Felipe fue uno de los más audaces y valientes de los Doce Apóstoles originales y pagó un alto precio por su inquebrantable fe en el Evangelio del Señor Jesucristo. Sin embargo nunca vaciló en su amor al Hijo de Dios.
Al final el Santo Apóstol Felipe se dirigió a su muerte –una brutal ejecución en la cual expiró luego de haber sido crucificado hacia abajo- con una oración en sus labios y un corazón lleno de gozo triunfal.
Felipe, tal y como los otros Apóstoles originales (sus amigos Pedro y Andrés), nació en el pueblo Palestino de Betsaida, ubicado a las orillas del Mar de Galilea. Pero mientras que sus compañeros apóstoles fueron sencillos pescadores que pasaron parte de su vida echando y arreglando redes, Felipe tuvo la fortuna de recibir una excelente educación gracias a la posición de sus padres, lo que significa que se encontraba muy bien versado en las antiguas profecías sobre el Santo Redentor, que llegaría un día a salvar al mundo del pecado.
Cuando el Redentor apareció en la persona de un simple carpintero de Belén, Felipe se dio cuenta rápidamente de que, ciertamente, Él era el profeta cuya venida había sido anunciada gozosamente en las antiguas escrituras. Felipe se convirtió al instante, y después de ese momento nunca dio marcha atrás. Lleno de gozo por su hallazgo, se dirigió rápidamente a su amigo Natanael para contarle acerca de la llegada milagrosa del Salvador a la tierra. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «A ese del que escribieron Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Juan 1, 45)
Verdadero amigo de Jesús y un apasionado apóstol, este fiel santo Palestino aparece frecuentemente en las descripciones del Nuevo Testamento de Cristo y sus doce apóstoles originales. En una ocasión muy bien conocida, fue Felipe quien le preguntó a Jesús sobre el asunto de suprema importancia de la relación entre el Padre y el Hijo en la Santísima Trinidad, al tiempo que le suplica a Jesús que “muestre” al Padre a los apóstoles reunidos. Nuestro Señor respondió: “Quien me ve a mí, ve al Padre.”
Posteriormente, después de que las lenguas de fuego del Espíritu Santo descendieran sobre los Apóstoles en Pentecostés, Felipe predicaría la Buena Nueva del Cristianismo a los no creyentes en muchos lugares de Asia y Grecia. Durante esos peligrosos viajes se enfrentaría muchas veces, sin quejarse, a la muerte. Protegido por la gracia del Todopoderoso siempre se las arreglaría para escapar hasta su hora final, que fue cuando su destino lo llamó a ser uno de los mártires más santos de Dios.
Una de las acciones más grandes de Felipe contra los enemigos de la luz fue, con toda seguridad, la que aconteció en Grecia durante los primeros años de su predicación. Ocurrió después de que un sumo sacerdote judío, enojado por su creciente fama por realizar milagros, se dirigiera hacia él armado de un pesado mazo con la intención de aplastarle el cráneo y acabar con su vida. Pero el Buen Dios tenía otros planes sobre su cabeza. En el momento en que el clérigo se encontraba a punto de dar su golpe mortal, se estremeció y, llevándose las manos a sus ojos, instantes después empezó a gritar “Estoy ciego, estoy ciego”… mientras su piel se volvía amoratada y negra. El sorprendido idólatra, quejándose angustiosamente al tiempo que se estremecía salvajemente, cesó en sus lamentos cuando fue tragado por el suelo que se abrió ante sus pies para luego cerrarse rápidamente. Los aterrorizados observadores no podían creer lo que acababan de ver. Su sumo sacerdote había sido devorado por la tierra.
Ciertamente que fue un milagro notable. Pero eso solamente fue el inicio.
En los años siguientes, mientras Felipe anunciaba la Buena Nueva del Evangelio por todo lugar, sería depositario de esas intervenciones milagrosas venidas desde lo alto. Una y otra vez, mientras se desplazaba a lo largo del mundo antiguo del Oriente Próximo, sanaría a enfermos de muerte solamente con su oración y, más aún, devolvería la vida a los que habían fallecido.
Uno de los milagros más extraordinarios ocurrió en mar abierto, mientras este gran santo viajaba hacia el reino de Azoto, donde asombraría a sus habitantes sanando a muchos de los enfermos. Cerca de medianoche la embarcación se encontró en medio de una salvaje tempestad, e incluso los marineros se encontraban aterrorizados por la inminente posibilidad de su muerte a causa del naufragio. En respuesta a su miedo mortal, San Felipe rezó por algunos momentos y luego, señalando hacia el cielo, en el lugar donde la tormenta era más fuerte, apareció una inmensa cruz de fuego brillante que ardió como un faro de esperanza. Después de que los vientos cesaran y la embarcación llegara a puerto seguro, los marineros se maravillaron por esta intervención salvadora del Todopoderoso.
Pero sin lugar a dudas el más grande milagro del Apóstol sucedió justamente antes del final de su vida. Aconteció en Hierápolis de Frigia, donde San Felipe había pasado años evangelizando y sanando a los enfermos junto con su hermana Mariana, San Juan el Teólogo y el Santo Apóstol Bartolomé. El destino quiso que los habitantes de este pueblo poco santo adoraran una serpiente gigante, la misma que era conservada en un templo de oro construido con ese único propósito. Mortalmente venenosa y acostumbrada a atacar a sus víctimas con la velocidad del rayo, el peligroso reptil gozaba de una vida privilegiada gracias a que sus súbditos humanos la alimentaban con lo que más le gustaba, al tiempo que era adorada en su siniestro trono. Pero el Santo Apóstol y amigo amado de Jesús no se intimidó ante la vista de la temible víbora enroscada. Sin ningún atisbo de duda se acercó al ídolo venenoso y comenzó a rezar en voz alta, invocando a Dios para que destruyera esa imagen tan ofensiva a su Santa vista. Deslizándose por encima del Apóstol, el reptil se curvó sinuosamente en el aire al tiempo que expelía el veneno mortal de sus colmillos brillantes. Y entonces sucedió: las palabras del Apóstol tomaron la forma de una lanza brillante y esta se dirigió zumbando, con una enorme fuerza, directamente a la garganta de la bestia atacante. La multitud de adoradores de la serpiente, aturdidos, lanzó un grito de ira. Pero fueron aquietados prontamente por el juez supremo del templo, que anunció que San Felipe había cometido uno de los crímenes más repudiables y que él y su compañero de evangelización, San Bartolomé, pagarían ese hecho con sus vidas. Al escuchar eso la multitud enfurecida de paganos agarraron a los dos Cristianos y se los llevaron a toda prisa hacia un conjunto de árboles reservado para los peores criminales de la ciudad. En pocos minutos ambos hombres fueron clavados con la cabeza hacia abajo y murieron lentamente.
Pero este capítulo en la maravillosa historia del Apóstol Felipe aún no ha terminado. Imagínense la consternación y luego el terror mortal que deben de haber experimentado el juez supremo y la pandilla de paganos sedientos de sangre cuando la tierra se abrió repentinamente, tragándose al corrupto jurista junto con algunos de sus malvados secuaces, que habían sentenciado a la muerte a esos dos santos. Los arrepentidos ciudadanos se dieron cuenta en un instante de que esos dos evangelizadores habían sido, ciertamente, representantes del Salvador Santo. Los abatidos ciudadanos reaccionaron rápidamente liberando a ambos hombres, agonizantes y cubiertos de sangre, de sus lugares de tortura en los troncos de los árboles. De alguna manera San Bartolomé sobrevivió a esta experiencia dolorosa. Sin embargo, fue muy tarde para el Santo Apóstol Felipe cuya alma ya había dejado su cuerpo momentos antes de que se iniciara el terremoto.
Todo esto sucedió en el año 86 de Nuestro Señor, bajo el reinado del Emperador Romano Domiciano. De acuerdo con Policrato, Obispo de Roma, San Felipe fue enterrado en la misma ciudad de Frigia en la cual había luchado contra la serpiente: “Él reposa en Hierápolis de Frigia, así como sus dos hijas, quienes llegaron a angianas en completa virginidad. Su tercera hija, luego de haber vivido en el Espíritu Santo, fue enterrada en Efeso.”
La vida del Santo Apóstol Felipe es insuperable por su fidelidad al Santo Evangelio y por la maravillosa amistad que se desarrolló entre un ser humano ordinario procedente de un pequeño pueblo en Palestina y Jesucristo, el Hijo de Dios. Meditando sobre la maravillosa vida del Santo Apóstol Felipe podemos ver cómo el amor de Dios siempre sale al encuentro de cada uno de nosotros.
LECTURAS
1 Cor 4,9-16: Hermanos, a nosotros, los apóstoles, Dios nos coloca los últimos; como condenados a muerte, dados en espectáculo público para ángeles y hombres. Nosotros unos locos por Cristo, vosotros, sensatos en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros célebres, nosotros despreciados; hasta ahora pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad; y así hasta el día de hoy. No os escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros. Porque os quiero como a hijos; ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha engendrado para Cristo Jesús. Así pues, os ruego que seáis imitadores míos.
Jn 1,43-51: En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia