En la Hora Sexta
Is 13,2-13: Así dice el Señor: «Sobre un monte pelado izad una enseña, alzad la voz hacia ellos, agitad la mano para que entren por la puerta de los nobles. Yo he dado órdenes a mis consagrados he convocado a los guerreros de mi ira, que exultan por mi grandeza». Escuchad el tumulto en las montañas, como de gran multitud. ¡Escuchad! Un tumulto de reinos, de naciones conjuradas. El Señor del universo pasa revista a sus tropas de combate. Vienen desde una tierra lejana, desde el confín del cielo, el Señor y los instrumentos de su ira, para devastar toda la tierra. Dad alaridos: el Día del Señor está cerca, llega como la devastación del Todopoderoso. Por eso los brazos desfallecen, desmayan los corazones de la gente, son presas del terror; espasmos y convulsiones los dominan, se retuercen como parturienta, estupefactos se miran uno al otro, los rostros encendidos. El Día del Señor llega, implacable, la cólera y el ardor de su ira, para convertir el país en un desierto, y extirpar a los pecadores. Las estrellas del cielo y las constelaciones no irradian su luz. El sol desde la aurora se oscurece, la luna no ilumina. Pediré cuentas al mundo de su maldad, y a los malvados de su culpa; acabaré con la insolencia de los soberbios y humillaré la arrogancia de los tiranos. Haré a los hombres más escasos que el oro fino, a los humanos más raros que el oro de Ofir. Haré temblar los cielos y moverse la tierra de su sitio, por el furor del Señor del universo, el día del incendio de su ira.
En Vísperas
Gn 8,4-21: El día diecisiete del mes séptimo, el arca encalló sobre las montañas de Ararat. El agua continuó disminuyendo hasta el mes décimo, y el día primero de ese mes asomaron los picos de las montañas. Pasados cuarenta días, Noé abrió la claraboya que había hecho en el arca y soltó el cuervo, que estuvo saliendo y retornando hasta que se secó el agua en la tierra. Después soltó la paloma, para ver si había menguado el agua sobre la superficie del suelo. Pero la paloma no encontró donde posarse y volvió al arca, porque todavía había agua sobre la superficie de toda la tierra. Él alargó su mano, la agarró y la metió consigo en el arca. Esperó otros siete días y de nuevo soltó la paloma desde el arca. Al atardecer, la paloma volvió con una hoja verde de olivo en el pico. Noé comprendió que el agua había menguado sobre la tierra. Esperó todavía otros siete días y soltó la paloma, que ya no volvió. El año seiscientos uno, el día primero del mes primero se secó el agua en la tierra. Noé abrió la claraboya del arca, miró y vio que la superficie del suelo estaba seca. El día veintisiete del mes segundo la tierra estaba seca. Entonces dijo Dios a Noé: «Sal del arca con tu mujer, tus hijos y tus nueras. Haz salir también todos los animales que están contigo, todas las criaturas: aves, ganados y reptiles; que se muevan por la tierra, sean fecundos y se multipliquen en ella». Salió, pues, Noé con sus hijos, su mujer y sus nueras. También salieron del arca, por familias, todos los animales, todos los ganados, todas las aves y todos los reptiles que se mueven sobre la tierra. Noé construyó un altar al Señor, tomó animales y aves de toda especie pura y los ofreció en holocausto sobre el altar. El Señor olió el aroma que aplaca.
Prov 10,31-32;11,1-12: De boca honrada brota sabiduría, la lengua tramposa será cercenada. Labios honrados destilan agrado, de la boca del malvado brota el engaño. El Señor detesta la balanza engañosa, los pesos exactos lo complacen. Tras la soberbia llega la vergüenza, con los humildes está la sabiduría. La integridad guía a los honrados, la falsedad descarría a los malvados. La riqueza es inútil el día del castigo, pero la justicia salva de la muerte. La honradez del justo le allana el camino, el malvado caerá en su propia maldad. La rectitud salva a los honrados, la codicia acaba con los ruines. Muere el malvado y muere su esperanza, acaba la confianza que puso en las riquezas. El honrado se libra del peligro, y el malvado entra en su lugar. La boca del malvado arruina a su prójimo, el honrado se pone a salvo porque lo sabe. Si el justo prospera, se alegra la ciudad, y si se arruina el malvado, hace fiesta. Por la bendición de los rectos prospera la ciudad, por la boca de los malvados se arruina. El insensato desprecia a su prójimo, el hombre prudente se calla.
Fuente: Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española