14/03 - Benito el Justo de Nursia


Vida


Las noticias sobre la vida de San Benito se deben casi exclusivamente a San Gregorio Magno: el II volumen de “los Diálogos” y el “Diálogo entre Gregorio Magno y un personaje ficticio llamado Pedro”. El objetivo primordial de esta obra es predominantemente edificante: habla de los muchos prodigios obrados por Benito y de sus enseñanzas morales y doctrinales.


Benito nació alrededor del año 480 en Nursia, en el seno de la familia Anicia, que era noble y acomodad y era gemelo de su hermana Escolástica. Probablemente realizó sus primeros estudios en su tierra natal; sin embargo, es cierto que siendo muy joven (con unos trece o quince años de edad), fue enviado a Roma para realizar estudios literarios y jurídicos. En Roma se vivía con una relativa tranquilidad (eran los tiempos de Teodorico) y aunque la ciudad era monumental y tranquila, disgustó a Benito los escándalos de las facciones, de los grupos de Simmaco y de Lorenzo, que se disputaban el Papado y, sobre todo, los vicios de la juventud romana. Él estaba a disgusto en Roma, por lo que cuando consideró que su cultura estaba ya algo más perfeccionada, se fugó con su nodriza a Tívoli y allí se afincó en la aldea de Afile, a unos sesenta kilómetros de Roma. Tendría entonces unos veinte años de edad y allí se dedicó a llevar una vida ascética junto con otros compañeros.


Un primer prodigio realizado por él (consistente en restaurar milagrosamente una vasija de barro que le habían prestado y rompió), se extendió tanto y le dio tanta fama, que decide marcharse con su nodriza y con sus compañeros a un lugar más apartado. Y así, en los montes Simbruinos, descubrió un lugar solitario, cerca de la villa de Subiaco, lugar que se prestaba bien a sus deseos de llevar vida eremítica. Un monje llamado Romano lo encontró y, aunque guardó el secreto, le llevó ropa monástica y se preocupó de facilitarle diariamente el sustento desde su cenobio, que estaba cercano. Allí estuvo unos tres años.


Animado por los generosos ideales del eremitismo oriental, que también se practicaba en Italia, Benito, con fervor generoso, se entregó a todos los rigores de esa vida eremítica aunque se dice que, frecuentemente, sufría tentaciones. Los recuerdos de los vicios que había visto en Roma lo tentaban y se cuenta que una vez, viniéndosele a la mente la imagen de una mujer desnuda, se arrojó violentamente a una zarza espinosa a fin de vencer esta tentación dando sufrimiento a su cuerpo.


Venerado por su austeridad y juventud fue requerido por una Comunidad vecina de monjes para que asumiera el gobierno de la misma, para que él fuese su abad. Se ha identificado a esta Comunidad como la de Vicovaro y él, aunque reacio, consintió y aceptó. Pero en su puesto de abad impuso el rigor ya que algunos de aquellos monjes eran indisciplinados. Un monje llegó a atentar contra su vida envenenando una copa de vino que Benito tenía que beber. Él, haciendo la señal de la cruz sobre la copa, se salvó milagrosamente, la copa se rompió y él les manifestó que nombrasen a otro abad.


Él se volvió a su antiguo escondite aunque pronto se le acercaron nuevos discípulos que veían en él a su maestro. Eso le hizo comprender que Dios lo llamaba a organizar a otros ermitaños bajo una Regla cenobítica disciplinaria. Y así, entre aquellos montes, surgieron hasta doce pequeños monasterios, con doce monjes cada uno y cada uno con su correspondiente abad, aunque sobre todos, estaba Benito como cabecilla, como el verdadero abad, aunque él se había reservado el vivir en el monasterio destinado a los ermitaños más jóvenes. Era una organización parecida a la de San Pacomio en Egipto, pero la cercanía entre una comunidad y otra permitía a Benito el control y la influencia espiritual sobre todos ellos.


Su fama llegó hasta Roma y eso incitó a los ilustres romanos Equicio y Tértulo a entregarle a sus hijos respectivos: Mauro (joven de doce años) y Plácido (niño de siete años), los cuales serían en el futuro los primeros santos benedictinos. De ese tiempo se cuentan frecuentes milagros: hacer brotar agua en todo lo alto de un monte, hacer flotar en un lago el hierro de una hoz que se había salido del mango, mandarle a Mauro que salvara a Plácido de morir ahogado en un lago y el cual, caminando sobre las aguas, lo llevó a la orilla y muchos otros más.


Pero todo esto incitó los celos de un sacerdote llamado Florencio; primero intentó envenenarle y como no lo consiguió, comenzó a difamarlo. Entonces, Benito, comienza a pensar en un nuevo tipo de monasterio y así, su pleno ideal será Montecassino, que convertiría en su definitiva residencia. Se dice que la primitiva abadía fue construida sobre las ruinas de un edificio dedicado a los ídolos paganos en la acrópolis de la antigua Cassino.


Cassino había sido sede episcopal (un obispo suyo, de nombre Severo, participó en el concilio romano del año 487) y estaba cercana a Aquino cuya sede episcopal era ocupada por San Constancio. Allí construyó Benito su abadía primitiva con la intención de organizar su comunidad y de combatir también la idolatría que seguía conviviendo con las comunidades cristianas. La tradición dice que San Benito llegó a Cassino entre los años 525 y 529 y así, mientras Justiniano cerraba la escuela filosófica de Atenas, se abría en Occidente una nueva escuela al servicio de lo divino. El poeta Marco cuenta una anécdota ocurrida durante el viaje de Benito a Cassino: que lo acompañaban tres cuervos y que lo asistían dos ángeles. Benito, antes de fundar el monasterio, hizo retiro durante toda la Cuaresma a fin de iniciar en Cassino la celebración de la fiesta de Pascua. Subió al monte y de rodillas, imploró la ayuda de Dios, hizo talar el monte que estaba dedicado a los ídolos paganos e instauró el culto cristiano en el templo de Júpiter, al que consagró en honor de San Martín de Tours, que fue el pionero de la vida cenobítica en Occidente. También construyó un oratorio en honor de San Juan Bautista, adaptó los viejos edificios, levantó nuevos y construyó la abadía, compaginando la vida contemplativa con el trabajo. Su lema: “Ora et labora”.


Escribió la Regla del monasterio y lo guió con sabiduría. Era famoso por sus milagros, tenía el don de la profecía, resucitaba a los muertos, etc. Construyó un monasterio en Terracina y se le atribuye también el monasterio de San Pancracio cerca del Laterano. No se sabe a ciencia cierta si fue ordenado sacerdote, aunque algunos autores, especialmente Schuster, así lo creen. Amigos suyos fueron San Savino obispo de Canosa, San Germán obispo de Capua, el diácono San Servando abad de Alatri y algunos otros santos contemporáneos.


Junto a él estuvo prácticamente siempre su hermana Escolástica (Santa Escolástica), que murió tres días después de haber mantenido su última conversación con su hermano. Llevaron su cuerpo a Cassino y Benito la hizo sepultar en el sepulcro que tenía preparado para sí mismo. Él no tardó en morir y, conociendo por revelación divina el día de su muerte, se hizo abrir una nueva tumba, ordenó lo llevaran al oratorio de San Martín de Tours donde recibió los sacramentos, levantó las manos al cielo sosteniéndole los brazos sus discípulos y así, rezando, expiró.


Dos discípulos suyos, por separado, tuvieron ese día una visión: lo vieron entrar en la gloria: una escalera de luces conducía desde su celda hasta el cielo. Desde muy antiguo se cree que era el día 21 de marzo del año 546. Lo enterraron en la tumba excavada para él en el oratorio de San Juan, al lado de su hermana y su tumba fue meta de peregrinación a lo largo de los siglos y fue considerado desde antiguo como patrono de los moribundos.


La Regla Benedictina ha sido la matriz, el ejemplar en la que se han inspirado todas las Reglas de las Ordenes Religiosas en Occidente. La Regla, que él llamó “un esbozo para principiantes” produjo una pléyade de Santos.


Reliquias


Hay que decir que es antiquísima la creencia de que los restos de los santos Benito y Escolástica fueron llevados definitivamente a Fleury (Francia) cuando fue desvastado el monasterio de Montecassino. Pero estudiando a fondo un documento anónimo del siglo VIII y la obra de Adalberto de Fleury, del siglo IX que son los que afirman este hecho, ningún estudio serio da por cierto esta tesis. Hay muchísimos otros testimonios de papas, santos y emperadores que demuestran que esto no ha sido así. Todos admiten que los restos están en Montecassimo, porque se afirma que hubo una restitución parcial de los restos desde Fleury a Montecassino en el siglo VIII. La crónica de Leno dice que en el año 758 fue concedida al nuevo monasterio de Montecassino una parte del cuerpo del Santo. En la catedral de Brescia se conservaba un brazo que se perdió en el año 1870.


El último reconocimiento canónico de los restos realizado en Montecassino fue en el año 1950. El examen médico indica que en la urna de Montecassino existen dos esqueletos casi completos: uno masculino y otro femenino. En Fleury, actualmente, se conservan pequeños restos. El monasterio de Montecassino fue destruido en 1944 durante la Segunda Guerra Mundial, pero los restos se encontraron intactos en la urna como informaban las actas del reconocimiento que se había hecho con anterioridad en el año 1659. En el año 1950, después de reconocidos, fueron puestos en dos cajas de plata. Ambas urnas, el día 5 de diciembre del año 1955 fueron solemnemente puestas en una artística urna de mármol en el altar mayor de la basílica, en presencia de todos los abades benedictinos y numerosos obispos.


Su Regla


La síntesis de esta Regla es “Ora et labora”: vida contemplativa y vida activa. Son muchísimas las recomendaciones que hace San Benito a sus monjes y vamos a recordar algunas:

– La primera virtud que necesita un monje después de la caridad, es la humildad.

– La casa de Dios es para orar y no para charlar.

– Todo abad debe esforzarse por ser amable, como un padre bondadoso.

– El que administra el dinero no debe humillar a nadie.

– Cada monje debe esforzarse en ser exquisito y agradable en su trato.

– Cada Comunidad debe ser como una buena familia donde todos se aman.

– El monje debe ser humilde, pacífico, sobrio en la comida y bebida, activo, casto, manso, celoso y obediente.


Culto


Inmediatamente después de su muerte fue venerado como Santo; de hecho, San Gregorio Magno escribe de él solo cincuenta años después de su fallecimiento. En la Edad Media se le veneraba en toda Europa y fue cantado por todos los poetas del Medievo: Marco, Aldelmo, Alcuino, Pablo diácono, Rábano Mauro, Bertario, Pedro el Venerable, Dante… Actualmente es uno de los Santos más venerados en toda la cristiandad. Se le ha llamado: “Santo de la obra de Dios”, “Santo del trabajo”y “Protector de los moribundos”.


Antonio Barrero Avilés



Fuente: https://www.facebook.com/profile.php?id=100090028757223

Adaptación propia