29/09 - Ciríaco (Quiriaco) el Ermitaño de Palestina


Nació en Corinto, hijo del sacerdote Juan y de Eudoxia, y era pariente del obispo local, Pedro. Fue ordenado lector por el obispo en la catedral cuando aún era muy joven.


Leyendo las Sagradas Escrituras, el joven Ciriaco se maravillaba de cómo la providencia de Dios glorificaba a todo siervo verdadero del Dios vivo y ordenaba la salvación de la raza humana.


A la edad de dieciocho años, su deseo por la vida espiritual le llevó a Jerusalén. Allí entro al monasterio de un piadoso hombre llamado Eustorgio, quien le cimentó en la vida monástica. Luego fue a san Eutimio, quien discernió su futura grandeza espiritual, le vistió con el Gran Hábito, y le envió al Jordán con san Gerásimo, donde Ciriaco permaneció nueve años. Después de la muerte de Gerásimo, regresó al monasterio de san Eutimio, donde permaneció en silencio por diez años. Después de esto iba de lugar en lugar, huyendo de la alabanza de los hombres. También vivió su labor ascética en la comunidad de san Caritón, donde terminó su curso terrenal, habiendo vivido ciento nueve años. En el curso de su larga existencia cambió, pues, varias veces de residencia monástica.


Glorioso asceta y obrador milagros, san Ciriaco tenía un cuerpo inmenso y fuerte, y permaneció así aún a edad avanzadísima a pesar de sus estrictos ayunos y vigilias. En el desierto, a veces vivía años comiendo sólo vegetales crudos. Tenía gran celo de la fe ortodoxa y denunciaba herejías. En su tiempo, la vida en los monasterios se encontraba gravemente turbada por divisiones y contrastes sobre las doctrinas teológicas no aclaradas aun en los concilios. Ciríaco fue llamado a hacer frente con su autoridad a los monjes que sostenían las teorías origenistas.


Su biógrafo, llamado Cirilo de Escitópolis, se acercó al monasterio de Susakim para hacerle una visita, y lo encontró en compañía de un gran león que vivía con él como si se tratara de un perro guardián.


De sí mismo decía que, mientras fue monje, el sol nunca lo vio comer ni estar airado con ningún hombre (según la regla de san Caritón, los monjes comían sólo una vez al día, después de la puesta del sol).


Ciriaco fue una gran lumbrera, pilar de la ortodoxia, gloria de los monjes, poderoso sanador de los enfermos, y bondadoso consolador de los afligidos.


Habiendo vivido largo tiempo en al ascetismo y ayudando a muchos, entró en el gozo eterno de su Señor en el 557 d. C.


LECTURAS


Gál 5,22-26;6,1-2: Hermanos, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo.



Fuente: iglesiaortodoxa.org.mx / eltestigofiel.org / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Viernes de la II Semana de Lucas. Lecturas


Ef 4,17-25: Hermanos, esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas, con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios; por la ignorancia y la dureza de su corazón. Pues perdida toda sensibilidad, se han entregado al libertinaje, y practican sin medida toda clase de impureza. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que lo habéis oído a él y habéis sido adoctrinados en él, conforme a la verdad que hay en Jesús. Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas. Por lo tanto, dejaos de mentiras, hable cada uno con verdad a su prójimo, que somos miembros unos de otros.


Lc 6,17-23: En aquel tiempo, después de bajar con ellos, Jesús se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

28/09 - Wenceslao el Mártir, Príncipe de los Checos


No se puede decir que el bautismo de Borivoy, rey de Bohemia, y el de su esposa, santa Ludimila, tuviese como consecuencia la conversión de un gran número de sus súbditos puesto que, por el contrario, la mayoría de las más poderosas familias checas se oponían enérgicamente a la nueva religión.


A partir del año de 915, Ratislao, el hijo de Borivoy, gobernó todo el reino. El joven príncipe se había casado con Drahomira, una doncella que se decía cristiana, hija del jefe de los eslavos del norte, los veletianos. De aquel matrimonio nacieron dos hijos: Wenceslao, que vino al mundo el año de 907, cerca de Praga, y Boleslao.


Santa Ludimila, la abuela, arregló las cosas de tal manera, que la crianza y educación del mayor de sus nietos le fuera confiada enteramente, y así pudo alimentar el corazón de Wenceslao en el amor de Dios. En esta tarea Ludimila se valió de la ayuda del sacerdote Pablo, su capellán, quien había sido discípulo de san Metodio y había bautizado a Wenceslao. Bajo el tutorazgo de aquellos dos personajes, se afirmaron las virtudes inculcadas en el espíritu del joven y, cuando tuvo la edad suficiente para asistir al colegio de Budech, «hablaba, leía y escribía el latín como cualquier obispo y leía el eslavo con facilidad».


Era todavía muy joven cuando su padre murió en una de las batallas contra los magiares, y su madre, Drahomira, asumió el gobierno e impuso una política anticristiana o «secularista». Es casi seguro que, al hacer esto, la reina actuaba bajo la presión de los elementos semipaganos de la nobleza, pero de todas maneras, el cambio de política dio como resultado que Drahomira experimentase terribles celos ante la influencia que ejercía santa Ludimila sobre su hijo mayor y que denunciase a la santa como a una usurpadora que había formado a Wenceslao para el convento y no para el trono. Ludimila, afligidísima por aquellas acusaciones y muy preocupada por los desórdenes públicos y la lucha contra una religión que ella y su esposo habían establecido a costa de innumerables dificultades, optó por cortar por lo sano y, mediante largas y graves conversaciones con Wenceslao, trató de convencerle de la necesidad urgente que había de que tomase las riendas del poder en sus manos para salvaguardia del cristianismo. Los nobles se enteraron de aquellos manejos, y dos de ellos fueron enviados al castillo de santa Ludimila, en Tetin, donde la estrangularon a fin de que, privado de su apoyo, Wenceslao no pudiese emprender el gobierno de su pueblo. Sin embargo, los acontecimientos tomaron un curso diferente al previsto: la reina Drahomira, por intereses ajenos a la cuestión, fue expulsada del trono y, por voluntad del pueblo, Wenceslao fue proclamado rey. Como primera medida, el joven monarca anunció que apoyaría decididamente a la Ley y a la Iglesia de Dios, que impondría castigos muy severos a los culpables de asesinato o de ejercer la esclavitud y que se comprometía a reinar con justicia y misericordia. Mandó traer a su madre que se hallaba desterrada en Budech y desde entonces, la ex reina vivió en la corte sin intervenir para nada en el gobierno de Wenceslao.


En ocasión de una asamblea de regentes, convocada y presidida por Enrique I el Cazador, rey de Alemania, el joven Wenceslao llegó con mucho retraso e hizo esperar a todos los demás cuando se abrieron las sesiones. Algunos de los príncipes le enviaron un mensaje para hacerle saber que se consideraban ofendidos por su tardanza y Wenceslao mandó decir a la asamblea que le apenaba muchísimo su impuntualidad, que se le había ido el tiempo en la práctica de sus devociones y que pedía, como merecido castigo a su descortesía, que ninguno de los gobernantes ahí reunidos le presentara sus saludos cuando arribase. No obstante aquella petición, el propio rey Enrique, quien verdaderamente admiraba y respetaba la devoción del joven, le recibió con todos los honores. En el curso de aquella reunión, Wenceslao solicitó la gracia especial de que le fuera concedida a su país la conservación de una parte de las reliquias de san Vito. La petición fue otorgada: un brazo del santo fue cedido a Bohemia y, para guardar la reliquia, el joven monarca comenzó a construir, en Praga, una gran iglesia, precisamente en el sitio donde ahora se encuentra la catedral.


En el terreno político, Wenceslao cultivó las relaciones amistosas con Alemania y protegió la unidad de su país, gracias a la medida diplomática de reconocer el rey Enrique I como el señor de todas aquellas tierras y como al legítimo sucesor de Carlomagno. Aquella política, adoptada alrededor del año 926, unida a la energía con que combatió la opresión y otros excesos practicados por los nobles, hicieron prosperar a Bohemia, pero al mismo tiempo, provocaron la creación de un partido de oposición, formado principalmente por los que se hallaban contrariados a causa de la influencia que ejercía el clero sobre Wenceslao. Fue por entonces cuando éste se casó y, al nacer su hijo primogénito, el hermano menor del rey, Boleslao, resentido al ver que se perdía la ocasión para ascender al trono, se unió al partido de los descontentos.


En el mes de septiembre del año 929, Wenceslao recibió una invitación de su hermano Boleslao para que se trasladara a la localidad de Stará Boleslav a fin de tomar parte en los festejos en honor de los patronos del lugar, santos Cosme y Damián. En la noche del día de la celebración, terminados los festejos, Wenceslao recibió la advertencia de que su vida corría peligro, pero hizo caso omiso de ella. Se unió a los otros convidados, se sentó a la mesa con ellos, hizo un brindis especial «en honor de san Miguel, a quien rogamos que nos lleve por el camino de la paz hacia la felicidad eterna» y, luego de retirarse a orar, se acostó a dormir. Aún no despuntaba el alba del día siguiente cuando Wenceslao, que salió de la casa donde moraba para asistir a la misa, se encontró con Boleslao y se detuvo para darle las gracias por su invitación y su hospitalidad. «Ayer -repuso Boleslao con tono frío- hice cuanto pude por servirte como corresponde, pero hoy es otro día y todo el servicio que puedo darte es éste...» Y, con la rapidez del rayo, sacó el puñal y se lo clavó a su hermano en mitad del pecho. Ambos cayeron al suelo trenzados en lucha e inmediatamente acudieron los amigos de Boleslao que acribillaron a puñaladas al rey. Antes de lanzar el último aliento, sobre los escalones de la entrada a la capilla bañados con su sangre, Wenceslao tuvo tiempo de exclamar: «¡Dios te perdone, hermano!».


Inmediatamente, el propio pueblo del joven monarca le aclamó como a un mártir de la fe (a pesar de que parece ser que su asesinato tuvo muy poco que ver con el asunto de la religión) y, por lo menos hacia el año de 984, ya se celebraba su fiesta en toda Bohemia. Boleslao, perseguido por los remordimientos y el terror, sobre todo cuando comenzaron a circular las noticias de los milagros que se realizaban en la tumba de Wenceslao, mandó que los restos fuesen trasladados a la iglesia de San Vito, en Praga, tres años después del asesinato. El santuario se convirtió en seguida en un centro de peregrinaciones y, a principios del siglo XI, ya se veneraba a san Wenceslao -Sváty Václav- como santo patrón del pueblo de Bohemia.



Fuente: eltestigofiel.org

Adaptación propia

28/09 - Caritón el Confesor


La historia de San Caritón comienza en Iconio, antigua ciudad Fenicia, a mediados del Siglo III después de Cristo, donde esta ascética y paciente figura llevó una vida de extraordinaria abnegación. Convertido al Cristianismo durante su juventud, el virtuoso San Caritón, que había llevado una vida muy tumultuosa, se vio inspirado por el ejemplo de los primeros mártires Cristianos como Santa Tecla, también residente de Iconio: en todos los tormentos que persiguieron a San Caritón, mientras su destino se desarrollaba en Palestina y otros lugares, la imagen sublime de Santa Tecla sería la que le sostendría, junto con lo que él describiría como “una vida entera portando la armadura de la Cruz”.


De acuerdo con la mayoría de los historiadores, sus problemas comenzaron en Palestina, bajo el reinado del Emperador romano Aureliano, cuando las autoridades regionales lo arrestaron y juzgaron por el hecho de ser Cristiano. Al escuchar esta acusación, San Caritón confirmó ante todos su conversión al Evangelio y provocó el enojo de sus perseguidores cuando proclamó en voz alta en el Tribunal Romano: “Todos vuestros dioses son demonios arrojados del Cielo hasta el más bajo infierno.” 


Como era de esperar, las enojadas autoridades romanas respondieron con un arranque de descarnada violencia: cuatro soldados fornidos arrastraron al santo por el suelo y lo golpearon inmisericordemente, para luego quemar con carbones encendidos su cuerpo indefenso. Sin embargo, cada vez que lo golpeaban, San Caritón proclamaba su fe en voz cada vez más alta, al tiempo que invocaba a Santa Tecla para que lo ayudase en esta hora de angustia.


De alguna manera, el golpeado cristiano se las arregló para mantenerse con vida. Lacerado y sangrando profusamente, casi a punto de morir, cayó en el suelo de la celda en que lo habían encerrado… cuando sus heridas, todas al mismo tiempo, fueron curadas milagrosamente. 


Posteriormente a este suceso, luego de que Tácito asumiera el trono como Emperador en el año 275, la feroz persecución contra los cristianos se detuvo por un tiempo, lo que le permitió a San Caritón viajar a Jerusalén como peregrino. 


Una vez más, fue víctima del destino: una banda de ladrones secuestró al desdichado peregrino cerca de la ciudad palestina de Jericó, llevándolo a una cueva en Wadi Farán, en donde lo amarraron y lo dejaron tirado en el suelo. San Caritón comenzó a rezar y la Divina Providencia intervino inmediatamente.


Aconteció que un grupo de serpientes entró a la cueva en busca de alimento, cayendo dentro de un contenedor de vino. Luego de haber bebido el líquido azucarado, se desprendió de sus cuerpos un veneno mortal que contaminó el recipiente. Al regresar los bandidos y brindar triunfalmente por un robo exitoso que habían hecho, el veneno hizo su efecto matando a todos y a cada uno de ellos.


Liberado finalmente de sus amarras, el abstemio San Caritón, cuya característica era la de sacar bien del mal (incluso de las más viles acciones), repartió el dinero robado entre los pobres. Entonces, decidido a convertirse en un monje ascético, se dedicó a una vida de completa oración y abnegación en la misma cueva en la que había sido mantenido en cautiverio. Al final convertiría la cueva de esos ladrones en un famoso monasterio Palestino conocido como el Monasterio de Tarán.


Posteriormente, este silencioso y abnegado monje fundaría otros dos monasterios antes de su muerte en el año 350.  El primero de esos lugares de retiro –llamado el Monasterio de Caritón- sería fundado en Jericó, la gran ciudad Palestina ubicada sólo a unos kilómetros, al oeste del Río Jordán. El segundo Monasterio, erigido en Sutka, llegó a ser conocido, como la “Laura Antigua”, lugar de una piedad y ascetismo legendarios para generaciones de monjes.


Después de haber inspirado a miles de palestinos a convertirse al Cristianismo -muchos de los cuales llegarían a ser monjes que pasaron su vida en oración y contemplación-, el anciano San Caritón finalmente fue enterrado en una sencilla tumba cerca del monasterio de Sutka, a unos cuantos metros de  la cueva de los ladrones en la cual su destino se había decidido bastantes años atrás.


Hasta la actualidad, la práctica de tonsurar a los monjes se le atribuye a San Caritón, que también elaboró otras reglas ascéticas a seguir por los devotos monjes. Fiel adherente a la vida monástica, este santo de Tierra Santa estableció las prácticas de la oración, la veneración y la abnegación, que se mantienen como hitos de la piedad cristiana aun 16 siglos después de su muerte.


Una parte de de sus Sagradas Reliquias se encuentra en los monasterios de Dionisio, en el Monte Ato, y Cico, en Chipre.


LECTURAS

2 Cor 4,6-15: Hermanos, el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.


Lc 6,17-23: En aquel tiempo, después de bajar con ellos, Jesús se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Adaptación propia

Jueves de la II Semana de Lucas. Lecturas


Ef 4,14-17: Hermanos, no seamos ya niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ajustado y unido a través de todo el complejo de junturas que lo nutren, actuando a la medida de cada parte, se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor. Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas.


Lc 6,12-19: En aquel tiempo, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

27/09 - Calistrato el Mártir y sus 49 Compañeros


Calistrato nació a mediados del siglo III de padres cristianos que vivían en Calcedonia, una antigua ciudad en la costa opuesta a Bizancio (actual Kadiköy, Turquía). Ocoro, uno de sus antepasados, que también era soldado en el ejército romano bajo Poncio Pilato, estuvo en Jerusalén en el momento de la crucifixión, el entierro y la resurrección de Cristo.


Habiendo presenciado estos eventos de primera mano, y al escuchar la predicación de los apóstoles, creyó y fue bautizado en Pentecostés. Ocoro regresó a casa e instruyó a su familia -y a cualquiera que quisiera escuchar- en la fe cristiana. Cada generación enseñó y siguió a Cristo y Sus enseñanzas. Entre ellos se encontraba Calistrato.


Siendo voluntario para servir en el ejército romano, Calistrato se encontró a sí mismo como el único cristiano en la unidad de Calcedonia. En secreto se levantaba tarde por la noche para orar, y, secretamente, les enseñaba a otros soldados acerca de Cristo. Después de servir durante varios años, su unidad se estacionó en Roma en el año 288. Esto ocurrió durante el reinado de Diocleciano (284-305), que pasó sus primeros quince años como emperador purgando su ejército y gobierno de cristianos, lo cual fue seguido por su "Gran Persecución " de los cristianos en el año 303.


Una noche, mientras estaba en Roma, algunos de sus compañeros soldados le oyeron rezando a Jesús y trataron de convencerlo de que le ofreciera incienso y sangre a Zeus, pero fue en vano. Estando bajo las órdenes del emperador, informaron al Capitán Presentino a la mañana siguiente. Inmediatamente, Presentino hizo que Calistrato fuera llevado ante él, lo interrogó y le ordenó que obedeciera, que cumpliera con el edicto de Diocleciano y le hiciera un sacrificio a Zeus, no fuera que él, el capitán, fuera obligado a destruirlo cruelmente. Manteniéndose firme, Calistrato respondió que, si negaba a Cristo, Cristo lo negaría a él, sería excluido del Reino de los Cielos (Mateo 10:33) y sufriría el tormento eterno. El capitán rápidamente ordenó que Calistrato fuera retenido y golpeado con palos. Mientras ocho hombres se turnaban para golpearlo, Calistrato oró a Cristo para que lo fortaleciera y para que permaneciera fiel contra el maligno.


Al ver brotar ríos de sangre, Presentino ordenó a sus soldados que dejaran de golpear a Calistrato, y una vez más le dio la oportunidad de adorar a los dioses romanos para que no sufriera más. Calistrato se negó y oró para que otros de su unidad también se levantaran y alabaran a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Enfurecido por su respuesta, el Capitán Presentino hizo que sus hombres hicieran añicos fragmentos de cerámica, los esparcieron por el suelo y estiraran a Calistrato sobre las piezas afiladas para que su parte posterior fuera lacerada aún más. Luego ordenó que le colocaran un embudo en la boca y le vertieran agua en la garganta hasta que se hinchara como un odre lleno. Continuamente orando para permanecer indomable en su fe, Calistratos amonestó al capitán como un desvergonzado combatiente de Satanás y profetizó que Cristo convocaría hombres de su propia unidad, los iluminaría en la Verdadera Fe y construiría una iglesia cristiana en la ciudad. 


Presentino respondió a estas palabras que era ridículo que Calistrato pensara que podía llevar a otros a su Dios y fundar una iglesia, mientras que él mismo era un impío y se enfrentaba la muerte. Habiendo recibido órdenes de ahogar a Calistrato, el capitán ordenó meterlo en un gran saco de lino, cargarlo en un bote, transportarlo lejos de la costa y arrojarlo al mar. El Capitán Presentino y sus soldados observaban desde la orilla mientras los hombres remaban regresando hacia tierra. Mientras tanto, Calistrato oró fervientemente. Quedó atrapado entre algunas rocas afiladas que rompieron el saco. En ese momento, por orden de Dios, dos delfines lo flanquearon y lo llevaron a la orilla. Calistrato comenzó a cantar un salmo de acción de gracias, observándolo los soldados con su capitán con gran asombro.


Al llegar a Calistratos a tierra, cuarenta y nueve de los soldados se postraron ante él y profesaron su fe en Jesucristo. Entonces, Calistrato oró para que el Señor los preservara y fortaleciera. Sin embargo, Presentino juró por sus dioses y acusó a Calistratos de utilizar la hechicería para embrujar a estos hombres. Ordenando que estos cincuenta soldados fueran atados y llevados de vuelta a su base militar, Presentino se sentó en el tribunal y ordenó que cada uno de los cuarenta y nueve fuera brutalmente golpeado con varas y encarcelados junto con Calistratos. Esa noche, el capitán Presentino se preguntó qué hacer, porque la pérdida de cincuenta soldados bajo su mando era una reducción considerable de hombres en su unidad. En la prisión, los cuarenta y nueve hombres suplicaron a Calistrato que les convirtiera en cristianos y les enseñaran la palabra de Dios. Después de orar por ellos, Calistrato comenzó a instruirlos y responder sus preguntas. Un escriba que estaba cerca de la prisión escuchó y grabó sus palabras en taquigrafía. Cuando, finalmente terminó y todos callaron, Calistrato pasó el resto de la noche en oración.


Al amanecer, el capitán Presentino se sentó en el tribunal, en un gran salón donde se habían instalado estatuas de los diversos dioses romanos. Los soldados de la unidad de Calcedonia y un buen número de soldados con sus capitanes se reunieron allí. Presentino ordenó que los cincuenta fueran llevados ante él. Entonces el capitán le preguntó a Calistrato dónde había aprendido a embaucar a sus soldados, y si estaba listo para instruirlos a sacrificar a los dioses romanos y salvarse. Calistrato respondió que él ya había dado su respuesta y que no negaría a Cristo, pero que, en cuanto a los demás, eran adultos y podían responder por sí mismos. Afirmando que habían sido engañados, Presentino les preguntó si querían dejar de seguir al que consideraba un hechicero o no. A una sola voz, profesaron su fe en el Dios Trino.


Una vez más, el capitán Presentino ordenó que fueran azotados con varas verdes, atados de pies y manos y arrastrados hasta el borde de un lago. Allí Presentino les dio una última oportunidad de sacrificar a los dioses romanos o ser ahogados. Cada uno confesó su fe en Cristo y su disposición a morir por él. Justo antes de ser arrojados al lago, Calistrato suplicó al verdadero Dios que este fuera su bautismo y entrada en Su Reino para que pudieran llegar a ser colaboradores con el Espíritu Santo. Habiendo dicho simultáneamente «Amén», fueron arrojados al lago. Inmediatamente al entrar en el agua, sus ataduras se soltaron, salieron a la superficie, caminaron sobre la orilla y resplandecieron con la gracia del Espíritu Santo. Cuando salieron del agua, una luz apareció sobre sus cabezas y una voz del Cielo habló, diciendo: «¡Estad de buen ánimo, mis amados, porque yo estoy con vosotros; alegraos, porque he aquí he preparado para vosotros un lugar en Mi reino. Alegraos, porque he escrito vuestros nombres en el Libro de la Vida"». Al mismo tiempo, hubo truenos y un gran terremoto que hizo que los ídolos cayeran y se rompieran en pedazos. Al presenciar estas maravillas, ciento cinco soldados más creyeron en Jesús el Cristo.


El temeroso Presentino siguió siendo duramente insensible e incrédulo, y ordenó que los cincuenta regresaran a la prisión. Allí rezaban y, una vez más, Calistratos les enseñaba. Mientras tanto, el capitán Presentino buscó el consejo de un “vir ducenarius”, un comandante de doscientos hombres. Siguiendo su consejo, Presentino envió soldados a la prisión con órdenes de decapitar a los cincuenta. Por lo tanto, el día 27 de septiembre, se convirtieron en mártires de Cristo y recibieron coronas de gloria y vida eterna.


Los otros ciento cinco fueron bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Secretamente, por la noche, reunieron las reliquias de los cincuenta santos y les dieron un sepelio apropiado en el lugar donde más tarde construyeron una iglesia dedicada a San Calistrato. Muchas curaciones de almas y de cuerpos se produjeron en este santuario. Posteriormente se supo que esos ciento cinco soldados fueron decapitados más tarde.


LECTURAS


Gál 6,11-18: Hermanos, mirad con qué letras tan grandes os he escrito de mi propia mano. Los que buscan aparecer bien en lo corporal son quienes os fuerzan a circuncidaros; pero lo hacen con el solo objetivo de no ser perseguidos por causa de la cruz de Cristo. Pues ni los mismos que se circuncidan observan la ley, sino que desean que os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne. En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva criatura. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios. En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.



Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Miércoles de la II Semana de Lucas. Lecturas


Ef 3,8-21: Hermanos, a mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo; e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los principados y potestades celestes conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él. Así pues, os pido que no os desaniméis ante lo que sufro por vosotros, pues redunda en gloria vuestra. Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que os conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios. Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros; a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones de los siglos de los siglos. Amén.


Lc 5,33-39: En aquel tiempo, los fariseos se dirigieron a Jesús y le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber». Jesús les dijo: «¿Acaso podéis hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en aquellos días». Les dijo también una parábola: «Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán. A vino nuevo, odres nuevos. Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

Nuevas Células Ecuménicas de la Iniciativa


Informamos con mucha alegría de que recientemente se han constituido tres Células Ecuménicas de nuestra Iniciativa: la de la Santísima Madre de Dios de San Lucas en Requena (Valencia/València, Comunidad Valenciana/Comunitat Valenciana, España), que dispone de una capilla propia homónima; la del Archidiácono y Protomártir Esteban en Siruela (Badajoz, Extremadura, España), y la de la Santa Megalomártir Bárbara, también con capilla propia homónima, en Orense/Ourense (Galicia, España).



Las Células Ecuménicas reciben ese nombre porque están constituidas por personas pertenecientes a otras confesiones cristianas que cooperan externamente con la Iniciativa de diversos modos y reciben a su vez nuestras oraciones.



Las nuevas Células vienen a sumarse a las varias que ya tiene la Iniciativa en España, México, Panamá, Colombia y Argentina, que se encuentran en el mapa que aparece en la sección Grupos y Células de nuestro blog.


¡Gloria a Dios por todo!

26/09 - La Dormición de San Juan el Evangelista y Teólogo


Juan es definido en su Evangelio como el discípulo a quien Jesús amaba (cf. Jn 13,23). Gracias a los signos especiales de predilección que Jesús le manifestó en momentos muy significativos de su vida, Juan fue estrechamente ligado a la Historia de la salvación. El primer signo que le demostró el grande afecto de Jesús consistió en que fue llamado a ser su discípulo junto con Andrés, el hermano de Pedro, por medio de Juan el Bautista que bautizaba en el río Jordán y de quien ya eran discípulos. En efecto, cuando Jesús pasaba, el Bautista se lo presentó como "el Cordero de Dios" y de inmediato lo siguieron. Juan se quedó tan impresionado por su encuentro personal con Jesús que nunca olvidó que fue hacia las cuatro de la tarde que Jesús los invitó a seguirlo (cf. Jn 1,35-41). La segunda señal de predilección fue el haber sido un testigo directo de algunos hechos de la vida de Jesús, que luego él reelaboró en el cuarto evangelio, en un modo teológico muy distinto a los evangelios sinópticos (cf. Jn 21,24 ). Y el tercer momento en el cual Jesús mismo le hizo sentir su amistad y su hermandad tan particular fue cuando Jesús, a punto de entregar su espíritu (cf. Jn 19,30), lo quiso asociar de un modo privilegiado al misterio de la Encarnación, confiándolo expresamente a su madre: "aquí tienes a tu hijo"; y encargándole expresamente a su madre: "aquí tienes a tu madre". (cf. Jn 19,26-27).


Algunos datos históricos sobre la vida de Juan


Las fuentes de las que se han extraído los datos de la vida de Juan como apóstol, como evangelista y como "hijo adoptivo" de María, no siempre coinciden. De los evangelios sabemos que junto con su hermano Santiago -que también será un apóstol- los dos eran pescadores originarios de Galilea, de una zona del lago Tiberíades, y que juntos fueron apodados "los hijos del trueno" (cf. Mc 3,17). Su padre era Zebedeo y su madre Salomé. A Juan lo encontramos en el círculo estrecho de los apóstoles que acompañaron a Jesús cuando realizó algunas de las "señales" más importantes (cf. Jn 2,11) de su progresiva revelación como un tipo de Mesías muy distinto del que el pueblo de Israel se esperaba (Lc 9,54-55). En efecto, cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo (cf. Lc 8,51), cuando se transfiguró en el Monte Tabor (cf. Lc 9,28 ), y durante la agonía en Getsemaní (cf. Mc 14,33), Jesús trataba de hacerles entender que debían transformar su mentalidad ligada a la esperanza en un Mesías violento, semejante a Elías pues, en cambio, él era el Hijo amado del Padre (cf. Lc 9,35), él era el Mesías venido del cielo para comunicar la vida divina en abundancia (cf. Jn 10,10), y que también iba a sufrir el rechazo y las injusticias de parte de los jefes religiosos de su pueblo (cf. Mt 16,21). En el evangelio de Juan, Jesús aparece como el Maestro que también intenta, inutilmente, hacer comprender a los judios la lógica paradójica del Reino de Dios (cf. Jn 8, 13-59). Los discípulos, por su parte, son invitados a nacer de nuevo (cf. Jn 3,1-21) para adorar al Padre en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,23-24); Jesús ora por ellos para que permanezcan unidos por el Amor divino (cf. Jn 17,21) y para que sean alimentados por el Pan de la Vida (cf. Jn 6, 35).


Juan, testigo de Jesús crucificado y resucitado


Durante la Última Cena, Juan se había recostado sobre el pecho de Jesús y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? (cf. Jn 21,20). Juan fue el único de los apóstoles que acompañó a Jesús al pie de la Cruz con María (cf. Jn 19, 26-27). Juan fue el primero que creyó en el anuncio de la resurrección de Jesús hecho por María Magdalena (cf. Mt 28,8): corrió de prisa a la tumba vacía y dejó entrar primero a Pedro para respetar su precedencia (cf. Jn 20,1-8). La tradición añade que algunos años después se trasladó a Éfeso, desde donde evangelizó el Asia Menor. También parece que sufrió la persecución de Domiciano y que fue desterrado a la isla de Patmos. Finalmente, gracias al advenimiento de Nerva como emperador, (96-98) volverá a Éfeso para terminar allí sus días como ultracentenario, hacia el año 104.


"La flor de los Evangelios"


El Evangelio atribuido a Juan fue llamado así por Orígenes. También ha sido llamado el "Evangelio espiritual" o "Evangelio del Logos". Su estilo y su género literario está lleno de "señales", de símbolos y de figuras que no deben ser interpretados literalmente. En el prólogo de su evangelio, Juan usa un refinado lenguaje teológico para mostrar como al inicio de la Nueva creación, en el Nuevo principio ya preexistía el "Logos" divino; logos que significa la Palabra eterna creadora del Padre, que luego fue traducida al latín como "Verbum". En el prólogo del cuarto evangelio Jesús es presentado como la "Palabra divina", la "Luz de de la vida" y "la Sabiduría de Dios preexistente" (cf. Jn 1,1-18). Este evangelio invita a aceptar por medio de una fe llena de estupor y de agradecimiento, la sorprendente revelación que el Verbo de Dios, que nadie había visto, se hizo carne y ha puesto su morada en medio a su pueblo. (cf. Jn 1,14). Por ello, la palabra "creer" se repite casi 100 veces, pues Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1Tim 2,4) y tengan vida abundante por la fe en Jesucristo, Dios hecho carne (cf. Jn 11,25).


La identidad de María y la relación filial de Juan hacia ella


El Evangelio de Juan también nos presenta en dos episodios muy emblemáticos la identidad de María y la especial relación de Juan como su "hijo adoptivo": en las bodas de Caná y en el Calvario. En la narración de la señal del agua transformada en el Vino nuevo durante las bodas de Caná, se nos muestra a María como la potente intercesora que anticipa la hora de la revelación de Jesús a su Pueblo (cf. Jn 2,1-12). En el Calvario, en el momento de la glorificación de Cristo, María es presentada como la Mujer que es transformada en la Nueva Eva o Madre de los discípulos de su Hijo (cf. Jn 19,25-27). Si se considera la estrecha relación filial de Juan con María, no es difícil imaginar que la revelación de la figura del Mesías en el evangelio de Juan se haya nutrido también del directo testimonio de María, pues ella mejor que nadie, en sus últimos años de soledad, recogió en su corazón y en sus recuerdos las "señales", los "signos" y las palabras de vida de Jesús. Es pensable pues que las experiencias únicas que ella conservaba en su memoria, las haya compartido luego a los discípulos de Jesús, y en particular a Juan. Por ello, se puede considerar que también María misma fue acogiendo e interpretando progresivamente en la fe, la revelación de que el Hijo de sus entrañas era a la vez el eterno Hijo del Padre, (cf. Jn 10,30), el único Pan de la vida (cf. Jn 6,34), la Luz del mundo (cf. Jn 8,12), la Puerta (cf. Jn 10,7), el Buen pastor (cf. Jn 10,11), la Resurrección y la vida (cf. Jn 11,24), la Vid verdadera (cf. Jn 15,1) y el Camino la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6).


Las tres Epístolas y el Apocalipsis


A la tradición de los discípulos de Juan se le atribuyen las tres "cartas", que tienen también un sabor de breves homilías. El Apocalipsis es un libro canónico, reconocido como inspirado que nació en los ambientes de las iglesias de tradición joánica que sufrían los ataques de las doctrinas gnósticas. Éste, que es el último libro de la Biblia, usa un género literario semejante al de algunos libros proféticos del Antiguo Testamento, como el libro de Daniel (cf. Dn 7), de Ezequiel o de Zacarías. La palabra apocalipsis es la transcripicón de un término griego que significa revelación y no destrucción, como a veces se piensa. Juan dirige siete cartas a las siete iglesias (cf. Ap 1-3) para transmitirnos por medio de personajes y de símbolos muy fascinantes, un mensaje muy concreto de esperanza en que el Cordero degollado (cf. Ap 5,12), o sea, Cristo Salvador triunfará sobre todas las persecuciones y las oposiciones de las fuerzas del mal al Reino de Dios y hará nuevas todas las cosas. Esto sucederá cuando Dios establecerá su Reino de justicia, de amor y de paz al final de los tiempos. En este libro se muestra, con numerosos y sugestivos símbolos, como los siete sellos (cf. Ap 6-8,1), las siete trompetas (cf. Ap 8.6-11,19), los siete ángeles con las siete copas (cf. Ap 15,5-16,21), el fatigoso camino y la lucha que los creyentes de todos los tiempos tienen que afrontar para que un día se realice la edificación de la Nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22), hoy diríamos la Civilización del Amor, de la fraternidad y del cuidado de la vida, cuando Jesús, el Alfa y Omega (cf. Ap 22,13), regrese al final de los tiempos. En este sentido, el Apocalipsis es también un libro profético que interpreta la acción de Dios en la historia, asegurando que el Testigo fiel y veraz (cf. Ap 3,14), regresará pronto (cf. Ap 22,20) y vencerá definitivamente al mal, al dolor y a la muerte (cf. Ap 22,1-5).


LECTURAS


En Vísperas


1 Jn 3,21-24;4,1-6: Queridos, si el corazón no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Queridos míos: no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo. Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha.


1 Jn 4,11-16: Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.


1 Jn 4,20-21;5,1-5: Queridos, si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano. Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?


En Maitines


Jn 21,14-25: En aquel tiempo, Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme». Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir. Amén.


En la Liturgia


1 Jn 4,12-19: Hermanos, a Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo. No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor tiene que ver con el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero.


Jn 19,25-27;21,24-25: En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir.



Fuente: news.va / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española