Santa Ía (Violeta), cuando era ya anciana, fue capturada por los persas junto con 9.000 cristianos que fueron torturados de diversas formas. Así que con ellos, la Santa se presentó ante los jefes del rey de Persia Sapor II y fue castigada con diversas torturas.
El juez mandó que se le descoyuntasen los miembros y se la apalease. La santa repetía durante la tortura: «Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ayuda a tu sierva y sálvala de los lobos que la rodean». Después, estuvo en un calabozo hasta que recuperó las fuerzas. Entonces, el juez le ofreció la vida con tal de que apostatase. Como Ia se negó nuevamente, fue apaleada otra vez, con tal furia, que perdió el habla y el movimiento. Seis meses más tarde, los verdugos le ataron fuertemente alrededor del cuerpo delgadas cañas hasta que penetraron profundamente en la carne y, después, las fueron arrancando una a una. La santa estuvo a punto de morir por la hemorragia. Diez días después, el juez mandó que fuese colgada de las manos y azotada hasta que muriese. Finalmente la decapitaron. El cadáver fue decapitado y arrojado al basurero como un desperdicio.
La tradición dice que, cuando Ía fue decapitada, la tierra, que había recibido su sangre, se infló y se elevó sobrenaturalmente. Los verdugos que la habían torturado quedaron paralizados y cegados, y el aire se llenó de una maravillosa fragancia.