Otros nombres de ángeles conservados por la Tradición son:
-Uriel: quiere decir “fuego” o “luz de Dios” (II Esd 4:1; 5:20). Es representado llevado una espada contra los persas en su mano derecha y un hierro ardiente en la izquierda.
-Salatiel: quiere decir “el que ora a Dios” (II Esd 5:16). Es representado con la cabeza inclinada, la vista baja y sus manos unidas en actitud de oración.
-Yehudiel o Jehudiel: quiere decir “uno que glorifica a Dios”. Es representado llevando una corona de oro en su mano derecha y un látigo de tres lenguas.
-Baraquiel; quiere decir “bendición de Dios”. Es representado con una rosa blanca sobre su pecho.
-Jeremiel: quiere decir “exaltación de Dios”. Es venerado como inspirador y despertador de los elevados pensamientos que levantan al hombre hacia Dios.
En Vísperas
Jos 5,13-15: Sucedió que, estando ya cerca de Jericó, Josué alzó los ojos y vio a un hombre en pie frente a él, con la espada desenvainada en la mano. Josué se adelantó hacia él y le preguntó: «¿Eres de los nuestros o del enemigo?». Contestó aquel: «No. Soy el general del ejército del Señor y acabo de llegar». Josué cayó rostro en tierra, adorándolo. Después le preguntó: «¿Qué manda mi señor a su siervo?». El general del ejército del Señor le contestó: «Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar que pisas es sagrado».
Jue 6,2;6;11-24: En aquel día, sucedió que Madián dejó sentir su poder sobre Israel, y los hijos de Israel clamaron al Señor. Vino, entonces, el ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto que hay en Ofrá, perteneciente a Joás, de los de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas. Se le apareció el ángel del Señor y le dijo: «El Señor esté contigo, valiente guerrero». Gedeón respondió: «Perdón, mi señor; si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sucedido todo esto? ¿Dónde están todos los prodigios que nos han narrado nuestros padres, diciendo: el Señor nos hizo subir de Egipto? En cambio ahora, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado en manos de Madián». El Señor se volvió hacia él y le dijo: «Ve con esa fuerza tuya y salva a Israel de las manos de Madián. Yo te envío». Gedeón replicó: «Perdón, mi Señor, ¿con qué voy a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo soy el menor de la casa de mi padre». El Señor le dijo: «Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como a un solo hombre». Gedeón insistió: «Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú el que estás hablando conmigo. Te ruego que no te retires de aquí hasta que vuelva a tu lado, traiga mi ofrenda y la deposite ante ti». El Señor respondió: «Permaneceré sentado hasta que vuelvas». Gedeón marchó a preparar un cabrito y panes ácimos con unos cuarenta y cinco kilos de harina. Puso la carne en un cestillo, echó la salsa en una olla, lo llevó bajo la encina y se lo presentó. El ángel de Dios le dijo entonces: «Coge la carne y los panes ácimos, deposítalos sobre aquella peña, y vierte la salsa». Así lo hizo. El ángel del Señor alargó la punta del bastón que tenía en la mano, tocó la carne y los panes ácimos, y subió un fuego de la peña que consumió la carne y los panes ácimos. Después el ángel del Señor desapareció de sus ojos. Cuando Gedeón reconoció que se trataba del ángel del Señor, dijo: «¡Ay, Señor mío, Señor, que he visto cara a cara al ángel del Señor!». El Señor respondió: «La paz contigo, no temas, no vas a morir». Gedeón erigió allí un altar al Señor y lo llamó «el Señor paz».
Dan 10,1-21: El año tercero de Ciro, rey de Persia, Daniel, llamado Baltasar, recibió una palabra: la palabra era cierta, acerca de un ejército inmenso. Comprendió la palabra y entendió la visión. Por entonces, yo, Daniel, estaba cumpliendo un luto de tres semanas: no comía manjares exquisitos, no probaba vino ni carne, ni me ungí durante las tres semanas. El día veinticuatro del mes primero, estaba yo junto al Río Grande, el Tigris. Alcé la vista y vi aparecer un hombre vestido de lino, con un cinturón de oro de Ofaz; su cuerpo era como crisólito, su rostro como un relámpago, sus ojos como antorchas llameantes, sus brazos y piernas como destellos de bronce bruñido, sus palabras resonaban como las de una multitud. Solo yo, Daniel, contemplaba la visión; la gente que estaba conmigo, aunque no contemplaba la visión, quedó sobrecogida de terror y corrió a esconderse. Así quedé solo, y al ver aquella magnífica visión, me sentí desfallecer; mi semblante quedó desfigurado y no lograba dominarme. Entonces oí el sonido de sus palabras y, al oírlo, caí de bruces, en un letargo, con el rostro en tierra. Una mano me tocó e hizo que me pusiera sobre las rodillas y las palmas de las manos. Luego me habló: —Daniel, predilecto, fíjate en las palabras que voy a decirte y ponte en pie, porque ahora me han enviado a ti. Mientras me hablaba así, me puse en pie temblando. Me dijo: —No temas, Daniel. Desde el primer día que te dedicaste a intentar comprender y a humillarte ante tu Dios, tus palabras han sido escuchadas, y yo he venido a causa de ellas. El príncipe del reino de Persia me opuso resistencia durante veintiún días, pero Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi auxilio; por eso me detuve allí, junto a los reyes de Persia. Ahora he venido a explicarte lo que ha de suceder a tu pueblo en los últimos días, porque aún hay visión para días. Mientras me hablaba así, caí de bruces a tierra y enmudecí. Entonces alguien como una figura humana me tocó los labios; abrí la boca y dije al que estaba frente a mí: —Mi Señor, la visión me ha hecho retorcerme de dolor y no puedo dominarme. ¿Cómo podrá este esclavo de mi Señor hablar a mi Señor? ¡Ahora las fuerzas me abandonan y he quedado sin aliento! De nuevo, alguien como una figura humana me tocó y me infundió fuerzas. Después me dijo: —No temas, hombre predilecto; la paz sea contigo, sé fuerte. Mientras me hablaba, recobré las fuerzas y dije: —Mi Señor, puedes hablar, pues me has dado fuerzas. Me dijo: —¿Sabes para qué he venido hasta ti? Ahora tengo que volver a luchar con el príncipe de Persia; cuando yo me vaya, vendrá el príncipe de Grecia. Pero te comunicaré lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda contra aquellos si no es vuestro príncipe, Miguel.
En Maitines
Mt 18,10-20: Dijo el Señor: «Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños. Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos. Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
En la Liturgia
Heb 2,2-10: Hermanos, si la palabra comunicada a través de ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desdeñamos semejante salvación, que fue anunciada primero por el Señor, confirmada por los que la habían escuchado, a la que Dios añadió su testimonio con signos y portentos, con milagros varios, y dones del Espíritu Santo distribuidos según su beneplácito? Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, del que estamos hablando; de ello dan fe estas palabras: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el ser humano, para que mires por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, todo lo sometiste bajo sus pies. En efecto, al someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Pero ahora no vemos todavía que le esté sometido todo. Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos.
Lc 10,16-21: Dijo el Señor a sus discípulos: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado». Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». Él les dijo: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien».