En la Hora Sexta
Is 6,1-12: El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo: «¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!». Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo». Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano, que había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: «Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?». Contesté: «Aquí estoy, mándame». Él me dijo: «Ve y di a esta gente: “Por más que escuchéis no entenderéis, por más que miréis, no comprenderéis”. Embota el corazón de esta gente, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane». Pregunté: «¿Hasta cuándo, Señor?». Me respondió: «Hasta que las ciudades queden devastadas y despobladas, las casas sin gente, los campos yermos. Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país.
En Vísperas
Gn 5,1-24: Este es el libro de los descendientes de Adán. El día en que Dios creó al hombre, a imagen de Dios lo hizo. Los creó varón y mujer, los bendijo y les puso el nombre de «Adán» el día en que los creó. Adán tenía ciento treinta años cuando engendró un hijo a imagen suya, a su semejanza, y lo llamó Set. Después de haber engendrado a Set, vivió Adán ochocientos años y engendró hijos e hijas. Adán vivió un total de novecientos treinta años. Set tenía ciento cinco años cuando engendró a Enós. Después de haber engendrado a Enós, vivió Set ochocientos siete años y engendró hijos e hijas. Set vivió un total de novecientos doce años. Enós tenía noventa años cuando engendró a Quenán. Después de haber engendrado a Quenán, vivió Enós ochocientos quince años y engendró hijos e hijas. Enós vivió un total de novecientos cinco años. Quenán tenía setenta años cuando engendró a Malalel. Después de haber engendrado a Malalel, vivió Quenán ochocientos cuarenta años y engendró hijos e hijas. Quenán vivió un total de novecientos diez años. Malalel tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Yared. Después de haber engendrado a Yared, vivió Malalel ochocientos treinta años y engendró hijos e hijas. Malalel vivió un total de ochocientos noventa y cinco años. Yared tenía ciento sesenta y dos años cuando engendró a Henoc. Después de haber engendrado a Henoc, vivió Yared ochocientos años y engendró hijos e hijas. Yared vivió un total de novecientos sesenta y dos años. Henoc tenía sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén. Después de haber engendrado a Matusalén, siguió Henoc los caminos de Dios durante trescientos años y engendró hijos e hijas. Henoc vivió trescientos sesenta y cinco años. Henoc siguió los caminos de Dios y después desapareció, porque Dios se lo llevó.
Prov 6,3-20: Haz esto, hijo mío, para librarte (pues caíste en manos de tu vecino): ve, insiste, importúnalo, no concedas sueño a tus ojos ni des reposo a tus párpados: escapa como gacela de la trampa, como pájaro de la red del cazador. Ve a observar a la hormiga, perezoso, fíjate en sus costumbres y aprende. No tiene capataz, ni jefe ni inspector; pero reúne su alimento en verano, recopila su comida en la cosecha. ¿Hasta cuándo dormirás, perezoso?, ¿cuándo te sacudirás la modorra? Un rato duermes, otro dormitas, cruzas los brazos y a descansar. ¡Y te llega la miseria del vagabundo, te sobreviene la pobreza del mendigo! El hombre malvado y perverso anda con el engaño en la boca; guiña los ojos, menea los pies, va haciendo gestos con los dedos; maquina desatinos, planea maldades, provoca continuas peleas. Por eso, de pronto, llega su ruina, su caída, de repente y sin remedio. Seis cosas detesta el Señor, y una séptima aborrece del todo: ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que maquina planes perversos, pies que se apresuran tras la maldad, testigo falso que proclama mentiras y hombre que siembra discordias entre hermanos. Atiende, hijo, la instrucción de tu padre, no rechaces la enseñanza de tu madre.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española