01/03 - La Santa y Justa Mártir Eudocia (Eudoxia) la Samaritana


Eudocia era una samaritana que vivía en Heliópolis en la época de Trajano (98-117). Con sus vestidos sencillos y su gran belleza, había conseguido innumerables amantes e inmensas riquezas, pero por casualidad escuchó al monje Germán en la casa de enfrente antes de ir a dormir y quedó impresionada. Eudoxia se levantó y se fue a su balcón para oírle. Al terminar de escucharle, se metió en la cama y se pasó la noche llorando. Al día siguiente por la mañana, fue a tocar a la puerta de su vecino rogándole que le dejara ver al que cantaba.


Habló de ello con el monje y con un sacerdote de Heliópolis y se convirtió al cristianismo, dando todas sus cosas a los pobres y llevando una vida de penitencia y oración. Eudocia le preguntó sí podía ser salvada en el Juicio Final y Germán la instruyó a que permaneciera en su alcoba durante una semana orando; al final de la semana, tuvo una visión del arcángel Miguel luchando con el Diablo por la posesión de su alma y Dios le perdonó sus pecados. Fue bautizada por Teodoto, obispo de Heliópolis, otorgó la libertad a todos sus esclavos, ofreció toda su riqueza a la Iglesia y se encerró en un monasterio femenino unido al de Germán que mandó a construir cerca de Baalbek a los treinta años.


Filostrato, un antiguo amante suyo, que con hábiles maniobras había logrado hablar con ella para inducirla a volver al pecado, se suicidó ante ella por su negativa, pero Eudocia lo resucitó y lo convirtió. El prefecto Aureliano mandó arrestarla y sus soldados quedaron inmóviles por tres días, hasta que un gran reptil los mató a casi todos con su aliento pestilente.


El hijo de Aureliano se hizo cargo de la empresa, pero se cayó de su caballo y murió. El rey quedó consternado y decidió enviar a su tribuno, Babila, para pedirle ayuda a la santa. Eudocia respondió con una carta y, al tocarlo con esta, el joven se levantó de nuevo. Aureliano se convirtió y con él toda su familia y sus magistrados: su hija Gelasia ingresó al monasterio de Eudocia y su hijo resucitado se convirtió en diácono y luego en obispo de Heliópolis. Diógenes, el exprometido de Gelasia, mandó arrestar a Eudocia; antes de ser arrastrada fuera de su monasterio, logró llevar consigo un fragmento de la Eucaristía.


Fue interrogada extensamente sobre su fe y sus intenciones, pero se mantuvo firme en su fe. Cuando estaban a punto de someterla a tormentos, la partícula de la Eucaristía cayó sobre Eudocia, que fue arrojada por los paganos al fuego, y fragmentos del fuego quemaron a los verdugos y a los espectadores. Por la intervención de Eudocia, todos resucitaron; incluso una matrona que murió en ese momento resucitó y también un niño asesinado por un reptil. Muchas personas se convirtieron al cristianismo a la vista de muchos milagros, y entre ellos Diógenes. Después de su muerte definitiva, Diógenes fue sucedido por Vicente, un hombre extremadamente cruel con los cristianos, que mandó a decapitar a Eudocia al negarse a adorar a los ídolos; el martirio ocurrió sin más incidentes en el año 107.



Fuente: GOARCH

Traducción del inglés y adaptación propias

Martes de la I Semana de Cuaresma (Martes Puro). Lecturas


En la Hora Sexta


Is 1,19-31;2,1-3: Así dice el Señor: «Si sabéis obedecer, comeréis de los frutos de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha hablado la boca del Señor—». ¡Cómo se ha prostituido la villa fiel: estaba llena de rectitud; la justicia moraba en ella, y ahora moran los asesinos! Tu plata se ha vuelto escoria, está aguado tu vino; tus gobernantes son bandidos, cómplices de ladrones: amigos de sobornos, en busca de regalos. No protegen el derecho del huérfano, ni atienden la causa de la viuda. «Por eso —oráculo del Señor, Dios del universo, del Fuerte de Israel—: tomaré satisfacción de mis adversarios, y me vengaré de mis enemigos. Volveré mi mano contra ti: purificaré tu escoria en el crisol, separaré de ti toda la ganga, te daré jueces como los de antaño, consejeros como los del tiempo antiguo: entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel. Sión será rescatada por el juicio, sus habitantes por la justicia». Vendrá la ruina sobre rebeldes y pecadores, los que abandonan al Señor perecerán. Os avergonzaréis de las encinas en las que os habéis deleitado, os sonrojaréis de los jardines que elegíais. Seréis como una encina con las hojas marchitas, como un jardín donde no corre el agua. Vuestra fortaleza será la estopa, su obra la chispa, arderán los dos juntos y no habrá quien lo apague. Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén. En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén».


En Vísperas


Gén 1,14-23: Dijo Dios: «Existan lumbreras en el firmamento del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años, y sirvan de lumbreras en el firmamento del cielo, para iluminar sobre la tierra». Y así fue. E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Dios las puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto. Dijo Dios: «Bullan las aguas de seres vivientes, y vuelen los pájaros sobre la tierra frente al firmamento del cielo». Y creó Dios los grandes cetáceos y los seres vivientes que se deslizan y que las aguas fueron produciendo según sus especies, y las aves aladas según sus especies. Y vio Dios que era bueno. Luego los bendijo Dios, diciendo: «Sed fecundos y multiplicaos, llenad las aguas del mar; y que las aves se multipliquen en la tierra». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.


Prov 1,20-33: La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz; grita en lugares concurridos, en la plaza pública proclama: «¿Hasta cuándo, ignorantes, amaréis la ignorancia, y vosotros, insolentes, recaeréis en la insolencia, y vosotros, necios, rechazaréis el saber? Prestad atención a mis razones, derramaré mi espíritu sobre vosotros, quiero comunicaros mis palabras. Os llamé, y vosotros rehusasteis; extendí mi mano y la rechazasteis; despreciasteis mis consejos, no aceptasteis mis advertencias. Pues bien, yo me reiré de vuestra desgracia, me burlaré cuando os alcance el terror. Cuando os alcance como tormenta el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia, cuando os alcancen la angustia y la aflicción, me llamaréis, pero no os escucharé; me buscaréis, pero no me encontraréis. Por haber menospreciado el saber y no querer temer al Señor, por no aceptar mis consejos y despreciar mis reprensiones, comerán el fruto de su conducta, se hartarán de los planes que hicieron. La indisciplina matará a los irreflexivos, la indolencia acabará con los necios; mas quien me escucha vivirá tranquilo, seguro y sin temor a la desgracia».


En Completas


Mt 6,1-13: Dijo el Señor: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

El Canon de San Andrés de Creta


(Para acceder al texto del Canon, hacer clic AQUÍ)

Las Iglesias de tradición bizantina durante la primera semana de la Gran Cuaresma en el Oficio de Apódipnon (Completas) cantan diversas partes del canon penitencial de San Andrés de Creta, que vivió entre el 660 y el 740. El mismo se canta entero en las Completas de la noche del miércoles de la quinta semana.

Andrés escribe este texto que es un gran canto a la misericordia y a la bondad de Dios, manifestada en Cristo, canto que es fruto de una lectura, de una verdadera lectio divina de toda la Sagrada Escritura. Se trata de un texto muy largo, muy profundo y bello, no siempre fácil, al cual se añadirán más tarde los troparios sobre Santa María Egipciaca y sobre el mismo San Andrés de Creta.

El texto está formado por nueve odas que siguen los nueve cantos bíblicos - ocho del Antiguo Testamento y dos del Nuevo - que forman parte del matutino bizantino. El primero de los troparios de cada una de las odas ofrece el enlace cristológico o eclesiológico del testo mismo: "Estáte atento, oh cielo, y hablaré, y celebraré a Cristo, venido de la Virgen en la carne... Fortelece, oh Dios, a tu Iglesia, sobre la inamovible roca de tus mandamientos... Ha escuchado el profeta tu venida, oh Señor, y ha sentido temor, ha escuchado que nacerá de la Virgen y te mostrará a los hombres, y decía: he escuchado tu anuncio y he sentico temor; gloria a tu poder". A lo largo de las nueve odas encontramos el desarrollo de diversos temas bíblicos, comenzando por los veterotestamentarios para pasar en la misma oda a los del Nuevo Testamento.

En la oda primera la historia de Adán y Eva y de Caín y Abel está entrelazada por las parábolas del hijo pródigo y del Buen Samaritano: "Habiendo emulado en la trasgresión a Adán, el primer hombre creado, me veo despojado de Dios, del reino y del gozo eterno, a causa de mi pecado. ¡Ay, alma infeliz! ¿Por qué te has hecho semejante a la primera Eva? Has tocado el árbol y has gustado imprudentemente el fruto del engaño. Cayendo con la intención en la misma sed de sangre de Caín, me he convertido en el asesino de mi pobre alma. Consumada la riqueza del alma con el libertinaje, soy privado de piadosas virtudes y hambriento grito: ¡Oh padre de piedad, sal a mi encuentro con tu compasión. Soy yo el que me he tropezado como los ladrones, que son mis pensamientos, me han cubierto de llagas: ven tú mismo, por tanto, a curarme, oh Cristo!".

Aún las figuras de Adán y Eva son yuxtapuestas en la segunda oda a la del publicano y la prostituta: "He oscurecido la belleza del alma con las voluptuosidades pasionales, y he reducido totalmente en polvo mi intelecto. He lacerado mi primera vestidura, aquella que ha tejido para mí el Creador. Me he vestido con una túnica lacerada, aquella que me ha tejido la serpiente con su consejo, y estoy lleno de vergüenza. También yo te presento, oh piadoso, las lágrimas de la meretriz: sé propicio conmigo, oh Salvador, en tu amorosa compasión. Acoge también mis lágrimas, oh Salvador, como ungüento. Como el publicano a tí grito: Sé propicio conmigo".

Vienen presentadas en la odas sucesivas (tercera-cuarta) la fe de Abraham, la escala de Jacob, la figura de Job, la Cruz como lugar donde Cristo renueva la naturaleza caída del hombre: "He manchado mi cuerpo, he ensuciado mi espíritu, estoy todo lleno de llagas; pero tú, oh Cristo médico, cura mi espíritu y cuerpo con la penitencia, báñame, purifícame, lávame: déjame más puro que la nieve... Crucificado por todos, has ofrecido tu cuerpo y tu sangre, oh Verbo: el cuerpo para re-plasmarme, la sangre para lavarme; y has entregado el espíritu para portarme, oh Cristo, a tu Engendrador. Has obrado la salvación en medio de la tierra. Por tu voluntad has sido clavado en el árbol de la Cruz y el Edén que había sido cerrado, se ha abierto... Sea mi fuente bautismal la sangre de tu costado, y bebida el agua de remisión que ha brotado... y sea ungido, bebiendo como crisma y bebida, tu vivificante palabra, oh Verbo".

Las odas quinta, sexta y séptima contemplan la experiencia del desierto y las infidelidades del pueblo y de los reyes de Israel, y Cristo que cura y salva: "Por mí, Tú que eres Dios, has asumido mi forma; has obrado prodigios, sanando leprosos, enderezando paralíticos, deteniendo el flujo de sangre en aquélla que te tocaba la franja del vestido, oh Salvador... Imita, oh alma, a aquélla que se postro rostro en tierra: póstrate, arrójate a los pies de Jesús, porque Él te enderezará y tú caminarás recta por los senderos del Señor".

La octava oda canta los grandes del Antiguo y del Nuevo Testamento: "Has escuchado hablar, oh alma, de los ninivitas, de su penitencia ante Dios en saco y ceniza : tú no los has imitado, sino que has sido más ignorante que todos aquellos que han pecado antes y después de la Ley. Como el ladrón, grito a tí: ¡Acuérdate! Como Pedro, lloro amargamente; perdóname, Salvador, a tí grito como el publicano; lloro como la meretriz: acoge mi gemido".

Finalmente, después de todos los ejemplos y modelos del Antiguo Testamento, Andrés de Creta en la oda nona presenta todo el misterio salvífico de Cristo que cura, llama a la humanidad a seguirlo y salva: "Te traigo los ejemplos del Nuevo Testamento, oh alma, para inducirte a compunción: Cristo se ha hecho hombre para llamar a la penitencia a los ladrones y prostitutas... Cristo se ha hecho niño según la carne para conversar conmigo, y ha cumplido voluntariamente todo lo que es de la naturaleza, excepto el pecado... Cristo ha salvado a los magos, ha convocado a los pastores, ha convertido en mártires una muchedumbre de inocentes... El Señor después de haber ayunado cuarenta días en el desierto, al fin tuvo hambre, mostrando así su humanidad... Cristo enderezó al paralítico, resucitó a jóvenes difuntos... El Señor curó a la hemorroisa que le tocó la franja de su manto, purificó a los leprosos e iluminó a los ciegos; hizo caminar a los cojos... para que tú pudieras salvarte, alma infeliz... Curando las enfermedades, Cristo, el Verbo, ha evangelizado a los pobres... El publicano se ha salvado y la prostituta se ha convertido en casta".

El texto del gran canon de Andrés de Creta cuenta la historia de la salvación operada por Dios en cada uno de nosotros: "Te he presentado, oh alma, la historia del inicio del mundo escrita por Moisés, toda la Escritura que nos viene por Él y que te narra sobre justos e injustos... Te traigo los ejemplos del Nuevo Testamento, oh alma, para inducirte a compunción: emula, por tanto, a los justos, aléjate de los pecadores y ríndete propicio a Cristo con las oraciones y ayunos, con castidad y decoro". En un texto que nos coloca ante los diversos aspectos con los cuales la Iglesia a lo largo de la Cuaresma nos confronta, es decir, la misericordia de Dios y por medio de ésta nuestro camino de retorno a Dios, teniendo a Cristo mismo como Pastor y como Guía, Él que lleva de la mano a Adán hacia Eva, que toma la mano de Pedro que se hunde en las aguas, que alza al niño epiléptico curado, y que finalmente el día de la Pascua toma de nuevo por la mano a Adán y Eva para hacerlos salir de los infiernos y regresarlos al paraiso.

Manuel Nin


Fuente: L'Osservatore Romano, 9 de Marzo de 2011
Traducción del italiano: Salvador Aguilera López en lexorandies.blogspot.com

29/02 (o 28/02) - El Justo Juan Casiano el Confesor


(Nota: Si no es año bisiesto, los himnos de San Juan Casiano se transfieren al 28/02).

Los santos Juan Casiano y su compañero Germán se encuentran entre los «santos peregrinos» que viajaron mucho durante su vida y que conocían las realidades de las regiones oriental y occidental del mundo cristiano de los siglos IV y V.


Juan Casiano y Germán eran amigos desde la infancia. Los años de su nacimiento y lugares no se conocen con certeza, pero pueden estar alrededor del año 360 en Escitia, una provincia en el norte de la península balcánica entre el Danubio y el Mar Negro, conocida hoy como Dobuja, que es la parte más oriental de Rumanía. Aunque no se hace mención de este lugar en los escritos de San Juan Casiano, esta hipótesis proviene de una mención de Genadio de Marsella, un discípulo de San Juan. En su “De viris Illustribus” 62, el obispo galo habla de la ascendencia escita («natione Schytha») de Juan. La hipótesis es aceptada, tanto en la Iglesia católica como en la ortodoxa, aunque hay algunos eruditos que entienden el gentilicio «schytha» como una referencia al Desierto Escete de Egipto, donde durante un tiempo, vivían los monjes del desierto, o tal vez una alusión a Escitópolis (Palestina). Algunas otras hipótesis sobre los orígenes de los dos santos están de más aquí, incluyendo la Provenza o incluso Siria. En cualquier caso, algunas menciones en las obras de Casiano sugieren el nacimiento en una familia rica, y una educación clásica; el latín era su lengua materna.


San Juan menciona en su libro “Collationes” que él y Germán eran hermanos «no por nacimiento, sino por el espíritu» (Coll. 16,1). Entre los años 378-380, los dos, junto con una hermana de Casiano, hicieron una peregrinación a Belén. Esta última se mantuvo durante el resto de su vida en un monasterio de monjas, pero los dos amigos permanecieron solos durante un tiempo en una celda cerca de la Iglesia del Sepulcro Santo. Durante este tiempo oyeron hablar de los ascetas en Egipto, por lo que decidieron visitar las comunidades monásticas allí existentes.


Después de tres años en Palestina, viajaron hasta el desierto de Escete y Nitria situados al oeste del delta del Nilo (probablemente desde el 384 al 394) y visitaron a numerosos monjes, con los que tenían «entrevistas», más tarde descritas en Collationes. En este tiempo, el desierto de Escete se dividió entre los monjes «antropomorfista», los adeptos de la interpretación literal de la Escritura y los «origenistas», que preferían la alegoría y aceptaban algunas otras teorías de un Padre de la Iglesia recientemente fallecido, tal como la teoría de apokastasis, o incluso la preexistencia de las almas. La disputa entre las dos partes consistía en el hecho de si la contemplación de Dios podía ser vista como un acto material, o sea, con otras palabras, si los ascetas podían ver a Dios, ¿Dios era material «a imagen y semejanza del hombre»?, o incluso, ¿el acto de la contemplación se debía al hombre o por la gracia divina?


Las ideas ascéticas y teológicas promovidas por San Juan Casiano en sus trabajos sugieren que estos dos monjes escitas conocían a algunos monjes «origenistas», probablemente a Evagrio del Ponto entre ellos, con quienes compartían la idea de los siete pecados capitales (de hecho ocho, según Casiano) y la triple vida ascética consistente en la purificación (purgatio o catarsis), iluminación (illuminatio o theoria) y la deificación (unitio o theosis), respectivamente.


La lucha entre estas dos visiones ascéticas terminó unos quince años después de la llegada de Juan y de Germán. En el año 399 los «antropomorfistas» ayudados por el patriarca Teófilo de Alejandría, comenzaron una guerra contra los «origenistas» que huyeron a otros lugares. Junto a los más conocidos «origenistas», los llamados «Hermanos Largos», Juan y Germán salieron de Egipto y marcharon a Constantinopla, donde apelaron al arzobispo San Juan Crisóstomo para conseguir su protección. Mientras tanto, Casiano fue ordenado diácono y Germán de sacerdote y se convirtieron en miembros del clero de la capital. Hay una hipótesis que afirma que Casiano tomó el nombre de Juan sólo en este momento y que lo hizo en honor de su protector. De todas formas los ataques de Teófilo fueron más allá contra los «origenistas» y San Juan Crisóstomo fue condenado y depuesto después, en el consejo de la Encina en el año 404. Una de las acusaciones fue el hecho de que también aceptaba las enseñanzas origenistas.


El latinoparlante Casiano dejó al cabo de un año Constantinopla para ir, junto con Germán, a Roma donde trataron de encontrar apoyo para Juan Crisóstomo, suplicando su causa ante el Papa Inocencio I. A partir de este momento, ya no hay ninguna otra mención sobre Germán, por lo que es probable que muriese en este período de tiempo. Otra posibilidad es que Germán se fuera junto con Casiano al monasterio de Marsella, o incluso que regresara a casa en Escitia.


Durante la época romana, Casiano se reunió con el futuro Papa, San León Magno, con quien contrajo una amistad que duró toda la vida. Después de una nueva marcha a Oriente, en Antioquía y Palestina (donde probablemente fue ordenado sacerdote, aunque otras fuentes dicen que fue después de su regreso de Roma), recibió la propuesta de establecerse en las Galias y fundar allí un monasterio conforme a las normas vistas en Egipto. Esto sucedió alrededor del año 415, cuando llegó a Marsella y fundó la abadía de San Víctor, un complejo de monasterios de monjes y monjas. La iglesia del monasterio fue construida sobre la tumba de un mártir del siglo III, San Víctor.


En cualquier caso, Casiano no llevó por primera vez la vida monástica a las Galias, pues el ascetismo ya existía en la Provenza a través de la abadía de Menerfes, fundada por Castor obispo de Apt; y la de Lerins, encabezada por el obispo Honorato. Pero el mérito especial de San Juan Casiano es que llevó la disciplina monástica egipcia a Occidente y su monasterio sirvió como modelo para el desarrollo monástico posterior en el cristianismo occidental. Los logros y los escritos de san Juan Casiano influenciaron a San Benito, que llevó a su regla monástica algunos de los principales principios ascéticos y recomendó la lectura del corpus de los escritos de Casiano.


Los escritos de San Juan Casiano


En Marsella, San Juan Casiano comenzó a escribir sus obras más conocidas. Alrededor del 417-418, publicó, a petición de Castor, obispo de Apt y del futuro Papa León I, las Instituciones monásticas (De institutio coenobitorum et de octo principalium vitiorum remediis libri XII). Este trabajo trata sobre la organización de las comunidades monásticas, discutiendo sobre la ropa, la oración y las reglas de la vida monástica (los 4 primeros libros) y sobre la moralidad y los ocho vicios y su curación (gula, lujuria, avaricia, arrogancia, ira, envidia, akedia y jactancia (en los libros 5 al 12).


Algunos años más tarde (después del 420, pero no más tarde del 426) Casiano escribió sus «entrevistas», también conocidas como «Conferencias», o «Collationes» (que significa en latín, comidas de vísperas: Collationes Patrum in scetica eremo), dedicadas al archidiácono León, al obispo de Frejus y al monje Eladio, y que trata sobre «la formación del hombre interior y la perfección del corazón», siendo de esta forma la segunda parte de su obra, mientras que la primera era la formación “corporal”. Este segundo libro fue terminado entre el 426 y el 429 (libros 18 a 24) e iba dirigido especialmente a los monjes ermitaños.


Finalmente, en el año 430 San Juan escribió su tercer libro, «Sobre la Encarnación del Señor» (De incarnation Domini contra Nestorium libri VII), a petición del archidiácono León, el futuro Papa León el Grande. Su texto puede ser visto como un texto preparatorio del Tercer Concilio Ecuménico, que trata de la doctrina de Nestorio y la mención sobre el título de Madre de Dios dado a la Virgen María. Todos los escritos de Juan Casiano están en latín, pero posteriormente fueron traducidas al griego para el uso de los monjes, algo que fue un gran privilegio y honor, no muy generalizado en la Iglesia antigua.


Las enseñanzas de San Juan Casiano


Las enseñanzas más importantes de San Juan Casiano consisten en su visión acerca de la triple purificación ascética, iluminación y divinización, que posteriormente, en la teología católica se ha considerado de estas tres formas. En el primer nivel, la lucha del monje contra los pecados más «materiales» y contra la voluntad a través de su vida ascética. Más tarde, durante la iluminación, practicando la santidad revelada en el Evangelio a través de la enseñanza recibida de Dios en el Sermón de la Montaña, con base en el ejercicio del amor. La etapa final de la unificación con Dios (theosis) es rara vez recibida por un monje y se describe después de la unión del matrimonio del Canticum. Esta etapa es acompañada generalmente con el refugio del monje en la soledad.


Otra enseñanza notable de Juan Casiano implica la soteriología. Se opuso a Pelagio, quien creía que el ser humano recibe la salvación por medio de su propia lucha, sin la ayuda divina, pero también estaba en desacuerdo en algunos aspectos con San Agustín, quien destacó la importancia del pecado original y declaró la necesidad absoluta de la gracia divina en el inicio de una vida santa. Casiano adoptó un punto de vista intermedio, que fue considerado posteriormente por algunos como «semi-pelagianismo» por haber mencionado en algunas de sus conferencias que los primeros pasos para la salvación están en poder de la persona, sin necesidad de la ayuda de Dios (Conferencias: Libro 3: con Abba Pafnucio, libro 5 con Abba Serapión y libro 13 con Abba Chaeremon).


Veneración de los Santos Juan Casiano y Germán


San Juan Casiano murió en Marsella en el año 435 y fue enterrado en la iglesia del Monasterio de San Víctor que él construyó. Sus reliquias se conservan hasta hoy en una capilla subterránea del monasterio, mientras que el cráneo y la mano derecha están en un relicario en la iglesia principal. Sobre San Germán no hay más datos después de que los dos amigos llegaron a Roma en el 403. La santidad de Juan Casiano fue reconocida generalmente en la Iglesia desde los comienzos. En el 470, cuando Genadio compuso su “De viris Illustribus”, nombró a Juan Casiano como «sanctus Casianus», un título usado por muchos Papas al hablar de él, como San Gregorio Magno, en una carta dirigida a la abadesa Respecta de Marsella (PL LXXII, col. 866), o Benedicto XIV, quien escribió que no se admite ninguna duda acerca de su santidad (De canonizatione sanctorum II, 29). También está incluido en el Martirologio Galicano y en el Martirologio Romano el 23 de julio. Las Iglesias bizantinas generalmente los conmemoran el 29 de febrero del año bisiesto, o el 28, en el resto de años.


Mitrut Popoiu



Fuente: preguntasantoral

Adaptación propia

28/02 - Basilio el Confesor


Este santo vivió en el siglo octavo, en la época del emperador León III el Isauro (717-741).


Cuando comenzó la persecución del infame emperador iconoclasta León contra los iconos, Basilio, junto con su maestro Procopio (celebrado ayer) se alzó en defensa de los mismos, demostrando que su veneración no es idolatría.  San Basilio y San Procopio de la Decápolis de Isaura fueron de los monjes que sufrieron durante el reinado del emperador iconoclasta, quien luego de obligar al bautismo de todos los judíos y montanistas del Imperio, emitió una serie de edictos contra el culto de las imágenes que fue llamada la "reforma iconoclasta".


Esta prohibición de una costumbre que sin duda había dado lugar a todo tipo de abusos obtuvo el rechazo de la gran mayoría de los teólogos y casi todos los monjes, quienes se opusieron a estas medidas con firmeza.


Basilio fue arrestado, encarcelado y duramente torturado. Soportó estas torturas con su compañero San Procopio.


Cuando el malvado Emperador León fue asesinado en el cuerpo (ya que ya había perdido su alma antes), los iconos fueron restaurados en las iglesias y Basilio 
fue liberado de la prisión y regresó a su vida ascética monástica. Gran defensor de la Iglesia, luchó continuamente por el refuerzo de la recta fe, por la iluminación de los herejes, por el afianzamiento de los fieles y por el arrepentimiento de los pecadores. Y a través de la abundante gracia que recibió de Cristo, se le concedió el poder de obrar milagros y sanar enfermedades.


San Basilio durmió en paz en el año 750 d.C.



Fuente: catholic.net / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

Lunes de la I Semana de Cuaresma (Lunes Puro). Lecturas


En la Hora Sexta


Is 1,1-20: Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, Jotán, Ajaz y Ezequías, reyes de Judá. Oíd, cielos, escucha tierra, que habla el Señor: «Hijos he criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí. El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende». ¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza malvada, hijos corrompidos! Han abandonado al Señor, han despreciado al santo de Israel, le han vuelto la espalda. ¿Dónde podré golpearos todavía, si os seguís rebelando? La cabeza está herida, el corazón extenuado, de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: heridas y contusiones, llagas abiertas, no limpiadas ni vendadas ni aliviadas con aceite. Vuestro país está devastado, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos los devoran extranjeros, ante vuestros ojos. ¡Hay desolación como en una catástrofe causada por enemigos! Sión ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. Si el Señor del universo no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra. Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. «¿Qué me importa la abundancia de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, de corderos y chivos no me agrada. Cuando venís a visitarme, ¿quién pide algo de vuestras manos para que vengáis a pisar mis atrios? No me traigáis más inútiles ofrendas, son para mí como incienso execrable. Novilunios, sábados y reuniones sagradas: no soporto iniquidad y solemne asamblea. Vuestros novilunios y solemnidades los detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos me cubro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda. Venid entonces, y discutiremos —dice el Señor—. Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, comeréis de los frutos de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha hablado la boca del Señor—».


En Vísperas


Gén 1,1-13: Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios: «Exista la luz». Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero. Y dijo Dios: «Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas». E hizo Dios el firmamento y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento. Y así fue. Llamó Dios al firmamento «cielo». Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo. Dijo Dios: «Júntense las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezca lo seco». Y así fue. Llamó Dios a lo seco «tierra», y a la masa de las aguas llamó «mar». Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios: «Cúbrase la tierra de verdor, de hierba verde que engendre semilla, y de árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra». Y así fue. La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie. Y vio Dios que era bueno. Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.


Prov 1,1-20: Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel: Para aprender sabiduría y doctrina, para entender sentencias inteligentes, para adquirir disciplina y sensatez, derecho, justicia y rectitud; para enseñar sagacidad al inexperto, saber y reflexión al muchacho (lo escucha el sensato y aumenta su saber, el prudente adquiere habilidad); para entender proverbios y dichos, sentencias de sabios y enigmas. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, los necios desprecian la sabiduría y la disciplina. Escucha, hijo mío, los consejos de tu padre, no rechaces la instrucción de tu madre: pues serán diadema en tu cabeza, como una gargantilla en tu cuello. Hijo mío, no te dejes seducir, no accedas a gente sin escrúpulos. Si te dicen: «Ven con nosotros, preparemos emboscadas mortales, acechemos sin motivo al honrado; lo tragaremos vivo, como el Abismo, entero, como quien baja a la tumba; nos haremos con grandes riquezas, llenaremos de botín nuestra casa; comparte tu suerte con nosotros, haremos bolsa común». Tú, hijo mío, no sigas su camino, aparta tus pies de su senda, pues sus pies corren tras el mal, se apresuran a derramar sangre. Mas en vano se ponen redes cuando son vistas por las aves. Sus emboscadas les resultarán mortales, atentarán contra su propia vida. 19Este es el fin de los codiciosos: los mata su propia codicia. La sabiduría pregona por las calles, en las plazas levanta la voz.


En Completas


Lc 21,8-36: Él dijo: «Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». Entonces les decía: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Y cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción. Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son días de venganza para que se cumpla todo lo que está escrito. ¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días! Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por gentiles, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Y les dijo una parábola: «Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano. Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».



Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

27/02 - Procopio el Confesor de Decápolis


Este santo era de Decápolis de Isauria, una región montañosa de Asia Menor. Vivió en el siglo octavo, en la época del emperador León III el Isauro (717-741).


Se caracterizó por su nobleza y valentía para defender la fe. En su juventud, se dedicó a una vida de ascetismo, y realizó todos los esfuerzos posibles mediante los cuales el corazón se purifica y el espíritu se eleva a Dios.


Cuando comenzó la persecución del infame emperador iconoclasta León contra los iconos, Procopio se alzó en defensa de los mismos, demostrando que su veneración no es idolatría.  San Basilio (celebrado mañana) y su compañero Procopio de la Decápolis de Isaura fueron de los monjes que sufrieron durante el reinado del emperador iconoclasta, quien luego de obligar al bautismo de todos los judíos y montanistas del Imperio, emitió una serie de edictos contra el culto de las imágenes que fue llamada la "reforma iconoclasta".


Esta prohibición de una costumbre que sin duda había dado lugar a todo tipo de abusos obtuvo el rechazo de la gran mayoría de los teólogos y casi todos los monjes, quienes se opusieron a estas medidas con firmeza.


Procopio fue arrestado, brutalmente torturado, azotado y raspado con un cepillo de hierro. Por todo esto fue reconocido como confesor de la fe. Soportó estas torturas y fue encarcelado con su compañero San Basilio el Confesor.


Cuando el malvado Emperador León fue asesinado en el cuerpo (ya que ya había perdido su alma antes), los iconos fueron restaurados en las iglesias y Procopio regresó a su monasterio, donde pasó el resto de sus días en paz y se le concedió la gracia para hacer milagros. En la vejez, fue trasladado a la realeza increada del reino de Dios, donde mira con alegría a los ángeles y santos vivos, ahora "cara a cara" (1 Cor. 13:12). Reposó pacíficamente en 750.



Fuente: catholic.net / laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com

Adaptación propia

«La Santa Escala», lectura espiritual para la Cuaresma


Si hay un libro especialmente recomendado para la Santa y Gran Cuaresma, sobre todo para los monjes, es sin duda «La Escala al Paraíso», obra inmensamente popular en la Edad Media que logró para su autor, Juan el Escolástico, el sobrenombre de «Clímaco», por el que es generalmente conocido [ya que «climax» en latín es «subida»].


El origen del santo se pierde en la oscuridad, pero posiblemente procedía de Palestina y se dice que fue discípulo de san Gregorio Nacianceno. A la edad de dieciséis años, se unió a los monjes establecidos en el Monte Sinaí. Después de cuatro años que pasó probando su virtud, el joven novicio profesó y fue puesto bajo la dirección de un hombre santo llamado Martirio.


Guiado por su padre espiritual, dejó el monasterio y se instaló en una ermita cercana, aparentemente para acostumbrarse a dominar la tendencia a perder el tiempo en ociosas conversaciones. Al mismo tiempo, nos dice que, bajo la dirección de un director prudente, logró salvar obstáculos que no habría podido vencer si hubiera intentado hacerlo por sí solo. Tan perfecta fue su sumisión, que tuvo por regla nunca contradecir a nadie ni discutir cualquier argumento que sostuvieran aquellos que lo visitaban en su soledad.


Después de la muerte de Martirio, cuando San Juan tenía treinta y cinco años de edad, abrazó por completo la vida eremítica en Thole, un lugar solitario, pero suficientemente cercano a una iglesia que le permitiera a él y a los otros monjes y ermitaños de la región poder asistir los sábados y domingos al oficio divino y a la celebración de los santos misterios. En este retiro, el santo pasó cuarenta años, adelantando más y más en el camino de la perfección. Leía la Biblia con asiduidad, así como a los Padres y fue uno de los santos más eruditos del desierto; pero todo su propósito era ocultar sus talentos y esconder las gracias extraordinarias con que el Espíritu Santo había enriquecido su alma.


En su determinación de evitar toda singularidad, tomó parte en todo aquello que era permitido a los monjes de Egipto, pero se alimentaba tan frugalmente, que más parecía probar los alimentos que comerlos. Su biografía refiere con admiración que era tan intensa su compunción, que sus ojos parecían dos fuentes que nunca cesaran de manar lágrimas y que en la caverna a la que él acostumbraba retirarse para orar, las rocas resonaban con sus quejas y lamentaciones.


Era sumamente solicitado como director espiritual. Ciertamente en una ocasión alguno de los monjes, sus compañeros, ya fuera por celos o quizás justificadamente, le criticaban por perder el tiempo en infructuosos discursos. Juan aceptó la acusación como un caritativo consejo y se impuso un riguroso silencio en el que perseveró cerca de un año. La comunidad entera le pidió que volviera a ocuparse en dar consejo a los demás y que no ocultara los talentos que había recibido; de esta suerte, él continuó impartiendo sus enseñanzas y llegó a ser considerado como otro Moisés en aquel santo lugar, «ya que subió al monte de la contemplación y habló con Dios, cara a cara, para después bajar a los suyos, llevando las tablas de la Ley de Dios, su escala de la perfección».


La Escala es un tratado completo de vida espiritual, en el que Juan Clímaco describe el camino del monje desde la renuncia al mundo hasta la perfección del amor. Es un camino que -según este libro- se desarrolla a través de treinta peldaños, cada uno de los cuales está unido al siguiente. El camino se puede sintetizar en tres fases sucesivas: la primera consiste en la ruptura con el mundo con el fin de volver al estado de infancia evangélica. Lo esencial, por tanto, no es la ruptura, sino el nexo con lo que Jesús dijo, o sea, volver a la verdadera infancia en sentido espiritual, llegar a ser como niños.


San Juan comenta: “Un buen fundamento es el formado por tres bases y tres columnas: inocencia, ayuno y castidad”. Una de las fases del camino es el combate espiritual contra las pasiones. Cada peldaño de la escala está unido a una pasión principal, que se define y diagnostica, indicando además la terapia y proponiendo la virtud correspondiente.


Según san Juan Clímaco, es importante tomar conciencia de que las pasiones no son malas en sí mismas; lo llegan a ser por el mal uso que hace de ellas la libertad del hombre. Si se purifican, las pasiones abren al hombre el camino hacia Dios con energías unificadas por la ascética y la gracia y, “si han recibido del Creador un orden y un principio (…), el límite de la virtud no tiene fin”.


La última fase del camino es la perfección cristiana, que se desarrolla en los últimos siete peldaños de la Escala. Estos son los estadios más altos de la vida espiritual; los pueden alcanzar los “hesicastas”, los solitarios, los que han llegado a la quietud y a la paz interior; pero esos estadios también son accesibles a los cenobitas más fervorosos. San Juan, siguiendo a los padres del desierto, de los tres primeros —sencillez, humildad y discernimiento— considera más importante el último, es decir, la capacidad de discernir. Todo comportamiento debe someterse al discernimiento, pues todo depende de las motivaciones profundas, que es necesario explorar. Aquí se entra en lo profundo de la persona y se trata de despertar en el eremita, la sensibilidad espiritual y el “sentido del corazón”:


“Como guía y regla de todo, después de Dios, debemos seguir nuestra conciencia”. De esta forma se llega a la paz del alma, la hesychia, gracias a la cual el alma puede asomarse al abismo de los misterios divinos.


El estado de quietud, de paz interior, prepara al “hesicasta” a la oración, que en san Juan es doble: la “oración corporal” y la “oración del corazón”. La primera es propia de quien necesita la ayuda de posturas del cuerpo: tender las manos, emitir gemidos, golpearse el pecho, etc. la segunda es espontánea, porque es efecto del despertar de la sensibilidad espiritual. En san Juan toma el nombre de “oración de Jesús” (Iesoû euché), y está constituida únicamente por la invocación del nombre de Jesús, una invocación continua como la respiración: “El recuerdo de Jesús se debe fundir con tu respiración; entonces descubrirás la utilidad de la hesychia“, de la paz interior. Al final, la oración se hace algo muy sencillo: la palabra “Jesús” se funde sencillamente con nuestra respiración.


Se nos dice que Dios le concedió una gracia extraordinaria para curar los desórdenes espirituales de las almas. Entre otros a quienes él ayudó, hubo un monje llamado Isaac, llevado casi al borde de la desesperación por las tentaciones de la carne. Juan se dio cuenta de la lucha que sostenía y después de elogiar su fe, dijo: «Hijo mío, acudamos a la oración». Se postraron ambos en humilde súplica y, desde aquel momento, Isaac quedó libre de sus tentaciones. Otro discípulo, cierto Moisés, que parece en algún tiempo haber vivido cerca del santo, después de acarrear tierra para plantar legumbres, fue vencido por la fatiga y se durmió bajo el ardiente sol, al amparo de una gran roca. Repentinamente fue despertado por la voz de su maestro y se precipitó hacia adelante, justo a tiempo para evitar el ser aplastado por un alud de piedras. San Juan, en su soledad, tuvo conocimiento del peligro que lo amenazaba y había estado rogando a Dios por su seguridad. El buen hombre tenía entonces setenta años de edad, pero a la muerte del abad de Monte Sinaí, fue unánimemente escogido para sucederle. Poco después, durante una gran sequía, la gente acudió a él como a otro Elías, rogándole que intercediera ante Dios por ellos. El santo encomendó su desgracia al Padre de las Misericordias y una abundante lluvia contestó a sus oraciones.


Tal era su reputación, que san Gregorio Magno, que ocupaba entonces la Silla de San Pedro, escribió al santo abad pidiéndole sus oraciones y enviándole camas y dinero para el uso de los numerosos peregrinos que acudían al Monte Sinaí. Durante cuatro años, San Juan gobernó a los monjes con tino y prudencia. Sin embargo, había aceptado el cargo con cierta renuencia y encontró manera dé renunciar a él poco antes de su muerte. Había llegado a la edad de ochenta años, cuando entregó su alma en la ermita que le había sido tan querida. Jorge, su hijo espiritual, que le había sucedido como abad, rogó al santo agonizante que no permitiera que ellos dos se separaran. Juan le aseguró que sus oraciones habían sido oídas y el discípulo siguió a su maestro en el lapso de pocos días. Además del «Climax» -como se titula su «Escala al Paraíso»- tenemos otra obra de san Juan: una carta escrita al abad de Raithu, en la que describe las obligaciones de un verdadero pastor de almas. En el arte, Juan es siempre representado con una escalera.


Para acceder al texto de La Santa Escala, hacer clic AQUÍ.



Fuente: eltestigofiel.org / catholic.net

Adaptación propia

La oración de San Efrén el Sirio en Cuaresma


De todos los himnos y oraciones de la Cuaresma, una corta oración puede ser calificada como la oración por excelencia de la Cuaresma. La tradición la atribuye a uno de los grandes maestros de la vida espiritual: San Efrén el Sirio. He aquí su texto:


Señor y Soberano de mi vida. Líbrame del espíritu de indolencia, desaliento, vanagloria y palabra inútil.


Y concédeme a mí, tu siervo pecador, el espíritu de castidad, humildad, paciencia y amor.


Sí, Rey mío y Dios mío, concédeme conocer mis propias faltas y no juzgar a mi hermano, porque eres bendito por siempre. Amén.


Esta oración es leída dos veces al final de cada oficio de Cuaresma de Lunes a Viernes (no los Sábados y Domingos, porque, como veremos luego, los oficios de estos días no siguen el patrón de la Cuaresma). En la primera lectura, una postración sucede a cada petición. Luego nos inclinamos doce veces diciendo: “Oh Dios purifícame a Mi pecador”. La oración completa es repetida con una última postración al final.


¿Por qué esta corta y simple oración ocupa un lugar tan importante en toda la adoración de Cuaresma? Porque enumera de un modo único todos los elementos positivos y negativos del arrepentimiento y constituye, por decirlo de algún modo, una “lista de chequeo” de nuestro esfuerzo individual de Cuaresma. Este esfuerzo apunta primero a nuestra liberación de algunas enfermedades espirituales fundamentales que dan forma a nuestra vida y que hacen virtualmente imposible para nosotros incluso comenzar a volvernos hacia Dios.


La enfermedad básica es la indolencia. Es esa extraña pereza y pasividad de nuestro completo ser que siempre nos empuja hacia “abajo” en vez de hacia “arriba” – que constantemente nos convence de que ningún cambio es posible y, por lo tanto, deseable. Es de hecho un cinismo profundamente enraizado que a cada reto espiritual responde “¿Para qué?” y hace de nuestra vida un enorme desperdicio espiritual. Es la raíz de todo pecado porque envenena la energía espiritual en su misma fuente.


El resultado de la indolencia es la pusilanimidad. Es el estado de desaliento que es considerado por todos los santos padres como el mayor peligro para el alma. El desaliento es la imposibilidad del hombre de ver cualquier cosa buena o positiva; es la reducción de todo al negativismo y pesimismo. Es verdaderamente un poder demoníaco en nosotros, porque el Diablo es fundamentalmente mentiroso. Él le miente al hombre sobre Dios y sobre el mundo; llena la vida de oscuridad y negación. El desaliento es el suicidio del alma, porque, cuando el hombre es poseído por él, es absolutamente incapaz de ver la luz y desearla.


¡Vanagloria! Por extraño que pueda parecer, son precisamente la indolencia y el desaliento los que llenan nuestra vida de vanagloria. Al viciar toda la actitud hacia la vida y volverla sin sentido y vacía, nos fuerzan a buscar compensación en una actitud radicalmente equivocada hacia los demás. Si mi vida no está orientada hacia Dios, no apunta hacia valores eternos, inevitablemente se volverá egoísta y egocéntrica, y esto significa que todos los otros seres se volverán medios para mi propia auto-destrucción.


Si Dios no es el Señor y Maestro de mi vida, entonces yo me vuelvo mi propio señor y maestro, el centro absoluto de mi mundo, y comienzo a evaluar todo en términos de mis necesidades, mis ideas, mis deseos, y mis juicios.


La vanagloria es entonces una depravación fundamental en mi relación con otros seres, una búsqueda de su subordinación a mí. No es necesariamente expresada en un verdadero impulso de mandar y dominar a los “otros”.


Puede resultar también en indiferencia, desprecio, falta de interés, consideración y respeto. Es verdaderamente indolencia y desaliento, dirigido esta vez a otros; completa el suicidio espiritual con el asesinato espiritual.


Finalmente, palabra inútil. De todos los seres creados, solo el hombre ha sido dotado con el don de la palabra. Todos los Padres ven en ella el verdadero “sello” de la Imagen Divina en el hombre, porque Dios Mismo es revelado como Verbo (Juan 1:1).


Pero, siendo el don supremo, es igualmente prueba de peligro supremo.


Siendo la misma expresión del hombre, el medio de su auto-realización, es por esta misma razón el medio de su caída y auto-destrucción, de traición y pecado. La palabra salva y la palabra mata; la palabra inspira y la palabra envenena. La palabra es el medio de la Verdad y la palabra es el medio de la mentira demoníaca. Teniendo al final un poder positivo, tiene por tanto un tremendo poder negativo. Verdaderamente crea positiva y negativamente. Cuando es desviada de su propósito y origen divino, la palabra se vuelve inútil. Refuerza la “indolencia”, el desaliento y la vanagloria, y transforma la vida en un infierno. Se vuelve el mismo poder del pecado.


Estos cuatro son, pues, “objetos” negativos del arrepentimiento. Son los obstáculos que hay que eliminar. Pero solo Dios puede eliminarlos. Por lo tanto, es la primera parte de la oración de Cuaresma, un grito desde el fondo del desamparo humano. Luego la oración se mueve a las miras positivas del arrepentimiento, que también son cuatro.


¡Castidad! Si uno no reduce este término -y sucede muy a menudo- solo a sus connotaciones sexuales, es entendido como la contraparte positiva de la indolencia. La indolencia es, primero que todo, disipación, el rompimiento de nuestra visión y energía, la discapacidad de ver el todo. Su opuesto es precisamente plenitud. Si habitualmente nos referimos a castidad como la virtud opuesta a la depravación sexual, es porque el carácter caído de nuestra existencia es aquí mejor manifestado que en la lujuria sexual, la alienación del cuerpo de la vida y el control del espíritu.


Cristo restaura la plenitud en nosotros, y lo hace al restaurar en nosotros la verdadera escala de valores al llevarnos de vuelta a Dios.


El primer y maravilloso fruto de esta plenitud o castidad es la humildad.


Ya hablamos de ella. Está sobre todo lo demás la victoria de la verdad en nosotros, la eliminación de todas las mentiras en las que habitualmente vivimos.


La humildad sola es capaz de laverdad, de ver y aceptar las cosas como son y, por lo tanto, de ver la majestad y la bondad y el amor de Dios en todo. Por eso se nos dice que Dios da gracia al humilde y se opone al orgulloso.


La castidad y la humildad vienen naturalmente seguidas por la paciencia.


El hombre “natural” o “caído” es impaciente, porque, al ser ciego para sí mismo, es rápido para juzgar y para condenar a los demás. Habiendo llegado a un conocimiento caído, incompleto y distorsionado de todo, mide todas las cosas según sus gustos e ideas. Siendo indiferente a todos excepto a sí mismo, quiere que la vida sea exitosa aquí mismo y ahora. La paciencia, sin embargo, es realmente una virtud divina. Dios es paciente, no porque sea “indulgente”, sino porque ve la profundidad de todo lo que existe, porque la realidad interna de las cosas, que en nuestra ceguera nosotros no vemos, está abierta a El. Mientras más nos acercamos a Dios, más pacientes nos volvemos y más reflejamos ese infinito respeto por todos los seres, que es la cualidad propia de Dios.


Finalmente, la corona y fruto de todas las virtudes, de todo crecimiento y esfuerzo, es el amor; el amor que, como ya hemos dicho, solo puede ser dado por Dios; ese don que es la meta de toda preparación y práctica espiritual.


Todo esto se resume y aúna en la petición final de la oración de Cuaresma, en la cual pedimos “conocer mis propias faltas y no juzgar a mi hermano”. Porque en último caso solo hay un peligro: el orgullo. El orgullo es la fuente del mal, y todo mal es orgullo. Los escritos espirituales están llenos de advertencias contra las sutiles formas de seudo-piedad, las cuales, en realidad, bajo la apariencia de humildad y auto-acusación, pueden llevar a un orgullo verdaderamente demoníaco. Pero cuando nosotros “conocemos nuestros propios errores” y “no juzgamos a nuestros hermanos”; cuando, en otras palabras, la castidad, la humildad, la paciencia y el amor son uno solo en nosotros, entonces y solo entonces el último enemigo -el orgullo- habrá sido destruido en nosotros.


Después de cada petición de la oración realizamos una postración.


Las postraciones no se limitan a la oración de San Efrén, sino que constituyen una de las características distintivas de la adoración de cuaresma. Aquí, sin embargo, su significado es dado a conocer mejor. En el largo y difícil esfuerzo de la recuperación espiritual, la Iglesia no separa el alma del cuerpo. El hombre completo ha caído lejos de Dios; el hombre completo ha sido restaurado, el hombre completo debe regresar. La catástrofe del pecado yace precisamente en la victoria de la carne -lo animal, lo irracional, la lujuria- en nosotros sobre lo espiritual y lo divino. Pero el cuerpo es glorioso, el cuerpo es sagrado, tan sagrado que Dios Mismo se “hizo carne”.


La salvación y el arrepentimiento no son desprecio hacia el cuerpo o negación de éste, sino la restauración del cuerpo a su verdadera función como expresión y la vida del espíritu como templo de la inestimable alma humana. El ascetismo cristiano es una lucha, no contra, sino a favor del cuerpo.


Por esta razón, el hombre completo –alma y cuerpo- se arrepiente. El cuerpo participa en la oración del alma, así como el alma ora a través y dentro del cuerpo. Las postraciones, la señal “psico-somática” del arrepentimiento y de la humildad, de adoración y obediencia, son de esta forma el rito de Cuaresma ‘par exellence’.


P. Alexander Schmemann, ‘La Gran Cuaresma’



Fuente: orthodoxmadrid.com

Adaptación propia