01/10 - Romano el Meloda (el Melodista)


Nacido en torno al año 490 en Emesa (hoy Homs) en Siria. Según algunos indicios, era de origen hebreo. Teólogo, poeta y compositor, pertenece al grupo de teólogos que ha transformado la teología en poesía. Pensemos en su compatriota, san Efrén de Siria, quien vivió doscientos años antes que él. Y pensemos también en teólogos de Occidente, como san Ambrosio, cuyos himnos todavía hoy forman parte de nuestra liturgia y siguen tocando el corazón. La fe es amor y por ello crea poesía y crea música. La fe es alegría y por ello crea belleza.


Romano el Meloda es uno de éstos, poeta y teólogo compositor. Aprendió las bases de la cultura griega y siríaca en su ciudad natal, se transfirió a Berito (Beirut), perfeccionando la instrucción clásica y los conocimientos retóricos. Ordenado diácono permanente (en torno al año 515), fue predicador en esa ciudad durante tres años. Después se transfirió a Constantinopla, hacia el final del reino de Atanasio I (en torno al año 518), y allí se estableció en el monasterio en la iglesia de la Theotókos, Madre de Dios.


Allí tuvo lugar un episodio clave en su vida: el Sinaxario nos informa sobre la aparición en sueños de la Madre de Dios y sobre el don del carisma poético. María, de hecho, le pidió que se tragara una hoja enrollada. Al despertar, a la mañana siguiente, era la fiesta de la Navidad, Romano se puso a declamar desde el ambón: «Hoy la Virgen da a luz al Trascendente» (Himno sobre la Navidad I. Proemio). De este modo, se convirtió en predicador-cantor hasta su muerte (tras el año 555).


Romano ha pasado a la historia como uno de los autores más representativos de himnos litúrgicos. La homilía era entonces, para los fieles, prácticamente la única oportunidad de enseñanza catequética. Romano se presenta como un testigo eminente del sentimiento religioso de su época, así como de un método vivo y original de catequesis. A través de sus composiciones podemos darnos cuenta de la creatividad de esta forma de catequesis, de la creatividad del pensamiento teológico, de la estética y de la himnografía sagrada de aquella época.


El lugar en el que predicaba Romano era un santuario de las afueras de Constantinopla: se subía al ambón, colocado en el centro de la iglesia, y se dirigía a la comunidad recurriendo a una representación bastante elaborada: utilizaba representaciones en las paredes o iconos sobre el ambón y se servía también del diálogo. Pronunciaba homilías métricas cantadas, llamadas Kontákia. El término kontákion, «pequeña vara», parece que hace referencia al pequeño bastón en torno al que se envolvía el rollo de un manuscrito litúrgico o de otro tipo. Los Kontákia, que se han conservado bajo el nombre de Romano, son 89, pero la tradición le atribuye mil.


En Romano, cada kontákion se compone de estrofas, en su mayoría de 18 a 24, con el mismo número de sílabas, estructuradas según el modelo de la primera estrofa (irmo); los acentos rítmicos de los versos de todas las estrofas se modelan según los del irmo. Cada estrofa concluye con un estribillo (efimnio), en general idéntico, para crear la unidad poética. Además, las iniciales de cada estrofa indican el nombre del autor (acrostico), precedido frecuentemente con el adjetivo «humilde». Una oración que hace referencia a los hechos celebrados o evocados concluye el himno. Al terminar la lectura bíblica, Romano cantaba el Proemio, en general en forma de oración o súplica. Anunciaba así el tema de la homilía y explicaba el estribillo que se repetía en coro al final de cada estrofa, declamada por él con una modulación de voz elevada.


Un ejemplo significativo es el kontakion con motivo del Viernes de Pasión: es un diálogo entre María y el Hijo, que tiene lugar en el camino de la Cruz. María dice: «¿Adónde vas, hijo? ¿Por qué recorres tan rápidamente el camino de tu vida?/ Nunca habría pensado, hijo mío, que te vería en este estado,/ ni podría imaginar nunca que llegarían a este nivel de furor los impíos/echándote las manos encima contra toda justicia». Jesús responde: «¿Por qué lloras, madre mía? [...]. ¿No debería irme? ¿No debería morir?/ ¿Cómo podría salvar a Adán?». El hijo de María consuela a la madre, pero le recuerda su papel en la historia de la salvación: «Depón, por tanto, madre, depón tu dolor:/ no es propio de ti el gemir, pues fuiste llamada "llena de gracia"» (María a los pies de la cruz, 1-2; 4-5). En el himno sobre el sacrificio de Abraham, Sara se reserva la decisión sobre la vida de Isaac. Abraham dice: «Cuando Sara escuche, Señor mío, todas tus palabras,/ al conocer tu voluntad, me dirá:/-Si quien nos lo ha dado lo vuelve a tomar, ¿por qué nos lo ha dado?/[...] -Tú, anciano, déjame mi hijo,/y cuando quiera quien te ha llamado, tendrá que decírmelo a mí» (El sacrificio de Abraham, 7).


Romano no usa el griego bizantino solemne de la corte, sino un griego sencillo, cercano al lenguaje del pueblo. Quisiera citar un ejemplo de la manera viva y muy personal con la que hablaba del Señor Jesús: le llama «fuente que no quema y luz contra las tinieblas», y dice: «Yo anhelo tenerte en mis manos como una lámpara;/ de hecho, quien lleva una luz entre los hombres es iluminado sin quemarse./ Ilumíname, por tanto, Tú que eres Luz inapagable» (La Presentació o Fiesta del encuentro, 8). La fuerza de convicción de sus predicaciones se fundaba en la gran coherencia entre sus palabras y su vida. En una oración dice: «Aclara mi lengua, Salvador mío, abre mi boca/ y, después de haberla llenado, penetra mi corazón para que mi actuar/ sea coherente con mis palabras» (Misión de los Apóstoles, 2).


Examinemos ahora algunos de sus temas principales. Un tema fundamental de su predicación es la unidad de la acción de Dios en la historia, la unidad entre creación e historia de la salvación, unidad entre Antiguo y Nuevo Testamento. Otro tema importante es la pneumatología, es decir, la doctrina sobre el Espíritu Santo. En la fiesta de Pentecostés subraya la continuidad que se da entre Cristo, ascendido al cielo, y los apóstoles, es decir, la Iglesia, y exalta su acción misionera en el mundo: «[...] con virtud divina han conquistado a todos los hombres;/ han tomado la cruz de Cristo como una pluma,/ han utilizado palabras como redes y con ellas han pescado por el mundo,/ han tenido el Verbo como agudo anzuelo,/ para ellos ha servido de cebo/ la carne del Soberano del universo» (Pentecostés 2;18).


Otro tema central es, claro está, la cristología. No se mete en el problema de los conceptos difíciles de la teología, sumamente discutidos en aquel tiempo, y que también laceraron la unidad no sólo entre los teólogos, sino incluso entre los cristianos en la Iglesia. Predica una cristología sencilla, pero fundamental, la cristología de los grandes Concilios. Pero sobre todo se acerca a la piedad popular, de hecho los conceptos de los Concilios han surgido de la piedad popular y del conocimiento del corazón cristiano, y de este modo Romano subraya que Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y al ser verdadero Hombre-Dios es una sola persona, las síntesis entre creación y Creador: en sus palabras humanas escuchamos la voz del mismo Verbo de Dios. «Era hombre -dice-- Cristo, pero también era Dios,/ ahora bien, no estaba dividido en dos: es Uno, hijo de un Padre que es uno solo» (La Pasión 19).


Por lo que se refiere a la mariología, en acción de gracias a la Santa Madre de Dios por el don del carisma poético, Romano la recuerda al final de casi todos los himnos y le dedica sus kontákia más bellas: Natividad, Anunciación, Maternidad divina, Nueva Eva.


Por último, las enseñanzas morales están relacionadas con el juicio final (Las diez vírgenes [II]). Nos lleva hacia ese momento de la verdad de nuestra vida, la comparecencia ante el Juez justo, y por ello exhorta a la conversión en la penitencia y en el ayuno. El cristiano debe practicar la caridad, la limosna. Acentúa el primado de la caridad sobre la continencia en dos himnos, las Bodas de Caná y Las diez vírgenes. La caridad es la más grande de las virtudes: «[...] Diez vírgenes poseían la virtud de la virginidad intacta,/ pero para cinco de ellas el duro ejercicio no dio fruto./ Las otras brillaron para las lámparas del amor por la humanidad,/ por eso las invitó el esposo» (Las diez vírgenes, 1).


Humanidad palpitante, ardor de fe, profunda humildad rezuman los cantos de Romano el Meloda. Este gran poeta y compositor nos recuerda todo el tesoro de la cultura cristiana, nacida de la fe, nacida del corazón que se ha encontrado con Cristo, con el Hijo de Dios. De este contacto del corazón con la Verdad, que es Amor, nace la cultura, toda la gran cultura cristiana. Y si la fe sigue viva, esta herencia cultural tampoco muere, sino que sigue estando viva y presente. Los iconos siguen hablando hoy al corazón de los creyentes, no son cosas del pasado. Las catedrales no son monumentos medievales, sino casas de vida, donde nos sentimos «en casa»: donde encontramos a Dios y nos encontramos los unos con los otros. Tampoco la gran música es algo del pasado, sino que vive en la vitalidad de la liturgia y de nuestra fe.


Si la fe está viva, la cultura cristiana no se queda en algo «pasado», sino que sigue viva y presente. Y si la fe está viva, también hoy podemos responder al imperativo que siempre se repite en los Salmos: «Cantad al Señor un cántico nuevo».


Creatividad, innovación, cántico nuevo, cultura nueva y presencia de toda la herencia cultural en la vitalidad de la fe no se excluyen, sino que son una sola realidad: son presencia de la belleza de Dios y de la alegría de ser hijos suyos.



Fuente: goarch.org / vatican.va

Adaptación propia

01/10 - Ananías, Apóstol de los 70


Ananías se encuentra entre los más valientes -y también entre los más determinados -de todos los santos, y desempeñó un papel fundamental ayudando a San Pablo a asentar los fundamentos de la Iglesia primitiva.


Estuvo destinado a servir como primer Obispo de Damasco, y también a perecer bajo las piedras arrojadas sobre él por los enemigos de la Cristiandad.


Su martirio ocurrió en una oscura ciudad Palestina llamada Eleuterópolis cuando este santo apóstol (uno de los Setenta) se negó a dejar de predicar el Santo Evangelio de Jesucristo. Fue una muerte agonizante, por supuesto, pero, antes de que aconteciera, San Ananías se las arregló para cumplir su destino como esforzado Obispo que bautizaría a Saulo en la fe (el que luego llegaría a ser el Apóstol San Pablo) (Hechos 9, 10-17).


Bautizar al gran discípulo y evangelizador Pablo (luego de su llegada a Damasco) fue un servicio inmensamente importante para el Santo Evangelio; pero esa no fue la única ocasión en la que Ananías se puso en pie para ayudar a su gran amigo y compañero. En otra ocasión en Damasco, después de que San Pablo hubiera estado predicando en la Sinagoga que Jesucristo era el Hijo de Dios y el Redentor del mundo, un grupo de judíos enojados decidieron que ya habían escuchado demasiado e idearon un plan para asesinar al gran maestro. Dirigidos por Ananías, un ingenioso grupo de cristianos en Damasco frustraron el pérfido plan haciéndolo descender con una cuerda, oculto en una canasta, por las murallas de la ciudad. Una vez seguro en las afueras de la ciudad, San Pablo reinició su ardiente predicación sin temor a las represalias de los enojados asistentes de la sinagoga. 


La historia de este resuelto mártir (cuyo nombre significa “Dios es clemente”) terminó trágicamente bajo el reinado del Gobernador Romano Luciano, pero el legado que dejó fue todo menos triste. Con haber conseguido el bautizo de uno de los más perspicaces pensadores y escritores de la Cristiandad (hecho que ocurrió alrededor del año 36) San Ananías ayudó a cumplir el santo Plan de Dios para la humanidad.


Como les sucede frecuentemente a aquellos que han sido llamados por Dios, este maestro de noble corazón y curador de los enfermos recibió su tarea más importante –la tarea de devolverle la visión a San Pablo, así como la de bautizarlo- durante una aparición mística en la cual el Todopoderoso lo llamó a administrar el sacramento al antes brutal opresor de los Cristianos. 


San Ananías hizo exactamente lo que le había sido instruido por Dios Todopoderoso, y luego se alejó de Damasco para evangelizar en la región de Eleuterópolis, no muy lejos de Jerusalén, donde maravilló a sus ciudadanos con las muchas curas milagrosas que realizó. Sin embargo pronto chocó con el Gobernador, que adoraba a ídolos paganos y cuyo odio creciente hacia los cristianos se puede ver claramente en el decreto que publicó a lo largo de la Provincia Romana: “Ordenamos que, si alguno es encontrado invocando el nombre de Cristo y adora al Crucificado, será entregado a crueles torturas. Sin embargo, si renuncia a Cristo y ofrece sacrificios a los dioses inmortales, le serán asegurados regalos y honores de nuestra parte.”


Luciano, al enterarse de que el celoso discípulo era reconocido como predicador Cristiano, respondió, como era de esperar, ordenándole que ofreciera sacrificios a los ídolos. Por supuesto, San Ananías se negó, y Luciano lo hizo torturar. Inmediatamente se le aplicaron métodos violentos y severos, pero el evangelizador no cedería. Mientras más era castigado, más alto proclamaba, de acuerdo con testimonio de historiadores de esa época: “No reverenciaré dioses falsos, ya que yo adoro al único y verdadero Dios: mi Señor Jesucristo. Yo lo he tenido a Él delante de mis ojos y he conversado con Él con mis labios, no solo cuando caminó en la tierra como hombre, sino también después de su Ascensión a los cielos. Pues Él se me apareció cuando yo estaba en Damasco y me envió a sanar a Saulo, quien por Su maravilloso poder y sabiduría transformó su conocimiento de la verdad. Él nos ha salvado de las manos de los demonios y nos ha guiado hacia su Padre; por ello lo adoro a Él y no a los demonios, que buscan destruir toda la raza humana.”


Sus torturadores, frustrados y enojados por ese piadoso discurso, en un arranque de desesperación le arrancaron las manos y luego lo llevaron a las afueras de la ciudad, donde lo apedrearon hasta la muerte. Sin embargo el valiente Ananías, antes de que se llevara a cabo la sentencia, explotó en una elocuente y espontánea oración: “Señor Jesucristo, Hijo del Bienaventurado Padre, escucha mi oración y considérame digno de un lugar en la vida futura con los benditos Apóstoles. Tal como salvaste a Pablo con tu Luz, sálvame de la mano de estos impíos opositores de la verdad, de modo que no se cumpla su voluntad sobre mí y que ellos no me envuelvan en sus redes de mentira. No me quites Tu Reino celestial, el cual has preparado para aquellos que aman el camino de Tu Verdad, que ha sido mostrada por Ti, y por aquellos que cumplen Tus mandamientos.”


El gran santo murió después de finalizar su plegaria (alrededor del año 50), al mejor estilo de los Cristianos: mientras invocaba al Señor por el perdón de sus verdugos. 


Las reliquias de este mártir amable pero de corazón de león posteriormente fueron llevadas a Constantinopla. San Ananías es alabado frecuentemente por la valentía de su fe, pero su vida fue también un ejemplo brillante del poder del perdón. Para aquellos que luchan por perdonar heridas e insultos pasados, su acción final se nos presenta como un útil recuerdo de que, con la ayuda de Dios, aun las más grandes afrentas pueden ser perdonadas amorosamente.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

01/10 - Protección de la Santa Madre de Dios


Entre las festividades orientales dedicadas a la Santa Madre de Dios es posible distinguir entre las que tienen relación con las acciones de la Santa Virgen durante su vida mortal y su posterior actividad entre los creyentes cristianos. En la primera categoría podemos incluir su Natividad, la Presentación en el Templo, la Anunciación, Natividad de Nuestro Señor y, por supuesto, la Dormición de la Santa Virgen. En la segunda categoría pueden incluirse un número de milagrosas apariciones -como la de la iglesia de Blaquerna de Constantinopla, probablemente en los años 20 del siglo X- o algunos otros milagros como la derrota de los árabes y eslavos que asediaron Constantinopla; y no cabe olvidar diversas curaciones milagrosas, incluso resurrecciones de entre los muertos, milagros que son recordados en algunos himnos dedicados a Ella, como el Akathistos y la Paraclísis de la Madre de Dios.

La fiesta bizantina más impresionante en honor de la Virgen María, perteneciente a la segunda categoría, es sin duda la Protección de la Theotokos, celebrada el 1 de octubre (o el el 28 de octubre en la Iglesia de Grecia). Más conocida como la Pokrov en los países eslavos, Acoperamantul Maicii Domnului en Rumanía o Skepi en Grecia y Oriente, la fiesta trata acerca de la milagrosa aparición de la Santa Madre de Dios en la iglesia bizantina de Blaquerna, pero también tiene que ver con una santa reliquia conocida como el Velo de Nuestra Señora. Además, el vocablo griego skepi lo mismo significa “protección” que “velo”.

La historia de una milagrosa aparición

La fiesta de la Protección se celebra en relación con la extraordinaria vida de un loco por Cristo, San Andrés de Constantinopla. Su biógrafo, el sacerdote Epifanio de la catedral de Santa Sofía, hizo notar que Andrés tenía ascendencia eslava y era esclavo en la corte de un noble de Constantinopla. Una noche él recibió el mandato divino de actuar como un loco para cumplir una misión especial. A partir de ese momento, Andrés vivía en las calles o bajo los pórticos de las iglesias, junto a los mendigos, vagabundos y prostitutas, haciendo a primera vista cosas estúpidas, pero en realidad tratando de devolver a la fe muchos pecadores.

Después de un tiempo viviendo así, se hizo amigo de Epifanio, un sacerdote de la catedral a quien confesó su auténtica identidad y el significado de sus actos. Poco después Epifanio se convirtió en “aprendiz” de Andrés, quien le contó sus visiones y le enseñó el auténtico modo de vida cristiano.

El Sinaxario Griego para la Fiesta de la Protección de Nuestra Señora afirma que San Andrés, junto con Epifanio, participó en una vigilia nocturna el día 1 de octubre, noche del sábado al domingo, en la iglesia de Blaquerna, un importante lugar de peregrinación en Constantinopla, construido en torno a 450 por la emperatriz Pulqueria. La oración especial tenía su razón de ser en la amenazada libertad de la ciudad, sometida a un ataque bárbaro. No queda clara la identidad de los atacantes.

Eso sucedió “en tiempos del emperador León el Sabio” (refiriéndose a León IV, 886-912). Hacia las cuatro de la madrugada, Andrés alzó sus ojos al cielo y vio, junto a su discípulo, que la Virgen María estaba allí, suspendida en el aire, rodeada de luz y orando, su rostro anegado de lágrimas. En la visión, que no era sólo visible para Andrés y Epifanio, sino también para otros que estaban allí en la iglesia, la Santa Virgen estaba rodeada de ángeles, junto con San Juan Evangelista y San Juan Bautista. Su oración está citada en el himno Akathistos de la Protección de la Theotokos. En el Sinaxario dice así: “Padre celestial, recibe a todos los que te glorifican y pronuncian Tu Santo Nombre en todo lugar. Santifica los lugares donde mi nombre es recordado y glorifica a quienes te glorifican y me honran a mí, Tu madre. ¡Recibe todas sus oraciones y promesas y líbralos de todos los males y necesidades!” Después de terminar su oración, Ella caminó hacia el altar y siguió orando. Poco después, el peligro se extinguió y la ciudad se salvó una vez más. Después de un instante, Ella se quitó el velo (omophorion o mandylion) y lo desplegó sobre toda la gente congregada en la iglesia, como signo de su protección. Entonces San Andrés se volvió hacia su discípulo, Epifanio, que estaba junto a él, y le preguntó: “¿Ves, hermano, a la Santa Theotokos rezando por todo el mundo?” y Epifanio respondió, “¡Sí, Santo Padre, la veo y estoy maravillado!”.

La celebración de la Protección de la Theotokos en este día tiene su motivo en algo más que este evento aislado. Se podría decir que está más bien conectada con diversas salvaciones milagrosas de la ciudad de Constantinopla, en peligro debido a muchas invasiones extranjeras. La primera vez que la capital del Imperio Bizantino fue asediada, fue en 626 a manos de los persas y los escitas, durante el reinado de Heraclio. Tras una procesión con los iconos y una reliquia de la Virgen María (probablemente su velo; pues su túnica, velo y parte del cinturón habían sido traídas desde Palestina por orden de León I en 473), una repentina tormenta dispersó la flota enemiga en el Cuerno de Oro, cerca de la iglesia de Blaquerna, y Constantinopla se salvó. En honor a este suceso, el patriarca Sergio (o, según otros, el diácono Jorge Pisida) compuso el famoso himno Akathistos.

Los árabes asediaron la ciudad en 717-718, pero perdieron la batalla de un modo similar, y más tarde la gente de Rus – los ancestros de los rusos -, liderados por Askold y Dir en 860, según las Crónicas Primigenias. El patriarca Focio y el emperador Miguel encabezaron una vigilia nocturna en la iglesia de Nuestra Señora de Blaquerna. El cronista dice que “el tiempo estaba estable, y el mar estaba en calma, pero un fuerte viento se levantó, y cuando grandes olas se alzaron enfrente, confundieron los barcos de los paganos de Rus, los lanzó a la costa y los destruyó, de modo que pocos escaparon a tal destrucción y regresaron a su tierra natal”. Según Néstor, la fiesta de la Protección celebra la destrucción de esta flota en algún momento del siglo IX, lo que no puede ser correcto, ya que San Andrés vivió a principios del siglo X.

En cualquier caso, según la tradición rusa, se cree firmemente que los bárbaros que cercaron Constantinopla en tiempos de San Andrés procedían de Kievan-Rus. Los hechos históricos establecen que en 907 la capital bizantina fue atacada por las tropas de Oleg de Novgorod, quien reclamaba para su gente derechos especiales de comercio con el Imperio. León lo combatió y la ciudad se salvó, pero ellos volvieron a atacar en 911, y entonces el tratado se firmó. El 1 de octubre de 907 era sábado, lo que confirma la información.

Por último, la protección de la Theotokos sobre Constantinopla tiene relación con una potencial invasión búlgara en 926, cuando el zar Simeón fue disuadido de atacar la ciudad después de que le fue mostrado el Santo Velo.

Es interesante hacer notar que la Fiesta de la Protección empezó a ser celebrada en el siglo XII por los rusos, la gente que en aquella época atacó Constantinopla. La celebración se expandió por todo el cristianismo oriental, pero hasta hoy su importancia destaca especialmente en los países de lengua eslava.

La reliquia del Velo Protector

Parece ser que el Velo Protector es un omophorion, similar a una corbata. Su forma está atestiguada por su representación en los iconos. Los obispos bizantinos llevan un omophorion como símbolo de la plenitud del poder jerárquico.

El Velo de la Theotokos, junto con su cinturón y otras sagradas reliquias, fueron traídos desde Palestina por orden el emperador León I el Tracio (457-474) y permanecieron hasta 473 en la iglesia de Blaquerna, siendo muy popular debido a diversos milagros relacionados con él. Una parte del Velo Protector o quizá su totalidad fueron donados por la emperatriz bizantina Irene como regalo al emperador Carlomagno, como parte de una negociación matrimonial. Carlomagno lo donó a la catedral de Chartres, donde ha permanecido hasta hoy, aunque pequeños trozos del mismo se difundieron por todo Occidente. Como ejemplo, un trozo es conservado hoy en día en la iglesia de San Josafat de Detroit, Estados Unidos.

El Velo continúa jugando su papel en la historia bizantina, aunque más como culto ritual que como veneración física.

Otra venerada reliquia: el cinturón de la Theotokos

En Oriente, la veneración a la Theotokos están relacionada con el “cinturón de la Theotokos”, actualmente conservado en una pequeña caja en el monasterio Vatopedi (monte Athos), hecho de pelo de camello. Según la tradición, el centro del mismo fue bordado con hilo de oro por la emperatriz Zoe de Constantinopla, que fue curada por el santo cinturón.

Yendo atrás, la tradición afirma que esté cinturón fue dado milagrosamente a Santo Tomás Apóstol, que llegó tarde al funeral de la Santa Madre, como prueba de su asunción a los cielos. Primeramente el cinturón se quedó en Jerusalén. El emperador Arcadio (395-408) fue el que lo llevó a Constantinopla, primero a la iglesia de los Santos Apóstoles y más tarde a Blaquerna (durante el reinado de la emperatriz Pulqueria, 450-453), y permaneció allí, junto con otras reliquias (como ya se ha dicho) hasta la época de Justiniano, cuando fue trasladado a Santa Sofía. Como he dicho antes, la emperatriz Zoe, siendo curada al llevar este cinturón, lo hizo bordar con hilo de oro, y lo colocó de nuevo en el relicario. Este evento se marca en el calendario bizantino como la Fiesta de la puesta el Cinturón en el relicario (31 de agosto). Finalmente fue tomado por los búlgaros de Ionita Caloian, tras una batalla perdida por Alexios Angelos III (1195-1203) y llegó al monasterio de Vatopedi, entregado por Lazar, el zar de los serbios en 1389.

Después de esto, el santo cinturón fue llevado en largas procesiones durante grandes epidemias, como la peste en Valaquia (1813) y en el Imperio Otomano (1871), o en tiempos actuales, en diferentes países, para su veneración.

El icono de la Santa Protección

El icono de la fiesta representa a la Santa Virgen de pie entre los fieles con los brazos extendidos en oración y envueltos con un velo, rodeada de ángeles y de los doce apóstoles, obispos, santas mujeres, monjes y mártires, que permanecen bajo el velo. Ella lleva en sus brazos extendidos el santo velo, que simboliza la protección de su intercesión.

Bajo esta escena, que representa a la Iglesia celestial, está la Iglesia terrenal, probablemente la misma Blaquerna, donde aparece un joven varón vestido de diácono, que lleva en su mano izquierda un rollo con el texto del Kontakion de la Natividad, que honra a la Madre de Dios (“Hoy, la Virgen da a luz Al que está más allá de la Vida…”). Éste es San Román el Melodista, un himnógrafo celebrado también el 1 de octubre. Aunque no está directamente conectado a esta fiesta, su historia habla de cómo recibió el carisma de escribir melodías en honor a los Santos después que la Santa Madre le dijo en sueños que comiese el rollo que ella le daba. Al hacerlo, él empezó a estar inspirado para escribir.

Junto a él, a la derecha están Andrés y Epifanio, y a la izquierda están también el emperador León el Sabio y la emperatriz Zoe (que fue milagrosamente curada de una enfermedad -probablemente epilepsia- al llevar el cinturón de la Theotokos) y el patriarca de Constantinopla de la época, que fue probablemente Eutimio I (entronizado en marzo de 907).

El icono de la Pokrov podría estar relacionado con la imagen occidental de la Virgen de la Misericordia, en la cual la Virgen extiende su manto para cubrir y proteger un grupo de fieles suplicantes. Esto es conocido en Italia a partir de 1280. Una de estas escenas aparece en la iglesia de San Bonifacio de Fulda, Alemania.

Troparion (himno) de la Fiesta

“Hoy los fieles celebran la fiesta con alegría iluminada por tu venida, oh Madre de Dios. Contemplando tu pura imagen clamamos fervientemente a ti: rodéanos en torno al precioso velo de tu protección; líbranos de todas las formas de mal, rogándole a Cristo, tu Hijo y Nuestro Dios, que salve nuestras almas”.

Mitrut Popoiu


Fuente: Preguntasantoral
Adaptación propia

30/09 - Gregorio el Iluminador, Obispo de Armenia


Probablemente los primeros que predicaron la fe cristiana en Armenia, durante el segundo y el tercer siglo de nuestra era, fueron los misioneros llegados de Siria y de Persia, pero las creencias y tradiciones locales en relación con las primeras evangelizaciones, son distintas y contradictorias. La tradición dice que los primeros evangelizadores fueron los apóstoles san Bartolomé y san Judas Tadeo y, en relación con este último santo, le adjudicaron la historia del rey Abgar el Negro y su parecido con Nuestro Señor Jesucristo, asunto éste que, en realidad pertenece a san Addai, que vivió en Edessa. Sin embargo, los armenios veneran también a san Gregorio de Ashtishat como al apóstol que llevó la luz del Evangelio a su país, por lo que le llaman el «Iluminado» o «Iluminador», y le tienen como al patrono principal.


Gregorio vino al mundo en Armenia durante el siglo tercero, en la época en que el país había sido invadido por los persas. Sus orígenes y hasta su nacionalidad son inciertos. De acuerdo con las tradiciones armenias, era hijo de aquel famoso Anak, el parto que asesinó al rey Cosroes I de Armenia. Este monarca, antes de morir, pidió a sus súbditos que le vengaran por medio del exterminio de la familia de Anak y sólo escapó de la matanza el recién nacido Gregorio, al que secuestró un mercader de Valarshapat y lo llevó a Cesárea, en la Capadocia. Se sabe con certeza que ahí fue bautizado y, a su debido tiempo, se casó y tuvo dos hijos, Aristakes y Vardanes (santos, en las tradiciones armenias).


Tiridates, uno de los hijos del asesinado rey Cosroes, quien había vivido exilado en diversas partes del imperio romano, logró reunir un ejército, al frente del cual regresó a Armenia y reconquistó el trono de su padre. A Gregorio se le dio un palacio para que viviese en la corte de Tiridates, pero no pasó mucho tiempo sin que cayese en desgracia a causa de sus actividades en favor de los cristianos y por el celo que ponía en la conversión de almas. No tardó en estallar la persecución activa contra éstos y, en el curso de la misma, uno de los que más sufrió fue Gregorio. Pero, a fin de cuentas, triunfó puesto que consiguió convertir y bautizar al propio Tiridates (también al rey se le venera como a un santo) y, mientras los cristianos del imperio morían por centenares durante la persecución de Diocleciano, en Armenia se proclamaba al cristianismo como la religión oficial, y por eso se dice que el país fue (superficialmente) el primer estado cristiano en la historia del mundo.


Gregorio se trasladó a Cesárea donde fue consagrado obispo por el metropolitano Leoncio. Estableció su sede en Ashtishat y, con la asistencia de los misioneros sirios y griegos, organizó su Iglesia, instruyó a los nuevos convertidos y conquistó a otros muchos. Con el propósito de contar con un mayor número de sacerdotes, reunió a un grupo de jóvenes y, personalmente, los instruyó en las Sagradas Escrituras, en la moral cristiana y en las lenguas griega y siria. Pero el episcopado fue hereditario y, un siglo después, el obispo primado de Armenia era un descendiente directo de Gregorio. «Sin detenerse ni retroceder, nuestro 'Iluminador' llevó el nombre vivificador de Jesús de un extremo al otro de la tierra, en todas las estaciones y los climas, sin temor a las fatigas y siempre diligente en el cumplimiento de los deberes de un evangelizador, en lucha contra los adversarios, en ardientes prédicas ante los caudillos y los nobles, para iluminar todas las almas que, tras su renacimiento en el bautismo, se convertían en hijas de Dios. Para que resplandeciera la gloria de Jesucristo, rescataba a los prisioneros y cautivos y también a aquellos que vivían oprimidos por los tiranos, deshacía o enmendaba los contratos injustos, tan sólo con su palabra consolaba a muchos de los que sufrían o de los que vivían bajo el temor, al infundirles la esperanza en la gloria de Dios y plantarles en el alma la simiente de la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, a fin de que llegasen a ser enteramente felices».


Gregorio envió a su hijo, san Aristakes, como representante suyo en el primer Concilio ecuménico de Nicea y, se afirma que cuando el obispo leyó el acta de aquella asamblea, exclamó: «En cuanto a nosotros, alabamos a Dios que fue antes de todos los tiempos y adoramos a la Santísima Trinidad y al solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y por todos los siglos». Esas son las palabras que, las haya dicho o no san Gregorio en aquellos momentos, repite el celebrante en la liturgia eucarística armenia, cuando el diácono ha recitado el anatema conciliar, después del Credo. Al poco tiempo, Gregorio consagró a Aristakes para que le sucediera en la sede episcopal y él se retiró a una ermita del Monte Manyea, en la provincia de Taron. Ahí le encontró muerto un pastor al año siguiente. Sus restos fueron sepultados en Thortan.


La tradición sirvió de base para el relato que escribió un tal Agatángelo, quien asegura que fue el secretario del rey Tiridates. Esa obra no fue escrita antes de que hubiese transcurrido la mitad del siglo quinto. De acuerdo con ese escrito, Gregorio tuvo un primer conflicto con Tiridates, por haberse rehusado a colgar una guirnalda de flores al cuello de la imagen de la diosa Anahit en su templo de Ashtishat. El rey hizo cuanto estuvo de su parte para convencerlo a obedecer, pero al ver que las palabras eran inútiles, sometió a Gregorio a doce tormentos distintos, crueles algunos, ingenuos los otros, pero todos diferentes a los que practicaban los romanos para martirizar a los cristianos. Después, Gregorio fue arrojado a un foso nauseabundo (el ‘Jor Virap’) donde se le dejó olvidado durante quince años entre cadáveres putrefactos, basura y animales inmundos. Gracias a los buenos servicios de una viuda que a diario se acercaba al foso para dar de comer al desdichado, pudo mantenerse con vida. Tras el martirio de santa Rípsima, el rey Tiridates se transformó en un oso y vivió en los bosques, con los de su especie. Pero la hermana del rey tuvo una visión en la que le fue revelado que únicamente las plegarias de san Gregorio podrían devolver al monarca su forma natural. Entonces fue una comitiva de cortesanos hasta el foso pestilente para sacar a Gregorio de entre las inmundicias; el santo se puso en oración y, en seguida, reapareció el rey, en persona, lleno de contrición y de gratitud, pidiendo el bautismo para él y toda su familia. Gregorio pasó una temporada en la corte, tratado como el propio rey, y luego se retiró a las soledades de Valarshapat, en las estribaciones del Monte Ararat, donde se entregó al ayuno y la oración. Al cabo de setenta días, se le apareció Nuestro Señor Jesucristo y le dijo que en aquel lugar debía edificarse la gran iglesia catedral de Armenia. Gregorio se apresuró a cumplir con las órdenes celestiales y en poco tiempo se construyó una gran iglesia que se llamó Echmiadzín, que significa «el Único Esperado descendió». Cada uno de estos maravillosos sucesos: los doce tormentos, los quince años en el foso, la liberación del foso y la visión, son conmemorados por los armenios con una fiesta particular, aparte de las otras festividades en honor de san Gregorio.


A san Gregorio se le menciona en el canon de la Liturgia armenia.



Fuente: eltestigofiel.org

Adaptación propia

30/09 - Las Santas Rípsima, Gayana y sus Compañeras, Mártires de Armenia


Aunque estas doncellas, consideradas como las protomártires de la Iglesia de Armenia, se mencionan en el sinaxario bizantino en la fecha de hoy, cuando sufrieron el martirio bajo el reinado de Tiridates, poco se sabe de su historia o de las circunstancias en que murieron. Se hace referencia a ellas en la historia de san Gregorio el Iluminador, y es posible que hayan sido martirizadas en la persecución que se desató antes de que el rey Tiridates y su familia recibiesen el bautismo de manos del mismo Gregorio. Para poder entender la iconografía y las tradiciones sobre estas santas, conviene contar lo que dice la tradición:


Rípsima (Hrip´sime) era una noble doncella que había ingresado a una comunidad de vírgenes consagradas que se había establecido en la ciudad de Roma y que presidía la doncella Gayana. Cuando el emperador Diocleciano decidió tomar esposa, contrató a un pintor para que recorriese Roma y le pintara el retrato de todas las doncellas más hermosas para elegir entre ellas a la que habría de ser su mujer. El artista se esmeró tanto en cumplir con la misión que le había sido encomendada, que se las arregló para entrar subrepticiamente a la inviolable casa de las vírgenes de Gayana y, a escondidas, hizo el retrato de varias doncellas cristianas. En cuanto Diocleciano examinó las pinturas eligió, sin titubeos, a Rípsima. Inmediatamente se comunicó a la doncella el honor de que había sido objeto, pero ella no lo consideró así y rehusó enérgicamente contraer nupcias con Diocleciano. Entonces Gaiana, inquieta y acongojada por las represalias que pudiera tomar el desdeñado emperador, convocó a todas sus pupilas, las sacó de la casa, las condujo fuera de Roma y las hizo abordar una nave que iba a partir con destino a Alejandría. Desde aquel puerto, la comitiva de vírgenes atravesó la Tierra Santa hasta llegar a Armenia.


Se establecieron en la ciudad de Varlarshapat, donde residía la familia real, y se ganaron la vida tejiendo en los telares. No pasó mucho tiempo sin que la extraordinaria belleza de Rípsima llamase la atención, y tanto fue así que los rumores llegaron a Roma, aun ante que a los oídos del rey Tiridates de Armenia, puesto que Diocleciano envió un mensaje al monarca para pedirle que hiciese morir a la virgen Gaiana y rescatase a Rípsima para mandarla de regreso a Roma, a menos que desease conservarla para su propio placer. En seguida ordenó Tiridates que Rípsima fuese llevada a su presencia y, con gran magnificencia, dispuso un banquete en palacio para recibirla. Pero cuando los miembros de la delegación enviada por el rey llegaron al convento, Rípsima se puso en oración para que la librase Dios de aquel peligro y, al instante, se desató una tempestad de tal violencia, que los caballos de los cortesanos y sus jinetes huyeron a la carrera en completa confusión. Al enterarse Tiridates del suceso y de que la doncella se negaba a acudir, ordenó que fuese llevada por la fuerza y, cuando por fin estuvo en su presencia, se sintió como hechizado por su belleza y, al momento, avanzó hacia ella con intenciones de abrazarla y besarla. Rípsima resistió con tanta energía los asaltos del monarca, que acabó por derribarlo al suelo. Al verse en posición tan ignominiosa, Tiridates montó en cólera y mandó que la doncella fuese encarcelada. Sin embargo, durante la noche, consiguió escapar y regresó al convento.


Al día siguiente, al descubrirse que había huido, el propio rey llamó a sus soldados para que salieran a perseguirla y les ordenó que, donde quiera que la encontrasen, le dieran muerte, lo mismo que a las otras doncellas que la acompañaban. En el mismo convento se procedió a torturar a Rípsima a la que se asó en vida a fuego lento y, sobre la parrilla, se le cortaron uno a uno, todos sus miembros. Santa Gayana y las otras treinta y cinco doncellas sufrieron una muerte igualmente cruel. Santa Mariamne fue sacada a rastras de su lecho de enferma y desmembrada. Sólo una de las vírgenes, santa Nino, escapó de morir y, con el tiempo, se convirtió en la misionera que evangelizó a los habitantes de Georgia, en el Cáucaso. La matanza tuvo lugar el 5 de octubre, fecha ésta en que se menciona a las mártires en la menología armenia. Una semana, después, el rey Tiridates recibió su merecido, porque se hallaba de cacería, cuando quedó transformado en un oso. San Gregorio el Iluminado que había estado encadenado durante quince años en un foso, rompió el encantamiento y devolvió su naturaleza al rey. Las vírgenes martirizadas se aparecieron a san Gregorio durante la fabulosa visión que tuvo en Etshmiadzin y, en torno a la gran iglesia de esa ciudad, hay muchas otras más pequeñas, supuestamente colocadas en los sitios donde fueron martirizadas santa Rípsima, santa Gayana y las otras doncellas.


No hay duda de que el culto a estas vírgenes y mártires existe desde la antigüedad en Armenia. A Rípsima se la veneró en Egipto con el nombre copto de "Arepsima", Lo mismo que en los textos árabes y en el martirologio sirio de Rabbán Silba. Por el testimonio de los historiadores armenios Fausto y Lázaro, se puede afirmar que las mártires comenzaron a venerarse desde antes de la mitad del siglo V.


La Iglesia Armenia festeja a estas mártires en dos días sucesivos, el lunes y martes después de la Santísima Trinidad; la popularidad de estas santas, se debe a que su martirio fue el origen de la conversión de toda Armenia.



Fuente: eltestigofiel.org

Adaptación propia

29/09 - Ciríaco (Quiriaco) el Ermitaño de Palestina


Nació en Corinto, hijo del sacerdote Juan y de Eudoxia, y era pariente del obispo local, Pedro. Fue ordenado lector por el obispo en la catedral cuando aún era muy joven.


Leyendo las Sagradas Escrituras, el joven Ciriaco se maravillaba de cómo la providencia de Dios glorificaba a todo siervo verdadero del Dios vivo y ordenaba la salvación de la raza humana.


A la edad de dieciocho años, su deseo por la vida espiritual le llevó a Jerusalén. Allí entro al monasterio de un piadoso hombre llamado Eustorgio, quien le cimentó en la vida monástica. Luego fue a san Eutimio, quien discernió su futura grandeza espiritual, le vistió con el Gran Hábito, y le envió al Jordán con san Gerásimo, donde Ciriaco permaneció nueve años. Después de la muerte de Gerásimo, regresó al monasterio de san Eutimio, donde permaneció en silencio por diez años. Después de esto iba de lugar en lugar, huyendo de la alabanza de los hombres. También vivió su labor ascética en la comunidad de san Caritón, donde terminó su curso terrenal, habiendo vivido ciento nueve años. En el curso de su larga existencia cambió, pues, varias veces de residencia monástica.


Glorioso asceta y obrador milagros, san Ciriaco tenía un cuerpo inmenso y fuerte, y permaneció así aún a edad avanzadísima a pesar de sus estrictos ayunos y vigilias. En el desierto, a veces vivía años comiendo sólo vegetales crudos. Tenía gran celo de la fe ortodoxa y denunciaba herejías. En su tiempo, la vida en los monasterios se encontraba gravemente turbada por divisiones y contrastes sobre las doctrinas teológicas no aclaradas aun en los concilios. Ciríaco fue llamado a hacer frente con su autoridad a los monjes que sostenían las teorías origenistas.


Su biógrafo, llamado Cirilo de Escitópolis, se acercó al monasterio de Susakim para hacerle una visita, y lo encontró en compañía de un gran león que vivía con él como si se tratara de un perro guardián.


De sí mismo decía que, mientras fue monje, el sol nunca lo vio comer ni estar airado con ningún hombre (según la regla de san Caritón, los monjes comían sólo una vez al día, después de la puesta del sol).


Ciriaco fue una gran lumbrera, pilar de la ortodoxia, gloria de los monjes, poderoso sanador de los enfermos, y bondadoso consolador de los afligidos.


Habiendo vivido largo tiempo en al ascetismo y ayudando a muchos, entró en el gozo eterno de su Señor en el 557 d. C.



Fuente: Arquidiócesis de México, Venezuela, Centroamérica y El Caribe (Iglesia Ortodoxa Antioquena) / eltestigofiel.org

28/09 - Wenceslao el Mártir, Príncipe de los Checos


No se puede decir que el bautismo de Borivoy, rey de Bohemia, y el de su esposa, santa Ludimila, tuviese como consecuencia la conversión de un gran número de sus súbditos puesto que, por el contrario, la mayoría de las más poderosas familias checas se oponían enérgicamente a la nueva religión.


A partir del año de 915, Ratislao, el hijo de Borivoy, gobernó todo el reino. El joven príncipe se había casado con Drahomira, una doncella que se decía cristiana, hija del jefe de los eslavos del norte, los veletianos. De aquel matrimonio nacieron dos hijos: Wenceslao, que vino al mundo el año de 907, cerca de Praga, y Boleslao.


Santa Ludimila, la abuela, arregló las cosas de tal manera, que la crianza y educación del mayor de sus nietos le fuera confiada enteramente, y así pudo alimentar el corazón de Wenceslao en el amor de Dios. En esta tarea Ludimila se valió de la ayuda del sacerdote Pablo, su capellán, quien había sido discípulo de san Metodio y había bautizado a Wenceslao. Bajo el tutorazgo de aquellos dos personajes, se afirmaron las virtudes inculcadas en el espíritu del joven y, cuando tuvo la edad suficiente para asistir al colegio de Budech, «hablaba, leía y escribía el latín como cualquier obispo y leía el eslavo con facilidad».


Era todavía muy joven cuando su padre murió en una de las batallas contra los magiares, y su madre, Drahomira, asumió el gobierno e impuso una política anticristiana o «secularista». Es casi seguro que, al hacer esto, la reina actuaba bajo la presión de los elementos semipaganos de la nobleza, pero de todas maneras, el cambio de política dio como resultado que Drahomira experimentase terribles celos ante la influencia que ejercía santa Ludimila sobre su hijo mayor y que denunciase a la santa como a una usurpadora que había formado a Wenceslao para el convento y no para el trono. Ludimila, afligidísima por aquellas acusaciones y muy preocupada por los desórdenes públicos y la lucha contra una religión que ella y su esposo habían establecido a costa de innumerables dificultades, optó por cortar por lo sano y, mediante largas y graves conversaciones con Wenceslao, trató de convencerle de la necesidad urgente que había de que tomase las riendas del poder en sus manos para salvaguardia del cristianismo. Los nobles se enteraron de aquellos manejos, y dos de ellos fueron enviados al castillo de santa Ludimila, en Tetin, donde la estrangularon a fin de que, privado de su apoyo, Wenceslao no pudiese emprender el gobierno de su pueblo. Sin embargo, los acontecimientos tomaron un curso diferente al previsto: la reina Drahomira, por intereses ajenos a la cuestión, fue expulsada del trono y, por voluntad del pueblo, Wenceslao fue proclamado rey. Como primera medida, el joven monarca anunció que apoyaría decididamente a la Ley y a la Iglesia de Dios, que impondría castigos muy severos a los culpables de asesinato o de ejercer la esclavitud y que se comprometía a reinar con justicia y misericordia. Mandó traer a su madre que se hallaba desterrada en Budech y desde entonces, la ex reina vivió en la corte sin intervenir para nada en el gobierno de Wenceslao.


En ocasión de una asamblea de regentes, convocada y presidida por Enrique I el Cazador, rey de Alemania, el joven Wenceslao llegó con mucho retraso e hizo esperar a todos los demás cuando se abrieron las sesiones. Algunos de los príncipes le enviaron un mensaje para hacerle saber que se consideraban ofendidos por su tardanza y Wenceslao mandó decir a la asamblea que le apenaba muchísimo su impuntualidad, que se le había ido el tiempo en la práctica de sus devociones y que pedía, como merecido castigo a su descortesía, que ninguno de los gobernantes ahí reunidos le presentara sus saludos cuando arribase. No obstante aquella petición, el propio rey Enrique, quien verdaderamente admiraba y respetaba la devoción del joven, le recibió con todos los honores. En el curso de aquella reunión, Wenceslao solicitó la gracia especial de que le fuera concedida a su país la conservación de una parte de las reliquias de san Vito. La petición fue otorgada: un brazo del santo fue cedido a Bohemia y, para guardar la reliquia, el joven monarca comenzó a construir, en Praga, una gran iglesia, precisamente en el sitio donde ahora se encuentra la catedral.


En el terreno político, Wenceslao cultivó las relaciones amistosas con Alemania y protegió la unidad de su país, gracias a la medida diplomática de reconocer el rey Enrique I como el señor de todas aquellas tierras y como al legítimo sucesor de Carlomagno. Aquella política, adoptada alrededor del año 926, unida a la energía con que combatió la opresión y otros excesos practicados por los nobles, hicieron prosperar a Bohemia, pero al mismo tiempo, provocaron la creación de un partido de oposición, formado principalmente por los que se hallaban contrariados a causa de la influencia que ejercía el clero sobre Wenceslao. Fue por entonces cuando éste se casó y, al nacer su hijo primogénito, el hermano menor del rey, Boleslao, resentido al ver que se perdía la ocasión para ascender al trono, se unió al partido de los descontentos.


En el mes de septiembre del año 929, Wenceslao recibió una invitación de su hermano Boleslao para que se trasladara a la localidad de Stará Boleslav a fin de tomar parte en los festejos en honor de los patronos del lugar, santos Cosme y Damián. En la noche del día de la celebración, terminados los festejos, Wenceslao recibió la advertencia de que su vida corría peligro, pero hizo caso omiso de ella. Se unió a los otros convidados, se sentó a la mesa con ellos, hizo un brindis especial «en honor de san Miguel, a quien rogamos que nos lleve por el camino de la paz hacia la felicidad eterna» y, luego de retirarse a orar, se acostó a dormir. Aún no despuntaba el alba del día siguiente cuando Wenceslao, que salió de la casa donde moraba para asistir a la misa, se encontró con Boleslao y se detuvo para darle las gracias por su invitación y su hospitalidad. «Ayer -repuso Boleslao con tono frío- hice cuanto pude por servirte como corresponde, pero hoy es otro día y todo el servicio que puedo darte es éste...» Y, con la rapidez del rayo, sacó el puñal y se lo clavó a su hermano en mitad del pecho. Ambos cayeron al suelo trenzados en lucha e inmediatamente acudieron los amigos de Boleslao que acribillaron a puñaladas al rey. Antes de lanzar el último aliento, sobre los escalones de la entrada a la capilla bañados con su sangre, Wenceslao tuvo tiempo de exclamar: «¡Dios te perdone, hermano!».


Inmediatamente, el propio pueblo del joven monarca le aclamó como a un mártir de la fe (a pesar de que parece ser que su asesinato tuvo muy poco que ver con el asunto de la religión) y, por lo menos hacia el año de 984, ya se celebraba su fiesta en toda Bohemia. Boleslao, perseguido por los remordimientos y el terror, sobre todo cuando comenzaron a circular las noticias de los milagros que se realizaban en la tumba de Wenceslao, mandó que los restos fuesen trasladados a la iglesia de San Vito, en Praga, tres años después del asesinato. El santuario se convirtió en seguida en un centro de peregrinaciones y, a principios del siglo XI, ya se veneraba a san Wenceslao -Sváty Václav- como santo patrón del pueblo de Bohemia.



Fuente: eltestigofiel.org

Adaptación propia

28/09 - Caritón el Confesor


La historia de San Caritón comienza en Iconio, antigua ciudad Fenicia, a mediados del Siglo III después de Cristo, donde esta ascética y paciente figura llevó una vida de extraordinaria abnegación. Convertido al Cristianismo durante su juventud, el virtuoso San Caritón, que había llevado una vida muy tumultuosa, se vio inspirado por el ejemplo de los primeros mártires Cristianos como Santa Tecla, también residente de Iconio: en todos los tormentos que persiguieron a San Caritón, mientras su destino se desarrollaba en Palestina y otros lugares, la imagen sublime de Santa Tecla sería la que le sostendría, junto con lo que él describiría como “una vida entera portando la armadura de la Cruz”.


De acuerdo con la mayoría de los historiadores, sus problemas comenzaron en Palestina, bajo el reinado del Emperador romano Aureliano, cuando las autoridades regionales lo arrestaron y juzgaron por el hecho de ser Cristiano. Al escuchar esta acusación, San Caritón confirmó ante todos su conversión al Evangelio y provocó el enojo de sus perseguidores cuando proclamó en voz alta en el Tribunal Romano: “Todos vuestros dioses son demonios arrojados del Cielo hasta el más bajo infierno.” 


Como era de esperar, las enojadas autoridades romanas respondieron con un arranque de descarnada violencia: cuatro soldados fornidos arrastraron al santo por el suelo y lo golpearon inmisericordemente, para luego quemar con carbones encendidos su cuerpo indefenso. Sin embargo, cada vez que lo golpeaban, San Caritón proclamaba su fe en voz cada vez más alta, al tiempo que invocaba a Santa Tecla para que lo ayudase en esta hora de angustia.


De alguna manera, el golpeado cristiano se las arregló para mantenerse con vida. Lacerado y sangrando profusamente, casi a punto de morir, cayó en el suelo de la celda en que lo habían encerrado… cuando sus heridas, todas al mismo tiempo, fueron curadas milagrosamente. 


Posteriormente a este suceso, luego de que Tácito asumiera el trono como Emperador en el año 275, la feroz persecución contra los cristianos se detuvo por un tiempo, lo que le permitió a San Caritón viajar a Jerusalén como peregrino. 


Una vez más, fue víctima del destino: una banda de ladrones secuestró al desdichado peregrino cerca de la ciudad palestina de Jericó, llevándolo a una cueva en Wadi Farán, en donde lo amarraron y lo dejaron tirado en el suelo. San Caritón comenzó a rezar y la Divina Providencia intervino inmediatamente.


Aconteció que un grupo de serpientes entró a la cueva en busca de alimento, cayendo dentro de un contenedor de vino. Luego de haber bebido el líquido azucarado, se desprendió de sus cuerpos un veneno mortal que contaminó el recipiente. Al regresar los bandidos y brindar triunfalmente por un robo exitoso que habían hecho, el veneno hizo su efecto matando a todos y a cada uno de ellos.


Liberado finalmente de sus amarras, el abstemio San Caritón, cuya característica era la de sacar bien del mal (incluso de las más viles acciones), repartió el dinero robado entre los pobres. Entonces, decidido a convertirse en un monje ascético, se dedicó a una vida de completa oración y abnegación en la misma cueva en la que había sido mantenido en cautiverio. Al final convertiría la cueva de esos ladrones en un famoso monasterio Palestino conocido como el Monasterio de Tarán.


Posteriormente, este silencioso y abnegado monje fundaría otros dos monasterios antes de su muerte en el año 350.  El primero de esos lugares de retiro –llamado el Monasterio de Caritón- sería fundado en Jericó, la gran ciudad Palestina ubicada sólo a unos kilómetros, al oeste del Río Jordán. El segundo Monasterio, erigido en Sutka, llegó a ser conocido, como la “Laura Antigua”, lugar de una piedad y ascetismo legendarios para generaciones de monjes.


Después de haber inspirado a miles de palestinos a convertirse al Cristianismo -muchos de los cuales llegarían a ser monjes que pasaron su vida en oración y contemplación-, el anciano San Caritón finalmente fue enterrado en una sencilla tumba cerca del monasterio de Sutka, a unos cuantos metros de  la cueva de los ladrones en la cual su destino se había decidido bastantes años atrás.


Hasta la actualidad, la práctica de tonsurar a los monjes se le atribuye a San Caritón, que también elaboró otras reglas ascéticas a seguir por los devotos monjes. Fiel adherente a la vida monástica, este santo de Tierra Santa estableció las prácticas de la oración, la veneración y la abnegación, que se mantienen como hitos de la piedad cristiana aun 16 siglos después de su muerte.


Una parte de de sus Sagradas Reliquias se encuentra en los monasterios de Dionisio, en el Monte Ato, y Cico, en Chipre.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia