio durante la regencia de su hijo Miguel. La santa emperatriz Teodora ayudó a derrotar la herejía iconoclasta y la restauración del culto de las sagradas imágenes. Cuando Miguel cumplió 12 años, la Emperatriz envió mensajeros por todo el Imperio para encontrar una esposa adecuada para el futuro Emperador de Bizancio. Santa Irene fue la elegida y dio su conformidad al matrimonio. Cuando pasaba por el monte Olimpo en Asia Menor, Irene pidió que la comitiva que la llevaba a la capital del Imperio se detuviera para poder pedir la bendición de San Joanicio. El Santo, que solo se dejaba ver en contadas ocasiones, esperaba la llegada de Santa Irene. Una vez que los dos Santos se encontraron, el asceta le dijo a la joven que la necesitaban en Constantinopla, pero no en el palacio imperial, sino en el convento de Crisobalanto. Santa Irene cayó postrada a sus pies y pidió su bendición. Llegados a Constantinopla, descubrieron que el Emperador había tomado esposa hacía unos días. Lejos de estar decepcionada, Irene se alegró enormemente, pues así tenía el camino libre para convertirse en esposa de Jesucristo, llenándose de alegría por el cambio producido en los acontecimientos y que había profetizado el santo asceta del Olimpo.


Recordando las palabras de San Joanicio, Irene visitó el Monasterio de Crisobalanto. Quedó tan impresionada por las monjas y su forma de vida que liberó a sus siervos y distribuyó su riqueza entre los pobres. Cambió sus ricos vestidos por el hábito monástico y comenzó a servir a las hermanas con gran humildad y obediencia. La Abadesa estaba impresionada sobre todo porque, viniendo Santa Irene de familia noble, realizaba las tareas más bajas encomendadas por la obediencia monástica sin ninguna queja. Frecuentemente leía las vidas de los Santos en su celda y siempre intentaba imitar sus virtudes de la mejor manera posible. A menudo permanecía toda la noche en oración con los brazos levantados, al igual que Moisés. Pasaba los días de su juventud en medio de luchas espirituales derrotando, con la ayuda de Cristo, los ataques insidiosos de los demonios y obteniendo los frutos del Espíritu Santo.


Cuando la abadesa sintió próxima su muerte, pidió a las demás monjas que no aceptaran a nadie como abadesa que no fuera a Irene. Cuando la abadesa murió, las monjas pidieron consejo a San Metodio. Iluminado por el Espíritu Santo, este les preguntó si había en el monasterio una monja humilde llamada Irene, pues ella debería ser la nueva abadesa. Las monjas se llenaron de alegría y daban gracias a Dios. Elegida abadesa, Irene rogaba a Dios que le ayudara a servir a sus hermanas desde el ejercicio de su cargo, y redobló sus esfuerzos espirituales. Irene mostraba gran sabiduría en la dirección de las monjas y recibía frecuentes revelaciones de Dios que la ayudaban en el ejercicio de la autoridad. Nunca avergonzaba a las monjas; al contrario, las ayudaba para que pudieran corregirse y adelantar en el ejercicio de la virtud.


Muchos fueron los milagros que realizó Irene durante su vida, pero el de las manzanas es quizás el más famoso de todos. Era su costumbre permanecer en el patio del monasterio bajo el cielo estrellado en la vigilia de las grandes fiestas. En la noche de una de estas fiestas, una monja que no podía dormir salió de su celda y salió al patio del monasterio. Allí vio a la abadesa elevada del suelo y completamente inmersa en la oración. Asimismo observó que los dos cipreses del patio estaban con sus copas inclinadas tocando el suelo. Cuando terminó su oración, Santa Irene bendijo a los cipreses y estos volvieron a su posición original. Pensando que podría ser una tentación del demonio, la monja acudió a la noche siguiente, contemplando de nuevo el milagroso acontecimiento. La monja ató unos pañuelos en las copas y al día siguiente todas las monjas se preguntaban cómo podía haber ocurrido aquello. La monja que había sido testigo del milagro se lo contó a las demás monjas. Santa Irene se entristeció mucho y prohibió que hablasen de ello hasta después de su muerte.


Una noche, mientras dormía, Irene oyó una voz que provenía del cielo que le dijo que un marinero le traería un regalo que debería aceptar. El marinero llegó al día siguiente y permaneció en la Liturgia en la Iglesia hasta el final. Este le dijo que, al pasar por Patmos, un anciano se había acercado al barco caminando por encima de las aguas y le había entregado tres manzanas “que Dios le enviaba de mano de su discípulo Juan”. El marinero le dijo a Santa Irene que, cuando comiese de las manzanas, todos los deseos de su alma se concederían. Santa Irene ayunó dando gracias a Dios por aquel regalo y después de cuarenta días comió la primera manzana a pequeños trozos. Durante este tiempo no necesitó más comida o bebida. El Jueves Santo, después de recibir las monjas los Santos Dones, les dio un trozo de la segunda manzana, notando ellas su gran dulzura y cómo nutría sus almas.


Un ángel informó a Santa Irene de que sería llamada ante el Señor el día después de la fiesta San Panteleimon. Durante una semana se preparó con ayuno y oraciones para celebrar la fiesta del Santo Gran Mártir, comiendo sólo pequeños trozos de la manzana y bebiendo un poco de agua. Todo el monasterio se llenó de una gran fragancia y todas las rencillas se desvanecían, llenándose de paz los corazones. El 28 de julio, Santa Irene llamó a las monjas para despedirse de ellas y para recomendarles que eligieran a la hermana María como abadesa y así seguir en el camino estrecho que conduce a la vida eterna. Vio a ángeles que Dios le enviaba para recoger su alma, y llena de alegría descansó en el Señor. Tenía ciento un años cuando murió, pero su rostro estaba joven y hermoso. Fueron muchos los que se acercaron a su funeral, y desde entonces fueron innumerables los milagros que se realizaron en su tumba. En muchas iglesias se acostumbra a bendecir las “manzanas del Paraíso” en este día en recuerdo del milagro de las manzanas que recibió Santa Irene.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia