Cosme y Damián fueron hermanos gemelos. Tras la muerte de su pare, su madre Teodora, buena cristiana, los educó en la piedad y en toda virtud, y los instruyó en todas las ciencias, sobre todo en la medicina, que se convirtió en su gran vocación. Murieron martirizados durante la persecución del emperador Diocleciano.
Según la tradición, Cosme y Damián nacieron en algún lugar de Arabia (península entre Asia y África). Aprendieron ciencias en Siria y llegaron a destacarse como médicos. Se hicieron célebres porque nunca pidieron dinero a cambio de su servicio, y, por eso, en Oriente, se les llama aún hoy los santos “sin dinero”. Cosme y Damián entendían que servir a la gente era una manera de anunciar a Cristo, algo que comprometía la palabra y la acción, la oración y la vocación de servicio a los demás. Con ese espíritu se convirtieron en médicos del cuerpo y del alma. Se dice, además, que realizaron curaciones milagrosas.
Los hermanos, así, se ganaron el cariño y el respeto de sus coetáneos. Lamentablemente, durante la persecución de Diocleciano, ambos fueron apresados y luego condenados a muerte. Cuenta la tradición que fueron varios los intentos frustrados para quitarles la vida. Se dice que primero fueron arrojados al mar, atados a pesadas rocas, para que se ahogaran; como el plan de los verdugos no resultó, se les quiso matar a flechazos y después se les pretendió quemar en la hoguera. Ninguno de estos planes resultó. Finalmente, terminaron siendo decapitados. Eran los inicios del s. IV.
Eran tan estrictos en su ministerio sin paga que Cosme se enfureció grandemente contra su hermano Damián cuando este aceptó como pago tres huevos de una mujer llamada Poladia. Ella tenía una enfermedad mortal que ningún médico podía curar. La sanaron y ella humildemente les ofreció, como representación de la Santísima Trinidad, estos tres huevos. Cosme ordenó que después de su muerte no fuese enterrado junto a su hermano. Pero después de su muerte en Teremán (Mesopotamia), fueron enterrados juntos en obediencia a una revelación de Dios. Había allí un camello que también había sido curado de su estado salvaje por ellos, que con voz humana dijo que los hermanos debían ser enterrados juntos, ya que San Damián no había recibido los huevos como pago por sanar la enfermedad de Paladia, sino por su respeto por el nombre de Dios.
La vida de ambos mártires evoca muchas proezas y milagros, como curaciones extraordinarias de enfermedades, o exitosas cirugías -incluyendo un trasplante de pierna-. Después de muertos, cuenta también la tradición, se aparecían en sueños a los enfermos que imploraban su intercesión, obteniendo el alivio en el dolor o la curación requerida; al respecto, San Gregorio de Tours, en su libro ‘De gloria martyrium’, escribe:
"Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación. Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente".
Como queda reseñado, estos dos santos hermanos fueron grandes obradores de milagros durante su vida, y también después de su muerte. Se citan aquí dos de ellos:
1- Vivía en Teremán, cerca de la Iglesia de San Cosme y San Damián, un devoto hombre que se llamaba Malco. Un día se fue de viaje y dejó a su esposa sola. Pensaba que los santos hermanos protegían a su esposa. Sin embargo el Enemigo se hizo pasar por un amigo de Malco y planeaba matar a su esposa. Este hombre fue a la casa de Malco y dijo a su esposa que allí se encontraba que Malco le había ordenado que fuese con él. La mujer le creyó y se fue con el hombre. Él la llevó a un sitio aislado con la intención de matarla. Cuando la mujer se dio cuenta de lo que iba a pasar, comenzó a rezar fervientemente. En este momento aparecieron dos devotos hombres temerosos de Dios y el diablo dejó a esta mujer. Huyó, cayéndose por un acantilado. Los dos hombres trajeron a la mujer a su casa. Ella les hizo una reverencia y les preguntó:
- ¿Cómo se llaman ustedes? me siento muy agradecida por mis salvadores.
Contestaron:
- Somos Cosme y Damián, los servidores de Cristo-. Y se volvieron invisibles. La mujer contó a todos con mucha alegría lo que le había pasado. Se fué ante el icono de los hermanos y glorificando a Dios ofrecía oraciones con muchas lágrimas, dando gracias por su liberación. Desde entonces honramos a los santos hermanos como los defensores de la santidad y la inviolabilidad del matrimonio cristiano. También como una fuente de armonía para la vida conyugal.
2- Un agricultor fue atacado por una serpiente al acostarse a dormir; esta se enredó alrededor de su torso y su cabeza. Este pobre hombre habría expirado entre grandes tormentos si no hubiese invocado la ayuda de los santos Cosme y Damián en el último momento.
A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Ciro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Ciro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí.
Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia.
En Capadocia, en Matalasca, San Sabas († 531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal.
En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy ferviente.
En San Jorge de Tesalónica aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono Estéfano.
Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen nuestros actuales libros litúrgicos.
Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII. El oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España.
Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los dos médicos anárgiros.
Fragmentos de las Santas Reliquias de San Cosme se encuentran en el Monasterio de San Dionisio y de Pantocrátoros en el Monte Ato. Fragmentos de las Santas Reliquias de San Damián se encuentran en el Monasterio de San Dionisio y de Pantocrátoros en el Monte Atos y en el Templo de San Damián en Roma.
San Cosme y San Damián no solo son patrones de los cirujanos, también lo son de los farmacéuticos y dentistas; y de aquellos que ejercen oficios como la peluquería, o hacen trabajos en playas y balnearios.
LECTURAS
1 Cor 12,27-31;13,1-8: Hermanos, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro. Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan? Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada. Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Mt 10,1;5-8: En aquel tiempo, llamó Jesús a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
Fuente: goarch.org / Aciprensa / catholic.net / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española
Adaptación propia