En Patras (ubicada hoy en día en el Peloponeso, Grecia) ningún cristiano era más odiado que este hombre, Herodión, quien había convertido a cientos de paganos al Santo Evangelio de Cristo antes de haber sido consagrado obispo. Hombre inteligente y curioso, con una gran afición por los libros y el aprendizaje, el Santo Apóstol Herodión había nacido en la ciudad cilicia de Tarso (hoy parte de Turquía) sólo algunos años después del nacimiento de Santo Redentor en el pesebre de Belén.
Amigo cercano de San Pablo, este atento joven se había convertido al Santo Evangelio luego de haber escuchado las extasiadas descripciones que hacía su compañero de la muerte agonizante y la gloriosa resurrección del Salvador. Escuchando totalmente fascinado, el joven impresionable había sentido el inmenso poder espiritual del Cristianismo y le había rogado al Gran Apóstol recibir el bautismo a la primera oportunidad posible.
Una vez comprometido con su nueva fe, Herodión intentó ser un trabajador infatigable mientras acompañaba a San Pablo en muchas de sus misiones de predicación en Grecia. Fue tan efectivo atrayendo conversos a los pies de los Doce Apóstoles que muy pronto fue elegido para formar parte de “Los Setenta”, gran grupo de discípulos que habían sido reclutados por los Doce Apóstoles Originales para llevar el Santo Evangelio a lo largo y ancho del mundo.
Como muchos otros de los miembros de “Los Setenta”, Herodión demostró no tener miedo en absoluto mientras viajaba sin cesar a través de un mundo lleno de fanáticos paganos que habían jurado hacer todo lo que pudieran con tal de detener la marcha de la nueva fe. Para Herodión, a quien le encantaba comprometer a quienes lo escuchaban en diálogos profundos sobre el Cielo, el Infierno y la Verdadera Naturaleza de la Salvación, predicar entre los Griegos ha de haber sido una experiencia estimulante. ¿Cuán frecuentemente en Olimpo, Minos o Patras había gozado con el reto de llevar a esos paganos faltos de educación el sublime conocimiento de su Salvador? ¿Cuán frecuentemente les habría dicho a ellos, con el fuego de la certeza consumiéndole los ojos: «Pues tanto amó Dios al mundo que envió a Su Unico Hijo para redimirlo, de modo que todos puedan gozar de la vida eterna?».
Herodión era un predicador sumamente alegre, y los griegos que lo escuchaban no podían hacer otra cosa que responder a sus palabras. Como resultado de ello, muy pronto se ganó la reputación a lo largo del país de ser un evangelizador sumamente efectivo que electrizaba a su audiencia dondequiera que estuviere. Sin embargo, esa creciente efectividad en proclamar la Buena Nueva conllevaba un riesgo... y él lo sabía. Ultimamente, adondequiera que iba, se podía ver al acecho a los idólatras paganos en la parte posterior de las multitudes, murmurando mentiras a los otros y algunas otras veces agitando sus puños. Herodión sabía que lo estaban observando y esperando, así como planeando el momento en que pudieran atacarlo. Sin embargo lo que no esperaba era que los paganos comenzaran a tramar un compló con algunos de los miembros de la comunidad judía y algunos de sus enojados sacerdotes. Esos sacerdotes ancianos y conservadores estaban profundamente preocupados por de la posibilidad real de que puedieran comenzar a perder influencia entre sus propios adherentes religiosos si esta fascinante fe cristiana seguía ganando conversos cada día. Los ofendidos hebreos no tenían intención de permitir que esto sucediera. Durante numerosos encuentros con los sacerdotes que servían a los ídolos paganos, los primeros dejaron en claro que encontrarían la manera de eliminar esta nueva amenaza y a este «engañado» seguidor del carpintero de Nazaret con su llamado “Evangelio basado en el amor.” No se opondrían al uso de la fuerza por parte de los paganos si ello era necesario para detener en su predicación al Obispo de Patras.
Finalmente, después de meses de compló, los conspiradores hicieron su jugada. Habiendo acusado de sedición y traición al Obispo con cargos falsos que no hubieran sido capaces de resistir el escrutinio de un tribunal, un grupo de vigilantes de los adoradores de ídolos secuestraron al santo varón y lo llevaron al centro de la plaza, ubicada en el medio del pueblo. Ahí lo torturaron sin interrupción. Mientras algunos lo golpeaban con sus puños y otros le arrojaban piedras de cemento arrancadas de la calle, un tercer grupo lo golpeaba repetidamente en la cabeza con un mazo de madera. Luego llegó el cuchillo. Dando un paso rápidamente de entre la muchedumbre, uno de los instigadores deslizó su mano dentro de su túnica. La cuchilla brilló por un momento en el aire y luego hizo un corte profundo en el pecho del Obispo. Este solo lanzó un grito apagado y cayó. Ellos observaron caer su cabeza contra el suelo y vieron cómo brotaba de su cuerpo estremecido un río de sangre escarlata. Lo patearon y no se movió. Parecía muerto, pero no era así, siendo esta la segunda intervención del Dios Todopoderoso. De alguna manera, el terrible sangrado se había detenido y Herodión siguió respirando, seguramente porque el Señor Dios tenía otro plan para él en esa tarde brutal en la ciudad de Patras. Se recuperó y muy pronto fue llamado a Roma, donde pasaría muchos años gloriosos predicando la Palabra junto a San Pedro antes de que el Príncipe de los Apóstoles recibiera el martirio por Cristo.
Luego llegaría su verdadero destino. Cuando los paganos decapitaron a su amado mentor, San Pablo, que lo había saludado afectuosamente en su Epístola a los Romanos (16, 11), estos también decidieron eliminar al carismático predicador de quien había sido su buen amigo. Al final el camarada de toda la vida de San Pablo de Tarso fue decapitado y murió sólo algunas horas después de que el Gran Apóstol Pedro pereciera en su propia cruz.
La vida del Santo Apóstol Herodión de Los Setenta nos dice mucho acerca del misterio del destino y también sobre la inescrutable voluntad de Dios. ¿Quién hubiera predicho que el Obispo de Patras viviría después de haber recibido semejantes heridas o que sobreviviría al ataque en Patras sólo para morir a manos de otro grupo de paganos, esta vez en las calles abarrotadas de Roma? Nadie puede predecir su destino. De Herodión, cuya estrecha amistad con San Pablo hizo de él una figura importante en el crecimiento de la Santa Iglesia a lo largo de Tierra Santa, aprendemos que la única acción sabia es poner completamente el propio destino, con amor y con fe, en las manos de Dios.
Fuente: laortodoxiaeslaverdad.blogspot.com
Adaptación propia