En la Hora Sexta
Is 8,13-9,6: «Al Señor del universo llamaréis santo. Sea él el objeto de vuestro temor y de vuestro terror. Porque él será un santuario, pero también peña de tropiezo y piedra de escándalo para las dos casas de Israel, trampa y lazo para los habitantes de Jerusalén. Muchos de ellos tropezarán, caerán, se harán pedazos, quedarán enredados, serán capturados». «Guarda este testimonio, sella esta enseñanza para mis discípulos». Yo confío en el Señor, que oculta su rostro de la casa de Jacob, en él he puesto mi esperanza. Yo y los hijos que el Señor me ha dado somos signos y presagios en Israel, signos del Señor del universo, que habita en la montaña de Sión. Os dirán, sin duda: «Consultad los espíritus y adivinos, que susurran y murmuran; no debe un pueblo consultar a sus dioses, a los muertos en beneficio de los vivos». Atended a la instrucción y al testimonio. Si no hablan a tenor de estas palabras, ya no lucirá para ellos la luz de la aurora. Vagará oprimido y hambriento, exasperado por el hambre maldecirá a su rey y a su Dios. Se dirija a lo alto o mire hacia la tierra, solo encontrará angustia y oscuridad, la opresión de las tinieblas, la oscuridad a la cual es empujado. ¡No habrá ya oscuridad para la tierra que está angustiada! En otro tiempo humilló el Señor la tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí, pero luego ha llenado de gloria el camino del mar, el otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste como el día de Madián. Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz». Para dilatar el principado, con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor del universo lo realizará.
En Vísperas
Gén 6,9-22: Noé era un hombre justo e íntegro entre sus contemporáneos. Noé siguió los caminos de Dios y engendró tres hijos: Sem, Cam y Jafet. La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de violencia. Dios vio la tierra y, en efecto, estaba corrompida, pues todas las criaturas de la tierra se habían corrompido en su proceder. Dios dijo a Noé: «Por lo que a mí respecta, ha llegado el fin de toda criatura, pues por su culpa la tierra está llena de violencia; así que he pensado exterminarlos junto con la tierra. Fabrícate un arca de madera de ciprés. Haz compartimentos en el arca, y calafatéala por dentro y por fuera. La fabricarás así: medirá ciento cincuenta metros de larga, veinticinco de ancha y quince de alta. Haz una claraboya a medio metro del remate, pon una puerta al costado del arca y haz una cubierta inferior, otra intermedia y otra superior. Yo voy a enviar el diluvio a la tierra para exterminar toda criatura viviente bajo el cielo; todo cuanto existe en la tierra perecerá. Pero yo estableceré mi alianza contigo, y entrarás en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres. Meterás también en el arca una pareja de cada criatura viviente, macho y hembra, para que conserve la vida contigo. De cada especie de aves, de ganados y de reptiles de la tierra, entrará una pareja contigo para conservar la vida. Recoge toda clase de alimentos y almacénalos para que os sirva de sustento a ti y a ellos». Noé hizo todo lo que le mandó Dios.
Prov 8,1-21: Oíd, la sabiduría pregona, la inteligencia levanta su voz, en los montículos, al borde del camino, de pie, a la vera de las sendas; junto a las puertas de la ciudad, pregonando en las vías de acceso: «A vosotros os llamo, señores; a los humanos dirijo mi voz: inexpertos, aprended sagacidad; necios, adquirid buen juicio. Escuchad, que os hablo con franqueza, mis labios rebosan sinceridad; mi paladar saborea la verdad, mis labios detestan el mal; todas mis palabras son honestas, nada en ellas es pérfido o falso; son claras para el que sabe entender, son rectas para quien tiene conocimiento. Aceptad mi instrucción, no la plata; el conocimiento mejor que el oro fino, pues la sabiduría vale más que las perlas, ninguna joya se la puede comparar. Yo, la sabiduría, habito con la prudencia y busco la compañía de la reflexión. (Quien teme al Señor odia el mal). Detesto el orgullo y la soberbia, la mala conducta y la boca falsa; poseo el buen consejo y el acierto, mías son la prudencia y el valor; por mí reinan los reyes, y los príncipes promulgan leyes justas; por mí gobiernan los gobernantes, y los nobles dan sentencias justas; yo amo a los que me aman, los que madrugan por mí me encuentran; yo traigo riqueza y honor, fortuna copiosa y prosperidad; mi fruto es mejor que el oro puro, y mi renta vale más que la plata; camino por sendero justo, por las sendas del derecho, para legar riquezas a mis amigos y colmar todos sus tesoros.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española