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Fue uno de los monjes que, junto con la fe, también poseyó los tesoros de la filosofía cristiana.
Hiperequio era tranquilo, dulce y rara vez se le acercaba la llama de la rabia.
A menudo decía: "ὁ μὴ κρατῶν γλώσσης αὐτοῦ ἐν καιρῷ ὀργῆς, οὐδὲ παθῶν κρατήσει ὁ τοιοῦτος" («El que no controla su lengua en el momento de la ira tampoco controlará las pasiones»).
Murió en paz, lleno de la gracia de Dios.