01/11 - Cosme y Damián los Santos Anárgiros de Asia


Cosme y Damián fueron hermanos gemelos. Tras la muerte de su pare, su madre Teodora, buena cristiana, los educó en la piedad y en toda virtud, y los instruyó en todas las ciencias, sobre todo en la medicina, que se convirtió en su gran vocación. Murieron martirizados durante la persecución del emperador Diocleciano.


Según la tradición, Cosme y Damián nacieron en algún lugar de Arabia (península entre Asia y África). Aprendieron ciencias en Siria y llegaron a destacarse como médicos. Se hicieron célebres porque nunca pidieron dinero a cambio de su servicio, y, por eso, en Oriente, se les llama aún hoy los santos “sin dinero”. Cosme y Damián entendían que servir a la gente era una manera de anunciar a Cristo, algo que comprometía la palabra y la acción, la oración y la vocación de servicio a los demás. Con ese espíritu se convirtieron en médicos del cuerpo y del alma. Se dice, además, que realizaron curaciones milagrosas.


Los hermanos, así, se ganaron el cariño y el respeto de sus coetáneos. Lamentablemente, durante la persecución de Diocleciano, ambos fueron apresados y luego condenados a muerte. Cuenta la tradición que fueron varios los intentos frustrados para quitarles la vida. Se dice que primero fueron arrojados al mar, atados a pesadas rocas, para que se ahogaran; como el plan de los verdugos no resultó, se les quiso matar a flechazos y después se les pretendió quemar en la hoguera. Ninguno de estos planes resultó. Finalmente, terminaron siendo decapitados. Eran los inicios del s. IV.


Eran tan estrictos en su ministerio sin paga que Cosme se enfureció grandemente contra su hermano Damián cuando este aceptó como pago tres huevos de una mujer llamada Poladia. Ella tenía una enfermedad mortal que ningún médico podía curar. La sanaron y ella humildemente les ofreció, como representación de la Santísima Trinidad, estos tres huevos. Cosme ordenó que después de su muerte no fuese enterrado junto a su hermano.  Pero después de su muerte en Teremán (Mesopotamia), fueron enterrados juntos en obediencia a una revelación de Dios. Había allí un camello que también había sido curado de su estado salvaje por ellos, que con voz humana dijo que los hermanos debían ser enterrados juntos, ya que San Damián no había recibido los huevos como pago por sanar la enfermedad de Paladia, sino por su respeto por el nombre de Dios.  


La vida de ambos mártires evoca muchas proezas y milagros, como curaciones extraordinarias de enfermedades, o exitosas cirugías -incluyendo un trasplante de pierna-. Después de muertos, cuenta también la tradición, se aparecían en sueños a los enfermos que imploraban su intercesión, obteniendo el alivio en el dolor o la curación requerida; al respecto, San Gregorio de Tours, en su libro ‘De gloria martyrium’, escribe:


"Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente".


Como queda reseñado, estos dos santos hermanos fueron grandes obradores de milagros durante su vida, y también después de su muerte. Se citan aquí dos de ellos:


1- Vivía en Teremán, cerca de la Iglesia de San Cosme y San Damián, un devoto hombre que se llamaba Malco. Un día se fue de viaje y dejó a su esposa sola. Pensaba que los santos hermanos protegían a su esposa. Sin embargo el Enemigo se hizo pasar por un amigo de Malco y planeaba matar a su esposa. Este hombre fue a la casa de Malco y dijo a su esposa que allí se encontraba que Malco le había ordenado que fuese con él. La mujer le creyó y se fue con el hombre. Él la llevó a un sitio aislado con la intención de matarla. Cuando la mujer se dio cuenta de lo que iba a pasar, comenzó a rezar fervientemente. En este momento aparecieron dos devotos hombres temerosos de Dios y el diablo dejó a esta mujer. Huyó, cayéndose por un acantilado. Los dos hombres trajeron a la mujer a su casa. Ella les hizo una reverencia y les preguntó: 


- ¿Cómo se llaman ustedes? me siento muy agradecida por mis salvadores.


Contestaron: 


- Somos Cosme y Damián, los servidores de Cristo-.  Y se volvieron invisibles. La mujer contó a todos con mucha alegría lo que le había pasado. Se fué ante el icono de los hermanos y glorificando a Dios ofrecía oraciones con muchas lágrimas, dando gracias por su liberación. Desde entonces honramos a los santos hermanos como los defensores de la santidad y la inviolabilidad del matrimonio cristiano. También como una fuente de armonía para la vida conyugal.

2- Un agricultor fue atacado por una serpiente al acostarse a dormir; esta se enredó alrededor de su torso y su cabeza. Este pobre hombre habría expirado entre grandes tormentos si no hubiese invocado la ayuda de los santos Cosme y Damián en el último momento. 


A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Ciro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Ciro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí.


Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia.


En Capadocia, en Matalasca, San Sabas († 531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal.


En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy ferviente.


En San Jorge de Tesalónica aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono Estéfano.


Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen nuestros actuales libros litúrgicos.


Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII. El oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España.


Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los dos médicos anárgiros.


Fragmentos de las Santas Reliquias de San Cosme se encuentran en el Monasterio de San Dionisio y de Pantocrátoros en el Monte Ato. Fragmentos de las Santas Reliquias de San Damián se encuentran en el Monasterio de San Dionisio y de Pantocrátoros en el Monte Atos y en el Templo de San Damián en Roma.


San Cosme y San Damián no solo son patrones de los cirujanos, también lo son de los farmacéuticos y dentistas; y de aquellos que ejercen oficios como la peluquería, o hacen trabajos en playas y balnearios.



Fuente: goarch.org / Aciprensa / catholic.net / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

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31/10 - El Santo Hieromártir Epímaco de Egipto


San Epímaco era de Egipto, y desde su juventud vivió en el Monte Pelusio, al igual que Juan el Precursor vivió en el desierto y el Profeta Elías en el Monte Carmelo. Allí, con muchas e incomparables dificultades, se mortificó a sí mismo.


Cuando el malvado juez y gobernador Apeliano llegó a Alejandría durante el reinado de Decio (249-251), persiguió maníacamente a los cristianos, haciendo que muchos de ellos temieran sus tormentos y castigos, por lo que salieron de las ciudades y huyeron a los desiertos. Debido a esto, el bendito Epímaco, movido por el celo divino, descendió de su quietud y entró en el centro de la ciudad de Alejandría, donde arrojó al suelo un altar de ídolos, con valentía de cuerpo y alma y el poder invisible de Dios. 


Entonces Epímaco se armó de justa indignación contra el tirano Apeliano, de modo que, si el tirano no estuviera protegido de su ira por los guardaespaldas que lo contuvieron, el tirano habría acabado siendo un cadáver digno de lágrimas. Debido a esto, Epímaco fue llevado al teatro público, donde lo colgaron de un poste de madera, y su carne fue desgarrada sin piedad con garras de hierro. Allí había una niña ciega de un ojo, que sentía lástima por el Santo y se puso a llorar por los tormentos que estaba sufriendo el atleta de Cristo. De repente, cuando un pedazo de carne de Epimaco fue arrojado al aire, una gota de su sangre cayó sobre el ojo de la chica que estaba mirando, lo que hizo que milagrosamente recibiera su vista. Entonces ella gritó: "¡Grande es el Dios en quien esta víctima cree!". Su cuerpo fue destrozado con piedras afiladas. Cuando los paganos le torturaban, Epímaco gritó: "¡Heridme, escupidme, poned una corona de espinas en mi cabeza, poned una caña en mi mano, dadme hiel para beber, crucificadme en una cruz y perforadme con una lanza! Esto es lo que soportó mi Señor, y yo también quiero soportarlo ".


Después de esto fue arrojado a prisión, donde alentó a los cristianos encarcelados a mantenerse firmes y valientes ante los juicios del martirio, haciendo que se fortalecieran  y fuesen invencibles.


Habiendo permanecido firme en la piedad, la cabeza del atleta de Cristo fue cortada por la espada. Su cuerpo fue enterrado honorable y reverentemente por cristianos donde recibió su martirio final. 


Muchos años después, durante el reinado de Constantino el Grande, un 10 de marzo, su honorable reliquia fue llevada a Constantinopla, y allí fue atesorada en el palacio. El traslado de su reliquias sagradas se conmemora el 11 de marzo.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

31/10 - Ampliato, Apeles, Estaquio, Urbano, Aristóbulo y Narciso de los Setenta


El 31 de octubre la Santa Iglesia celebra las vidas de seis Santos Apóstoles cuya firme entrega a la predicación del Evangelio de Jesucristo nunca vaciló. Cinco de estos hombres fueron obispos que pasaron sus vidas convirtiendo a nuevos fieles y dirigiendo comunidades, y al final tres de aquellos fueron condenados a muerte por sus inquebrantables creencias.


Todos y cada uno de estos seis evangelizadores fueron miembros de Los Setenta, ese gran número de discípulos bajo la orden de los Doce Apóstoles que se dirigieron a todo lugar al poco tiempo de la Crucifixión de Jesucristo con la misión de llevar la Buena Nueva del Cristianismo a los paganos alrededor del mundo.


El destino de estos seis santos varones fue diverso en términos de ubicación geográfica y en su efectividad al atraer conversos a Cristo, pero todos ellos compartieron una característica en común: fueron hombres de fe que nunca disminuyeron su dedicación al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, sin importar cuán alto pudiera ser el precio que habrían de pagar por ello.


San Estaquio


Fue el fiel asistente del Apóstol San Andrés, quien lo propuso como Obispo de Bizancio. Este intrépido evangelizador ayudaría a establecer la primera Iglesia Cristiana en Argirópolis, un floreciente suburbio de la gran capital Bizantina (que ahora forma parte de la actual Turquía, muy cerca de Constantinopla).


Nacido y criado en Jerusalén durante los primeros años posteriores a la Resurrección de la muerte de Cristo, el justo apóstol Estaquio se convertiría al Santo Evangelio gracias a San Andrés y algunos otros de los primeros discípulos. Posteriormente se haría cargo de la Sede Episcopal de Bizancio por más de 60 años.


Predicador poderosamente eficaz, este fiel ganador de conversos para Cristo recibió el reconocimiento de San Pablo al final de su Epístola a los Romanos. Así lo hace notar San Pablo en esta carta supremamente importante para los Cristianos de la Ciudad Eterna: "Saludad a Urbano, colaborador nuestro en Cristo; y a mi querido Estaquio" (Romanos 16,9).


Durante muchísimas generaciones el Santo Apóstol Estaquio ha sido el símbolo de la perfecta obediencia a la voluntad de Dios Todopoderoso. Trabajó sin descanso año tras año en la extenuante labor de manejar una iglesia creciente y convirtiendo al Santo Evangelio de Jesucristo a cientos de residentes del área de Bizancio. A pesar de que no fue llamado al martirio, su destino fue, de todas maneras, más difícil: el de sobrellevar el constante trabajo y las molestas privaciones que son partes necesarias del servicio como sacerdote y Obispo.


San Apeles


Sirvió por muchos años como Obispo de la ciudad griega de Heraclea, ubicada en la región de Tracia, después de haber sido ordenado por el Apóstol San Andrés. Su vida estuvo marcada por la lucha constante contra los paganos idólatras, quienes se mostraron bastante porfiados en su resistencia al Santo Evangelio. Pero este santo incansable trabajó sin cesar en la tarea bendita que le había sido confiada, por lo que fue recompensado con muchísimas conversiones antes de morir pacíficamente.


San Apeles nos da un ejemplo irresistible de la abnegación y de la dedicación sin límites que se requiere como Obispo, varón que debe colocar en su diócesis las necesidades de todos por delante de las suyas propias.


San Ampliato


Este humilde siervo de Dios pagó el precio más increíble que se pueda pensar por atreverse a predicar la Buena NUeva del Evangelio a los paganos dentro y en los alrededores de la ciudad griega de Odisópolis (Lida), que se encuentra a algunos kilómetros al noroeste de Jerusalén. Consagrado obispo por el Apóstol San Andrés, San Ampliato fue asesinado por los judíos y los griegos paganos, enfurecidos por su negativa a adorar a sus falsos dioses. San Ampliato fue reconocido por San Pablo en la Epístola a los Romanos en la cual el Gran Apóstol se refiere a él como "mi amado en el Señor" (Romanos 16,8)


San Urbano


Fue un valeroso mártir cuya muerte gloriosa también se venera en este día. Consagrado para la Sede Episcopal en la región salvaje y montañosa de la Macedonia griega, San Urbano fue asesinado por los enojados helenos debido a su insistente firmeza en la Verdad del Evangelio de nuestro Señor. Su entrega abnegada a la evangelización de los griegos se encuentra registrada por San Pablo en su Epístola a los Romanos (Romanos 16,9).


San Aristóbulo


Un querido hermano del Apóstol Bernabé. Este audaz Palestino llevó la Buena Nueva de la muerte y resurrección de Cristo hasta la región más occidental del continente europeo, al tiempo en que se esforzaba por convertir cada vez a más personas entre las feroces tribus de Bretaña.


De espíritu valeroso y dispuestos a tomar riesgos, este miembro de Los Setenta, Aristóbulo, nunca se acobardó en su misión de proclamar el Santo Evangelio, aun a pesar de que la región plagada de pantanos, ciénagas y páramos cubiertos de neblina de Bretaña era considerada durante el Siglo Primero después de Cristo, sin lugar a dudas, uno de los lugares más primitivos y peligrosos.


San Narciso


Vivir en Tierra Santa durante los años inmediatamente posteriores a la muerte y resurrección del Santo Redentor posiblemente no fue una tarea fácil, pero este valeroso miembro de Los Setenta se las arregló para vivir bastante bien y por encima de los 100 años (algunos historiadores de la época  especulan que llegó a vivir hasta la edad madura de 160 años).


Los detalles de su notable vida son incompletos, pero hay muchísimos registros de sus frecuentes milagros. El milagro por el que más se le recuerda fue el de haber convertido agua en aceite con el fin de ser usado en las lámparas de la Iglesia el Sábado Santo, después de que los diáconos se hubieran olvidado de proveerlo.


Según los historiadores de Los Setenta, sabemos que Narciso llegó a ser Obispo de Atenas en los inicios del Siglo Segundo. En todo lugar era reconocido por su santidad, pero también encontramos más detalles en los registros históricos de que mucha gente lo consideraba bastante duro y rígido en sus esfuerzos por imponer la disciplina de la iglesia.


En un momento, uno de sus muchos detractores acusó a Narciso de haber cometido un crimen. Aunque los cargos en su contra nunca se probaron, y por lo tanto fue exculpado, él aprovechó esta ocasión para retirarse de su función como obispo y llevar una vida en soledad. Su desaparición fue tan repentina que muchas personas dieron por supuesto que había muerto. 


Durante sus años de soledad hubo varios sucesores en su labor Episcopal. Finalmente, Narciso reapareció en Atenas, en donde se le convenció para que retomase sus obligaciones. Para entonces ya era de edad bastante avanzada, por lo que contó con un joven obispo asistiéndole hasta su muerte.


El Gran Apóstol San Pablo menciona a Narciso con bastante cariño en su Epístola a los Romanos: " Saludad a los de la Narciso, en el Señor" (Romanos 16,11).


Nombrado obispo de la ciudad griega de Atenas por el Apóstol Felipe, San Narciso se esforzó sin descansar por realizar conversiones entre los griegos paganos del siglo primero. Tras muchas dificultades, sólo comenzó a cumplir su tarea de convertir a los idólatras de la ciudad cuando ellos volvieron su furia contra él y lo premiaron con la corona del martirio. San Pablo menciona su fiel servicio en su epístola a los Romanos.


Estos santos palestinos, tal como muchos de los discípulos de Los Setenta, forman parte de esos evangelizadores y obispos -y algunas veces mártires- que amaron a Dios de una manera excepcional. La historia de su fiel servicio al Evangelio de Jesucristo no se ha desvanecido con el paso del tiempo. De ellos aprendemos el inmenso valor de mantener cada día de nuestras vidas nuestras promesas hechas a Dios.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

V Domingo de Lucas. Lecturas de la Divina Liturgia


Gál 1,11-19: Hermanos, os hago saber que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días con él. De los otros apóstoles no vi a ninguno, sino a Santiago, el hermano del Señor.


Lc 16,19-31: Dijo el Señor: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

30/10 - Santo Hieromártir Marciano, Obispo de Siracusa

(No hay icono bizantino disponible del Santo)


Las fuentes más antiguas que hablan de san Marciano provienen de aproximadamente el siglo VII, y se refieren a tradiciones locales. Esto es lo que podemos extraer de ellas.


San Marciano fue el padre según la carne de San Pancracio; mientras nuestro Señor Jesucristo todavía vivía físicamente en la tierra y hacía maravillas, escuchó de sus milagros y, llevando a su hijo Pancracio y a su esposa de Antioquía a Jerusalén para ver al Señor; este, sin embargo, ya había ascendido al cielo, así que Marciano y su familia fueron bautizados por el apóstol Pedro, convirtiéndose en discípulos suyos.


Pancracio fue consagrado por el apóstol Pedro obispo de la ciudad siciliana de Taormina. Allí predicó la palabra de Cristo, y los montanistas lo mataron en secreto. Marciano fue ordenado obispo de Siracusa, y convirtió a muchos paganos griegos al Señor por su predicación, que era confirmada con señales y milagros, hasta que fue asesinado «por los que en ese momento tenían indignamente el cetro del mando».


Hay en Siracusa unos restos arqueológicos conocidos como la «cripta de san Marciano», que desde el siglo XVII se había considerado como lugar cierto de la tumba del santo y al mismo tiempo su zona de residencia y de predicación -datándola por tanto hacia el primer siglo-, aunque estudios posteriores han señaladi que se podría tratar de un lugar de enterramiento del siglo IV, sobre el que se construyó una iglesia ya en época normanda.


La más antigua representación del santo es del siglo VIII o IX -por tanto del período bizantino-, y se encuentra en las catacumbas de santa Lucía.


Seguramente por mar, en tiempos de la ocupación musulmana de Sicilia llegaron a Gaeta (en la región meridional del Lacio, lejos de Siracusa) unas reliquias de san Marciano procedentes de Siracusa, que se encuentran en la catedral. No es el patrono de la ciudad de Siracusa (que es santa Lucía), pero sí es copatrono de Gaeta, junto con san Erasmo.



Fuente: eltestigofiel.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

30/10 - Cleofás y Artemas, Apóstoles de los Setenta


San Cleofás


Recibió el don especial de haber sido testigo del Cristo Resucitado. Sucedió en el camino de Jerusalén a Emaús, algunas pocas horas después de la Crucifixión cuando este justo de Tierra Santa caminaba junto al autor del Tercer Libro del Nuevo Testamento, San Lucas.


Este maravilloso incidente comenzó cuando estos dos hombres (San Lucas fue también uno de los Setenta) recorrían a pie el polvoroso camino mientras hablaban de los extraordinarios acontecimientos que acababan de presenciar. Mientras hablaban en tono sombrío sobre la muerte de Cristo en la Cruz, un extraño se les aproximó preguntándoles sobre los asuntos que estaban discutiendo. Los dos viajeros, respondiendo con su usual gentileza, le pidieron al recién llegado que los acompañase para la cena vespertina. Así lo hizo. Pero luego de haber partido y bendecido el pan, el recién llegado se mostró como el recién resucitado, nuestro Santo Redentor y Señor Jesucristo.


Antes de que los asombrados testigos pudieran hacerle alguna otra pregunta, el misterioso extranjero ya se había ido... dejando a Lucas y a San Cleofás, quienes regresaron rápidamente hacia Jerusalén para informar a los otros discípulos sobre este bendito acontecimiento.


Para el Santo Apóstol Cleofás este encuentro con el Salvador resucitado fue solo una parte de una vida extraordinaria como humilde siervo del Hijo de Dios. Como hermano menor de San José, el Prometido de la Bienaventurada Virgen, el joven Cleofás se convirtió al Santo Evangelio mientras presenciaba directamente los milagros y la prédica del Santo Redentor a través de la región Palestina de Galilea. Desgraciadamente también sería testigo de los terribles sufrimientos y la muerte de Jesucristo en la Cruz de la Salvación.


La vida del apóstol Cleofás imita, en muchas formas, la propia vida de su amado Señor y Salvador. El Santo Apóstol probaría al final de sus días la amarga violencia de los enemigos de Dios al ser asesinado en la pequeña casa de Jerusalén en la cual se había celebrado la Última Cena. Asesinado por judíos vengativos quienes resentían la idea de que algunos de sus miembros adorasen al Hijo de Dios, Cleofás experimentó la agonía y la gloria del martirio.


Él nos dejaría a su amado hijo, Simeón, quien también llegaría a ser un reverente y devoto seguidor del Hijo de Dios. Durante toda su vida, el Santo Apóstol Cleofás presenció el drama de los inicios del Cristianismo y su amor por el Santo Evangelio, que lo llevó triunfalmente hacia la salvación, donde entona sin cesar las alabanzas a su Señor que tanto amó.



San Artemas


Fue un discípulo Palestino, también miembro de los Setenta. Estuvo destinado a trabajar en el anonimato durante la mayor parte de su vida, pero en los últimos años llegó a ser Obispo de Listra, ubicada en la región de Licaonia, en Asia Menor (actual Turquía).


Fiel seguidor de Jesucristo, especialmente a lo largo de su vida adulta, el Santo Apóstol Artemas es mencionado brevemente por San Pablo en su Epístola a Tito, y la referencia indica que el santo, gran maestro de la Cristiandad, tenía una absoluta confianza en su fiel Obispo: " Cuando te envíe a Artemas..."(Tito 3, 12).


El Santo Apóstol Artemas fue conocido especialmente por su bondad con los pobres y las mujeres viudas. Frecuentemente se quedaba sin lo necesario para vivir en su afán de proveerles a ellos la mayor ayuda posible.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

30/10 - Los Santos Mártires Cenobio y su hermana Cenobia


San Cenobio y Santa Cenobia eran hermanos. Vivieron en Egas, una antigua ciudad de Cilicia, ubicada en Asia Menor, y ambos eran herederos de una gran fortuna.


Cenobio había estudiado medicina, y no solo ofreció sus servicios a los desamparados, sino que también compartía sus riquezas con ellos. Con este comportamiento alentaba la fe de los cristianos, y muchos se acercaron a Cristo por su testimonio.


Al cabo de un tiempo fue elegido obispo de Egas. Cuando se enteró el prefecto Lisias de esto, ordenó que detuvieran a Cenobio. El santo confesó delante del Prefecto su fe, diciendo que lo hacía para la salvación del alma y la gloria del verdadero Dios. Lisias, con severidad, le dijo: “Si no dejas de hacer lo que haces y no reniegas de Cristo, serás torturado cruelmente”. Cenobio contestó: “El martirio podrá dañar mi cuerpo, pero el alma nunca, porque dijo Dios: Y a vosotros, ¿quién os va a hacer daño si os esforzáis por hacer el bien?” (I Pe 3:13). Inmediatamente Lisias ordenó que lo torturasen. 


Entonces intervino la hermana del Santo, Cenobia, que le recriminó a Lisias la tortura de su hermano, con lo que ella también confesó su fe en Cristo. El Prefecto ordenó arrestarla a ella también y los decapitó a ambos en el año 285. De este modo recibieron ambos hermanos la corona del martirio y entraron en el gozo del Señor.


Partes de sus Santas Reliquias se encuentran en el Santo Monasterio de "Panagia Xenia", en Almiro de Magnesia, Grecia.



Fuente: goarch.org / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

29/10 - Nuestro Justo Padre Abramio


El bendito Abramio nació en Chidana de Mesopotamia, cerca de Edesa. Era hijo de padres piadosos, y desde su juventud asistiía con frecuencia a las santas iglesias  de Dios.


Allí escuchaba con gusto la lectura de las Escrituras divinas. Sus padres, que lo amaban mucho, trataban de casarle, aunque este no era su deseo. Le pidieron repetidamente que tomara una esposa, y finalmente se vio obligado a someterse a su voluntad. Siete días después de su boda, sin embargo, mientras estaba sentado en su habitación con su novia, la gracia de Dios de repente brilló en su corazón como la luz, y se levantó y salió de su casa sin decirle nada a nadie. Guiado por Dios, dejó la ciudad donde vivía y se instaló en una cabaña abandonada a unos 800 metros de distancia. Se instaló allí con un corazón alegre, glorificando a Dios e intentando trabajar por su salvación.


Ahora los padres y familiares de Abramio estaban afligidos por su desaparición, y buscaban al bendito en todas partes. Diecisiete días después de su partida, lo encontraron en su celda, rezando a Dios. Se sorprendieron por lo que había hecho, pero el bendito les dijo: "No se sorprendan por esto, sino más bien glorifiquen a Dios, que ama a la humanidad, porque fue Él quien me libró del mundo vanidoso. Pedidle que me conceda llevar Su yugo de luz hasta el final, y no me molesten más. Debido a mi amor por Dios, deseo vivir aquí en silencio y cumplir la santa voluntad del Señor ".


Cuando sus padres vieron que Abramio no podía ser disuadido, dijeron el "amén". El bendito nuevamente les suplicó que no lo molestaran con sus visitas, y luego cerró la puerta, dejando abierta solo una pequeña ventana, a través de la cual se le podía pasar la comida.


El bendito Abramio reanudó sus labores para Dios, quien iluminó la mente del santo con su gracia. Abramio logró la perfección en la vida hermética y vivió en gran abstinencia, persiguiendo las virtudes de la humildad, la castidad y el amor. La noticia de su santidad se extendió por todas partes, y quienes lo escuchaban venían a verlo y a beneficiarse, porque había recibido el don de hablar sabiamente y consolar los corazones de los demás.


Diez años después de que el bendito Abramio abandonara el mundo, sus padres murieron y le dejaron numerosas posesiones. Como no deseaba abandonar su oración y su soledad, solicitó a un amigo cercano que distribuyera toda su herencia a los pobres. Así permaneció libre de preocupaciones, porque todo el deseo del bendito era evitar que su mente se aferrara a algo terrenal. Por lo tanto, no tenía posesiones, excepto una simple prenda, una camisa de cilicio, un cuenco donde comía y bebía, y una alfombra sobre la que dormía. A lo largo de los cincuenta años que luchó en la vida monástica, nunca alteró su ascesis, trabajando continuamente por Dios con amor y fervor.


Una de las aldeas que se encontraba cerca de la ciudad donde Abramio había vivido era muy grande, y sus habitantes eran todos paganos, desde los más pequeños hasta los más grandes. Hasta ese momento, nadie había logrado convertirlos a Dios. El obispo de esa región había enviado a muchos sacerdotes y diáconos para convertir a los habitantes del pueblo del engaño de la idolatría, pero ninguno podía soportar las aflicciones que sufrían a manos de los paganos. Numerosos monjes también se esforzaron en repetidas ocasiones para alejar a las personas de esa aldea de su error, pero como no tuvieron éxito, se apartaron de en medio . Un día, cuando el obispo estaba sentado con su clero, recordó al bendito Abramio y dijo: "En toda mi vida no he conocido a un hombre que haya alcanzado tanta perfección en todo trabajo bueno y agradable a Dios como lo ha hecho nuestro señor Abramio ". El clero respondió: "Sí, maestro, él es verdaderamente un siervo de Dios y un monje perfecto". El obispo les dijo: "Deseo hacerlo sacerdote para esa aldea de paganos. Quizás por su amor y paciencia sus corazones se inclinarán hacia él y se volverán a Dios". El obispo y su clero partieron inmediatamente y fueron al bendito. Después de que llegaron y saludaron al santo, el obispo comenzó a contarle a Abramius sobre la aldea pagana, rogándole que fuera allí. Cuando Abramio escuchó esto, sin embargo, se puso muy triste y le dijo al Obispo: "¡Perdóname, santo Padre! Déjame en paz para llorar por mis pecados, porque soy un hombre débil e incapaz para la tarea que me deseas imponer." El obispo le respondió: "La gracia de Dios te permitirá tener éxito en esta empresa. No rehuyas esta buena obediencia". "Ruego a Su Santidad: déjenme a mí, desgraciado, para lamentar mis iniquidades", dijo el bendito. 


El obispo respondió: "Has abandonado el mundo y desprecias todo lo que hay en el mundo, te has crucificado en la carne y has adquirido todas las virtudes, pero no has aprendido la obediencia".  Cuando Abramio escuchó esto, lloró amargamente y dijo: "No soy más que un perro apestoso. ¿De qué sirve mi vida, si piensas así de mí?". El obispo dijo: "Te sientas aquí solo para salvarte, pero en la aldea llevarás a muchos al Señor y a su salvación" con la ayuda de la gracia de Dios. Considere, por lo tanto, cual de los dos le traerá una recompensa mayor: salvarse solo o salvar a muchos". Llorando, el bendito dijo: "¡Que se haga la voluntad de Dios! En obediencia, voy". El obispo llevó a Abramio fuera de su celda a la ciudad, donde fue ordenado. Luego lo envió con otros clérigos a la aldea pagana. En el camino, el bienaventurado oró a Dios, diciendo: "¡Oh, bondadoso, que amas a la humanidad, ves mi debilidad! ¡Envía tu gracia en mi ayuda para que tu santísimo nombre sea glorificado!". Cuando llegó al pueblo y vio cómo la gente servía a los ídolos y se mantenía firme por el engaño demoníaco, Abramio gimió y lloró. Levantando los ojos al cielo, dijo: "¡Oh Dios, que solo tu eres sin pecado, no desprecies las obras de tus manos!". 


Abramio luego envió un mensaje a su querido amigo a quien le había confiado la tarea de distribuir su herencia a los pobres y le ordenó que le enviara una parte del dinero que aún quedaba, para que pudiera usarlo para construir una iglesia. El bendito comenzó rápidamente la construcción del templo de Dios, y en poco tiempo se construyó una magnífica iglesia, que adornó como una bella novia. Mientras se construía la iglesia, el bendito iba en medio de los ídolos y rezaba a Dios sin decir una palabra en voz alta. Después de que se completó la iglesia, llorando ofreció una oración al Señor allí, suplicando a Dios y diciendo: "Oh Señor, reúne a las personas que se han dispersado y llévalas a esta iglesia. Ilumina los ojos de su mente, para que puedan conocerte como el único Dios verdadero, que ama a la humanidad ". Cuando terminó su oración, el santo dejó la iglesia, volcó el altar de los paganos y destruyó a sus dioses. Cuando los paganos vieron esto, cayeron sobre él como bestias salvajes, lo golpearon y lo expulsaron de la aldea. Pero regresó de noche a la iglesia y comenzó a llorar, llorando en oración a Dios y suplicándole que salvara a la gente de la perdición. Cuando amaneció, los paganos lo encontraron en la iglesia rezando (porque venían todos los días a la iglesia, no para rezar sino para maravillarse de la magnificencia y belleza del edificio), y se asombraron. El bendito les suplicó que reconocieran al único Dios verdadero, pero lo golpearon con bastones como si fuera una roca sin vida. Lo tiraron al suelo, le ataron una cuerda al cuello y lo arrastraron fuera de la aldea. Luego, pensando que estaba muerto, le pusieron una piedra sobre él y se fueron. Pero Abramio volvió en sí en medio de la noche, y medio convaleciente, se sentó y comenzó a llorar amargamente, diciéndole a Dios: "¿Por qué, Maestro, has rechazado mi humildad y mis lágrimas? ¿Por qué has apartado tu rostro de mí y me desdeñas, que soy la obra de tu mano? ¡Oh Maestro, mira a tu siervo y escucha mi oración! Fortaléceme y libera a Tus siervos de las ataduras del diablo, y concédeles que te conozcan, al único Dios verdadero, porque no hay otro Dios más que Tú".


Abramio luego entró en el pueblo y entró en la iglesia, y él se quedó allí, cantando y rezando. A la mañana siguiente, los paganos vinieron y descubrieron que todavía estaba vivo y se asombraron. Como eran hombres brutales y despiadados, nuevamente comenzaron a atormentarlo cruelmente. Habiéndolo tirado al suelo, le ataron una cuerda al cuello y lo arrastraron fuera de la ciudad.


El bendito sufrió crueldades similares a manos de ellos durante tres años: fue vilipendiado, perseguido, golpeado, apedreado y soportó el hambre y la sed. Pero aunque los paganos hicieron todas estas cosas sobre él, nunca estuvo enojado con ellos, ni se quejó ni mostró cobardía. Soportó estas cosas sin desanimarse, y los tormentos solo sirvieron para aumentar su amor por la gente y su deseo por su salvación. Instruyó a los ancianos respetuosamente como si fueran sus propios padres y les enseñó a los jóvenes como si fueran sus hermanos, exhortándolos a aceptar la fe. Trataba a los niños como si fueran hijos suyos, a pesar de que se burlaban de él y lo injuriaban. 


La gente de ese pueblo no podía dejar de sorprenderse con la vida de Abramio; y un día, cuando todos se reunieron, comenzaron a hablar unos con otros, diciendo: "¿No ves la paciencia que tiene este hombre? ¿No ves el amor más allá de las palabras que tiene por nosotros? Ha sufrido mucha maldad de nosotros, pero no se ha ido ni ha dicho una palabra de queja a nadie. No se ha alejado de nosotros, sino que soporta todas las cosas con gran alegría. En verdad, Dios, de quien habla, nos lo ha enviado, para que nosotros podamos corregir nuestras vidas. Nos habla del reino, del paraíso y de la vida eterna, y sus palabras son seguramente ciertas. De lo contrario, no podría soportar tales abusos en nuestras manos. Además, nos ha demostrado que nuestros dioses son impotentes, porque demostraron ser incapaces de vengarse de él cuando los hizo pedazos. De hecho, es un sirviente del Dios viviente, y todo lo que ha dicho es verdad. ! Vamos, entonces, creamos en el Dios que él predica!".


Entonces la gente se apresuró a entrar a la iglesia, llorando y diciendo: " ¡Gloria al Dios del cielo, que nos envió a su siervo para salvarnos del engaño del diablo! ". Cuando el bendito los vio, se regocijó en extremo, y su semblante brilló como la luz de la mañana. Abrió la boca y le dijo a la gente: "¡Oh, padres, hermanos e hijos! Venid, glorifiquemos a Dios, que ha iluminado los ojos de vuestros corazones, para que lo conozcais y seas limpios de la impureza de la idolatría. Creed en el Dios viviente con todo vuestro corazón, porque Él es el Creador del cielo y de la tierra y de todas las cosas que hay en él, el Señor sin origen, inefable, inaccesible, el Dador de luz, tanto aterrador como justo, Quien ama a la humanidad. Tened fe también en su Hijo unigénito, que es su sabiduría y su poder y hace su voluntad, y en el Espíritu Santo, que da vida a todas las cosas; porque si creeis así, tendréis vida eterna". La gente le respondió: "¡Oh nuestro padre, el guía de nuestra vida! Creemos lo que dices y nos enseñas, y estamos listos para hacer lo que tú mandes". El bendito inmediatamente los bautizó, mayores y jóvenes, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En total eran alrededor de mil almas. Todos los días les leía las Santas Escrituras  y les hablaba del reino de los cielos, del paraíso, del fuego eterno del infierno y de la justicia, de la fe y del amor. Como tierra fértil, recibieron la buena semilla y dieron fruto, cien veces, otros sesenta, otros treinta. El bienaventurado, que era como un ángel de Dios, estuvo siempre ocupado en su instrucción, y lo escuchaban con entusiasmo, alegría y diligencia. Prestaban mucha atención a su enseñanza sagrada, ya que estaban unidos a él por los lazos de amor. 


El bendito vivió con los aldeanos durante un año completo después de su conversión, porque deseaba confirmarlos en la fe. Día y noche les enseñaba la palabra de Dios sin cesar. Cuando vio que estaban establecidos en su celo por Dios y que su fe era firme, deseó abandonarlos, sabiendo que habían llegado a amarlo y a venerarlo mucho. Temía no formar un vínculo con ellos, traicionando así su voto de obediencia. Una noche, se levantó y comenzó a rezarle a Dios, diciendo: "¡Oh Tú, que eres el único sin pecado! ¡Oh, Tú que eres el Santo, el Maestro misericordioso que ama a la humanidad y resuenas en los santos! ¡Has iluminado los ojos de este pueblo! , los liberaste del engaño de la idolatría, y les aseguró que te conocieran. Guárdalos y presérvalos, Maestro, y cuida este rebaño que has adquirido en tu gran amor por la humanidad. Protégelos de todo al lado de tu gracia, ilumina siempre sus corazones y haz que sean completamente agradables para ti, para que puedan ser recordados en tu reino celestial. Defiéndeme también a mí, que soy débil e indigno, y no consideres mi intención como pecado, porque tú sabes que te amo y te busco". 


Cuando Abramio terminó su oración, se santiguó con la Cruz y partió en secreto a otro lugar donde se escondió de los aldeanos. Al día siguiente, las personas recién iluminadas fueron a la iglesia, según su costumbre. Buscaron al piadoso pero no lo encontraron, y en su confusión deambularon como ovejas perdidas buscando a su pastor, a por quien lloraron, mientras gritaban su nombre. Habiendo buscado por todas partes y no encontrándolo, se desanimaron y se apresuraron al Obispo para contarle lo que había sucedido. El Obispo también se entristeció cuando se enteró de esto, y al ver cómo el rebaño de Abramio lloraba y le rogaba a Dios que les devolviera a su padre, envió a varios de sus siervos sin demora para buscar al bendito. Los sirvientes lo buscaron diligentemente como si fuera una piedra preciosa pero no pudieron encontrarlo. Por lo tanto, el Obispo fue con su clero a la aldea, y viendo que todos sus habitantes eran firmes en la fe y su amor por Cristo, eligió entre sus numerosos hombres dignos, ordenándolos presbíteros y diáconos. Luego, después de bendecirlos, se fue. 


Cuando el bendito escuchó lo que el obispo había hecho, se regocijó mucho. Dio gloria a Dios y dijo: "¡Oh, mi buen Maestro! ¿Qué te daré por todo lo que has hecho por mí? ¡Adoro y glorifico tu divina providencia!". Después de orar así, Abramio regresó alegremente a la celda donde había vivido anteriormente. Un poco más allá de la primera celda construyó otra, en la que se encerró. Pero al ver las grandes luchas de Abramio y cómo el santo se regocijó en Dios su Salvador, el diablo ardió de envidia hacia él y comenzó a esforzarse en todos los sentidos para derribar al buen guerrero de Cristo. Tratando de despertar orgullosos pensamientos en él, Satanás lo tentó con palabras de elogio.


Una vez, cuando el bendito estaba de pie en oración a medianoche, una luz tan brillante como el sol brilló repentinamente en su celda, y escuchó lo que parecía ser una voz divina, diciendo: "En verdad eres bendecido, 0h Abramio! En verdad, eres bendecido, porque ningún otro hombre ha hecho mi voluntad como tú. ¡Por eso eres verdaderamente bendecido! "Abramius inmediatamente percibió el engaño del adversario, y alzó la voz y dijo: "¡Que perezcas en la oscuridad, oh Satanás, lleno de engaño y maldad! Soy un hombre pecador, pero confío en el socorro y la gracia de mi Dios. No te temo, y tus ilusiones no me asustan, porque el nombre de Jesucristo, a quien amo, es mi muralla invencible. ¡En su nombre te conjuro que te vayas! Inmediatamente el diablo desapareció como el humo. Pocos días después, sin embargo, mientras el bendito rezaba de noche, Satanás apareció de nuevo, sosteniendo un hacha, con la cual comenzó a destruir la celda de Abramio. Cuando parecía que la celda estaba ya destrozada, el diablo gritó a sus compañeros: "¡Daros prisa, amigos míos, daros prisa y estrangulémosle!". Pero el bendecido respondió: Todas las naciones me rodearon, y por el nombre del Señor las rechacé. En seguida, Satanás desapareció y se vio que la celda no había sufrido ningún daño. 


Solo unos días después de esto, cuando el santo estaba orando a medianoche, Abramio vio que la alfombra en la que estaba parado estaba a punto de ser consumida por un fuego furioso. El piadoso pisoteó las llamas, y dijo: "Sobre las aspides y el basilisco pisaré, y pisotearé sobre el león y el dragón y sobre todo el poder del enemigo en el nombre de mi Auxiliador, Jesucristo mi Dios. "Satanás alzó el vuelo y gritó en voz alta: "¡Aún te venceré, vil, porque te he ideado una nueva trampa!". 


Un día, mientras el bendito Abramio estaba comiendo, el diablo volvió a entrar en su celda, esta vez disfrazado de joven. Se acercó al santo y fingió que tenía la intención de arrojar al suelo la vasija de la que comía Abramio. Al ver esto, el bendecido se aferró al tazón y continuó comiendo, sin mostrar el menor temor mientras el diablo estaba delante de él. Entonces el diablo puso una vela encendida en un candelabro y comenzó a cantar en voz alta: Bienaventurados los inocentes en el camino, que caminan en la ley del Señor. Satanás cantó el salmo hasta el final, pero el santo no le respondió hasta que terminó de comer. Luego hizo la señal de la Cruz y le dijo al diablo: "¡Perro vil, tres veces miserable, impotente y cobarde! Si sabes que los inocentes son bendecidos, ¿por qué los molestas? En verdad, todos los que aman a Dios y confían en Él con todo su corazón son bendecidos y tres veces bendecidos ". 

Respondió el diablo: "Los molesto con la esperanza de vencerlos, y los tiento a alejarlos de todo buen trabajo". El bienaventurado le dijo: "¡Que no te vaya bien, maldito! ¡Que no vengas ni pierdas el rumbo de ninguno de los que temen a Dios! Son aquellos como tú que se han alejado de su Dios a quienes engañas y conquistas, porque Dios no está con ellos. Tu te ver obligado a desaparecer ante aquellos que aman a Dios, como el humo se desvanece por el viento. Su oración por sí sola es suficiente para alejarte mientras el viento barre el polvo. Mi Señor vive y es bendecido para siempre; Él es mi gloria y mi jactancia, e incluso si estuvieras parado aquí por un año o más, no conseguirías que te temiese. ¡Oh, perro inmundo! Nunca haré tu voluntad, porque te desprecio como a un perro sucio." 


El diablo desapareció cuando el bendito habló así; pero cinco días después, cuando el santo concluía su canto de medianoche, apareció nuevamente el enemigo, acompañado de lo que parecía ser una multitud de personas. Rodearon su celda con una soga y, apretándola con fuerza, gritaron el uno al otro: "¡Arrojemos su celda al abismo!". Al ver esto, el bendito dijo: "Me rodearon como abejas alrededor de un panal, y estallaron en llamas como un fuego entre las espinas, y por el nombre del Señor las rechacé". Ante esto Satanás solo pudo decir: "No sé qué más hacer; he aquí, tú has prevalecido por completo sobre mí. Derrocaste mi poder y me despreciaste, pero no te dejaré en paz hasta que te venza y te humille". El bendito dijo: "¡Oh inmundo, que tú y todas tus obras sean malditas, pero a Dios nuestro Maestro, quien solo es santo, sea la gloria y la adoración! 


Aprende ahora, oh miserable y desvergonzado, que no te tememos ni a ti ni a tus espectros ". 


El diablo luchó así con el santo durante un tiempo considerable, tratando de asustarlo con varias apariciones, pero no pudo vencer a ese firme luchador y fue vencido. El bendito continuó aumentando sus labores, y su amor por Dios creció hasta llegar a amar al Señor con todo su corazón. Su estilo de vida era tal que estaba lleno de la gracia de Dios, y por eso el diablo no podía prevalecer sobre él. Durante todos los años que fue monje, no pasó un día en que no pudo llorar y nunca sucumbió a la risa. No comía aceite en su comida, y nunca se lavaba la cara, sino que vivía cada día como si estuviera a punto de morir. 


Ahora el bendito tenía un hermano según la carne, el cual tenía una hija. Cuando su padre murió, la niña quedó huérfana. En ese momento tenía siete años y unos conocidos de su padre la llevaron con su tío. Ordenó que la dejaran en su celda exterior mientras él se retiraba a la reclusión en la cámara interior. Había una pequeña puerta entre los dos a través de la cual él le enseñaba el Salterio y los otros libros de la Santa Escritura. Así, la doncella comenzó a vivir la vida monástica, ayunando y rezando como su tío, y se ejercitó en cada trabajo y virtud monástica. Aunque su padre le había dejado una considerable riqueza, el santo ordenó que se distribuyera a los pobres en el momento de la muerte de su hermano.


El bendito solía derramar lágrimas cuando le rogaba a Dios que cuidara a la doncella y la protegiera de la vanidad de este mundo, y ella misma a menudo le rogaba a su tío que rogara a Dios para que fuera liberada de cada trampa del diablo. Ella se esforzó por emular la vida monástica de su tío en todos los sentidos; y el anciano se regocijó cuando vio su trabajo celoso, sus lágrimas, humildad, silencio, mansedumbre y amor por Dios. Trabajó con él en el monasticismo durante ese tiempo como un cordero puro o una tórtola intachable. Pero al final de ese tiempo, el diablo puso sus trampas para hacerla tropezar y atraparla, con la esperanza de entristecer al bendito y apartar su mente de Dios.


Había un cierto monje que visitaba frecuentemente al santo con el pretexto de recibir instrucciones de él. Cuando este monje (que era un monje solo de nombre, no de hecho) vio por primera vez a la bendita doncella, estaba lleno de lujuria por ella. Él deseaba hablar con ella, porque su corazón ardía con un amor loco. La estuvo deseando  así durante todo un año, hasta que un día, con la ayuda de Satanás, abrió la puerta de su celda y entró, seduciéndola y contaminándola. Después de caer en pecado, María (porque así se llamaba la doncella) se llenó de terror. Desgarró sus prendas y se golpeó la cara, y en su pena deseaba poner fin a su vida. Ella dijo: "¡He matado mi alma y arruinado mi vida; he aniquilado todas mis labores monásticas, mi ayuno y mis lágrimas! He enojado a Dios, destruido a mí misma y he arrojado a mi piadoso tío en una amarga pena, convertido en el juguete del diablo; ¿por qué debería seguir viviendo? ¡Ay de mí! ¿Qué he hecho? ¡En qué hoyo penoso he caído!. Una oscuridad oscura ha cubierto mi corazón, y ahora no sé qué hacer ni dónde puedo esconderme. ¿Dónde iré? ¿En qué abismo me arrojaré? ¿Dónde está ahora la enseñanza de mi venerable tío, donde las instrucciones de su amigo Efrén, quien me dijo: "Ten cuidado y guarda tu alma sin mancha para el Esposo inmortal, porque Él es un Dios santo y celoso." Pero ya no me atrevo a levantar los ojos al cielo, porque he perecido ante Dios y el hombre. No puedo permanecer aquí, porque soy una mujer pecadora, entera contaminada; ¿cómo puedo atreverme a hablar con mi santo padre? Si me acerco a él, saldrá fuego por la puerta de su celda y me quemaré. Sería mejor para mí ir a otra tierra donde nadie me conozca, porque he perecido y no me queda ninguna esperanza de salvación".


María se levantó de inmediato y viajó a otra ciudad donde cambió su atuendo y se instaló en un burdel. Cuando estas cosas ocurrieron, el bendito Abramio tuvo un sueño. Contempló una serpiente enorme y temerosa, que siseaba amenazadoramente. Esta serpiente se deslizó dentro de su celda donde encontró una paloma y se la tragó. Entonces la serpiente se retiró, regresando a su guarida. 


Cuando el santo se despertó, estaba muy preocupado y lloró amargamente, diciendo: "¿Puede ser que Satanás haya levantado una persecución contra la Santa Iglesia? Quizás muchos hayan abandonado la fe o la Iglesia esté preocupada por el cisma".


Dos días después, Abramio vio en otro sueño que la misma serpiente se arrastraba fuera de su foso y entraba en su celda, pero esta vez colocó su cabeza debajo de sus pies y se hizo añicos. Sin embargo, la paloma que estaba en su vientre permaneció viva, y cuando el bendito extendió la mano para tomarla, descubrió que no había sufrido ningún daño. Después de que el bendecido se levantó, llamó una o dos veces a la doncella, su compañera luchadora, y dijo: "¡Este es el segundo día que permaneces perezosa y no has abierto la boca para glorificar a Dios!". Como no hubo respuesta, Abramius abrió la puerta y vio que su sobrina se había ido. Entonces entendió la visión, y comenzó a llorar y a decir: "¡Ay de mí! ¡El lobo me ha arrebatado la oveja! ¡Me han robado a mi hija!". Entonces el santo levantó su voz y se lamentó entre lágrimas: "Oh Salvador de todo el mundo, devuelve tu cordero María al redil de la vida, para que el dolor no me arroje al Hades en mi vejez. No desprecies mi súplica, oh Señor , pero rápidamente envía Tu ayuda, para que pueda ser liberada de las fauces de la serpiente ".


María vivió lejos de su tío durante dos años, pero él no dejó de por ella día y noche a Dios. 


Entonces alguien le dijo al santo dónde encontraría a su sobrina y qué tipo de vida llevaba. Abramio le suplicó a uno de sus conocidos que fuera a ese lugar para verificar que era cierto lo que había escuchado. El hombre fue, encontró el lugar, vio a María y regresó para asegurarle a Abramius que el informe era cierto.


Cuando el santo confirmó estas cosas, pidió que le trajeran la vestimenta de un soldado y un caballo. Luego abrió la puerta de su celda y salió de su reclusión. Después de vestirse con el uniforme militar y ponerse sobre la cabeza una capucha de corona alta que ocultaba su rostro, tomó una pieza de oro, subió al caballo y se alejó. Cuando llegó al burdel, miró a su alrededor para ver si María estaba allí y alegremente le dijo al propietario: "Amigo, he oído que mantienes cierta moza justa. Me complacería echarle un vistazo". El posadero vio sus canas canas y se rió en su interior, ya que suponía que Abramio deseaba tenerla. Él respondió: "La muchacha vive aquí, y ella es muy bonita", porque la doncella bendecida era realmente extraordinariamente hermosa. 


Entonces el anciano dijo en tono de broma: "Llámala, para que pueda divertirme con ella esta noche". El posadero llamó a María y ella se acercó a su tío. Cuando el santo la vio vestida como una ramera, apenas pudo contener las lágrimas, pero se contuvo para que ella no lo reconociera y huyera. Se sentaron juntos y comenzaron a beber, y ese hombre maravilloso se divirtió con ella. María lo tomó en sus brazos, pero cuando comenzó a besarlo, olió la fragancia que brotaba de su cuerpo puro, que había sido mortificado por numerosas labores ascéticas. Ella recordó el pasado cuando vivía en la abstinencia, y suspiró y lloró, diciendo: "¡Ay de mí!". El posadero le dijo: "María, ahora llevas dos años con nosotros y nunca te he oído suspirar y decir esas cosas. ¿Qué es lo que te preocupa?". María respondió: "¡Sería feliz si hubiera muerto antes de venir aquí!"


Sin desear que ella lo reconociera, el bendito Abramio le dijo a María bruscamente: "¡Ah, solo recuerdas tus pecados ahora que estás conmigo!". Entonces Abramius sacó su pieza de oro, se la dio al posadero y dijo: "Amigo, haznos una buena cena, para que pueda divertirme con esta moza esta noche, porque he recorrido un largo camino por su bien". 


¡Oh, la sabiduría divina y el discernimiento espiritual del piadoso! ¡Oh, la condescendencia que le mostró! El que en cincuenta años como monje no había comido nunca su pan o bebió su porción de agua, ahora come carne y bebe vino para salvar un alma perdida. Incluso las filas de los santos ángeles en el cielo se maravillaron de la sabiduría, la compasión y el buen juicio de ese bendito padre. Comió carne y bebió vino para arrebatar un alma ahogada de la contaminación del pecado. ¡Oh sabiduría superior! ¡Oh comprensión sin medida! 


Después de que comieron y se alegraron, la doncella le dijo a Abramio: "Señor, vamos a acostarnos en mi cama para que podamos dormir". El santo dijo: "Muy bien". Cuando entraron en la cámara, Abramio vio una cama grande, cubierta de mantas, y se sentó sobre ella. Luego le dijo a María: "Cierra la puerta. Ven aquí y quítame los zapatos". María cerró la puerta con llave y se sentó junto al santo. Él le dijo: "Acércate a mí". Abramius agarró a María con firmeza para que no pudiera huir, se quitó la capucha de la cabeza y la besó. Llorando, dijo: "María, hija mía, ¿no me reconoces? ¿No soy yo el que te crió? ¿Qué ha sido de ti, hija mía? ¿Quién te ha llevado a la ruina? ¿Dónde está el hábito angelical que alguna vez usaste, hija mía?, ¿qué ha sido de tu abstinencia y de las lágrimas que alguna vez derramaste, de tus vigilias y de tu sueño en el suelo? Has caído de las alturas del cielo en este miserable hoyo. ¡Oh hija mía! ¿Por qué no me lo dijiste? cuando caíste en el pecado? Mi querido amigo Efraín y yo habríamos tomado tu trabajo de arrepentimiento sobre nosotros mismos. ¿Por qué me has llevado a tanta pena? ¿No puedes ver la tristeza en la que me has arrojado? Hija mía, ¿quién, excepto Dios, no tiene pecado? " 


Cuando María escuchó esto, cayó como una piedra sin vida en sus brazos, afectada por el miedo y la vergüenza. Entonces el bendito le dijo: "¿No tienes nada que decirme, hija mía María? ¿No tienes nada que decirme, oh corazón? Contestaré por ti, hija mía, el día del juicio; tomaré penitencia por tus pecados sobre mí ". El santo continuó suplicándola así hasta la medianoche, llorando y exhortándola. Poco a poco se animó y le dijo entre lágrimas: "No puedo soportar mirarte por la vergüenza de mi rostro. ¿Cómo me atrevo a rezarle a Dios cuando mis labios están tan contaminados?"


Abramius le dijo: "Hija, ¡que tu pecado esté sobre mí! ¡Que Dios solicite un pago por tu pecado de mis manos! Solo hazme caso y regresemos a nuestra celda. Sé que Efraín también rezará a Dios por ti, hija mía. Ten piedad de mi vejez, oh corazón mío. Ven ahora, niña, vete conmigo. María le respondió así:  "Si estás seguro de que puedo arrepentirme y de que Dios aceptará mi oración, vendré, cayendo ante tu santidad. Beso las plantas de tus pies sagrados, porque has mostrado una gran compasión por mí, viniendo aquí para alejarme de este lugar vil e inmundo ". Luego colocó su cabeza sobre sus pies y lloró durante toda la noche, diciendo: "¿!Cómo podré ser perdonada por todos mis pecados, Maestro?!" . Cuando amaneció, Abramio le dijo a la niña: "Levántate; vámonos". Ella le dijo: "Tengo algo de oro y ropa aquí. ¿Qué quieres que haga con ellos?"


Dijo el bendito: "Déjalo todo aquí, porque es la porción del diablo".


Sin demora partieron. El santo colocó a María en el caballo y se la llevó, caminando delante de ella. A medida que avanzaban, el bendito se regocijó en su corazón como un pastor que ha encontrado su oveja perdida y la ha llevado sobre sus hombros. Al llegar a su morada, Abramius la llevó de inmediato a la celda interior. Ella se puso una camisa de cilicio y, pidiendo la ayuda de Dios, se dedicó fervientemente a las labores monásticas. Llorando y ayunando, protegiéndose con mansedumbre y humildad, se entregó al arrepentimiento con mucho celo. Tal era su penitencia y su oración que, en comparación, nuestro arrepentimiento parece una sombra, y nuestra oración no es nada en absoluto. Y el Dios compasivo, que no quiere que ningún hombre perezca sino que desea que todos se arrepientan, tuvo misericordia de su doncella, cuya penitencia era verdadera; y le perdonó sus pecados. Además, como señal de la remisión de sus pecados, a María se le concedió la gracia de sanar las enfermedades de quienes recurrieron a ella.


El bendito Abramio vivió diez años más. Al ver el gran arrepentimiento de María, sus lágrimas, su ayuno, sus trabajos y su ferviente oración al Señor, él se consoló y le dio gloria a Dios. Tenía setenta años cuando reposó en el Señor. 


Después de su muerte, casi todos los habitantes de la ciudad se reunieron para acercarse a su precioso cuerpo, a través del cual la curación era otorgada a los enfermos. La oveja de Cristo, María, vivió en gran abstinencia durante cinco años después del descanso de su tío. Rezó a Dios con lágrimas en los ojos día y noche para que muchos oyeran la voz de su llanto y lamentos sin límites al pasar por su celda. Se detendrían y se maravillarían, dando gloria a Dios. ¡Tal fue el arrepentimiento perfecto por el cual la bendita María agradó a Dios! Ella reposó en paz, y ahora, después de derramar abundantes lágrimas, se regocija con los santos, quienes se regocijan en el Señor. A él sea gloria por los siglos. Amén. 


(Por san Dimitri de Rostov).



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia